«En Argentina antes que querer al fútbol, queremos a la pelota y por eso amamos a Maradona»
Con sus 188 centímetros de altura y la lucidez de su pensamiento, Jorge Valdano es la metáfora de un faro que da claridad al fútbol y al mundo que lo rodea. Esta semana entró al Salón de la Fama pese a considerarse alguien que no vive de la nostalgia del pasado. A través de una excelente nota del diario español Público, se puede ver el interior de esa torre que sigue metiendo goles con las palabras: “Crecí sin poder pronunciar la palabra Perón. Pero, como la libertad siempre pide paso, uno en todas las esquinas encontraba una proclama tipo: “Perón vuelve”.
De Eduardo Ortega para Público (España) – 2016
Ahí aparece al fondo con paso tranquilo, como de modelo, y un traje azul marino que le queda como un guante, camisa azul clara y corbata a juego. Lleva en una mano su último libro, Fútbol: El juego infinito, que acaba de publicar. Conforme avanza, su figura y su porte se agrandan hasta esos casi ciento noventa centímetros. Jorge Valdano es el fútbol hecho verbo.
-El Campito de la iglesia vio casi sus primeras patadas a un balón.
[Risas] Sí, eso es. Yo siempre digo que en mi casa estaba la seguridad, en el colegio la obligación y en el Campito de la iglesia, el fútbol, que era la libertad. Todavía tengo recuerdos frescos de aquellos días; de la urgencia con la que comía para llegar antes de que se formaran los dos equipos, el orgullo de que me eligieran primero. Y luego el placer de jugar, el amor a la pelota, sobre todo, que llega antes que el amor al fútbol. Sobre todo en Argentina. Allí, antes que querer al fútbol, queremos a la pelota. Por eso amamos tanto a Maradona, porque fue capaz de hacer lo que le dio la gana con la pelota.-¿Por qué sucede ese amor antes a la pelota que al mismo fútbol?
Porque es el amor al regate, a la habilidad, al manejo de la herramienta de una manera virtuosa. Eso tenía mucho prestigio; más que el que tiene ahora. Si en el fútbol argentino hay decadencia, ésta tiene que ver con la pérdida del amor a la pelota.
-¿Cómo recuerda la Argentina de aquella época?
Era una Argentina segura. La hora para volver a casa era cuando se hacía de noche. Éramos chicos ingenuos que teníamos una relación entre nosotros, con la naturaleza, con el juego, totalmente inocente. Yo hablo desde mi pueblo, claro, que era lo que conocía, donde no había demasiada sofisticación para ser feliz. Nos bastaban tres cosas para sentirnos plenos. Por lo demás, de fondo una Argentina siempre trabada políticamente. Por ejemplo, yo crecí sin poder pronunciar la palabra Perón. Estaba como proscrita en todo el país. Cuando llegaron los gobiernos militares, Perón terminó siendo una mala palabra. Pero, como la libertad siempre pide paso, uno en todas las esquinas siempre se encontraba con una proclama tipo: “Perón vuelve” [risas].
Yo formaba parte del trasfondo social. Había un cine con matiné y noche los fines de semana y poco más. Luego, un par de equipos de fútbol de los que yo formé parte desde pequeño. Uno, cuando tenía nueve años, que se llamaba Los Valientes, con una camiseta blanca con una uve en el pecho [risas]. Luego ocurrió una cosa curiosa: empezaron a asfaltar el pueblo y los del centro éramos un equipo que se llamaba Pavimento. Y los del barrio más popular crearon otro que se llamaba Tierrita. Y como la comercialización no había llegado al fútbol, Tierrita absorbió a Pavimento [risas]. Todo lo contrario que en la comercialización. Jugamos algo así como quince campeonatos y ganamos catorce. Teníamos once o doce años y un entrenador al que recuerdo con mucho cariño. En aquellos partidos teníamos camisetas, botines y mucha gente que nos venía a ver. Y todo eso me ayudó a fantasear con la idea de ser algún día futbolista de verdad.
-Y después llega el fútbol profesional.
