La morgue de los medios está colmada
En la morgue de cadáveres de medios de comunicación, la sala de los que estuvieron netamente identificados con el kirchnerismo, inaugurada con la asunción de Mauricio Macri como presidente, está colmada. Curiosos disfrazados de forenses dictaminan a primera vista que la morgue se reduce a esa sala, que no hay otros cadáveres dignos de atención. Sin embargo, si bien el segmento de “medios k” presenta su especificidad, es la morgue de medios en su totalidad (y no sólo la sala “k”) la que acusa el desborde por una epidemia que sobrepasa los alineamientos partidarios.
Por Martín Becerra para La Izquierda Diario
Con las autopsias en la mano que revelan las características de la peste que asola al sector y las salas de terapia intensiva repletas de medios agonizantes, es previsible que la morgue colapse en los próximos años.
La simplificación del problema reduciéndolo sólo a los “medios k” es el atajo preferido por las dos veredas de la grieta. En el deporte de echar la culpa al otro, el atajo es tentador. Unos, victoriosos, celebran la descomposición súbita del empresariado “k” tras haber sido engordados artificialmente en el feedlot de la publicidad oficial y exhibir públicamente su incapacidad para desarrollar modelos de negocios complementarios, e incluso justifican el tendal de despidos causados por el cierre de medios y llegan a responsabilizar a los empleados por haber “elegido” trabajar en empresas de dudosa sostenibilidad. Los otros, derrotados, encuentran en el torniquete aplicado por Cambiemos/PRO a la publicidad oficial a algunos medios, o en el reclamo oficial a determinados empresarios (no a todos) por deudas acumuladas con el fisco, la persecución ideológica que denuncian tramada por el gobierno nacional como vendetta por contradecir el panegírico oficialista que corean los medios de mayor audiencia. Pero la realidad desencaja el confort dicotómico; es incorrecto acotar el problema a las empresas de medios con línea editorial nítidamente kirchnerista. La morgue no da abasto.
Exequias del kirchnerismo mediático
El kirchnerismo fue transgresor e hiperactivo en su política de medios. Impulsó y sancionó una regulación audiovisual, la primera respetuosa de los valores constitucionales desde 1983, y luego la profanó; usó intensivamente los recursos estatales como artillería; se alió y se peleó con el Grupo Clarín; disputó la agenda pública con los grandes medios comerciales; inventó un sistema de medios afines a través de la transferencia de grandes partidas de presupuesto público; generó capacidades productivas en el interior del país; amplió el acceso social a contenidos de interés relevante; denostó a periodistas y conductores no alineados con sus políticas; modernizó la infraestructura de conectividad. El engendro de medios privados “k”, hoy en avanzada descomposición, es uno de los aspectos más controvertidos de ese conjunto tan incoherente y ambicioso como incapaz de sostenerse sin la transfusión cotidiana de sangre desde la Casa Rosada.
Algunas empresas de medios “k” implosionaron desde el comienzo del gobierno de Macri, evidenciando carencia de estabilidad a mediano plazo y nula capacidad de previsión. Otros, los que sobrevivieron hasta las PASO 2017, con las encuestas en la mano de las próximas elecciones empeoraron su padecimiento e incluso reconocen que el desenlace puede ser inminente. Las penurias de este segmento “k” tienen razones peculiares que las distinguen en un panorama que, en general, es aciago para todos los productores de noticias y entretenimientos masivos, sean o no “k” y sean o no argentinos.
Página/12 no llega a fin de mes (en el sentido de que sus pérdidas mensuales son cuantiosas), según declaró Víctor Santa María como representante de su patronal, el Grupo Octubre, perteneciente a los trabajadores de edificios. Algunos de los periodistas más connotados del diario fundado en 1987 por Ernesto Tiffenberg, Jorge Lanata y Fernando Sokolowicz afirman en privado que la empresa nunca antes vivió una crisis tan marcada y que corre riesgo su continuidad. Distinta sería la suerte de otros medios del Grupo Octubre (como la bien posicionada AM750), al menos mientras no prosperen las denuncias del macrismo contra Santa María.
El caso de Indalo Media, de Cristóbal López y Fabián de Sousa, es más conocido porque hace una semana se frustró su venta a la mendocina familia Terranova, cuyos negocios en medios prosperaron en la última década al calor del apoyo de la gestión de Macri como jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Paradójico, mientras criticaba la discrecionalidad del manejo de pauta oficial de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, Macri distraía los recursos públicos porteños para favorecer a los Terranova establecidos en Mendoza. Ello no excusa la responsabilidad primero de la AFIP hasta diciembre de 2015 y de López y De Sousa en la deuda de $8 mil millones y $10 mil millones por impuestos. Indalo Media posee la señal audiovisual C5N, Radio 10, las FM Pop, Mega, Vale y Radio One y Ámbito Financiero, entre otros medios. Aunque la audiencia de las emisoras de tv y radio es alta (en algunos casos, son líderes o disputan el liderazgo de su mercado), los arreglos económicos de López con el kirchnerismo se pulverizaron con el cambio de mando en la Casa Rosada, que no acepta alternativas a la capitulación incondicional.
