La Casa de la Diferencia: feminismo, eugenesia y exterminio (Tercera entrega)
Leonor Silvestri comparte intuiciones políticas y personales sobre el entrecruzamiento de diversidad funcional, discapacidad, capacitismo y eugenia, vehiculizado por el feminismo actual.
Por Leonor Silvestri para La tinta
Mutantes y Orgullosas
Sin embargo, más allá de todo modelo social de discapacidad, más allá de toda sociedad discapacitante, más allá de cualquier infraestructura, hay una materia, un cuerpo, existe soma. Buena parte del colectivo de diversidad funcional, cuando no está ocupado en la inversión de una gran porción de su activismo en poder hacer un uso (asistido o no) placentero de ese cuerpo dado que con la discapacidad se infantiliza y se desexualiza; o en demostrarle a la sociedad cuán valiosa es una vida disca para esa misma sociedad que discapacita, controla, impide y vulnera, hace un llamamiento para volver a la “minusvalía”, a la tullidez. Porque sea la que sea que un cuerpo sienta al respecto de su condición, quienes la portamos sabemos que no es una categoría definitiva ni una experiencia única y absoluta de por vida. Desde la remisión de ciertos estados, hasta la variación en las formas de disponer la vida es imposible jugar a la bola de cristal y pensar que el destino disca está de antemano signado de manera negativa de una vez y para siempre por el genetista de turno cargado de poder para detectar tal o cual trastorno, tal o cual síntoma, tal o cual deficiencia.
Porque pese a toda la evidencia, pese a la alianza estratégica entre poder punitivo, psiquiatría, psicología, peritaje y genetistas; pese al análisis de Foucault de los biopoderes, pese al régimen farmacopornográfico de Preciado, pese a que todavía hay entre nosotras personas que vivieron una vida no heterosexual cuando la homosexualidad aún era considerada una enfermedad tratable (hasta hoy, en ciertos lugares, más o menos occidentalizados), pese que el DSM, ese gran manual que diagnóstica y patologiza todo lo que no puede judicializar ni criminalizar, pasó de llamar a las personas trans “psicóticas” a “disfóricas” hasta su actual políticamente más correcto “incongruencia de género”, pese a las alarmantes cifras de encarnizamiento médico y violencia obstétrica, pese a la genealogía del obstetra antes mencionado y la tortura de las mujeres esclavizadas en las que probaba tratamientos, se cree que un screening detectará, y vehiculizará el aborto, posteriormente, solo de cuerpos informes sin cerebro, materia orgánica que no consiguió organizarse, cuerpos sin pulmones, sin corazón, sin sistema nervioso central, mazacote de moléculas; y no a todas aquellas personas cuyos cuerpos se hayan ido a la huelga humana, por las buenas o por las malas.
Del mismo modo, ¿que será de las personas que se discapacitan más adelante en el transcurrir de la vida producto de eso mismo, vivir? ¿Se las eutanasiará? El aborto por causa de lo que la medicina y la sociedad consideran un cuerpo minusválido detectado prenatalmente en pos de que no sufra ni quien nace ni quien lo cuida, no solo en nada discute el poder médico o desafía la organización familiar patriarcal, asimismo le otorga un trabajo fijo y gratuito más al útero gestante (además de parir, seleccionar), ahorra dinero y es muchísimo menos oneroso que atender discas no rentables porque obviamente, pese a toda la evidencia (¿me veo acaso forzada a citar aquí todos los ejemplos discas, tal como la sociedad me pide siempre, valiosos para la historia humana: Toulouse Lautrec, Ian Dury, Frida Khalo, Stephen Hawkins, Danny de Vito, Van Gaugh, Beethoven, Louise Braille, Hellen Keller, Stevie Wonder, y un largo etc.?) una persona disca no tiene nada que aportar, o peor aún tenemos que demostrar que podemos ser un aporte para tener el mismo derecho a existir que un jugador de Temperley que viola a una mujer.
Más aún, proclamar que las personas con discapacidad somos una inspiración es algo que viene desde un lugar de lástima, de pena, de conmiseración, un lugar cristianuchi con un tufillo secreto donde lo que se siente es “ojalá no me ocurra” o “yo no podría”. ¿Por qué no tenemos derecho a no ser nadie, a hacer la plancha existencial, obligadas a vivir no solo de cara al estigma, el rechazo, la persecusión, el ostracismo, la infantilización, la repugnancia que producimos, sino además y pese a todo eso tenemos que esforzarnos en demostrar que somos valiosas socialmente en una sociedad que no vale ella misma nada?
