«A partir de 2011, el objetivo de la cárcel en Siria es exterminar»
Un imperdible diálogo con Mustafa Khalifa, sirio que sufrió las cárceles de Hafez al-Assad y autor de «El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de Al-Asad».
Por Fabiola Barranco para El Salto
Mustafa Khalifa, nacido en el norte de Siria en 1948, tenía 33 años cuando, a pocas horas de aterrizar en su país desde París, donde estudiaba cine, se vio envuelto en una pesadilla. Este ateo de familia cristiana fue detenido por la mujabarat [servicios secretos] y acusado de pertenecer a los Hermanos Musulmanes. Una fatídica confusión que le llevó a pasar 13 años y 13 días en diferentes cárceles del régimen de Hafez al-Asad, especialmente en la prisión militar de Tadmur, en Palmira. Fue testigo y víctima de todo tipo de vejaciones y torturas, que aún hoy arrastra en su cuerpo, pero también en su memoria.
Recuerdos de aquella oscura experiencia los plasmó en el libro El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de Al-Asad, que salió a la luz por primera vez en 2008 en Francia. Este año llega su versión en castellano, traducida del árabe por Naomí Ramírez e Ignacio Gutiérrez de Terán, publicada por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.
—¿Se considera preso político?
—A pesar de que a mí se me detiene por una acusación falsa, tenemos que tener en cuenta que todos los detenidos en Siria lo son por motivos políticos, allí todo se convierte en política. Hay casos extremos como lo que llaman “la organización de los rehenes” o “el grupo de rehenes”, que son familiares detenidos, única y exclusivamente, porque los servicios de inteligencia o policía, cuando van a detener a alguien que no encuentran, se llevan al padre, la madre, el hermano o quien sea.
Este es el caso prototípico de que la detención en Siria se hace siempre por motivos políticos, aunque tú no estés en política. Esto da la idea de cuál es la naturaleza de este régimen. No sé si son cientos o miles, este tipo de casos que se podrían documentar, pero en todas las cárceles en las que he estado hay una sección dedicada a los familiares de quienes tienen una orden de detención.
—¿Qué tipo de personas se puede encontrar en las cárceles sirias?
—La cárcel en Siria es un espectro a escala reducida de lo que puede ser el país, te puedes encontrar todo dentro de la cárcel. No olvidemos que también hay niños encarcelados, a veces son familiares. Te puedes encontrar a alguien con trastornos mentales, ancianos, a gente muy culta y gente que no tiene formación académica, te encuentras con gente que está muy implicada en la política y está por una razón de oposición al régimen, y gente que no tiene nada que ver con política y no sabe por qué está ahí… La cárcel siria es un cosmos variopinto y diferente a cualquier cosa que podamos imaginar.
—En su libro cuenta que durante los 13 años en prisión estuvo sin zapatos, sin mirarse a un espejo y sin papel ni boli. ¿Qué fue lo que más echó de menos?
—La primera obsesión es recuperar la libertad. Pero todo esto del sueño y el ansia por recuperar algo va por etapas. En concreto, en la cárcel siria, es la de satisfacer las necesidades básicas, y la primera es la comida. Está claro que todos pasamos por ese periodo en el que cuando estamos dormidos soñamos con la comida. Por ejemplo, en mi experiencia, teníamos que compartir entre varias personas un trozo de pan y un huevo al día. Cuando sueñas estás desando comerlo. Se convierte en una obsesión que no te deja pensar en otra cosa.
—Al escribir ‘El caparazón’, ¿pudo desprenderse de él?
—No. Yo escribí esto para vaciarme de todo este dolor, de este padecimiento. Fue una forma de aliviarme. Después de 23 años de haber salido, sigo padeciendo todo aquello y lo sigo teniendo muy presente. Muchos de los que estuvimos en la cárcel pensamos alguna vez en el suicidio. Es llamativo que algunos de los que salieron lo pasan peor fuera que dentro. Además del caso de Nassim, que aparece en el libro, conozco otro de una persona que estuvo 15 años en la cárcel y una semana después se suicidó. Es inaguantable e insostenible, te marca tanto que, aunque estés fuera, sigues sintiendo que estás dentro.
Durante los seis primeros meses de la revolución en 2011 sí que sentí que me había liberado un poco de este caparazón y que estábamos en disposición de pasar página del régimen del caparazón. El régimen es el que nos lo ha impuesto.
