«Te entrego mi historia, porque también es tu historia»
Por Rebelarte
Se acercaba el 10 de diciembre, día Internacional de los Derechos Humanos, y hacía un tiempo nos habíamos enterado de que un grupo de personas, que fueron presas durante la dictadura siendo menores de edad, estaba haciendo una movida de difusión para contar su historia y poner de manifiesto las diversas capas de violencias, abusos y delitos que se cometieron y siguen cometiendo. Sentimos la necesidad de acercarnos, para hacer algo juntxs para esta fecha, para colaborar en la difusión, en que se escuchen (y vean) las historias que tienen para contarnos.
Empezamos las comunicaciones y marcamos un encuentro: sábado a la tarde en la casa de una de ellas. Una foto de ellxs, de la época en que fueron detenidos o un objeto y un texto que cuente en forma de relato, poesía o crónica sobre lo que vivieron, eso fue, lo que en principio decidimos llevar para ese encuentro. Allí, más allá de lo práctico y puntual que íbamos a hacer juntxs, sucedieron muchas cosas…Hubo una apertura muy solidaria y compañera de parte de ellxs, un estar compartiendo desde un lugar de fortaleza, a la vez que de sensibilidad.
En la charla sobre lo que cada unx había llevado para compartir surgían relatos transversales, y de ellos emergían otras informaciones que nos resultaron contundentes e importantes. Que de alguna manera daban sentido a lo que estábamos haciendo, revisar-revisarnos, contar-contarnos, encontrar-encontrarnos, ante micro historias reales que entretejen nuestro ser/estar/habitar en el presente. Y que en lugar de “dar vuelta la página”, nos proponemos leerla, (re)escribirla y arrojar luz sobre ella.
El reconocimiento del derecho a poder decir lo que les pasó duró, en algunos casos, un buen tiempo en llegar. El poder decir no dependía solo de su voluntad, pues existe un dispositivo de opresión que tiene varios activadores y que regula lo que podemos sentir, decir o no, sobre lo que nos pasó, sobre lo que nos hicieron. La impunidad no sólo tiene dimensiones legales. La violencia no sólo se ejercía durante los días de encierro, también luego de liberadxs, y por mucho tiempo más. Fue algo que arrastraron hasta la adultez. Una violencia ejercida de diferentes maneras; les prohibían inscribirse para continuar sus estudios y por ello tuvieron que enfrentarse a limitaciones para acceder a un trabajo, y tantas otras formas de violencia a la que tuvieron que hacer frente desde adolescentes para poder seguir adelante con sus vidas.
La violencia queda alojada en los cuerpos de diferentes maneras, en diferentes partes; entendiendo cuerpo como un todo, lejos del dualismo mente-cuerpo. Quedamos pensando que ésto que le hicieron a ellxs y a tantas otras personas que sabemos (y que no sabemos), es algo que nos están haciendo también hoy en día, que la impunidad sigue estando presente en muchos lugares y momentos. A veces vestida con otros ropajes, pero con un mismo cuerpo debajo. La criminalización, la violencia y la impunidad siguen existiendo y apuntan a: la pobreza, a las mujeres, a los movimientos sociales, a lxs jóvenes, y a quién les convenga según el momento.
Por eso quisimos compartir parte de estas historias. Para que no queden en el olvido. Porque esto pasó hace tiempo, pero sigue pasando hoy , y no habrá distancia temporal que nos haga olvidar lo de antes para vivir el ahora. Porque esa separación de lo “viejo” y lo “nuevo” es la que quiere hacernos creer la historia hegemónica, para borrar nuestras memorias, para barrer nuestras luchas, desconociendo los procesos históricos que conforman lo que hoy somos y lo que queremos ser.
Esas semillas que no quiso germinar la historia oficial, las vamos a hacer crecer nosotrxs, desde la tierra fértil de la memoria. “La justicia cuando tarda no es justicia”.
Liliana con su madre y su hermana
Liliana
Elegí está foto porque es mi retorno a Treinta y Tres, cuando me soltaron del Consejo del niño. Es en nuestra casa vieja, con mi madre y mi hermana que en esos días cumplía sus 15 años. Las tres estuvimos presas. Atrás de la foto mi madre escribió: «Estamos en 33, en el barrio La Floresta, en la casa vieja, eran años duros y tristes que estábamos pasando, pero igual nos salía una sonrisa. Muy duros esos años!!».
Y yo digo ahora: nunca se unió a nuestros nombres el olvido, la derrota. Resistimos, siempre resistimos !!!
Liliana
Mabel haciendo el gesto de la victoria en el cumpleaños de 15 de Lidia, 1972
Mabel
Treinta y Tres, 1975.
Ese día hubiera sido para ir al cine…. La película “El graduado” con Dustin Hoffman. Todo quedó en nada, nada para ver, tal vez sólo esa soledad del “cada uno” en la oscuridad de la capucha.
El miedo como marca y “lo necesario para siempre: vivir para vencerlo”.
