Diez hipótesis para repensar la “corriente autónoma” de los movimientos sociales en Argentina (III)
Tras repasar el contexto de surgimiento de la denominada Nueva Izquierda Autónoma y de rescatar el Poder Popular como concepción y práctica central de las experiencias que pujan por abrir paso a un nuevo proyecto emancipatorio, en esta tercera entrega buscamos reafirmar la necesidad de sostener y profundizar el concepto de autonomía.
Haciéndonos eco de las palabras sostenidas alguna vez por el filósofo griego Cornelius Castoriadis, rescatamos el concepto de autonomía en tanto “hacer colectivo efectivo” que pone en tela de juicio a la ley. Porque en tanto “proyecto”, la autonomía (tanto singular como colectivamente), presente en las luchas de los denominados “nuevos movimientos sociales Latinoamericanos”, inaugura un momento de creación, que se niega a quedar condenada a la mera repetición de lo existente.
En ese sentido, y siempre siguiendo a Castoriadis, la autonomía se presenta como lo otro de la heteronomía, vinculada al conformismo del imaginario social instituido, que se sostiene en la tradición.
Por eso la Nueva Izquierda Autónoma, o “Corriente Autónoma” de los Movimientos Sociales, construye legados con retazos del pasado, pero siempre desde una perspectiva centrada en las preocupaciones del presente. De este modo, la cita no funciona nunca como “legitimadora”, como autoridad invocada, sino más bien como un paso para la conversación, el debate o –por qué no– la polémica.
La autonomía, según podemos entenderla en estas líneas, tiene que ver con las posibilidades y las potencialidades de los de abajo, con sus creatividades desplegadas a la hora de iniciar ciertas luchas y procesos de organización popular, con un modo de entender la política de emancipación, en tanto resistencia.
Tal vez la figura del escultor nietzscheano pueda servirnos como ejemplo gráfico a la hora de pensar en la autonomía como resistencia: crear algo nuevo (la obra de arte, para el escultor) no implica un movimiento distinto ni posterior al de destruir la roca. Por lo tanto, es absurdo –como muchas veces se hace desde las coordenadas éticas, estéticas y políticas de la “vieja izquierda” o las vertientes “nacional-populares”– reducir la resistencia a un momento segundo, negativo, de mera respuesta al poder (como una suerte de concepto análogo al de “oposición”).
Las resistencias a la hegemonía del capital, como multiplicidad de prácticas situadas, tienen que ver más con “poner en discusión” los modos de vida capitalista, con ensayar dinámicas existenciales y vitales autónomas de los sectores populares, que con oponerse a la política sistémica para acumular fuerzas que permitan en un futuro cambiar la sociedad.
Lo que no implica que no se acumulen fuerzas, y que no se proyecten modos de intervención más generales que permitan cambiar las relaciones de fuerzas en favor de los proyectos de transformación radical de nuestras sociedades. Tal vez el lema, tan en boga en 2001, de “Resistir es crear”, de un poco cuenta de esto que estamos intentando decir aquí.
La apuesta por desarrollar autonomía implica necesariamente un despliegue territorial, la disputa por el control de territorios donde no tengan primacía las lógicas del capital. En este sentido, autonomía no es un mero concepto “político”, sino también económico, social y cultural, atravesado por relaciones de fuerzas (no hay auto-nomía, que se desarrolle sin su necesario correlato en la auto-defensa de las experiencias construidas).
Intentar desarrollar desde la cotidianeidad prácticas que permitan la ampliación de formas autonómicas como anticipatorias del socialismo, como formas de construcción “ya desde ahora” de relaciones post-capitalistas en el seno mismo del capitalismo, no tienen que ver entonces con una suerte de “coexistencia pacífica” entre estas prácticas pre-figurativas (o “performativas”) y el sistema, sino con gestar relaciones de ruptura, de antagonismo con las lógicas del capital.
Esto no implica negarle a las micro-políticas su potencial revolucionario, sino asumir (cómo tan lúcidamente lo hicieron hace ya décadas Gilles Deleuze y Féliz Guattari), que toda política es a la vez micro-política y macro-política, o como lo hiciera la intelectual argentina Mabel Thwaites Rey, más en la línea de un “marxismo heterodoxo”, que las prácticas alternativas “sólo podrán florecer plenamente cuando se de un paso decisivo al socialismo, a partir de la conquista o la asunción del poder político”.
