“No existe la posibilidad de reparar el daño, lo que existe es la posibilidad de dejar memoria de las atrocidades”
La fotografía no puede restituirle la integridad al cuerpo que registra (…) La fotografía, mostrada y puesta en circulación, se convierte en la condición pública que nos hace sentir indignación y construir visiones políticas para incorporar y articular esa indignación.
Judith Butler. Marcos de guerra. Las vidas lloradas.
Por Debora Cerutti para La tinta
Hoy a las 19:30, inaugura en Córdoba “El costo humano de los agrotóxicos”, trabajo fotográfico de Pablo Piovano en el Museo de Bellas Artes Evita. Imágenes urgentes que nos enlazan con cuerpos fumigados, con dolores ajenos pero al mismo tiempo cercanos, con víctimas de este país que se convirtió en Sojazistán.
Chaco, Misiones, Córdoba y Santa Fe son las provincias que Pablo Piovano recorrio durante tres años recogiendo un centenar de testimonios de los que han sido víctimas de las fumigaciones con agrotóxicos en Argentina. Su decisión de salir a documentar lo que estaba pasando ocurre en un momento singular del modelo de muerte que en Argentina se viene imponiendo con fuerza desde la década del noventa. Un momento en que las denuncias de lo que el glifosato (entre otros agroquímicos) produce en los cuerpos y en los territorios no se podía seguir ocultando: “Llega en un momento justo donde todo eso se estaba sucediendo, donde empezaba a haber libros escritos, investigaciones periodísticas, quizás faltaba ver los rostros, poner en imágenes todo eso. Entonces, de alguna manera fue contundente el momento en que se sucede este trabajo, para apoyar todos esos otros movimientos, para que sea parte de ese tejido de resistencia y conciencia”, afirma Pablo en una reflexión respecto al valor de sus fotografías.
Habían comenzado a alzarse voces que cada vez más se tejían entre sí: la Red de Médicos y Pueblos Fumigados llevaba adelante relevamientos de enfermedades en los pueblos cercanos a plantaciones de soja, las Madres de Ituzaingó Anexo (que desde hacía más de una década venían denunciando las enfermedades en el barrio producto de los agroquímicos) en la provincia de Córdoba, llegaban a una instancia judicial en la que se afirmaba que fumigar es un delito. En Malvinas Argentina se llevaba adelante el bloqueo a la planta procesadora de semillas de Monsanto que finalmente fue expulsada del territorio cordobés. Andrés Carrasco confirmaba científicamente los efectos devastadores del glifosato, lo que le significó la persecución dentro del organismo máximo de ciencia y técnica en Argentina.
En este marco, llegan los viajes y las fotografías de Piovano. Acercan a nuestras miradas esos cuerpos, esos rostros, esos territorios dañados de manera irreparable: “no podía correr los ojos ni el corazón de ello. Durante todo este tiempo no pude dejar de mirar eso, me han abierto las puertas de muchísimas casas, su intimidad, su dolor”, nos dice Pablo, que narra, con cuidadosas palabras, sus pasos cercanos a las madres de niños fumigados, cuyo amor y dolor le dieron la fortaleza para continuar el viaje tras cada visita a un hogar. Seguir entrando a otras casas y recorriendo kilómetros para ser testigo y testimonio con sus fotografías del costo humano de los agrotóxicos.
Hoy llega la muestra a Córdoba, provincia caracterizada por Piovano como “corazón de la soja, corazón de la resistencia y de la lucha también”.
“Para mí es un buen paso estar aquí a pesar de que este es el Museo Superior de Bellas Artes, donde se cuelgan “obras de arte” y mi trabajo es una denuncia. Mi trabajo es sobre todo eso. Y lo demás es casualidad”, nos dice. En ese sentido, su trabajo trasluce un acercamiento a esos cuerpos fotografiados desde la comprensión del dolor de esas mujeres y hombres.
Desde un lugar comprometido con el periodismo de investigación, Pablo se afirma como comunicador: “Ese es mi oficio, mi tarea y mi destino en este tiempo, en este lugar. Me pregunto siempre cuál es la mejor manera de hacerlo. De qué manera ser lo más honroso posible con esa tarea. Y sentencia: “Para hacer periodismo de investigación me tuve que tomar vacaciones. Así están los medios en este momento. No hay quien financie un trabajo con seriedad. Lo tenemos que hacer por nuestros propios medios”.
En ese sentido, Piovano cuenta que en el año 2014, cuando realizó uno de sus viajes en tiempo de vacaciones, lo que estaba ocurriendo en el país en torno a las fumigaciones era escasamente difundido por los grandes medios de comunicación, sobre todo de Buenos Aires. Eso impulsó también su decisión de salir a hacer este trabajo documental y periodístico: “Soy consciente de lo que hay enfrente. Y de lo que está en juego. Un negocio muy grande. Si ellos pueden controlar los alimentos, controlan nuestra salud, si controlan nuestra salud, controlan nuestra libertad. Y este pequeño trabajo en realidad, lo que intenta es aportar a que cuestionemos, por lo menos, lo que nos están queriendo meter por cojones. Sin que nos demos cuenta”, afirma Pablo.
Sus fotografías nos conmueven, nos alertan, nos atraviesan la piel. Nos dicen que no sólo las vidas de esas personas retratadas están en juego. También la soberanía alimentaria del mundo. Recorrer su muestra es una invitación a mirar, a sentir y a construir visiones políticas que nos permitan mantener la memoria de las atrocidades que comete el capitalismo, pero también, actuar para detener la destrucción sobre nuestros cuerpos, territorios y bienes comunes.
*Por Debora Cerutti para La tinta / Fotos: Colectivo Manifiesto