En tanto, y mientras gana licitaciones de obra pública con el macrismo, Electroingeniería mantiene a Radio del Plata con respirador artificial y somete a sus trabajadores al atraso de pago de sueldos a pesar del muy buen desempeño en rating que logró tras la asunción de Macri, cuando llegó a estar segunda después de Radio Mitre (Grupo Clarín). El vaciamiento de Radio del Plata, que provocó el éxodo de algunas de sus conductores estrella, evidencia tanto el ruinoso gerenciamiento de la compañía de los Ferreyra (Gerardo y su hijo Sebastián) como el curioso comportamiento del mercado publicitario, que se priva de colocar anuncios en una emisora dirigida a un público ABC1.
Más escandalosa fue la liquidación del Grupo Veintitrés, de Sergio Szpolski y Matías Garfunkel. Como en un acto de ilusionismo, el tinglado al que los gobiernos de Fernández de Kirchner apostaron con cientos de millones del tesoro público (entre julio de 2009 y junio de 2015, $ 815 millones) se autodestruyó en un abrir y cerrar de ojos. Algunas de las empresas pasaron a la órbita de Indalo Media, otras cerraron y una, Tiempo Argentino, fue resucitada como cooperativa por los trabajadores, en lo que constituye una experiencia inédita en el país. Esta semana, como candidata a senadora, Cristina Fernández de Kirchner titubeó cuando, entrevistada por Elizabeth Vernaci, le preguntaron sobre el profuso manantial de pauta publicitaria con el que en sus dos gestiones regó las cuentas bancarias de Szpolski y Garfunkel.
El falso conjuro de la paja en el ojo ajeno
Los estertores de los “medios k” suelen festejarse en la trinchera opuesta por dos motivos: en primer lugar, porque ven en esa agonía el resumen representativo de toda la política de comunicaciones de las presidencias de Fernández de Kirchner y, por consiguiente, hallan la evidencia anhelada para impugnar toda la política pasada; en segundo lugar, porque funciona como un falso conjuro: la peste sólo contagia al portador de kirchnerismo y no se propagará entre sus adversarios. Sin embargo, la epidemia excede con mucho al kirchnerismo y, en gran medida, desborda las fronteras argentinas.
En enero de este año, el Grupo Clarín anunciaba el cierre de su planta Pompeya de Artes Gráficas Rioplatenses (AGR), taller que llevaba “cuatro años consecutivos de pérdidas crecientes» que, por “la fuerte reconfiguración que atraviesa el sector de la impresión comercial», el principal conglomerado mediático del país “se ve en la necesidad de reestructurar sus actividades, enfocándose en sus segmentos de impresiones digitales variables, distribución y logística, y discontinuando una parte de su sector de impresiones masivas». 350 trabajadores del mayor y más próspero multimedios del país fueron afectados por la medida.
En abril pasado, Editorial Atlántida, perteneciente al grupo audiovisual mexicano Televisa, cerró seis de sus publicaciones tras un año de ajustes que al día de hoy continúan. Al enmarcar la crisis de la más antigua editorial de revistas del país, fundada por en 1918 por Constancio C. Vigil, La Nación recordaba que “en la última década, la circulación de revistas en la Argentina se redujo a la mitad y su participación en la torta publicitaria también se vio resentida”.
Al comenzar este mes de octubre, el juez nacional en lo comercial Horacio Robledo declaró la quiebra de Radio Emisora Cultural, titular de la licencia AM 630 LS5 Radio Rivadavia. En tanto, el grupo América de Daniel Vila y José Luis Manzano está en tratativas de venta, lubricadas a nivel normativo por un decreto de Macri que permite que los empresarios transfieran licencias sin previa autorización estatal. Todas las empresas periodísticas de Buenos Aires despidieron empleados y/o abrieron retiros voluntarios en los últimos dos años, comenzando por Clarín y La Nación. El SiPreBA (Sindicato de Prensa de Buenos Aires) estima en 2500 la cantidad de trabajadores de prensa despedidos desde enero de 2016.
Pretender que el cataclismo de los medios de comunicación es consecuencia directa y exclusiva de las políticas de Fernández de Kirchner es tan estéril como tapar el sol con la mano. En un marco de transformaciones sociales, económicas, políticas y tecnológicas de carácter global, la estructura del sistema de medios argentino acusa impactos mayúsculos. Los cambios no son únicamente tecnológicos, aunque la convergencia digital acelera y dispone un entorno crítico por el surgimiento de depredadores y amenaza de extinción para especies históricas del ecosistema de la comunicación masiva; también son políticos y regulatorios, lo que refuerza la percepción de que el presente es una frontera y que al atravesarla nada será como fue.
