De Santiago a París: dos historias sobre estadios y el horror
Las selecciones de fútbol de Chile y Rusia volvieron a enfrentarse en un amistoso que siempre recordará aquel día en el que la URSS decidió perderse el Mundial de 1974 al negarse a jugar en el estadio que Pinochet usaba como campo de concentración. También se disputó la final de Roland Garros, cuyas gradas hicieron de techo para miles de judíos que esperaban ser llevados a la Alemania nazi.
Durante el fin de semana dos acontecimientos deportivos revivieron un recuerdo que la historia del deporte prefiere eludir o al menos no profundizar demasiado: el uso que diferentes regímenes autoritarios y fascistas le han dado a los estadios para desarrollar sus planes sistemáticos de exterminio. Hablamos del encuentro amistoso entre las selecciones masculinas de fútbol de Rusia y Chile y de la final del Abierto de Tenis de Francia de Roland Garros.
La primera historia es más conocida. En las eliminatorias para el Mundial de fútbol de 1974, el seleccionado chileno debía enfrentarse en un repechaje ante Rusia a pocos días del golpe de Estado de Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende. Como parte de su alineamiento con Estados Unidos, el dictador decidió romper relaciones con el Kremlin. A medida que se profundizaba la tensión bilateral con la Unión Soviética, el Estadio Nacional de Santiago se llenaba de detenidos políticos que eran torturados y asesinados. Luego de varios idas y vueltas, con el temor de algunos jugadores de viajar y que sus familias sean detenidas, decidieron disputar el primer partido en Moscú, el cual finalizó 0-0 y todo quedó a la espera de una definición en Santiago.
En ese paréntesis, entre partido y partido, la URSS denunció que el mayor escenario deportivo de Chile y sede del encuentro definitorio funcionaba como campo de concentración. Una delegación de FIFA “inspeccionó” el estadio y, pese a que aún permanecían cerca de 7 mil detenidos, emitió el siguiente resultado: “tranquilidad total”.
Así fue como el gobierno soviético comunicó oficialmente que “por consideraciones morales los deportistas soviéticos no pueden en este momento jugar en el estadio de Santiago, salpicado con la sangre de los patriotas chilenos”. Sin miedo al ridículo, Pinochet y la FIFA estuvieron de acuerdo en desarrollar de todos modos el encuentro. A la hora señalada, el equipo local salió a la cancha y ante 18 mil espectadores sacaron del medio, dieron algunos pases, llegaron hasta el arco contrario y convirtieron. Nadie se había interpuesto en su camino, no había equipo rival. Chile ganó 1-0 y clasificó a la cita mundialista.
Pero la otra historia, menos conocida para quienes vivimos en este continente es la de Roland Garros.
El pasado domingo se disputó la final de la edición 2017 del Abierto de Francia y allí Rafael Nadal pasó a la historia al convertirse en el primer tenista en ganar el torneo por décima vez. Ese escenario, donde el español abrazó como nunca el trofeo, también sirvió de infraestructura para la detención y la tortura.
La historia de este estadio es curiosa desde su origen. La Federación de Tenis de Francia no buscaba erigir un lugar para esta competencia sino para albergar a la selección local que disputaba la Copa Davis. Luego del entusiasmo que generó su obtención en 1927, de la mano de “los cuatro mosqueteros” (Jacques Brugnon, Jean Borotra, Henri Cochet y René Lacoste) los galos se adueñaron de la competencia hasta 1932.
Acorde a los tiempos post Primera Guerra Mundial, se escogió un nombre ajeno a lo meramente deportivo. Si bien se desconoce cuáles eran las aptitudes del aviador Roland Garros para jugar tenis, las autoridades decidieron homenajearlo como héroe militar y por ser el primer hombre en pilotar sobre el mar Mediterráneo.
Pero doce años más tarde, en 1939, el avance de los conflictos bélicos que volvían a golpear las puertas de Europa llevó al gobierno parisino a utilizarlo para depositar allí a políticos disidentes, extranjeros o cualquiera que pudiese ser sospechado de espionaje.
Ya en 1940 –año en el que se suspendió el torneo hasta 1946- con el avance de la ocupación alemana, el Stand Roland Garros pasó a ser uno de los destinos centrales para concentrar a todos los judíos detenidos que debían ser trasladados a territorio germano.
El escritor Arthur Koestler supo dar cuenta de sus experiencias como prisionero en el libro Oscuridad al Mediodía: «En Roland Garros nos autodenominábamos cavernícolas, unos 600 de nosotros vivíamos debajo de las escaleras del estadio», contó el historiador y periodista húngaro. «Dormíamos sobre paja mojada porque había goteras y estábamos tan apretujados que nos sentíamos como sardinas».
Koestler exponen los hechos desde una mirada única que sólo puede entender quien ve el horror en primera persona. Pese a las condiciones en las que tuvo que vivir en el máximo teatro del tenis sobre polvo de ladrillo, no duda en afirmar que “comparado con nuestras experiencias en el pasado y el futuro, Roland Garros era un parque de diversiones». Según su testimonio, cuando los dejaban caminar en el estadio observaban en los tableros “los nombres de Borotra y Brugnon”, dos de aquellos cuatro mosqueteros que motivaron la construcción del estadio.
Vale matizar sobre un aspecto en particular en la historia de ambos estadios: la reivindicación de estos lugares como espacios para recordar y no olvidar el horror. Al respecto es importante señalar que el 11 de septiembre de 2003, a 30 años del golpe de Pinochet, se declaró al Estadio Nacional de Santiago Monumento Histórico y desde entonces, pese a las remodelaciones que se le hicieron, nunca se tocaron los viejos tablones de madera ni el sector ubicado debajo de la tribuna de la puerta 8. Incluso, en su interior hay fotos de Allende defendiéndose en el Palacio de la Moneda y hasta de detenidos que eran «paseados» por las tribunas. Sin embargo, si Koestler hubiera revivido para ver la final del domingo en Roland Garros sólo hubiese notado una diferencia: el tablero decía Nadal y Wawrinka.