Virginia Bolten, la palabra rugiente
“Nos encontramos en la calle Rioja entre Libertad y Progreso”. Anarquistas y socialistas de Rosario sabían lo que eso significaba en el siglo XIX: una reunión en el Café La Bastilla, donde funcionaba un ateneo de internacionalistas franceses, italianos, alemanes, austríacos y españoles agrupados bajo la denominada “Asamblea Internacional de Rosario”. En ese lugar dijeron basta. Basta de jornadas laborales de más de diez horas, basta de salarios bajos, basta de viviendas indignas. Allí también decidieron quiénes serían sus representantes en el acto del 1° de mayo de 1890: Rómulo Ovidi y Virginia Bolten. ¿Desde cuándo y cómo podía ser que una mujer tuviera la palabra rugiente en una concentración obrera?
El temperamento de Virginia Bolten resultaría chocante, provocativo, desacatado, demasiado acometedor en la actualidad. Y más lo era en la Argentina del siglo XIX cuando la Iglesia Católica y sus agentes oficiales eran intocables, el mundo empresarial y terrateniente ejercían sin disimulos y sin atenuantes la explotación de la clase trabajadora, y por cierto, las mujeres carecían ciertos derechos elementales. Nuevamente, ¿cómo logró, entonces, ser la designada para emitir un discurso aquel primer Día del Trabajador celebrado en nuestro país?
Una vez más, en la biografía de una mujer no hay datos concretos. Algunas fechas no coinciden y los números de las edades no cierran. Sin embargo, el anacronismo no ha logrado desdibujarla ni hacerla desaparecer. No se sabe si nació el 26 de diciembre de 1870 en San Luis, o en San Juan. O si en realidad fue en Uruguay, en 1876. Virginia escribía en diarios feministas aunque en las hemerotecas no se encuentre su firma, publicaba manifiestos que las mujeres anarquistas dictaban y reunía lealtades callejeras para defender a las que el poder asesinaba.
“Hastiadas de pedir y de suplicar, de ser el juguete, el objeto de placer de nuestros infames explotadores o viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz. Si vosotros queréis ser libres, con mucha mayor razón nosotras, doblemente esclavas de la sociedad y del varón. Ya se acabó aquello de ‘Anarquía y libertad, las mujeres a fregar’. ¡Salud!”, escribía polemizando con sus propios compañeros.
Esos artículos eran publicados en el periódico “La voz de la Mujer”, pionero en su estilo en Latinoamérica, hecho íntegramente por mujeres bajo la consigna Ni Dios Ni patrón Ni marido. Los ejemplares de La Voz fueron difundidos de manera semiclandestina y aunque era criticado y resistido por algunos varones anarquistas, Virginia continuó llenando sus páginas con fundamentadas reivindicaciones de género en el terreno religioso, familiar y laboral, rechazando toda forma de sometimiento.
Hacia la última década del siglo XIX y la primera del XX, en Rosario existían distintos agrupamientos gremiales como la Sociedad de Cocheros Unidos, Unión Trabajadores de la Madera, Confederación de obreros ferrocarrileros, Federación Metalúrgica, Centro Panadero, Centro de Carpinteros, Centro de Zapateros, Talleres Ferrocarril Central Argentino, de Tráfico y Carga del Ferrocarril Buenos Aires, Luz y Fuerza, Agua y Energía, Sociedad de Albañiles, obreros yeseros, de molienda y de otros oficios. El proletariado rosarino fue creciendo junto con el desarrollo de la ciudad y las condiciones de trabajo en los talleres y manufacturas eran penosas.
El registro de la primera actividad gremial de los asalariados rosarinos fue una huelga de aguateros en 1876. Se produjeron pedidos de mejoras salariales de los conductores de coches y tipógrafos, mientras que, al conformarse el gremio de los trabajadores panaderos, éste puso en circulación el periódico “El Obrero Panadero” (1988), dirigido por el anarquista Francisco Berri, en el que colaboraba activamente Virginia Bolten. En 1887 los ferroviarios crearon «La Fraternidad” y, al año siguiente, se produjo la primera huelga del gremio, a principio de enero, por la detención del maquinista Smith, acusado de atropellar a una persona en el trayecto a Buenos Aires. Exigieron la libertad y el traslado hasta Rosario del obrero arrestado; y posteriormente, la empresa se hizo eco del pedido, fletando un tren especial para trasladarlo. La segunda huelga tuvo lugar el 8 de febrero de 1888, a un mes de la anterior, y esta vez el reclamo fue por ocho horas de trabajo y aumento de salarios.
