Alepo y las izquierdas
La reconquista de los barrios del este de Alepo por la coalición internacional que apoya al gobierno al-Assad en el conflicto sirio, después de cinco años de terribles combates y la destrucción de casi la mitad de la ciudad por ambos bandos –con miles de muertos y decenas de miles de desplazados—, ha desatado un inusitado debate internacional. Tan sectario, por lo pronto, como la guerra siria, y bien anclado en el mundo mental de la que, según el Oxford Dictionary, ha sido la palabra del año en 2016: “posverdad”.
Decían los clásicos, empezando por Homero, que la primera víctima de la guerra es la verdad. No vamos a pretender nosotros gozar de acceso privilegiado a ella, tan lejos como nos hallamos del escenario del conflicto. Modestamente, en cambio, nos parece que hay una serie de elementos de la vieja tradición del movimiento socialista internacional, que podrían orientarnos en un debate por los aparatos de información y propaganda de las potencias que han acabado determinando decisivamente la evolución de las múltiples fuerzas que se enfrentan en Siria y, en general, en todo Oriente Próximo.
Partamos de la crisis estructural del régimen del Partido Ba’ath sirio, que se hizo especialmente grave a fines de la década de 1990, con la caída de los precios del petróleo, la escalada del déficit fiscal del sector público y las consecuencias del cambio climático en el sector agrícola. La respuesta de Bashar al-Assad al suceder a su padre fue la aconsejada por el FMI y el BM: la paulatina aplicación de las políticas neoliberales y la ampliación de las bases del régimen, sin cambiarlas sustancialmente –y entre las que hay que destacar 13 servicios paralelos de seguridad, el aparato del partido y las tres estructuras militares—, a fin de integrar a la burguesía urbana suní de las grandes ciudades sirias. Ni que decir tiene que esas reformas económicas fracasaron y que la pobreza se incrementó alarmantemente en paralelo a una creciente emigración rural a los barrios miseria que rodearon las urbes. Todo ello sin el menor gesto de democratización del régimen, que se limitó a permitir el desarrollo de redes asistenciales a partir de las mezquitas y las iglesias con financiación privada como respuesta asistencial a la cada vez mayor crisis social.
En el terreno internacional, especialmente tras la retirada de las tropas sirias del Líbano en 2005 –tras el asesinato de Hariri y las protestas masivas de sectores de la población libanesa—, Bashar al-Assad llevó a cabo una remodelación global de su política regional y exterior. En Líbano, cambió su alianza con Amal por Hizbollah, apoyó la intervención de EE UU en Irak y participó en los programas de torturas de la CIA, se alineó con Irán en la defensa del gobierno de al-Maliki y, posteriormente, de al-Abadi y se alió con Turquía para reprimir al movimiento de liberación kurdo dirigido en ambos países por el PKK.
Solo a comienzos del 2012, cuando la “primavera árabe” y la situación militar en Irak acabaron por polarizar la situación en todo Oriente Próximo en dos polos enfrentados –suní y chiita— y se militarizó por completo el conflicto sirio, al- Assad buscó el apoyo militar que le negaban EEUU y Turquía en Rusia.
La “primavera árabe” siria, que comenzó con las protestas de marzo de 2011 en Dar’a y se extendió en pocos meses por las principales ciudades del país, fueron una respuesta popular en gran medida espontánea a la crisis estructural descrita. La oposición política –desde los Hermanos Musulmanes hasta la pequeña izquierda intelectual laica— se encontraba casi en su totalidad en el exilio. La bifronte política de pequeñas concesiones sociales y represión del régimen resultó incapaz de frenar al movimiento popular. A fines de abril de 2011, el régimen se vio obligado a anular la Ley de Emergencia –en vigor desde 1963— y a conceder la nacionalidad a los refugiados kurdos. Pero después del ataque realizado por grupos yihadistas y que provocó la muerte de 120 soldados sirios en junio, la propaganda del régimen dio todo el protagonismo a grupos armados infiltrados desde el norte del Líbano y abrió paso a la represión de las manifestaciones y a la militarización del conflicto. Las deserciones de soldados que cuestionaban la represión del régimen crearon los primeros grupos armados de la oposición interna para defender a las manifestaciones populares. Pero desde que los mandos del Ejercito Sirio de Liberación (ESL) se refugiaron en Turquía, la oposición militar se separó ya de la civil, y pasó pronto a ser completamente dependiente de Turquía, Arabia Saudí, Qatar y EE UU.