—En alguna ocasión usted ha expresado que tenía dudas a la hora de publicar su relato y memorias por miedo a ser utilizado como propaganda del propio régimen, a pesar de ser un relato explícito y doloroso de las torturas cometidas…
—Conozco muy bien las entrañas del régimen, he estado dentro de sus tripas y por lo tanto sé muy bien cómo funciona. Se le suele llamar el ‘régimen del silencio y del miedo’ y sé que basa su autoridad y permanencia en el horror, en el terror que infunde en la gente. Esas son las dos premisas básicas para mantenerse. Por eso pensé que la gente al leerlo podría caer en esa idea: «Es un régimen terrible, hemos de callarnos, no hay que moverse y la única solución es aguantar, seguir teniendo miedo para sobrevivir». Pero con el tiempo se dieron otros puntos de vista y llegué a la conclusión de que era necesario desentrañar el horror de este régimen.
—No son pocos los jóvenes que participaron en los levantamientos de 2011 y que cuentan que tenían su libro escondido entre recetas de cocina o de otras mil maneras clandestinas. ¿Ha podido ser una inspiración para ellos?
—La revolución en Siria tiene unos antecedentes y unas causas económicas sociales y políticas claras, es decir, mucho más firmes que el efecto que haya podido tener este libro. Yo creo que se produce en 2011 porque esta efervescencia social de rechazo estaba madura y es cuando surge y sale a la superficie en su lucha contra un régimen represivo. Es cierto que el libro pudo influir en algún sector más o menos culto, con acceso a este tipo de relatos, que a lo mejor no era consciente de las verdaderas actividades criminales en los centros de detención.
—Quizás haya podido ver algunos informes, como el que este año publicó Amnistía Internacional, en el que denuncia condiciones inhumanas de los presos y ahorcamientos, desde 2011 a 2015. ¿Existe alguna diferencia entre las experiencias en prisión durante la época de Hafez al-Asad y durante la actual, de su hijo Bashar?
—En mi época se metía a la gente en la cárcel para evitar que influyesen sobre el resto de la sociedad. Se les metía allí no para matarlos, sino para humillarlos, para neutralizar ese peligro que el régimen creía que podía ocurrir, y si moría alguien no pasaba nada, nadie asumía responsabilidades.
A partir de 2011, el objetivo principal de la cárcel es acabar con la gente, exterminar. Ha habido un cambio cuantitativo notable, es decir, la represión y la tortura siguen ahí, pero ahora hemos ido un grado más allá en la bestialidad, en lo que es la barbarie: encerrar a la gente para acabar con ella.
—¿Tiene la sensación de que esta situación que describe es más invisible ahora?
—Quizá sabemos menos de lo que ocurre en las cárceles hoy, porque ahora son centros para exterminar físicamente, entonces los que salen son muy pocos. Es muy difícil saber lo que está ocurriendo porque parece que hay una orden tajante por orden del régimen en la línea de exterminar a todos los activistas. Recordemos que a quien más se está matando no es a las organizaciones armadas, es sobre todo a los activistas y civiles que salieron a las manifestaciones, bien como promotores, como gente normal que sale a la calle, a esos se les está exterminando.
Lo que sabemos ahora, al contrario de lo que podía ocurrir antes que sí salía más gente, es por el testimonio de los pocos que han logrado salir. O bien por filtraciones, como la famosa de César, que es una persona que trabaja desde dentro del régimen. O los documentos que se han conseguido sacar, escritos y elaborados por los propios servicios de seguridad para seguir este proceso de depuración. Tengo, por ejemplo, el testimonio de una de las pocas personas que ha conseguido salir y hablar de lo que ha vivido, que estaba en una celda de cinco por cinco metros para 150 personas, que tenían que estar de pie y no podían llevar ropa por el calor que hacía. Esas son imágenes más o menos fragmentadas que nos van llegando de lo que ocurre ahora, pero es cierto que quizás es menos visible porque no tenemos testimonios, solo unos pocos.
—¿Ve algún futuro para Siria?
—Se plantea un futuro confuso, nadie puede predecir lo que pueda ocurrir. Hay ciento y pico nacionalidades implicadas en la lucha de un lado a otro, todas las potencias mundiales y regionales están allí actuando. Es tal la confusión que solo invita a pintarlo de negro. Desde el punto de vista de Occidente, que es el actor mundial con mayor influencia todavía, vemos cómo se ha desentendido de la cuestión siria y lo ha dejado en manos de Rusia, por lo tanto, parece que la solución que se pretende es la rusa, que tampoco se sabe muy bien cuál es.
*Por Fabiola Barranco para El Salto. / Fotografía portada: Álvaro Minguito