Uruguay, resistencia y opresión del asalariado en la Campaña Oriental
Ante las recientes movilizaciones de los “autoconvocados del campo” y los debates sobre la cuestión agraria que se han sucedido, una ausencia llama la atención: la de los asalariados rurales. Las “pionadas” solo han sido mencionadas por cuenta de los costos que suponen para el productor rural o de lo tiránico que es el Ministerio de Trabajo cuando exige a los establecimientos cumplir con la seguridad social. Ante la invisibilización de los olvidados de la tierra y ante reclamos que plantean volver a formas semi-esclavistas, es que proponemos hacer un recorrido histórico de la lucha y la situación de las y los trabajadores rurales. Un recorrido por la otra cara de la campaña Oriental.
Por Martín Delgado Cultelli para Zur
En 1833 el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga describía a la clase trabajadora de la naciente República Oriental del Uruguay. El fundador de la Biblioteca Nacional decía: “los indios, morenos, pardos y demás castas componen la mayor parte de nuestros jornaleros y artesanos”. Y de acuerdo a la Constitución de la República las ciudadanías se suspenden en caso de ser “sirvientes a sueldo, peón jornalero, analfabeto, ebrio consuetudinario, soldados de línea o deudos del Estado” tanto como por ser mujer y menor de 21 años. Ósea que la clase trabajadora en el Uruguay nació siendo racializada y sin ningún tipo de derecho ciudadano básico. Será recién con la Constitución de 1918, que los varones trabajadores obtendrán el derecho al voto, y las mujeres 20 años después (1938).
La Campaña Oriental se construyó en base a sistemas laborales coloniales (esclavismo, feudalismo, precariado y una lógica racialista) en función al mercado internacional capitalista de productos agropecuarios. La oligarquía criolla (de origen castellano) junto con los façendeiros brasileños y los colonos europeos (los denominados “gringos”) eran los dueños de las principales tierras en el país.
Por su parte, los indígenas, los afrodescendientes y los criollos pobres (producto del mestizaje amplio entre todos los otros grupos) se dedicaban a “changuear”. Este sistema de división del trabajo era tan eficiente que no solo no se modificó con la “modernización” del país (1876-1890) sino que se mantuvo y se profundizó. La modernización llevada a cabo por las dictaduras de Latorre, Santos y Tajes al igual que lo hiciera Fructuoso Rivera entre 1831-1834 se basaron en el despojo de tierras a los sectores subalternizados. Rivera con el sistema independiente de comunidades charrúas y Latorre con los trabajadores independientes (los gauchos) y los productores familiares (chacreros y otros propietarios chicos).
Las bases de este sistema de producción agropecuario (basado en el despojo, la criminalización, la racialización y la precarización laboral) han sido los pilares por los cuales Uruguay se tornó uno de los principales productores de carnes y cereales a principios del siglo XX. A este núcleo duro del capitalismo en el Uruguay, ni siquiera los gobiernos más reformistas como los batllistas (1903-1929) y neobatllistas (1942-1959) se atrevieron a modificar. Incluso el Instituto Nacional de Colonización (INC), creado en 1948, tenía un objetivo más paliativo que transformador realmente. Los políticos colorados que apoyaron la creación del INC lo hicieron más por el temor a que las peonadas se identificaran con el comunismo que por un interés real de transformación del campo. El INC es más hijo de la guerra fría que de la justicia social. Solo el colonialismo interno explica cómo es que los trabajadores urbanos hayan conseguido la ley de 8 horas en 1915 mientras que el beneficio para los rurales se extiende en 2008.
Pero el paisanaje no ha aceptado sumisamente la situación de extrema explotación. Un claro ejemplo de ello es el famoso matrero Martín Aquino. Hijo de una mujer indígena con un padre desconocido (algunas versiones dicen que era hijo bastardo de un estanciero, otras que era hijo de un tropero), nacido sobre el Río Santa Lucía en las cercanías de El Tala. Aquino a los 14 años fue llevado por la leva (reclutamiento militar forzoso) del ejército nacional para combatir a las fuerzas de Saravia, luego deserta y se pasa para las filas saravistas. Al finalizar la guerra realiza todo tipo de trabajos rurales (carnear, esquilar, tropear, cosechar, plantar, alambrar, albañileria) e incluso llegó a ser ayudante de Comisario. Pero como bien dice la gente de campo “Aquino no era malo, lo hicieron malo”. El origen de sus bandolerías fue provocado por un patrón no quiso pagarle el sueldo. La excusa era que en una tempestad se habían ahogado unas vacas y por eso el peón tenía una deuda con el patrón. Aquino en vez de bajar la cabeza se impuso para que le pagaran el sueldo y es así que se fueron a duelo criollo, en donde salió victorioso Aquino.