Si por el bien de las mujeres se nos propusieran screening prenatales y una causal de aborto legal hospitalario que fuera “varón proto violador” me tildarían como poco de misándrica cuando no de algo menos griego, menos bello….No obstante, si lo que realmente nos preocupa es el bienestar de las mujeres, pues tal vez deberíamos poder pensarlo y pedirlo como se está proponiendo un aborto por causales que en nada liberará a las mujeres de la pesada carga que significa no solo reproducir sino que esa reproducción esté estatal y medicamente tutelada.
La discapacidad o la minusvalía (dejo a los exegetas de la corrección política que elijan el epíteto perfecto y me corrijan) no se supera, no se vence, no se lucha contra ella. Ese es el modelo capacitista. Somos nuestra discapacidad, y esa discapacidad es lo que nos lleva hasta donde hemos llegado para lo bueno y para lo malo porque la manera en la que un cuerpo se manifiesta, la manera en la que se expresa, es el modo a través del cual experimentamos este mundo. Presuponer que desde unas ciertas facultades legitimadas por el mundo occidental esa experiencia vital es más relevante y merece ser sostenida y tenida en cuenta; mientras que ciertas otras no, es el germen del exterminio, del fascismo, y de la experimentación en seres humanos para perfeccionamiento de la especie con fines capitalistas: asalariados, dependientes, dóciles pero con fuerza mental y física para aguantar la jornada devastadora o la espera a ocupar ese puesto. Y resuena la voz de Wilhem Reich diciéndonos por primera vez algo que aun no tenemos claro: las masas desearon al fascismo, no se les impuso; el fascismo, el lugar de llegada de la democracia y no su opuesto antagónico, cuya máxima prerrogativa es elegir.
Aprender a jugar al ajedrez: nada de nosotras sin nosotras
En cambio, se podría pensar en las oportunidades que los estados valetudinarios, al decir de Nietzsche, puede presentar para los cuerpos, en las potencias que permite invocar. La vida se desenvuelve de una manera muy singular dependiendo de cierto tipo de cuerpo. Lamento que crean que aquello que la sociedad denomina discapacidad es la parte negativa de una vida. Más aun, si lo es, no lo es tanto por la discapacidad en sí, sino por el mundo en el que nos ha tocado vivimos: capitalista, capacitista, patriarcal.
Para eso, tenemos que incorporar la malformación, la discapacidad, a nuestra experiencia política deseante; repensar la autonomía como interconexión desde la experiencia vital de quienes sí nos gusta portar los cuerpos que portamos, se vean, actúen, se muevan o huelan como lo hagan. Empezar a estudiar la diversidad funcional, qué tenemos para decir las personas que hemos sido diagnosticadas o que padecemos la opresión capacitista sin intermediación, que debemos participar en la mesa chica donde se toman las decisiones acerca de nosotras mismas, volver al soma para dotarlo de sentido no como un mal a evitar que otorga indefectiblemente a la ya muy poderosa corporación médica y sus decisiones (recordemos y repitamos lo que no se puede criminalizar aún se puede patologizar y ser sometido a corrección y normalización). Dejar de callar (poner el grito en el cielo cuando se celebra que en Islandia ya no hay personas Down del mismo modo que debería dolernos el exterminio de ciertos animales y poblaciones originarias) o de explicar la opresión para empezar a combatirla porque esto abre la puerta a lo que podría llegar a ser un genocidio de estado terrorista encubierto y vehiculizado tras ideas de bien hacia las mujeres. Pero para eso deberíamos entender que la primera pieza que se mueve en el ajedrez a veces define toda la partida.
Bonus Track: Huelga de vientres/útero. La neurosis sexual de este mundo edipizado
Hoy en la parada del colectivo cruzamos miradas con un joven chico. Unx de nosotrxs. Me reconoció inmediatamente cuando saqué mi carnet de discapacidad, ese que pese a que mi condición no se cura hay que ir a renovar, ese que me permite hacer uso de mi derecho a usar un transporte público ya subsidiado estatalmente como beneficio social. Hasta encontrarme de frente con la discapacidad, yo, que siempre fui muy físicamente simétrica, muy dotada deportivamente y sin grandes problemas cognitivos para mi época (tuve suerte nací mucho antes de los diagnósticos de asperger, déficit de atención y demás formas de docilización) por eso más allá de un pésimo carácter y unas habilidades sociales que me condujeron al fracaso, pensaba que lo mejor que nos podía pasar a las mujeres era no reproducirnos.
