El escenario como trinchera feminista
El arte y lo personal es político para las trincheras del feminismo. Y “Persona” es claramente arte personal y político. El stand up que protagonizan Malena Pichot, Charo López, Ana Carolina y Vanesa Strauch, fue un lugar de encuentro, de risas, de choques, de vernos.
Jueves 23 de marzo, 21.30 horas. El Espacio Quality parece una marea de mujeres, casi como aquellas del 8 de marzo, o del Ni Una Menos. Un público de mujeres promedio entre 20 y 40 años, pero algunas más grandes pintando canas, se ven a lo lejos. Todas vamos ahí, no sabemos bien a qué.
Sabemos sí, por lo que vimos en los videos de promoción, que es una obra pura, sincera, dolorosa a veces. Pero feminista. Las cuatro se han declarado abiertamente feministas, y han sido protagonistas de arduas batallas mediáticas por sólo estar ahí, en la luz pública. Si bien Malena Pichot es la figura más conocida, las otras actrices tienen amplia trayectoria en el stand up de Buenos Aires, en teatro de improvisación y en incursiones televisivas.
Primero aparece Vanesa, gritando a viva voz que no quiere ser madre, que no la jodan, que ella eligió. Eligió no ser madre. Como si fuese un pecado, como si fuese una razón para que el resto le tenga lástima. “Vivo feliz” dice, “con una siesta de dos horas, no necesito nada más para sentirme una mujer completa”.
Luego Pichot sale a escena, el público la ovaciona. Entra de lleno al tema del aborto y con humor planta bandera. Nos muestra en la pantalla algunos tweets de sus seguidores (u opositores) que la acusan de barbaridades que, por bárbaras, son chistosas. Nos reímos.
Ubica a los antiabortistas en dos grupos: los que están preocupados por la posibilidad de no haber nacido en caso de que su madre hubiera podido elegir (“si tu mamá te hubiese abortado vos no existirías”), y aquellos preocupados porque se acabe la vida en la tierra, los que piensan que apenas se legalice el aborto seguro, libre y gratuito, todas las mujeres saldremos en manadas a abortar, incluso aquellas que no estamos embarazadas.
Curiosamente, quién viene después es Charo López, embarazadísima, quien apenas ingresa genera una carcajada sólo con su figura, con su panza. Se siente desubicada dice, antifeminista, contrariada, ironizando con aquellos que nos acusan, por feministas, de antibebés. Los que no entienden que pedir por el aborto legal es exigir opciones para todas, es luchar por la libertad de elegir, esa libertad que algunas tienen cuando lo pueden hacer en privado, sin culpas, y otras no.
Charo comparte los estereotipos de madres, los miedos, sentimientos y el coraje para traer una niña a este mundo tan violento para nosotras (como caballito de batalla para los que le desearon un hombre, acusándola de odiarlos).
Por último, Ana Carolina sube a escena. Su imagen difiere de las que la precedieron, un look andrógino, relajado. Juega con la diversidad y cuenta que, a veces, usa indistintamente baños de mujeres y de varones sólo para confundir. Para mostrar que eso, es lo de menos. Toca temas sensibles e incómodos, tabú en estas sociedades. La diversidad sexual, la exploración del cuerpo. Se queja de los padres tradicionales de azul y rosa, y dice que cuando sean más grandes, los bebés van a poder decidir si quieren ser hombres, mujeres, o lo que quieran. Ovación.
Para el final, unos “aro aro” levantan al público en risas y aplausos. Pero queda un cuadro más, sale Charo disfrazada de varón, y en una actitud altanera dice que le gustan las mujeres que protestan, pero que protestan “bien”, que se visten “bien”, que se bañan, depilan y asean. Entonces, llama a su familia, su mujer y sus hijas. Las tres protagonistas salen a escena vestidas con camisas largas, polleras hasta los tobillos, cuasi monjas. Y frente a un micrófono, nos enseñan la forma de protestar “bien”:
“A la iglesia, católica apostólica romana,
que se quiere meter en nuestras camas
le decimos, que se nos da la gana,
de ser putas, travestis y lesbianas,
¡Aborto legal, en el hospital!”
Y así nos fuimos, quizás pensando que deberíamos haber llevado a algunas personas, de las que llamaríamos “no convencidas”. O aquellas que dicen que “no las representamos”, para un pequeño momento de formación feminista, de la linda, en la que no reímos, porque ya lloramos, en la que nos encontramos en la diversidad, y nos abrazamos.
Porque nos vemos ahí, arriba, viviendo y sintiendo lo mismo que las artistas. Porque somos mujeres en lucha, y el escenario es una trinchera más.