Los Tansiqiyyat, los Comités de Coordinación Locales (CCL), comenzaron a cumplir funciones de asistencia, gestión de servicios básicos y gobernabilidad. Pero nunca formaron una red nacional. La militarización del conflicto social, impulsada tanto por el régimen como por los distintos grupos armados de la oposición, hizo depender a todas las fuerzas de la financiación y el abastecimiento de las potencias externas, que pasaron a convertirse en sus patrocinadores a cambio de defender sus distintos intereses en el conflicto geopolítico de Oriente Próximo.
A comienzos de 2012, la militarización del conflicto era completa. Y la implacable lógica que eso traía consigo implicaba la subordinación de la movilización popular a los objetivos militares y políticos dictados por una oposición exterior que controlaba dinero y armas.
No tardó eso en menguar la autonomía de los Tansiqiyyat, que se transformaron en órganos de control y gestión territorial de las zonas controladas por las diferentes brigadas y milicias. La protesta de una parte de los CCL y del Grupo de Coordinación Nacional por un Cambio Democrático (NCB) contra este proceso de militarización en la zona controlada por la oposición culminó en febrero de 2012 con la dimisión irrevocable de 20 miembros cercanos a sus posiciones de un Consejo Nacional Sirio que se arrogaba la representación del conjunto de la oposición en el exterior.
El ESL fue incapaz de coordinar las distintas brigadas, dirigirlas y abastecerlas frente al Ejercito Árabe Sirio (EAS). A lo largo de 2012 y 2013, las brigadas del ESL se fueron independizando, se crearon unidades nuevas y se coordinaron en frentes político-ideológicos condicionados y financiados por las potencias regionales. Durante el verano de 2012 fracasó un segundo intento de coordinación militar de la oposición, el Mando Conjunto del Consejo Militar de la Revolución. A partir de ese momento, el proceso de islamización de la oposición armada –y ya solo quedaba espacio para ella frente al régimen— fue imparable. Del ESL solo quedó prácticamente un núcleo en el sur de Siria, incapaz de mantener un frente por si solo, apoyado desde Jordania por EEUU, como reconoció la CIA ante el Senado estadounidense.
La zona de Alepo controlada por la oposición, ha sido en este sentido, un laboratorio del proceso de islamización y control por Turquía, Arabia Saudí y Qatar de las brigadas rebeldes. Así, por hablar de Alepo, la poderosa brigada Tawhid rompió en otoño de 2012 con el ESL y estructuró el Frente de Liberación Islámico (FLI) que, en un año, se transformó en el Frente Sirio Revolucionario (FSR), para coordinarse después con Jabhat an-Nusra, la rama siria de Al Qaeda, y terminar bajo el paraguas Ahrar Al Sham, el diseñado frente post-al-Qaeda. Tras la expulsión de ISIS de la zona urbana del este de Alepo en 2014 por Jabhat an-Nusra, tres frentes islámicos se repartían el territorio: an-Nusra, el FLI y el FSR, además de los restos del ESL y de las Unidades de Protección Popular kurdas (PYD) que controlan una parte importante del norte de la ciudad, en concreto el barrio kurdo de Sheik Maqsud. Los enfrentamientos y alianzas entre esos frentes por el control de barrios, rutas y suministros han sido continuos.
Y hay que subrayar que los Tansiqiyyat que habían sobrevivido, cuando no eran meros instrumentos de los frentes islámicos, estaban condicionados en sus decisiones – también en Alepo- por las sentencias de los ultra-reaccionarios tribunales islámicos y su arbitraria interpretación de unas fabricadas “leyes de la Sharia”.
Durante casi cuatro años, estos frentes islámicos han cercado y bombardeado indiscriminadamente con artillería suministrada por Turquía la parte occidental de Alepo, bajo control del régimen de al-Assad, provocando cientos de muertos y heridos civiles. El régimen, por su parte, ha destruido barrios enteros controlados por la oposición con barriles explosivos y, desde hace cuatro meses, ha lanzado una fuerte ofensiva que, con apoyo aéreo ruso, ha terminado por quebrar la resistencia de la oposición –en su abrumadora mayoría, islamista— en el este de Alepo.
