Me indispuse
Por Sofía Antonellini para La Tinta
Ante la revolución hormonal y la sensibilidad que cargo en estos días decidí sentarme a escribir. Por empezar, en cada período -cuando una no tiene el deseo de ser madre porque antes tiene muchos proyectos, o porque no es un proyecto ser madre-, se siente un gran alivio. A pesar de cuidarnos al tener relaciones sexuales, sabemos desde pequeñas que nuestro cuerpo es un gran misterio, y como todo misterio genera leyendas como: “quedó embarazada usando preservativo” o “tomó pastillas toda su vida pero igual tuvo cuatro hijos”, que pegan fuerte entre los saberes populares y que nunca vamos a saber a ciencia cierta si son reales o no.
Así es que vivimos con la incertidumbre mensual de que no llegue el sangrado. Esta vez aparte de ansiedad sentí mucho dolor (mucho más que el de costumbre). Estoy adentrándome en el tema del ciclo lunar, que no es una, mal llamada, “jipiada”. La teoría explica que siendo la Luna el cuerpo celeste más cercano a la Tierra, tiene una gran influencia sobre lo que vive en ella: como las mareas, el crecimiento de las plantas, y el ciclo menstrual de la mujer.
Cuando el período comienza en esta fase lunar, los dolores, las sensaciones y todo lo que atravesamos esa vez al mes, se siente con mayor intensidad. Por eso mi dolor de ovarios terminó tirándome a la cama con calmantes.
Entre todas las sensaciones que atravesaban mi cuerpo, tuve igual que desarrollar mi rutina. Me levanté y en la bici fui al centro para hacer unos trámites del laburo. Me vestí con pollera, porque cuando nos viene tenemos que tener en cuenta la ropa cómoda: el pantalón me apretaba los ovarios y realmente no lo soportaba. Pero al usar pollera una sabe de antemano a las situaciones a las que se expone. Suelo escuchar música en la bici para no hacer caso a los gritos, y no porque yo sea una morocha despampanante: a todas nos gritan cosas diariamente.
Pero justo que mi sensibilidad estaba al mango, no llevé los auriculares. Un remisero me tocó bocina; pasé frente a una obra y lo más tranquilo que llegué a escuchar fue “mamita”; un tipo manejando un Corolla bajó el vidrio en un semáforo y me tiró un beso; y además un par de situaciones más a las que vivimos expuestas, pero que ya son tan corrientes que ni siquiera pasan a ser algo anecdótico: el viejo que pasa caminando y te mira de pie a cabeza, el chofer de bondi que toca bocina, el grupo de pibes que grita desde la vereda de enfrente, etc, etc, etc.
Después de participar de otras actividades que tenía en mi agenda, sin volver a mi casa porque no me daba el tiempo, seguí en la bici para mi otro laburo que es en Bella Vista. De camino, se rompió la bicicleta. Estaba en calle Mayor y Canalejas, en un barrio que no conocía y llegando tarde al laburo. Paré y traté de arreglar el desperfecto, y como era de suponer, pasaron aproximadamente diez vehículos, de los cuales cuatro me tocaron bocina.
En un momento frenó una moto a unos metros míos: me asusté, imaginé cualquier cosa. Dejé de intentar arreglar el desperfecto y empecé a caminar/trotar con la bicicleta al lado. No pasó nada, resulta que la moto entró en una casa de la cuadra y ni se percató de mi existencia, pero son tantas las precauciones que hay que tomar que cualquier proximidad de alguien extraño del sexo opuesto parece una amenaza. Cuando llegué a la rotonda del ala en Ruta 20, dejé la bici en un taller.
Caminando al lugar de trabajo, ya unos 20 minutos tarde, me dí cuenta de que entre tanta movida la pollera se me había manchado. Sí, se me manchó con sangre de mi propia menstruación. ¡Qué incomodidad! No por la mancha en sí misma, sino porque nos criaron en un sistema en el que la peor situación es quedar expuestas a la sociedad durante esos días que nos viene. Que nadie se entere que te vino y menos aún ¡que no se manche el pantalón! En lugar de asumir el proceso con la naturalidad que tiene, nos imponen un mundo de reglas y estereotipos que convierten a la menstruación en un tabú, como si sangrar fuera algo extraño y mostrar esa sangre algo prohibido.
Con cuarenta minutos de retraso, llegué al trabajo, fui al baño y acomodé la pollera para que la mancha pasara desapercibida. Llegué incluso a maquinar un argumento relacionado a que la mancha era de un golpe en la pierna producto de la caída en la bici cuando se rompió el piñón. Una ridiculez, pero es cierto.
El discurso comercializado del ciclo menstrual y los tabúes construidos en torno nos calaron tan profundo, que ya no podemos ni sangrar tranquilas. Al menos en este punto ahora logramos sangrar con más tranquilidad que las mujeres de generaciones anteriores, castigadas o recluidas en sus habitaciones cuando les “venía la regla”.
Al salir del trabajo trasladé la bici a otro taller, cargué la tarjeta del colectivo, mientras varios autos tocaban bocina, y me tomé el 60. Bajé en Colón y Rodríguez Peña.
Caminé hasta mi casa y cuando llegué me senté en la compu. Lo primero que leí: “La tasa de femicidio en Argentina en lo que va del 2017 es de una mujer asesinada cada 18 horas”. Empecé a llorar. El dolor de ovarios se volvió insoportable, y la cabeza me explotó en una nube de razonamientos. Tetazo, patriarcado, machismo, feminazi, sangre, muerte, luna, ciclo, VIDA. Todo junto. Tanto junto.
Falta política pública, falta conciencia social, falta desmitificar nuestros cuerpos, falta tanta pero tanta sororidad. Estaba indispuesta y habían matado a 57 de las nuestras en solo 44 días.
*Por Sofía Antonellini para La Tinta / Fotos: Rebelarte
*Politóloga, militante y feminista