La voz de nuestras rabias

La voz de nuestras rabias
24 mayo, 2017 por Redacción La tinta

Por Marisa Avigliano

Un tren cruza la provincia de Buenos Aires con destino largo. En uno de los vagones hay ejemplares de Nuestra Tribuna, el periódico internacional anarquista escrito y dirigido por mujeres entre 1922 y 1924/25. La fundación de aquellas primeras cuatro hojas quincenales del sentir anárquico femenino fue a orillas del mar, en Necochea, y estuvo a cargo de una planchadora madrileña que apenas sabía leer y escribir cuando llegó a la Argentina con su madre en julio del primer año del siglo XX.

Esa planchadora era Juana y aquel tren unía patria y palabras. “Somos proletarias, hijas del hambre y la miseria” decían quienes en la década del veinte denunciaban los abusos de la iglesia y hablaban de la maternidad responsable.

Cuando escribieron que Kurt Wilckens -aquel delgado hombre de negro que el cine nacional de los setenta mostró matando a Héctor Alterio- era un héroe por haber vengado el 25 de enero de 1923 la matanza de la Patagonia dándole muerte al teniente coronel Héctor Benigno Varela, la Liga Patriótica Argentina las convirtió en mujeres perseguidas.

No era la primera vez que perseguían a Juana, casi no habían hecho otra cosa. Juanita no había ido nunca a la escuela, su hermano mayor fue su maestro y quien la llevó a las primeras reuniones obreras.


“¿Dónde están las compañeras de estos hombres anarquistas que no vienen a las reuniones? ¿Será que ellos son anarquistas de la puerta para fuera? ¿Será que una mujer libre no se amolda a la tiranía del hogar?”


El 1 de mayo de 1904 Juana estuvo en la plaza en la que mataron a Juan Ocampo, el marinero víctima de la represión roquista y un año después era su voz la que representaba a los obreros en huelga de una azucarera rosarina. Un vértigo de fechas y batallas se superponen en la biografía, mientras funda junto a María Collazo, Virginia Bolten, Marta Neweelstein y Teresa Caporaletti el Centro Femenino Anarquista y defiende a las familias desalojadas de los conventillos, la Ley de Residencia (durante la presidencia de Figueroa Alcorta) la deporta a España. La inmigrante emigrada vive destierros nuevos, esta vez, por defender al pedagogo Francisco Ferrer Guardia, la mandan a Marsella.

Las mudanzas obligadas a las que la sometían sólo cambiaban el lugar, nunca a ella. Mientras se ganaba la vida planchando y se relacionaba con anarquistas en el exilio organizaba su retorno al Río de la Plata. En 1909 Juana se puso un delantal de camarera y se embarcó en el Príncipe de Udine rumbo a Uruguay.

El buen vértigo continuaba. Escribía en La Nueva Senda (con Collazo y Bolten) cuando repudia el fusilamiento de Ferrer Guardia y se salva de otra mudanza obligada. Juana se había mudado antes, mudanza de ropa. Vestida de hombre vivió casi encubierta durante varios meses hasta que cruzó clandestina el charco llevando apellido nuevo, Rouco, antes sólo era Juana Buela.

En la rueda libertaria giran nuevas publicaciones anarquistas, un lugar en el Consejo Federal de la FORA y otra empalagosa deportación por haber participado en las protestas durante los festejos por el Centenario. Otra vez Uruguay y esta vez para meterla presa. Un viaje truncado a Francia la obligó a bajar en Río de Janeiro donde vivió hasta 1917 cuando volvió definitivamente a la Argentina. Participó en el Congreso Internacional Femenino de 1928, resistió a Uriburu y se opuso a un sector del peronismo.

Aquel tren que repetía las palabras que venían del mar de las mujeres repite otras que Juana solía preguntarse: “¿Dónde están las compañeras de estos hombres anarquistas que no vienen a las reuniones? ¿Será que ellos son anarquistas de la puerta para fuera? ¿Será que una mujer libre no se amolda a la tiranía del hogar?”.

*Por Marisa Avigliano para Página/12. Publicado en Izquierdos Humanos.

Palabras claves: anarquismo, feminismo, Juana Rouco Buela

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