Anarquía en las calles, en las casas y en las camas
Por Gonzalo Pehuén para El Furgón
El día miércoles 1 de noviembre, tras realizarse el acto en reclamo de justicia por Santiago Maldonado (asesinado en manos de la Gendarmería en el contexto de la represión a la comunidad mapuche), y mientras se realizaba la desconcentración de Plaza de Mayo, ocurrió un hecho que, en el marco de la criminalización de la protesta que desde cierto sector de la sociedad se intenta realizar, resulta remarcable. Ya con la plaza vacía prácticamente de las banderas partidarias, un grupo que se identificaba como anarquista convocó a una asamblea abierta, invitando a la gente a participar y a decir aquello que tuviera para comentar. El hecho de que gente identificada con el pensar y sentir ácrata convoque al diálogo, intenté dar voz a personas con las que incluso difieren, es un hecho, que mínimamente, llama a la reflexión.
Estando en un contexto de represión, de división y de criminalización de la protesta social, las únicas personas que, en una movilización masiva (esas donde las banderas partidarias gustan de asistir) convocaron a un diálogo abierto, donde fuera visible la multiplicidad de voces, son aquellas pertenecientes a aquel grupo humano que, desde ciertos medios de comunicación amigos del Estado de Bienestar burgués, se intenta demonizar. Y puede uno estar en mayor o menor medida de acuerdo con dichos grupos, con las medidas muchas veces adoptadas (como ciertas provocaciones a la policía u otro tipo de acciones que se pueden tildar de individualistas), pero la convocatoria abierta a una asamblea tras la marcha (es decir, recurriendo a la vía pacífica que los sectores moderados tanto pregonan, aun cuando a la hora de señalar y linchar no tienen tapujo alguno) da cuenta de que la verdadera chispa del movimiento libertario sigue viva.
Hagamos un pequeño racconto:
A principios de siglo XX, la comunidad anarquista en Argentina, mediante la publicación del periódico La Protesta Humana (y en concordancia con la existencia de los ateneos libertarios), hacía hincapié en la importancia de la circulación del saber científico entre la clase obrera, estamento al cual pertenecía la gran mayoría de sus adherentes. Personas como Simón Radowitzky distaban mucho de ser aquel monigote bruto y desarrapado que el mercado, habiendo coptado esa expresión pura y espontánea que era la música punk, nos quiso vender. La comunidad creía en la importancia del saber, hacía foco en una resistencia cultural de base, dado que la masa obrera instruida era el arma más eficaz contra la salvaje represión estatal.
Lamentablemente, los hechos ocurridos durante la Semana Trágica (esa represión estilo pogrom que el gobierno de Hipólito Yrigoyen llevó a cabo contra los movimientos obreros en enero de 1919), golpearon a los movimientos libertarios y de izquierdas de una manera tan brutal, que volvieron de su recuperación una tarea titánica. Desunidos y desorganizados, si se quiere, aquella lucha por empoderar a la clase obrera iría quedando tras el velo que desde el Estado burgués (ya haciendo uso de la herramienta que le daban los medios de comunicación) le impondrían.
Gradualmente y con el tiempo, esa clase obrera “desamparada” se volcaría hacía las dirigencias sindicales y las palabras de líderes de partidos moderados que, camuflados por un discurso antiimperialista, llevaban a cabo políticas en apoyo de los trabajadores con el fin de evitar el germen del comunismo y el anarquismo dentro del sector más abandonado de la sociedad.
Desde entonces, cualquier intento de activismo anarquista sería invisibilizado y demonizado; nos pintarían a un grupo de imberbes violentos y caóticos; se le vendería a la juventud una anarquía adolescente y tonta, lejana por demás del verdadero sentir y pensar libertario.
Puede que sea ingenuo y hasta apresurado afirmarlo, pero hoy día estamos presenciando el surgimiento de grupos que, aún sin identificarse plenamente con la ideología y el sentir anarquista, optan por una resistencia contra el sistema opresor capitalista (contra aquella represión instalada en cada ámbito de la vida cotidiana) que vaya por fuera de cualquier institución u organismo surgidos y permitidos por la democracia burguesa; una resistencia basada en esa multiplicidad de voces, en la búsqueda de una descentralización y una deconstrucción de las estructuras en las que se asienta el sistema de dominación de clases.