Lo cierto es que la militarización impulsada por el régimen, por los distintos frentes islamistas y por las potencias internacionales habían acabado con el proceso democrático de la “primavera árabe” siria ya a fines del verano de 2012, mucho antes de la caída de Alepo oriental.
Es más, lo que se produjo en las zonas controladas por unos y por otros a partir de ese momento fue la movilización de una base social de orígenes muy similares: los pobres de las zonas urbanas y de las zonas rurales contiguas, sobre la base del sectarismo religioso, étnico o de clan, para tener acceso a los suministros e ingresos distribuidos banderizamente por las organizaciones del régimen y los frentes islamistas de la oposición. En el caso del régimen, los jóvenes de los barrios pobres fueron organizados en los comités populares (lijan shaabiyya) y, más tarde, en las Fuerzas de Defensa Nacional. Y Alepo resulta, de nuevo, paradigmático aquí, porque en la zona oeste la mayoría de sus miembros han sido o sunitas o cristianos, apoyados por la Brigada Jerusalén de los palestinos del campo de refugiados de Neirab. La carne de cañón la han puesto siempre los pobres.
La naturaleza del conflicto cambió a lo largo de este proceso de militarización y movilización sectaria (religiosa y étnica) financiado y apoyado por las diferentes potencias regionales en el conflicto geopolítico de Oriente Próximo. Ha sido ese apoyo externo en un conflicto inter-imperialista regional lo que ha desangrado al conjunto de la población siria hasta ese extremo de cruel e inaudita inhumanidad. Ejemplo señero de la cual han venido a ser ahora las negociaciones para la evacuación de civiles y combatientes de los últimos barrios del este de Alepo a cambio de que se efectuasen evacuaciones similares de poblaciones controladas por el régimen, bajo el asedio de los islamistas cortacabezas y los intentos de sabotaje de estos últimos.
Desde finales de 2012, la tarea de solidaridad internacionalista no era la de apoyar al régimen o a los distintos frentes islámicos, ni al eje sunita frente al eje chiita, ni a EEUU o a Rusia en la partida geopolítica desarrollada en Oriente Próximo, sino la de buscar y llegar a una tregua negociada del conflicto. Una tregua que permitiera romper la dinámica de la militarización en todas las zonas y abrir un espacio de movilización política y reconstrucción de la sociedad civil siria.
Las negociaciones de Ginebra y de Moscú han estado determinadas en todo momento por los objetivos militares geopolíticos de las potencias regionales. En definitiva: en imponer una solución basada en el “cambio de régimen” o en una “reforma del régimen”, no en la movilización de la población para construir una salida democrática de la crisis estructural del régimen del Ba’ath sirio que ha acabado provocando la guerra y sofocando a la “primavera árabe” siria.
Es decir, la tarea de la izquierda era y sigue siendo levantar un movimiento anti-guerra y anti-imperialista contra la intervención de las potencias regionales y su conflicto geopolítico en Oriente Próximo, de solidaridad con los refugiados, de apoyo a los desplazados y víctimas del conflicto.
Exigir una tregua inmediata y negociaciones de paz locales y a nivel nacional, que permitan abrir la vía hacia un proceso constituyente, que vislumbre el derecho de autodeterminación kurdo y del conjunto de la población siria, sin que las opciones sean la dictadura monopartidista del Ba’ath, el fundamentalismo islamista de an-Nusra (se llame ahora como se llame) o el fascismo islámico de ISIS, que se reparten – junto con el PKK en el norte- la mayor parte del torturado país árabe.
La carnicería de Alepo, los bombardeos indiscriminados en el Este y en el Oeste de la ciudad, han acabado por el momento. Pero hay más de 40 poblaciones sirias que viven sus particulares asedios y carnicerías. ¿Vamos a tener que tomar partido en cada una de ellas, o vamos a levantar, por fin, de manera unitaria, un movimiento contra la guerra y contra el imperialismo? Porque queda, desgraciadamente, guerra para rato en Siria.
*Por Antoni Domènech, G. Buster, Carlos Abel Suárez, María Julia Bertomeu y Daniel Raventós para Sin Permiso.