Desde esta concepción insistirá, con el italiano Antonio Gramsci, “que las formas no-capitalistas nunca podrán ser completas ni suficientes hasta que no se alcance un horizonte general de superación del capitalismo como sistema económico y social global”. Estas inquietudes, que hacemos propias, implican no solo repensar la gran tradición revolucionaria del marxismo, sino también los intentos más contemporáneos de “desentenderse” de la proyección de transformaciones revolucionarias más globales, que asuman el desafío de las rupturas en el orden local, regional, nacional, continental y, por supuesto, internacional.
Ejercer un pensamiento crítico respecto del pasado, construir las necesarias “memorias de la resistencia” sin intentar copiar, ni reeditar, ni dar “continuidad” a experiencias otras, implicará revisitar ese pasado desde el punto de vista de las apuestas por gestar autonomía hoy, sacando del ayer inspiraciones para la actualidad.
De este modo, la experiencia comunal de la Revolución Bolivariana de Venezuela podrá entrar en diálogo con los Consejos Obreros de Turín de 1919; o la del zapatismo en México con los Soviets rusos; o las del “Operaismo italiano” de los 70 con las nuevas reflexiones y prácticas surgidas en los últimos años del “confederalismo democrático” en Kurdistán; o la de las comunas autogestionadas en Catalunia y el país Vasco durante la guerra revolucionaria de España con las prácticas pre-figurativas sostenidas por el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil desde hace ya décadas, por citar solo algunos ejemplos del pasado y la actualidad.
A propósito de los Sin Tierra –y más allá de todo el embrollo en el que han estado inmersos estos años de gobiernos “progresistas” del Partido de los Trabajadores- cabría no olvidar las reflexiones del viejo Louis Althusser, cuando en su libro El marxismo como teoría “finita” hacía referencia a los “islotes de comunismo”, en clara sintonía con los planteos de Marx, quien concibió el comunismo como una tendencia de la sociedad capitalista, y no como una resultante abstracta. Althusser recomendaba pensar en esos islotes que ya existían concretamente en los intersticios de la sociedad capitalista:
“Si hay esperanza está en los movimientos sociales de masas, en los cuales… siempre he pensado que reside la primacía sobre sus organizaciones políticas. Ciertamente vemos desarrollarse en el mundo movimientos de masas desconocidos e impensados por Marx (por ejemplo en la América Latina, incluso en el seno de una Iglesia tradicionalmente reaccionaria, bajo los auspicios del movimiento de la teología de la liberación)”.
Esto comentaba el viejo Althusser en su último libro (El porvenir es largo), donde volvía sobre los rastros de Marx para declarar: “La historia tiene más imaginación que nosotros”.
Por supuesto, en esta línea de argumentación, no es posible negar el evidente legado guevarista de las organizaciones inscriptas en la denominada “corriente autónoma”. Y no precisamente del foquismo, sino de la permanente atención que el Che prestaba a los problemas subjetivos, a los valores. De nuevo: la “tradición de izquierda” nos habla de la “moral del hombre nuevo”, y seguramente, la Nueva Izquierda Autónoma tome poco y nada de ese lenguaje. Cuando se habla de una “ética de las pasiones alegres” (más cerca de Spinoza que de Hegel), o cuando se plantea la necesidad de dar cuenta de las perspectivas de género (más cerca de las teorías queer que del prototipo del guerrillero), las conexiones con Guevara (y el costado más creativo de las revoluciones en Cuba y Nicaragua), parecen mucho más fructíferas que cuando se toma al guevarismo como dogma. Se trata, en todo caso, de tomar del Che eso de las motivaciones emocionales para sustentar el cotidiano. Ya que no se trata de convencer, sino de predicar con el ejemplo, de contagiar con el ejemplo.
“El ejemplo, el buen ejemplo, como el mal ejemplo, es muy contagioso, y nosotros tenemos que contagiar con buenos ejemplos… demostrar de lo que somos capaces; demostrar de lo que es capaz una revolución..”.
Parece Spinoza quien habla, pero no, es Ernesto Guevara cuando reflexiona sobre “la construcción del Partido”. Es que en su “corte y pegue”, en la mezcla, la Nueva Izquierda Autónoma entiende al legado más como inspiración que como “línea política”. Y en ese camino, seguramente, será donde encontremos nuevos insumos para seguir repensando y recreando el concepto de autonomía.
“Éste es mi camino, ¿dónde está el vuestro?’, así respondía yo a quienes me preguntaban por ‘el camino’”, le hace decir Nietzsche a su personaje Zaratustra, quien remata:
“¡El camino, en efecto, no existe!”.
Por Mariano Pacheco