Servicio electoral, sacramental y obligatorio
Ya hemos escrito que no se vota porque hay democracia, sino que hay democracia porque se vota. O sea: el ritual del voto permite alucinar con imágenes de la democracia, con la cual suponíamos que comíamos, curábamos y educábamos. Y delirar con tener representantes, funcionarios, gobiernos que se ocupan y preocupan por sostener y mejorar nuestra vida. Este “alucinatorio social” tiene un fundante que me interesa interpelar: el voto obligatorio.
Por Alfredo Grande para Agencia Pelota de trapo
Con honrosas excepciones, la vacunación por ejemplo, lo obligatorio congela un debate. Coagula una experiencia. Repite un acierto. Inmoviliza una reflexión. Eterniza una decisión. Uno de los mejores ejemplos, pero también de las peores experiencias, fue el servicio militar obligatorio. Duró casi 90 años. Fue un invento reaccionario del coronel Capdevilla y funcional a la cultura represora. Domesticaba a los jóvenes y tranquilizaba las malas conciencias burguesas de sus padres. Lo que no impedía que todos quisieran “salvarse”.
Una vez el cura obrero Fernando Portillo, al que conocí en esa aventura del coraje que fue el Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio (FOSMO) que fundara Eduardo Pimentel, me dijo que nunca lo habían invitado a una fiesta porque el joven había sacado número alto y tenía asegurados dos años en la marina. O sea: la constante de ajuste de la hipocresía abarca la sexualidad y la política. Y en proporciones similares.
La obligatoriedad era un reaseguro para que todos los jóvenes lo hicieran, o sea, fueran tamizados y aplastados por las formas acotadas del terrorismo de estado. Y no tan acotadas. Decenas de jóvenes fueron asesinados. Conocí a Eudoro Palacio, cuyo hijo fue masacrado a patadas. El último caso fue el del conscripto Carrasco. Menem suspendió la aplicación de la ley. Pero esa nefasta ley nunca se derogó. Y digo nunca. Un tal Ischii quiere reimplantarlo con algún maquillaje de ocasión.
La cultura represora adora la obligatoriedad. Porque cuando hay mandato, se realiza un per saltum del deseo. Para impedir discusiones molestas. Domingo: ravioles. Y misa. Matrimonio obligatorio, o sacramental que no es lo mismo pero es igual. Pues mal: el voto es obligatorio y sacramental. Es como un miriñaque para la endeble estructura de la demo blanda. Pero cada dos años la magia vuelve. Y entonces aparecen alianzas inesperadas, nuevas siglas para el universo del desconocimiento partidario, ficciones y micciones para todos los gustos.
La mayoría de los candidatos, incluso de la izquierda, sonríen. Tampoco Benedetti entendía por qué se reía el ministro. “Candidato, dígame porque sonríe”, escribo pensando en Mario. Hay una opción: sueñan con ser elegidos. Y entonces, dietas más, dietas menos, se abre el fascinante mundo de la política show. El Gran Hermano Democrático, pauta oficial mediante, permite que todas las voces todas, o al menos casi todas las voces no todas, se escuchen en programas periodísticos con formato deportivo, en spots publicitarios, en trailers de noticieros, en repeticiones permanentes.
El rating de los debates sube y sube, como la espumita. Si de noche todos los gatos son pardos, en vísperas de elecciones todos los comunicadores parecen progre.
(A siete años de los asesinatos de Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco en Villa Lugano, el policía federal Daniel Veyga fue absuelto por el Tribunal Oral Criminal Número 16, al dar como válida la versión del acusado, en la que se presentó como víctima de un robo, del que logró defenderse descargando su arma reglamentaria en la cabeza de los jóvenes de 18 y 25 años. La fiscal Helena Díaz Cano había solicitado 9 años de prisión; el abogado de la querella, Matías Busso, pidió condena perpetua. En medio de un fuertísimo operativo policial, la sentencia del tribunal —cuyos argumentos se conocerán más adelante—, exculpó al policía y desde mañana “podrá volver a la fuerza y va a recibir una indemnización por hacerlo”, señaló Busso. “Muchas gracias”, fueron las palabras finales del policía en la audiencia previa a la sentencia).
La impunidad no sabe de urnas. Como la ruleta bursátil, está 24 horas en línea. En cada voto, hay cuotas microscópicas de impunidad. Porque sostenemos a una democracia que ya he bautizado como “Dictadura de la Burguesía” y también “Indemocracia”.
Por lo tanto, una operación rescate de esa estafa legal que la obligatoriedad permite, es un debate sobre un voto no obligatorio. O sea: se votará desde el deseo, no desde el mandato. Caerán como oscuras golondrinas acalambradas, las falsas mayorías que otorgan al Poder un carácter sacramental . Ya tenemos una remake de la Alianza Anticomunista Argentina, que en el gobierno de Juan Domingo Perón e Isabel Perón, construyera el ministro de Bienestar Social. El brujo José López Rega. El mediodía 27 de junio del 2017 apareció en la puerta del Centro de Integración Social Milagro Sala un cartel que contiene un logo circular con un Falcón en el medio y una leyenda alrededor “Acción Anti Comunista Argentina” en obvia alusión a la A.A.A. (Alianza Anticomunista Argentina).
Segundas partes nunca fueron buenas. O sea: pueden ser peores. Pero conviene no olvidar que el monstruo de todas las dictaduras fue incubado en la santidad de todas las democracias. Sigo pensando que sólo el pueblo salvará al pueblo. Pero un pueblo que se empodere de sus deseos, y se “desempodere” de sus mandatos. Obligatorios y sacramentales. Solamente así podrá honrar y luchar la vida.
*Por Alfredo Grande para Agencia Pelota de trapo / Dedicado a Kiki Lezcano y Ezequiel Blanco