Este Martín Fierro real se transformó en leyenda no solo por la similitud con el gaucho de la literatura sino porque en su vida encarna la opresión y la rebelión de las personas de campo contra la oligarquía rural y el centralismo montevideano. Aquino no se dejó explotar y por eso fue perseguido. Por eso la frase de que él no era malo, sino que lo volvieron así. La rebelión contra el sistema lo llevo a esconderse entre montes y cuchillas.
Otro ejemplo es el también famoso matrero “El Clinudo” (inmortalizado en una canción de Los Olimareños). Alejandro Rodríguez, alias El Clinudo (por su pelo largo), nació en la zona de Villa Serrana, Lavalleja y matrereó en la década de 1880. El origen de sus bandolerías tuvo lugar en una pulpería donde se peleó con otro hombre por una mujer, lo que imaginó es aquel era pariente del Comisario de Cerro Largo. Sus andanzas por cuchillar y rancheríos se deben a que él evidenciaba los abusos de poder del sistema político-judicial en el interior del país. El dicho campero no duda “nunca se corre contra el caballo del comisario
Tanto Alejandro Rodríguez como Martín Aquino y otros bandidos rurales evidencian una rebeldía contra los sistemas de explotación y abuso de poder. Cosas que en la capital sería inaceptables, en la campaña son moneda corriente. De esta manera podemos comprender lo que plantea Mignolo como “la otra cara de la modernidad”. Mientras los centros de poder se dan el lujo de los derechos sociales y hablar de democracia, en las periferias lo único que hay es violencia. Si bien estas rebeliones se presentaban personificadas e individualizadas o de grupos pequeños (las famosas “gavillas”, grupos de bandidos rurales de hasta 60 personas), en el siglo XX comenzó el intento de organizaciones más estables para el reclamo de los derechos del trabajador rural.
Si bien el sindicalismo uruguayo data de la época de la modernización, los representantes de éste incipiente sindicalismo eran todos inmigrantes europeos o “gringos”. Las diferencias culturales abismales entre los “gringos” de tendencia anarquista y el paisanaje funcionaron como un diálogo de sordos. Los anarquistas no entendían a los paisanos y los pisanos no entendían a los “gringos con ideas raras”. Cabe aclarar que en Uruguay tampoco hubo intentos fuertes de organización de los trabajadores rurales respetando su propia forma de organización como sí sucedió en la Argentina de la Patagonia Rebelde. Fue recién a finales de los años 50 que comienza la organización de los trabajadores rurales por parte de la izquierda, fundamentalmente influenciados por el movimiento de los maestros rurales encabezado por figuras como Agustín Ferreiro y Julio Castro. Es así que se da la famosa huelga del Arrozal 33 en 1955 en Vergara, Treinta y Tres, dando inicio al sindicalismo rural. El reclamo de los trabajadores era que se les pagara el sueldo en dinero y no en bonos, y que se respetaran las 8 horas. Cabe destacar que uno de los organizadores de la huelga, Leguizamón, recibió una paliza por parte de sicarios de la patronal y quedo discapacitado.
Otro actor clave fue Raúl Sendic (padre), quien a fines de los años 50 es enviado a Paysandú, por el Partido Socialista, para ayudar en la organización de los trabajadores rurales del litoral norte (Paysandú, Salto y Artigas). Así en 1961 surgirá la Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas (UTAA), sindicato icónico del medio rural nacional. Sendic no tardó en darse cuenta que las relaciones laborales en el norte profundo del Uruguay eran más similares a las del resto de Latinoamérica que a las de Montevideo. Regiones del Uruguay donde el Estado de Bienestar nunca había existido. El contraste entre el discurso nacional de la Suiza de América y las condiciones de vida del trabajador rural del norte marcaron su pensamiento. Debemos mencionar que después de la Dictadura y la prisión política Sendic ayudó a organizar al Movimiento por la Tierra, teniendo en claro que el interior del país necesitaba organización social y que era ahí donde se daban algunas de las peores condiciones de vida en el país.
Teniendo en cuenta las formas históricas en que se ha manejado la Campaña Oriental no nos debe sorprender las agresiones a los trabajadores rurales organizados. Estas agresiones son parte de un movimiento reaccionario que busca volver a colocar al trabajador rural en su sitio, bajo las botas del patrón. Debido a la labor de la Unión Nacional de Trabjadores Rurales y Afines (UNATRA) es que cada vez más peones y zafreros denuncian los abusos. Esa es la vuelta de Aquino, la sombra del matrero recorre los fogones de las peonadas. Los trabajadores rurales exigen los mismos derechos sociales y libertades democráticas que antes solo eran para los montevideanos. De esa forma se ataca uno de los pilares del capitalismo nacional, las relaciones coloniales en la producción agropecuaria. Y de los derechos sociales y libertades democráticas pasar a represar como se contituye la propiedad de la tierra en el país. Porque como dijo un gran cantor popular nuestro, hay que desalambrar.
*Por Martín Delgado Cultelli para Zur.