Muchas veces una pregunta aparece:
¿Por qué no conservé aquellos zapatos, aquella ropa, aquellos aretes, aquel perfume de entonces?¿ Por qué? ¿Si no tuvieron la culpa de nada?
Tal vez elegí que quedara aquella piel sin olor al miedo y la memoria para continuar el camino.
Mabel, 17 años.
Abril ´75, Cuartel “33”
William «el poroto» junto a sus compañeros luego de raparse la cabeza en rebeldía a las disposiciones de la Ley de enseñanza que establecían el largo del cabello y la vestimenta.
William
En julio de 1973, a poco más de un mes del golpe de estado, me llevaron detenido, junto a otros compañeros, a la Seccional 1ra de la ciudad de Treinta y Tres, tenía 16 años y era integrante de la Juventud Comunista.
Veníamos de una intensa actividad, luchando contra la dictadura, realizando volanteadas en el Liceo y en las calles olimareñas.
Me llevaron a la seccional y ahí me encontré con otros compañeros.
Por un rato estuvimos en los calabozos y después fuimos pasando a una serie de interrogatorios en la Sala de Investigaciones en donde estuve un par de horas de plantón y recibiendo golpes.
En un momento, entra una persona integrante del Ejército y se sienta frente a mí, me muestra un carné, y se me presenta: “soy el famoso Rombis “, me dice y “te vamos a llevar para el cuartel”. Era un Mayor del Ejército que se conocía por lo duro en las torturas.
Nos llevaron al Batallón de Infantería Nro. 10. Al llegar me meten en un cuarto y me colocan una capucha de lona, sucia y maloliente llevándome para el medio de la plaza de armas en donde estuvimos muchas horas en pleno frío, soportando el plantón, encapuchados, piernas bien abiertas y brazos en la nuca.
Fueron días de estar entre la plaza de armas, interrogatorios y pocas horas de sueño en un calabozo. En una de estas sesiones me dicen: “largá todo porque acá vino uno, no dijo nada y a los pocos días fue para el cementerio”, refiriéndose a Luis Carlos Batalla, “Nucho”, quién fuera asesinado en la tortura por el mes de mayo del año 1972.
Al quinto día nos llevan a mi y a 3 compañeros, hasta el Juzgado, nos habían pasado al Juez de Menores para ser procesados, fueron horas de espera y después nos fueron llamando de a uno. Cuando entro, había un funcionario de ahí con un expediente y me dice que el Sr. Juez había firmado nuestra libertad. Cuando fui a firmar lo hice con mucha dificultad, las largas noches de plantón hizo que se nos durmieran los brazos con muchas dificultadas motrices que duró por varios meses no pudiendo escribir por un tiempo haciéndonos muy difícil nuestro estudios en el liceo local.
Curiosamente en la década del 80, ya en democracia, participando en reuniones políticas en la ciudad de Melo me encuentro con una persona que me pregunta por si yo era de Treinta y Tres y me decían el “Poroto”, por supuesto que respondí afirmativamente y ahí me entero que era el Juez que en el año 73 nos había liberado en el Juzgado de Treinta y Tres.
William Bordachar
Marisa, 25 de julio de 1975, casa de fotos De Grandi
Marisa
En Treinta y Tres había un estudio fotográfico que lo llamábamos “lo de Gandi”.
Quedaba en la calle Juan Antonio Lavalleja, ahí a la vuelta estaban:
La Escuela No 2 ó “de niñas” y el Sanatorio. A pocos pasos el club San Lorenzo y arriba unos apartamentos donde vivía el abuelo de Ana y Gustavo Nieto, la mamá de Nevia.
Gustavo también estuvo preso con nosotros.
Ahí, en “lo de Gandi” me saqué esta foto. Era para enviársela a mis hermanos y compañeros que aún estaban presos, en el Consejo del Niño (Hogar Yaguarón) y otros en el Cuartel de Treinta y Tres.
Hacía poco más de un mes que me habían liberado del cuartel.
Junto con Sandra, Lidia, Jesús, Susanita, Marianela, y otros compañeros. Teníamos 13, 14 y 15 años.
Y como digo, nos liberaron del cuartel, pero no éramos libres en aquel pueblo arrasado por la dictadura. Nos prohibieron estudiar, teníamos soldados y civiles vigilando nuestras casas y nuestros movimientos todo el tiempo. Todo nos era prohibido.
A pesar de eso, seguíamos resistiendo. En cada carta, en cada foto, en cada gesto había un mensaje, nos decíamos que nos amábamos, y que no estábamos solos.
Y eso fue lo que nos hizo fuertes!!!
Y aquí estamos, a pesar de los años seguimos resistiendo, denunciando, contando, dejando nuestras huellas para que no se olvide…
Marisa Justina Fleitas, 13 años.
*Por Rebelarte. Trabajo realizado junto al grupo Menores presxs durante la dictadura en Uruguay. Ver el trabajo completo