A mí el fútbol profesional me entró a través de la palabra; la radio y la revista El Gráfico, que me ayudaron a idealizar todo ese mundo. Con quince años ya jugué en Primera División en mi pueblo, con los ídolos de mi infancia, que ya tenían treinta años y algo más, que me enseñaron muchísimo el oficio del fútbol. Y con dieciséis me fui a probar a Newell’s e inmediatamente me aceptaron . Para mí, jugar con chicos de mi edad era hasta demasiado fácil porque ya había jugado un año entero con hombres y me habían pegado muchas patadas. Ya tenía algunas nociones básicas sobre el oficio. Me ocurrió una cosa que no alcanzó a desmoralizarme: yo estaba a un paso de la Primera División, en Tercera, que es la anterior a la Primera. Tenía diecisiete años recién cumplidos y llegó [Jorge] Griffa de España para hacerse cargo de las divisiones inferiores. Y de un tirón me bajó cuatro divisiones porque decía que cada jugador tenía que jugar con los de su edad. Tuve que remar un año más para llegar a Primera, donde debuté con dieciocho recién cumplidos.
-Pero llegó.
Llegó, llegó, y con mucha suerte. Ese año jugué sobre diez partidos en Primera y fue el primer año en la historia que Newell’s salió campeón. Debuté en la selección argentina, salí campeón y fui portada de El Gráfico por primera vez en mi vida, que para mí era tanto como el título. Debuté en la selección mayor en un partido inolvidable. Íbamos perdiendo 2-1, me metió [César Luis] Menotti, hice el gol del empate y el 2-3 y ganamos en el centenario después de veinticinco años que Argentina no lo hacía. Todas aquellas cosas que me fueron pasando eran muy grandes y muy puntuales. Eso provocó el interés de España, de manera que con dieciséis años y empujado por Griffa, terminé en el Alavés.
-Esos años en los que ya está en España coinciden con el Mundial de 1986, el que se quita la espinita del de 1982, en el que se lesionó. No estaban muy unidos en el combinado de aquel torneo de México.
Aquello está a punto de cumplir treinta años y ahora en Argentina están reuniendo a los jugadores porque hay mucha oferta para hacer libros, documentales y de todo. Y pregunté a un amigo, del que no diré el nombre para no comprometerlo, cómo estaba el grupo. Y me dijo: “Más desunido que antes del Mundial” [risas]. ¡Treinta años después y no podemos ni organizar una cena para festejar! [risas] A mí todo eso me llegó ya al final de mi carrera, cuando empezaron a ocurrirme cosas muy importantes: llegar al Real Madrid, ser campeón de Liga, de UEFA y del Mundo en un mismo año. Es como que se me acumuló todo lo que había sembrado a lo largo de mi vida y viví experiencias de una fuerza emocional tremendas, como el Bernabéu con 120.000 personas empujándonos para las grandes remontadas. Aquel 4-0 contra el Borussia, lo del Anderlecht, el Inter… Todos aquellos partidos que crearon el mito del miedo escénico. Y luego un Mundial, que es algo más raro.
-Y que llegó casi en el momento más inesperado.
Sí, sí. Éramos como el ejército de Pancho Villa cuando llegamos a México. Debutamos contra Corea y teníamos dudas de que pudiéramos ganarles. Y luego, en un mes, la transformación fue tan grande en lo anímico que no teníamos ninguna duda de que ganaríamos a Alemania. Y después la ebullición Maradona, el primer héroe. No es extraño que la película del Mundial de 1986 se llame Héroe, en singular. Porque el héroe era Maradona indiscutiblemente. Y yo creo que fue el primer jugador moderno, por decirlo de algún modo. El primer gran producto de consumo publicitario e intelectual, porque grandes escritores empezaron a escribir artículos sobre el fenómeno Maradona. No sólo por aquellos goles, sino también por la fuerza de su personalidad. A Diego le han escrito más de ochenta canciones, por ejemplo. Y tiene documentales, libros… Es un personaje en el que coinciden el bien y el mal, la pobreza y la riqueza. Es uno de los tipos que ha hecho un viaje más largo. Ha estado muy abajo y muy arriba. Y ha sabido sobrevivir a todo. Y eso le ha convertido en una leyenda.
-Cada cual tiene su concepto de Maradona. ¿Cuál es el suyo?
