¿Nazi, yo? ¡Pero si algunos de mis mejores amigos son judíos!

¿Nazi, yo? ¡Pero si algunos de mis mejores amigos son judíos!
5 septiembre, 2017 por Redacción La tinta

Por Pablo Martin Weber para La tinta

En 1990, meses después de la caída del Muro de Berlín, los yanquis mandaron al espacio al telescopio Hubble, el más importante de la Historia. Lejos del ruido de las ciudades, lejos de la suciedad de la atmósfera, el aparato observa. Una incógnita que nos mira desde el pasado, desde el origen: esa multiplicidad de fenómenos, de cataclismos cósmicos que a la cual le decimos «el espacio» y que nada pareciera tener que ver con nosotros, los humanos. Desde allá, allá arriba, ¡lejos!, la máquina observa. Como nosotros con nuestros celulares, en una reunión familiar, junto a los que amamos, apunta, mide, dispara: la danza de los elementos, la transformación de la materia, es dominada, maniatada por el sensor electrónico de su cámara. Los fotones viajan ¡desde lejos! (¿dije ya desde el pasado, el origen?) e ingresan a través de sus lentes al sensor: son cuantificados, codificados, transformados en información. Los científicos de la NASA la miran, la traducen, constatan los datos con sus experimentaciones empíricas, sus cálculos, sus pruebas. Es una nueva etapa en la historia de las imágenes, esa historia que comenzó en cavernas, que transitó los salones de los más poderosos clérigos de la Edad Media y que hoy tiene su símbolo más importante afuera del Planeta Tierra, orbitándolo. Los yanquis lo mandaron. Pero no lo hicieron solos, claro está. Ingenieros, físicos, astrónomos de todo el mundo participaron de esta aventura: eran épocas de neoliberalismo progresista, como lo caracterizó la pensadora norteamericana Nancy Fraser. Épocas en las que el mundo cantaba al unísono la canción del mundial de Italia y el fin de la Historia era declarado. El Día de la Independencia es la película paradigmática de esta época: la Tierra luchando contra unos extraterrestres dirigidos por la pujante norteamérica, el hegemón.

Cuenta la leyenda que cuando Ronald Reagan entró a la Casa Blanca por primera vez, le pidió a uno de sus asesores que le muestre a dónde quedaba el Salón de Guerra. «Discúlpeme, Señor Presidente, pero no tenemos un Salón de Guerra acá», dicen que fue la respuesta del confundido asesor. Esta anécdota es demasiado perfecta para ser cierta. El presidente norteamericano más importante de los últimos cuarenta años, que era actor y que llevó a cabo las transformaciones económicas más importantes del siglo XX en la principal potencia mundial, lo primero que hace al entrar al gobierno es preguntar por The War Room, una locación imaginada por Stanley Kubrick para su película Dr. Strangelove. Exquisito. Esta imagen nos puede servir para pensar la política norteamericana contemporánea.

En 1915, D. W. Griffith, el padre del cine moderno filmaba El nacimiento de una nación, la película que por primera vez contaba ese relato mítico llamado Estados Unidos. Dos años después, Lenin afirmaba: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”. La historia del cine, es decir, la historia del siglo XX, puede leerse como una nota al pie de estos dos hechos. El cine como instrumento político y el cine como elemento articulador de relatos hegemónicos en torno a nociones tales como patria, estado, nación, comunidad, etc.

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Distintos son hoy los paradigmas de consumo cultural y distintas las maneras de comunicar en política. Treinta años de neoliberalismo y revolución informática entre medio han transformado incluso la noción misma de imagen. Como afirma Mark Fisher en su, Realismo Capitalista, la línea que antes dividía a “la vida” y “el trabajo” se ha ido borrando progresivamente. En el neoliberalismo trabajamos las veinticuatro horas del día.

De la misma manera, la división abrupta con respecto a nuestra percepción cotidiana del espacio-tiempo que implicaba el consumo de cine en una sala oscura también ha sido eliminada. Esto no quiere decir, naturalmente, que estemos viendo películas todo el tiempo sino que ya no es necesario romper con nuestra percepción cotidiana para entrar a una sala oscura y verlas. En cambio, los paradigmas de consumo de productos audiovisuales han sido transformados por las tecnologías de la información y la digitalización de las imágenes.