Sigo creyendo como aprendí en los feminismos que la libertad comienza por el vientre. No obstante hoy puedo ver algo más que ese axioma que funciona para las mujeres occidentalizadas mayormente. Nunca creí que yo tendría que defender ciertos intereses tan difusos para mi como el derecho a reproducirse bajo ciertas circunstancias con el peligro que conlleva ser leída como una antiabortista o una pro-vida, pro- maternidad. Presento como huelguista de vientre dos enigmas más o menos imaginarios y distópicos en este punto para reflexionar:
*Primer caso
Una chica Down tiene, contra todo pronóstico familiar, relaciones sexuales y queda embarazada. La chica Down, que no fue esterilizada de rutina tal cual sugiere el protocolo médico a la familia de manera habitual, desea cursar ese embarazo y parir ese bebé. Los padres, en especial la madre, no. La persona que acompaña el dilema y ayuda en la concreción de la interrupción del embarazo empatiza con la madre de la joven Down y pese a que la joven Down no desea interrumpir su embarazo, accede la acompañante a asistir en la interrupción. Islandia festeja haber bajado su tasa de nacimientos Down a cero. Todo el mundo celebra. O casi. Al fin de cuentas no se considera que las personas Down deban tener sexo y puedan reproducirse, al fin de cuentas se trata de una “grave malformación”. Ese mismo día un pibe Down quiere comprarse una lata de birra en una cadena de supermercados y la cajera que se niega a vendérsela le dice: “Vení con tu papá si querés comprar alcohol”.
*Segundo Caso
A una mujer se le informa que está gestando un feto cuya vida no se prolongara extra útero por mucho más que un par de días en el mejor de los casos. Usualmente, ante estas situaciones, cuando el aborto era ilegal, corrían para practicarse un aborto sin más. Hoy es completamente legal realizarse un aborto por la causal inviabilidad fetal en el hospital público. Esta mujer no es adinerada, no cuenta con un servicio médico de esos que cubre todo. Pese a que se la ha informado de los riesgos y pese a que es consciente de que su feto no vivirá tras nacer, ella quiere proseguir con el embarazo. Le ha puesto nombre, lo siente su hijo. Quiere ejercer su libertad de parir. No sabe si volverá a estar embarazada. Pero su gestación debe ser acompañada, por ende, es onerosa, como costoso será el tratamiento que deba recibir la cría recién nacida para garantizar su sobre-vida en lo que el tiempo disponga, y su servicio médico no piensa correr con esos gastos, innecesarios, por el capricho de una parturienta que no desea someterse al traumático parto inducido, cesárea programada, y que sí quiere vivir un parto (tal vez el único posible). Por ende, con el beneplácito de su familia, su marido especialmente, juez de por medio, se le retiran las facultades para decidir sobre su propio cuerpo y el feto inviable que ella de cualquier forma quería parir es abortado sin su consentimiento. Ya no hay posibilidad de duelo, ni de velorio.
Habrá quien piense que estoy contra el aborto. La realidad es que estoy a favor de la vida disca porque hasta que no me convertí en una no supe de la gran salud que me producía -pese a todo el dolor al cual el mundo de los normales, esa patraña infecta en la cual los feminismos eugenistas se regodean, me somete y pese a que mi condición no siempre ni se ve ni se siente-.
Estoy a favor de que pensar no signifique simplemente posicionarse a favor o en contra. Creo en los devenires minoritarios (tanto la Down que desea ser madre y criará como todas las madres, como pueda…; como la mujeres que quiere cursar su riesgoso embarazo para apapachar a un bebé que vivirá horas, ponerle un nombre, hacer su duelo y enterrarlo) no sean obstaculizados por los órdenes mayores, pese a que yo sostenga que la libertad para nosotras empieza por el vientre y pese a que abortar haya sido para mí un alivio al cual recurriría cuantas veces fuera necesario.
Y esa es mi casa de la diferencia, la que habito desde que Audre Lorde, que enfermó de cáncer (tal vez el día de mañana una grave malformación genética detectable en un screening prenatal o al menos su propensión a tener un cáncer; al fin de cuentas en la época de Virgina Woolf ser lesbiana era una enfermedad con tratamiento), me prometió que los feminismos eran eso.
*Por Leonor Silvestri para La tinta.
♦La Casa de la Diferencia: feminismo, eugenesia y exterminio (Primera entrega)
♦La Casa de la Diferencia: feminismo, eugenesia y exterminio (Segunda entrega)