Yo me quedo con lo que me dejó dentro de la cancha, que era el lugar donde se sentía feliz. Y en donde era un tipo valiente, generoso y divertido. Dentro de la cancha se sentía dominante; la sensación era de plenitud, como que hubiera nacido allá adentro, que es lo que deben sentir los genios cuando manejan la actividad que desarrollan y que cuando más gente hay mirando, más felices están.
-Y fuera de la cancha, ¿qué le ocurría?
No, nada en especial. Era un tipo que, por su enorme popularidad, sufría unos niveles de acoso con los que no es fácil convivir. Pero Diego en el mano a mano ha sido siempre un encanto de persona.
-Va Maradona, mete aquel gol regateando a todo el mundo y luego le dice que se pasó toda aquella jugada buscándole a usted.
Sí, eso me sirvió a mí para hablar de cómo funciona la cabeza de un genio en acción. Me dijo dos cosas sorprendentes. Una es esa. Yo le dije: “Bueno, se terminó la discusión; ya comés en la misma mesa que Pelé”. Y me contestó: “Mira como son las cosas; yo durante toda la jugada te la quería dar a vos que venías en el segundo palo y siempre se me cruzaba un inglés que me hacía cambiar de idea”. Y yo le respondí: “¿O sea que también me viste a mí?”. Todavía ahora no puedo entender cómo me pudo ver a mí porque está tan concentrado en la pelota que es imposible que la mirada periférica me alcance a mí, pero Diego tenía ojos esparcidos en el cuerpo. Tenía una visión periférica que es una de las características de estos genios.
Y lo segundo que me contó es todavía más extraordinario. Me dijo que había hecho una jugada parecida a esta en Wembley unos años antes, sólo que cuando llega a Shilton, se la tira al segundo palo y va fuera. Y cuando vuelve a Argentina, el hermano le dijo: “Tenías que haber eliminado a Shilton”. Y él le respondió: “Soy Maradona, no Dios. ¿Qué querés que haga?”. Pero Diego afirma que cuando llegó a Shilton se acordó de su hermano y entonces hizo lo que su hermano le había dicho. Pero fíjate la cantidad de ideas aprovechadas y rechazadas que tiene un tipo cuando está metido en un lío de esas características.
-La mano de Dios, tan éticamente reprobable para alguien muy preocupado por esa cuestión como usted, como celebrable. Debió y debe ser un dilema para usted.
Con el tiempo [risas]. En ese momento no. Además, en mi anterior libro ya me declaro el primer cómplice porque fui el primero que va a abrazarlo, dando sensación de autenticidad, de legalidad. No se me escapó la risa en ningún momento [risas].
-Benedetti, al que admira, expresó: “Aquel gol con la ayuda de la mano divina es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios”.
Sí, hay que ser argentino para entender lo que significó aquello. Aquellos dos goles han sido entendidos como una obra de arte y como un monumento a la picardía, si hablamos de uno o de otro gol. Pero no se ha contado como la historia de una venganza, que en realidad así lo sintió Argentina. Fue algo así como: “Con bombarderos ganan ustedes, pero sin bombarderos ganamos nosotros”. La guerra de las Malvinas todavía estaba muy fresca. En estos días, que se cumplen treinta años, gente que ha venido a hacerme entrevistas para los documentales me trajo un cuadro con unas declaraciones mías de antes del encuentro. Entonces, yo decía que era un buen partido para que se equivoquen los imbéciles que mezclan política con fútbol. Treinta años después, ha quedado claro que el imbécil era yo, porque la historia de aquel partido relacionado con la política no ha hecho más que crecer . Aunque es verdad que en los días previos hicimos todo lo posible para centrarnos en lo futbolístico y no salir a afrontar una batalla, porque eso sólo nos podía confundir. Y cuando los argentinos nos pasamos, terminamos con ocho en la cancha. No hubiera sido un buen negocio.
-Ganan aquel Mundial con Bilardo, pero usted siempre fue de Menotti. Tamaño dilema.