Hoy consumimos videos, imágenes y sonidos las veinticuatro horas del día desde esas pequeñas pantallas que la mayoría llevamos en nuestros bolsillos y pagamos una renta mensual para ello. Las imágenes son transformadas en información y la información es hoy, el producto por excelencia. Se mueven más millones de dólares en la industria de la información que en la del petróleo. Así, en las sociedades contemporáneas, la información y el trabajo son omnipresentes.


La «Alt-Right», los nazis que marcharon en Charlottesville, Virginia semanas atrás han sabido articular estos fenómenos inteligentemente a la hora de construir su movimiento político y pensar la comunicación virtual del mismo. Es cierto que no fueron más de cuatrocientas personas las que marcharon, pero la habilidad con la que han sabido inundar las redes sociales y los foros de discusión pública ha sido magistral.


El video de Vice News que documenta el suceso y que sigue durante todo el día al líder de un pequeño grupo de neonazis muy radicales tiene más de treinta y siete millones de reproducciones sólo en Facebook. Éste fenómeno político es único en la historia: comenzó en redes sociales como Reddit, 4chan, etc. y se esparció hacia la totalidad de la discusión pública norteamericana. Muchos de los participantes afirman no haber tenido una motivación política al inicio. Adolescentes desempleados, sin grandes motivaciones que se juntaban en redes sociales a hacer memes depresivos sobre el suicidio y que fueron tomándole el gusto al humor negro, el machismo y el antisemitismo solo para molestar (to trigger, palabra de moda para referirse a la reacción de las feministas online) y en el cual poco a poco se fueron colando ideólogos provenientes de los sectores más conservadores (o paleo conservadores) que supieron inteligentemente captar y canalizar el descontento de estos jóvenes a través de la movilización política anti-inmigración y anti-feminista.


Al mismo tiempo sería un error declarar que este evento ha sido realizado en apoyo a Trump: la coalición que lo llevó al gobierno no es homogénea ni mucho menos armónica. Hay una disputa interna feroz entre los neocons (neoconservadores) más cercanos al establishment y los sectores más cercanos a posturas nacionalistas y anti-belicistas, cuyos principales líderes toman como referencia al oscuro pensador italiano Julius Evola, cercano a ciertos postulados del fascismo italiano y cuyos planteos se alejan y complejizan el lugar común de pensar al fascismo y su relación con las nociones biologicistas de la superioridad de la raza aria. “Las razas puras, en el sentido absoluto, no existen actualmente sino en raros individuos. Eso no impide que el concepto de raza pura sea tomado como un punto de referencia, sino en términos de ideal y de objetivo a realizar“. De este tipo de frases sacadas de contexto se agarran Richard Spencer y otros referentes del xenófobo movimiento para discutir en los medios cada vez que se los declara nazis. Lo cierto es que algunos de sus seguidores no los ayudan demasiado en esta tarea. De todas maneras, la Alt-Right domina la discusión pública norteamericana hace al menos un mes, lo cual no deja de ser preocupante ya que, como diría Roger Stone, el asesor publicitario de Trump: Its better to be infamous than not famous at all (es mejor ser infame que no ser famoso).

Estamos entrando en una etapa muy compleja para el gobierno de Donald Trump. Su presidencia ha sido errática, fatídica: despidió a su Jefe de Gabinete, Reince Priebus (neocon), a su Director de Comunicaciones, Sean Spicer (neocon), a uno de sus asesores más cercanos, Steve Bannon (alt-right). La lista de los despidos no es corta. You’re fired! Era su frase más famosa en el reality show que lo tenía como protagonista, The Apprentice. Entró a la Casa Blanca con un mandato popular claro: Drain the swamp! (“escurrir el pantano” en español). Y sin embargo, al ingresar en la Sala Oval, se rodeó del mismo barro que se suponía venía a combatir: banqueros de Goldman Sachs, asesores de la época de Bush, empresarios amigos, CEOs de petroleras. En su inauguración entró serio, enojado, con la certeza del nene malcriado que te mira y te dice ¡mirá lo que hago!. Obama lo escoltó con respeto hacia el podio, en el que juró en nombre de la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica y pronunció las palabras que sus seguidores estaban esperando, sus deplorables (deplorables, así se refirió su competidora Hillary Clinton a los seguidores del magnate neoyorquino durante la campaña) y les dijo: We are giving back the power to you… the people (les estamos devolviendo el poder a ustedes… el pueblo). alt-right-derecha-eeuu-trump

