El mal que dura cien años
Por Roxana Sandá para Página/12
El título en dólares a cien años que lanzó el gobierno de Mauricio Macri, hecho inédito en la historia del país, que por primera vez contrae deuda externa a lo largo de un siglo hipotecando la vida de varias generaciones, forma parte de una maquinaria aceitada para el ajuste que repercute especialmente hacia el interior de las economías populares pero duele de manera diferencial en el cuerpo de las mujeres. La noticia más alarmante y menos visible es que esa relación entre endeudamiento público, privado y finanzas pone en crisis la reproducción de la vida, que en la mayoría de los hogares depende de las mujeres y sus tácticas de supervivencia cotidiana.
Desdibujadas las metas de empoderamiento, la explotación financiera “permite trazar una conexión entre el aumento de las violencias machistas y la financierización de las economías populares porque revela la relación íntima entre deuda y sujeción, entre deuda e imposibilidad de autonomía económica y porque, de modo literal, convierte a la deuda en un modo de fijación y subordinación a los ámbitos de violencia”, explica la investigadora, docente e integrante del colectivo Ni Una Menos, Verónica Gago, en su trabajo “¿Hay una guerra ‘en’ el cuerpo de las mujeres? Finanzas, territorios y violencias” (UBA-Unsam-Conicet). La formulación es paradójica, dirá Gago en otra de sus ponencias, porque implica de forma simultánea explotación, autonomía y resistencia al neoliberalismo desde las clases populares.
La deuda externa que digitaron HSBC, Citigroup, Santander y Nomura en 2.750 millones de dólares y que el ministro de Finanzas, Luis Caputo, publicita como un acto providencial de credibilidad y confianza es otra expresión de las tantas formas de violencia que se derraman desde el 10 de diciembre de 2016 y que ponen en riesgo, sobre todo, las vidas de jóvenes, mujeres y de personas del colectivo lgbtti. Lxs expone a niveles de precarización imposibles de mensurar porque tampoco existen registros oficiales que den cuenta de esas caídas en picada, y los ata a un endeudamiento cotidiano adosado a la flexibilización laboral, los cierres de fábricas con tendales de familias en las calles, la reducción del gasto público y los controles de producción cuasi policiales que desestabilizan con especificidad a miles de trabajadoras, en gran medida a cargo de las economías del cuidado de hijxs y de adultos mayores, y sumergidas en una multiplicidad de recursos informales.
“Las finanzas, a través de las deudas, constituyen una forma de explotación directa de la fuerza de trabajo, de la potencia vital y de la capacidad de organización de las mujeres en las casas, en los barrios, en los territorios”, expresaba el documento de NiUnaMenos, #DesendeudadasNosQueremos, en el marco de la marcha del 10 de mayo, en repudio al fallo del 2×1 para los genocidas. “La violencia machista se hace aun más fuerte con la feminización de la pobreza y la falta de autonomía económica que implica el endeudamiento”. Es en el filo de ese sistema financiero que las bancariza compulsivamente donde las mujeres deben apoyarse contra su voluntad para percibir subsidios sociales que el propio macrismo deplora porque ve allí un gasto innecesario y lo deja caer con estrépito o clausura con decretos vergonzosos e impide el ingreso de nuevas beneficiarias, como está sucediendo en muchas provincias, aun cuando son actoras esenciales en los procesos de producción. “En el marco de la bancarización compulsiva de los subsidios sociales en los últimos años -lo cual incorporó a miles de nuevas usuarias al sistema financiero bajo el slogan de la `democratización bancaria`-, las mujeres tienen un papel fundamental como jefas de hogar y proveedoras de recursos en las tramas de cooperación social.”
En el primer trimestre de este año el desempleo creció al 9,2 por ciento y alcanza a 1.700.000 desocupadxs. Según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec expandida al total del país, hubo 220.000 ocupadxs menos entre el cuarto trimestre de 2016 y el primero de 2017. Pero estas muestras que orientan sobre las (des)economías labradas en el día a día de las mujeres, expresa el colectivo NUM, es una abstracción para las políticas financieras neoliberales, que cuentan los porotos con cristales macro. “¿Cómo vamos a poder decir basta a la violencia machista cuando cualquier desequilibrio de la frágil estructura económica en la que vivimos nos deja a la intemperie absoluta? Si vamos a un refugio para sobrevivir a la violencia, ¿cómo pagamos las cuentas al día siguiente?”.
Las últimas cifras del Indec revelan que el desempleo entre lxs jóvenes duplica la tasa promedio y es mayor en mujeres que en varones. Son los sectores que tienen menos acceso a oportunidades de empleo estable y más necesidades económicas en un contexto de recesión. Esta semana, el Ministerio de Trabajo rechazó el pedido de incorporación de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) al Consejo del Salario Mínimo en la negociación realizada para el 27 de junio, un revés de piedra para los movimientos sociales, en una organización con personería social constituida en gran parte por delegadas de la economía popular.
Campea una arquitectura estructural que amplifica la desigualdad social y económica con mayor exclusión y desempleo de aquí a fin de año, que favorece las violencias en las relaciones interpersonales con su manifestación extrema del femicidio, criminaliza la protesta y promueve detenciones arbitrarias. En ese armado, el desenfreno el ajuste recae sobre las mujeres y sus redes en cada uno de los espacios de asistencia y fortalecimiento, desmantelados con la excusa insostenible de la corruptela y la pesada herencia, cuando lo que se pergeña es el achique voraz del Estado.
A la meritocracia no le interesa que en cada movilización de todas las que dicen basta se accionen colectivas sociales, políticas y sindicales contra toda forma de explotación. Representan un costo innecesario por lo elevado para los poderes hegemónicos, que acuerdan en la aplicación de disciplinamientos correctivos con persecuciones, clausura del trabajo autogestivo y de la economía popular, y más despidos en desmedro de conquistas centrales. Es cierto que no habrá Ni Una Menos – Vivas Nos Queremos con deudas feroces que sólo entronizan miseria para degradar e invisibilizar. Pero no sea cosa que tantas brujas logren desterrar la pesadilla con más puños en alto.
*Por Roxana Sandá para Página/12. Foto: En Movimiento TV.