La ciudad se conmovió en 1889, cuando los empleados de la Empresa Tranwy Anglo Argentina, perteneciente a Mister Ross, declararon el paro el 12 de septiembre, y se sumaron al conflicto en una huelga solidaria los obreros de las empresas de los muelles. Hacia fin de año, fueron las costureras las que se declararon en paro, integrando la comisión de huelga Blanca Stella, Bonoria Dipitilli y Matilde Magard.
Entre los activistas gremiales había tanto anarquistas como socialistas, algunos de ellos españoles, italianos y franceses. Precisamente, algunos de estos últimos habían participado del primer gobierno obrero: la Comuna de París en 1871. Todos los años se recordaba esa gesta proletaria y las crónicas registran que el 21 de marzo de 1888, para el 17º aniversario de la misma, se organizó un importante acto en la Plaza López, con una posterior manifestación por las calles céntricas.
La fábrica Refinería de Azúcar había sido fundada en 1887, siendo su principal propietario e impulsor Ernesto Tornquinst, a quien la prensa rosarina presentaba frecuentemente como un empresario ‘moderno’ y ‘emprendedor’ que viajaba a EE.UU. para aprender métodos científicos de gestión y producción’. Se la consideraba como una ‘verdadera’ fábrica en muchos sentidos: por la cantidad de trabajadores, por el volumen de los capitales invertidos, por la cantidad y tipo de maquinaria empleada, por la forma de organización social del trabajo y los métodos entonces modernos de producción, y porque era el eje central sobre el cual se había desarrollado el primer barrio obrero de Rosario. En 1900 contaba con 700 trabajadores y en 1910 superaba los 1300. Por testimonios del médico y abogado español Bialet Massé, puede afirmarse que fue la primera empresa que intentó ceñirse a los principios del taylorismo.
Allí mujeres y niñas trabajaban por un salario menor al de los hombres. En el taller de corte del azúcar en panes, mujeres embarazadas deformaban sus cuerpos por trasladar placas en la cadera derecha mientras que el polvo del azúcar espesaba las mucosidades de sus pulmones.
La noticia de que los obreros de todo el mundo darían un grito mundial de justicia comenzaba a circular agazapada, casi como un murmullo. Los trabajadores de la Refinería de Azúcar se movían al ritmo que marcaba la maquinaria más flamante del país cuando una hoja clandestina, un poco rota, comenzó a pasar de mano en mano, rompiendo la monotonía del establecimiento más importante de Rosario. Fue una joven obrera de la Refinería, de solo 20 años, quien se animó a difundir ese papel arrugado: la mismísima Virginia Bolten, o como la apodaron luego “la Luisa Michel argentina” en referencia a una de las principales figuras de la Comuna de París, por su desafiante osadía y sus dotes como oradora.
La Plaza López fue la elegida para la concentración obrera. Bajo una intensa llovizna que mojaba los carteles negros y rojos, los manifestantes se movilizaron por las calles del centro sur de Rosario. Virginia encabezaba la columna agitando orgullosa una bandera en la que se leía “Fraternidad Universal”. Bolten se convirtió en símbolo de militancia anarquista, en modelo de lucha y espejo de oratoria desde ese 1° de mayo en el que recordó a aquellas niñas obreras anémicas, pálidas con todos los síntomas de la fatiga y de la respiración incompleta, y reclamó justicia para todos los explotados de la Tierra.
Su discurso revolucionario fue la excusa para que la detengan por haber atentado contra el orden social. Es que esa voz de mujer que hablaba alto y claro en público era el signo de la concreción de una historia imposible de creer hasta el momento.
“La libertad de trabajo es un mito por mil causas diferentes; la del pensamiento es blasfemia; la del sufragio, un engaño; la del amor, quimera; los derechos del hombre desconocidos; su dignidad ultrajada; tratados los obreros peor que esclavos, embrutecidos en nombre de Dios, degenerados en nombre de la Patria, explotados en nombre del derecho, sin hogar y sin familia, en nombre de la propiedad, en las cárceles y cuarteles y aun en defensa de esta sociedad necia”, decía con fervor la primera mujer oradora en una concentración obrera de nuestro país.
Virginia tenía en claro la necesidad de liberación de la mujer pero también estaba convencida de encuadrar esa lucha en la vida sindical, barriendo con los prejuicios de sus propios compañeros, obligando inmediatamente a las fuerzas policiales a ponerse en guardia cuando tomaba la palabra con vehemencia.
Bienvenida la leyenda con nombre de mujer cuando se multiplica en cuerpos hirvientes y voces impetuosas que transforman las calles cada vez que caminan juntas.