El establishment (judío, agregarían algunos de sus seguidores que hemos visto marchando recientemente) había sido derrotado: la CNN, Hollywood, el Complejo Industrial Militar, Sillicon Valley, the globalist (los globalistas), empecinados en mantener un imperio militar que se resquebrajaba a pedazos sobre las ruinas que él mismo supo construir. El mismo establishment que aventuró con mentiras a la sociedad norteamericana a una invasión asesina, criminal en nombre de Dios y al servicio de los poderes económicos en Irak. El mismo establishment que, como lo ha indicado el politólogo español Manolo Monereo, está viviendo su Momento Polanyi. Polanyi, quien estaba pensando primordialmente los fenómenos del fascismo y el socialismo, fue un autor austriaco que (de manera muy simplificada) se imaginó a la economía capitalista en dos ciclos, alternándose entre sí permanentemente: un primer momento en el cual se realizan medidas radicales de liberación económica y un segundo momento en el cual la sociedad reacciona ante ellas. Y así las etapas históricas se alternan. Un ciclo A de ejecución y un ciclo B de respuesta. Según Monereo “la globalización capitalista vive ya en este ciclo. Ha habido una primera etapa de globalización triunfante, de liberalización progresista y de una coalición cosmopolita de clases en favor de ella. Desde la crisis del 2007 estamos viviendo una fase B, es decir, una insurrección global plebeya, nacional popular contra una globalización percibida ya como depredadora, alienante y crecientemente incompatible con los derechos sociales, con la democracia y, más allá, con la dignidad humana”.


El futuro de la presidencia del magnate depende de cómo se resolverá está paradoja: ¿profundización neoliberal o nacionalismo? ¿Patria o Imperio?. Todo pareciera indicar que los sectores más poderosos han penetrado de tal manera el gobierno de Trump que pronto dicha dicotomía se resolverá de manera favorable para las elites neoconservadoras cercanas a la gran industria del lobby.


El mes pasado, Trump anunció que, contrario a lo que dijo en su campaña, no retirará a sus tropas de Afganistán. Esto puede llegar a desencadenar una guerra de pujas internas inimaginable. La Alt-Right es extremadamente antibelicista y no se quedará de brazos cruzados viendo como la campaña por la que tanto lucharon el año pasado es tomada por los poderes fácticos del Deep-State (el Estado Profundo) al servicio de capitales internacionales que poco interés tienen en los pobres blancos del midwest norteamericano. Todo esto con el escándalo periodístico de fondo por el supuesto “trato” que hizo la campaña del presidente con los servicios secretos rusos para perjudicar la campaña de Hillary Clinton a través de filtraciones de emails privados con información comprometedora.

Mientras tanto, Estados Unidos se desgasta en batallas culturales extremadamente polarizadas y poblaciones enteras desaparecen al ritmo de las necesidades del capitalismo contemporáneo: ya no hay lugar en esta economía para ellos, los mineros cuyos padres forjaron la potencia de una nación vigorosa, pujante; mineros cuyos padres murieron en nombre de la Libertad, con Dios de su lado: ya no hay nada para ellos y contemplan el desierto que dejó ese capitalismo que ya no existe con odio, resentimiento. Los comediantes en la televisión se les burlan: son racistas, son analfabetos, su Dios es constantemente menospreciado. Los mismos comediantes, opinólogos que ya no saben qué decir, qué hacer, para volver a aquellas épocas en las que viajaban a África para fotografiarse ayudando niñitos, en las que compraban sus cafés orgánicos para salvar al planeta y veían sus películas de Michael Moore para indignarse por las injusticias que sacuden a la tierra. Una época en la que los deplorables no hacían valer su voluntad democrática, en las que se contentaban armando hamburguesas, reponiendo vidrieras, fregando pisos. Una época en la que la armonía racial reinaba: my latino nanny, my african american plumber, my jewish lawyer. Una América que ya no existe, que nunca existió y que desde la periferia vemos desangrar en las pantallas de nuestros celulares, en la parada del colectivo, en nuestras casas. Y mientras tanto, el Hubble sigue allá arriba.

* Por Pablo Martin Weber para La tinta

Palabras claves: Alt-Right, Donald Trump, Estados Unidos

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