¿Todo tiempo pasado fue mejor?
La idea de que la metamorfosis en curso o las políticas recientes son las que conmueven las bases de una construcción que fue sólida antes del kirchnerismo y consistente antes de la revolución digital, puede resultar excitante, pero es falsa. Ni el pasado fue glorioso ni el presente es promisorio.
La inscripción de estos cambios en la historia reciente del sector de la comunicación en Argentina permite advertir la lógica de una estructuración que exhibía conflictos y contradicciones profundas desde hacía décadas. Es importante mencionarlos: la excesiva concentración de la propiedad, el arancelamiento de accesos y fracturas sociales que determinaron brechas en la posibilidad de uso de bienes y servicios de la cultura, la mercantilización de los contenidos, el alquiler y subalquiler de espacios de programación o edición, la profusa asistencia estatal a través de publicidad oficial y de otras medidas como la prórroga sine die de las licencias, las moratorias impositivas y facilidades crediticias extraordinarias, la ausencia de medios estatales orientados a la promoción de la diversidad y el pluralismo (de puntos de vista, de representaciones sociales y geográficas, de géneros de programación), la proscripción del acceso a la titularidad de las licencias de radio y tv para organizaciones sin fines de lucro, la centralización geográfica de las producciones, la financierización de la estructura de propiedad, la extranjerización de actividades dinámicas del sector y la precarización de la organización de los procesos de trabajo.
Pero hasta hace unos diez años, los medios de comunicación aún gozaban del control de la cadena productiva de la información y el entretenimiento que circulaba masiva y cotidianamente, definiendo una agenda de asuntos a los que les conferían importancia y que, entonces, despertaban el interés variable de distintos grupos sociales. En el caso de las empresas de medios más poderosas, el control de la cadena productiva se extendía hasta la posesión misma de la propiedad de los eslabones necesarios para producir, editar, distribuir, exhibir y comercializar los flujos de contenidos que bombeaban la opinión pública. Tenían la sartén por el mango mientras sus propios protagonistas añoraban un pasado aún más remoto para evocar los tiempos del mítico periodismo “de calidad”.
Desde entonces, de modo creciente, la intermediación de gigantes digitales globales como Google y Facebook afectó el funcionamiento de la cadena productiva de la información y el entretenimiento quitándoles a las industrias de medios el control no sólo de la organización de los contenidos que producen sino, también, de su distribución, exhibición y comercialización. Es decir que los intermediarios digitales, caracterizados desde los medios como depredadores que parasitan los contenidos creados por éstos, se lograron insertar como molestos eslabones estratégicos del ecosistema de contenidos capturando así porciones crecientes de la renta del sector.
Las nuevas reglas económicas del juego de las comunicaciones quitan oxígeno a las empresas periodísticas para transferirlo a esos intermediarios digitales. Google y Facebook capturan el 90% de la renta publicitaria online global. No es en la Argentina sino en España donde desde la Federación de las Asociaciones de Prensa reconocen que “estamos en ciernes de una revolución del sistema publicitario, que va a tener una continuidad dramática en el futuro», porque «el mercado de prensa en España es tremendamente pequeño y cualifica muy mal. No hay manera de sacar partido a nuestros productos”, mientras vaticinan una contracción severa de la oferta de medios que engrosará de cadáveres su morgue.
La nueva escena digital expresa una doble derrota para planificar desde los medios la negociación cotidiana con otras instituciones y con el humor y valores sociales en el troquelado de la agenda pública (a menos que se crea que sólo los medios producen agenda): por un lado, el quiebre de su monopolio en la distribución, exhibición y comercialización de contenidos es percibido por otros actores (como gobiernos y empresas) como una oportunidad para desintermediar sus mensajes y dirigirse directamente a sus interlocutores sin pagar el peaje (simbólico y económico) de usar como plataforma de comunicación a los medios; por otro lado, la irrupción de los intermediarios de Internet erosiona la capacidad de los medios para medir la temperatura del humor social, las tendencias y gustos cambiantes de los diferentes grupos, así como de interpretar las razones mutantes de la agregación y desagregación de las audiencias. Moribundos, los medios pierden el conocimiento de lo que ocurre a su alrededor y con ellos mismos.
Con las organizaciones que tradicionalmente se dedicaron a la producción de contenidos debatiéndose entre la terapia intensiva con intensiva transfusión de recursos públicos y la putrefacción de sus grandes redacciones inertes, se reactiva la pregunta acerca de cómo garantizarán los Estados la obligación de proveer diversidad de puntos de vista en información y entretenimiento para asegurar el ejercicio pleno a la libertad de expresión no sólo de los pocos que sobrevivirán a la peste (en parte, gracias al intercambio de favores con los gobiernos de turno), sino del resto de la comunidad, con o sin capacidad patrimonial o de lobby privilegiado con la conducción estatal.
*Por Martín Becerra para La Izquierda Diario