Ya sea mediante emprendimientos económicos autogestivos, bibliotecas populares, prácticas de vida permaculturales, activismo callejero artístico, o una comunicación independiente, gran cantidad de grupos humanos buscan una vía de lucha alternativa a aquella aprobada por los partidos de la democracia liberal, aún sin identificarse con la discursividad anarquista. Porque aunque parezca que son un grupo enteramente desorganizado, y muchas de esas ideas genéticas parecieran no haber llegado a algunos de quienes hoy día adhieren a ellas, la comunidad anarquista es una “comunidad discursiva” plena, productora de una serie de enunciados surgidos en la praxis. Y es en parte este hecho lo que vuelve de aquella demonización que se intenta llevar a cabo en la actualidad, una fisura en la unidad de quienes apuestan por un activismo y militancia alternativos; porque aun en forma difusa, estando o no del todo de acuerdo, cada grupo colectivo que opta por formas de organización y lucha alternativas conforman, junto con la comunidad anarquista, una “comunidad discursiva”.
Detengámonos un segundo en este concepto. Michel Foucault (y toda la corriente del Análisis del Discurso seguidora de sus ideas) afirmaba en su obra Arqueología del saber (1969), que son las condiciones históricas las que ponen en funcionamiento la formación discursiva. Más adelante, otros teóricos de la misma escuela definieron como “comunidad discursiva” al “grupo o red de grupos dentro de los cuales son producidos, leídos, manipulados y puestos en circulación los discursos” (Dominique Maingueneau, 1987).
Dadas estas conceptualizaciones, se torna factible integrar a los mencionados colectivos junto a las agrupaciones anarquistas como una misma “comunidad discursiva”, dado que son las mismas condiciones materiales de existencia las que llevan a todo ese sector de la sociedad a optar por luchas alternativas, y en buena parte de los casos desde lo cultural (aunque aquí cabría afirmar que cada acto humano es un hecho cultural en sí mismo). Y aun cuando desde lo que se denomina “ethos retórico” (esa postura adoptada a la hora de enfrentar a un interlocutor) haya diferencias, el esqueleto enunciativo es el mismo: la descentralización, la organización sistémica propia de una red, la abolición de toda jerarquía; en otras palabras, la anarquía.
Podemos estar más o menos de acuerdo con ciertas formas de protesta, por ser en muchos casos utilizadas por los sectores conservadores para criminalizar toda manifestación. Puede que hasta, individualmente, no haya concordancia con muchas de las personas que pululan por el ámbito anarquista, dados ciertos autoritarismos o la poca autocrítica que se sucede en muchas ocasiones. Podemos también tildar de individualistas las provocaciones a la policía en manifestaciones de índole pacífica. Pero el hecho de que una asamblea abierta surja promovida y gestada por parte de la tan vapuleada comunidad libertaria, habla de una deconstrucción de sí misma y una apuesta por correrse del foco de las cámaras, haciendo un intento por oír todas las voces que constituyen y dan fuerza a la protesta social.
Hechos como este demuestran lo dañino de la demonización y la criminalización que, consciente o inconscientemente (según el caso), se hace desde ciertos medios de comunicación. En tiempos como los que corren, donde la represión institucional hace surgir a aquel policía interno forjado en cada habitante -dada la violencia simbólica impartida ya desde la escuela (ese policía que lincha y agrede a cualquiera que no piensa o actúa como cada quien quiere)-, cualquier tipo de acción que enfrente entre sí y divida al único sector de la sociedad dispuesto a oponerse a la opresión del Estado, se torna una herramienta más de represión.
Es en este contexto, que se debe hacer un alto a la hora de señalar, y ponernos a mirar y oír a quienes están bajando los dedos y las barreras que a los sectores moderados tanto les gustan, y entablar aquel diálogo que terminará de integrar como comunidad discursiva a todas aquellas personas que buscamos una vía alternativa de lucha; por no decir, una vía “anarquista” de lucha.
*Por Gonzalo Pehuén para El Furgón. Foto: Colectivo Manifiesto.