Lo dije antes del campeonato, durante el campeonato, antes del partido y después del campeonato. Fui menottista con Menotti, con Bilardo y después de salir campeones. Y no tengo ninguna duda al respecto. Aquello no cambió ni un centímetro mi posición. Dicho esto, Bilardo me trató con deferencia incluso. Los números de las camisetas se daban por orden alfabético, excepto a Pasarella, a Diego y a mí, que nos respetó el número que llevábamos en nuestro equipo. Tuvo conmigo amabilidades que lógicamente le agradezco. Y debo de decir que lo que me pedía dentro de la cancha no era muy distinto a lo que yo hacía en el Real Madrid en esos días. Yo era un poco el Lucas Vázquez o el Di María del Real Madrid, o sea un delantero que hacía el trabajo de un mediocampista. El único partido donde se me pidió algo que ya pisaba la línea roja fue la final, en la que me mandó hacer de hombre a hombre a Briegel. Y bueno, cuando uno acepta ir a una selección está obligado a cumplir el plan general.
-En 1994 llega al Madrid como entrenador para frenar al Dream Team de Cruyff.
Sí, y con un equipo en transformación. Ocurrieron cosas muy buenas, como la aparición de Raúl, de Álvaro Benito o de Guti. Y también cosas muy malas: yo tuve que enterrar a la Quinta del Buitre, que habían sido compañeros míos. Pero en ese primer año, que fue de efervescencia, no sólo ganamos el título al Dream Team, sino que le quitamos la pelota, que era mucho más difícil que quitarle el título. Jugamos muy muy bien. También es cierto que concentramos todos los esfuerzos en la Liga porque no nos sobraban suplentes.
-«Cuba representa la dignidad acorralada». ¿Aún se acuerda de aquello?
Sí, la dije hace muchísimo tiempo. A lo mejor ahora haría falta matizarlo, pero sólo porque esté un poco menos acorralada, no por otra cosa. Pero, para mi generación, sin duda representó la dignidad. Y el acorralamiento forma parte de una indignidad histórica, de una época en la que EEUU era tan responsable del aislamiento de Cuba como de la muerte de Allende. Ahora que empiezan a desclasificarse los documentos nos enteramos de cosas que son de un nivel de infamia extraordinario. Lo que pasa es que el tiempo atenúa la carnicería.
-¿Quién o qué le enseñó que no se puede ganar como sea?
Me lo enseñó mi madre, que fue la que me dijo en mi primera infancia lo que está bien y lo que está mal. Con eso es suficiente para moverme por la vida y para moverme por el fútbol. Nunca he tenido ni la más mínima duda al respecto. Recuerdo un entrenador que se pasó los últimos quince minutos de un partido agónico pidiéndome que me tirara al suelo. Y yo diciéndole que no me tiraba [risas]. Y así estuvimos discutiendo quince minutos. Él me hacía así [realiza con las manos un gesto hacia abajo], yo le decía que no y así estuvimos yo sin jugar y él sin dirigir por esa estupidez que me parece que lo único que hizo fue hacernos perder tiempo a los dos. Creo que si uno transa en las pequeñas cosas, al final termina transando en las grandes.
-«La codicia devastó el sistema de bienestar», como bien dijo usted.
Sí, en gran medida. La codicia es terrible, por eso la derecha no tiene razón, porque no es capaz de contener la codicia. El trasvase de dinero de la gente pobre hacia la gente rica es un despojo que ofende a la inteligencia. Recuerdo a un ministro de Economía en Argentina que le llamaban Hood Robin, en lugar de Robin Hood, porque decían que robaba a los pobres para dárselo a los ricos. Pues eso es lo que ha hecho el sistema de una manera descarada en los últimos años. Hay películas que hablan de esto de manera muy muy clara, y dan ganas de salir del cine con un palo de béisbol en la mano.
-Ganó aquel Mundial con Argentina y en España también alzó muchos títulos. Sin embargo, sentencia que «quedarse empantanado en la nostalgia es peligroso». ¿Por qué?
Yo siempre digo que no guardo camisetas, ni fotos. Para mí, la vida está adelante, no está atrás. Es peligroso porque la vida del jugador es demasiado apasionante. Es el miedo precompetitivo, el desafiar a un público, vivir del juego… Son todas cosas que tienen que ver con la felicidad, y que no son fáciles de encontrar fuera de la condición de jugador. Pero si te quedas trabado en eso que ya pasó y que no tiene vuelta a atrás, al final la nostalgia termina siendo una interferencia. La vida tiene un montón de cosas que ofrecer y hay que salir en su búsqueda.