Política, universidad y futuro

Política, universidad y futuro
30 septiembre, 2024 por Redacción La tinta

Por Liliana Córdoba* para La tinta

Solo con otras personas se hace político lo personal.
Una bandera no es un flyer reenviado.
Quien escucha con esquemas, aprisiona un estruendo.

Pablo Carrizo

1.

Hace semanas, el Congreso aprobó la Ley de financiamiento educativo y el presidente Milei amenaza con vetarla. Una nueva marcha federal está en ciernes y la defensa de la universidad pública ya es un imperativo de este tiempo. Nos asiste, en esa defensa, una memoria histórica que anuda su existencia con el ascenso social (más o menos) igualitario o equitativo, con el desarrollo nacional (más o menos soberano) y con la producción de conocimiento científico (más o menos relevante). Es decir, nos asiste un pasado que une a la universidad pública argentina con futuros deseables, mejores, tanto para las personas individuales como para toda la sociedad. Y ese enlazamiento supone siempre una política para y en la universidad.

De hecho, la historia de esos acuerdos es larga y está plagada de hitos y disputas cruciales que tuvieron un punto determinante en la Reforma Universitaria de 1918, que fueron actualizados con el peronismo y la declaración de la gratuidad, con el Cordobazo y la unidad obrero-estudiantil, y, más acá, tras la dictadura y en la transición a la democracia ―pero, sobre todo, en los gobiernos kirchneristas―, con una definición más completa y acabada de la educación universitaria como derecho humano. La memoria de esos años y esas conquistas forman parte de nuestro acervo, y los rectorados de Carolina Scotto y Francisco Tamarit fueron la expresión de esa conjunción en la Universidad Nacional de Córdoba, que celebró sus 400 años con una consigna que hoy es bandera: UNC es pública, es de todxs.

La cuestión universitaria parece contener ese tipo de consensos que llamamos democráticos, transversales, fundantes de la comunidad política nacional. Y la marcha universitaria del 23 de abril, que fue la movilización más grande desde el retorno de la democracia y la más importante contra el gobierno actual, es una ratificación de eso. Sin embargo, y a esta altura, ya deberíamos haberlo aprendido muy bien, esos consensos nunca son irreversibles ni totales. 

Y es por eso que cabe que nos preguntemos si son suficientes para oponerse a las fuerzas que atacan al sistema universitario nacional; si contienen por igual a lxs docentes de distintas generaciones, estamentos, dedicaciones y facultades: si convocan a las nuevas generaciones de estudiantes y sus expectativas en torno a la relación entre futuro y universidad. Más aún, que nos lleven a cuestionarnos cuánto de la autonomía y el cogobierno realmente existentes hacen posible estas reflexiones, cuánto de nuestra tarea diaria nos lo exige. No podremos contrarrestar la política para atacar la universidad (la del Gobierno nacional) solo con una política para defender la universidad (la de nuestras organizaciones e instituciones en la resistencia) sin una política en la universidad donde estas preguntas tengan relevancia y debate entre distintas perspectivas, claustros y generaciones.

Imagen: Ezequiel Luque

2.

Lxs estudiantes me lo confirman sin vacilar: después de los festejos del mundial de fútbol, la marcha universitaria de abril fue el único acontecimiento de los últimos años donde se sintieron parte de algo que no nos divide como sociedad, sino que nos une, de algo más grande, que les hizo sentirse próximos aun siendo diferentes. Donde las consignas y los reclamos se basaron en experiencias vividas y aspiraciones concretas antes que en etiquetas políticas que no siempre les contienen. Donde experimentaron no solo el carácter partisano de la acción política ―del que está plagado el juego cotidiano―, sino también el carácter plural y colectivo de actuar junto a otrxs por algo común. Una movilización, me dicen, que los dispuso a politizarse, a pensar de qué manera sus demandas e intereses se articulan con las de otros y otras, y a reconocer que sus biografías están marcadas por las derivas de la comunidad de la que son parte y, en consecuencia, a sentir que necesitan y pueden hacer algo como parte de esa comunidad. 

A diferencia del mundial, me dicen, donde la emoción predominante fue la alegría ―o, más bien, la euforia―, lo que sintieron en la marcha fue orgullo. El orgullo de ser parte de algo que es valioso no solo para ellxs, sino también para sus familias, sus amigos y para toda la comunidad. Para las generaciones anteriores y futuras. Porque les brinda formación y conocimiento, pero también una manera distinta de transitar el tiempo y los encuentros, de interrogar el mundo y de compartir con lxs demás. Como dicen ellxs, en este mundo que tenemos, es un montón.

3.

Lo que quiero pensar, o lo que en todo caso me preocupa, es cómo hacemos para retener ―y, al mismo tiempo, cultivar― esta potencia que se genera en la política para defender la universidad, en la política que se hace en la universidad. Es decir, cómo hacemos para que esa experiencia distinta sobre el vínculo entre lo que está adentro y afuera de la universidad, de lo que es valioso más allá de lo económico, de lo que es estatal, pero funciona, produzca una política universitaria diferente, más preocupada por gestar transformaciones que adecuaciones, por producir un futuro distinto no solo al que propone el anarcocapitalismo mileista, sino al que propugna el progresismo neoliberal que habita nuestras instituciones. Se trata de una cuestión crucial, acaso decisiva, tan importante como la resistencia a la política del Gobierno nacional. 

Lo que ocurre con los servicios de radio y televisión (SRT) de la universidad me sirve como ejemplo de esto que quiero decir. Sin la capacidad de imaginar futuros alternativos para sus propios medios de comunicación en un escenario tecnocomunicacional que se ha transformado sustantivamente, pero, sobre todo, sin la intención de hacerlo, las máximas autoridades universitarias ―que, al mismo tiempo, dicen defender la universidad― trataron a los Servicios de Radio y Televisión de la UNC como instituciones desechables con personas desechables e ideas desechables, y vaciaron al sistema mediático universitario más grande del país, afectando no solo el patrimonio de la propia UNC, sino la pluralidad informativa y cultural de toda la sociedad. Lo hicieron pasando por encima de la organización de lxs trabajadores y la oposición de algunas facultades y espacios académicos que no pudieron, no pudimos, frenar ese desguace. Lo hicieron usando argumentos que se asemejan a los que el propio gobierno utiliza contra las universidades: gastos desmedidos con relación a utilidades, falta de aggiornamento y modernización, excesiva politización.

4.

Hace rato que sabemos de la necesidad de revitalizar la autonomía y el cogobierno como algo más que la elección periódica de autoridades y la representación de los claustros en defensa de intereses particulares que, aunque legítimos, no constituyen un proyecto universitario alternativo. Que comentamos sobre la urgencia de ensayar ideas desobedientes y conflictivas que incomoden las jerarquías y poderes consagrados, que cuestionen la burocratización y precarización de nuestras formas de trabajo académico. O que es necesario extender la dimensión lúdica y fraterna de lo que hacemos, pero también la conflictividad de lo que proponemos sobre distintos temas porque, sin conflicto, la política no es más que adecuación a lo existente.

El próximo miércoles 2 de octubre, volveremos a marchar. Esperamos que esa movilización sea tan grande o aún más que la anterior. Que impida el veto de la ley que necesitamos y que siga ampliando la legitimidad de nuestras demandas. Pero también que nos impulse a construir otra política en la universidad: más abierta, más creativa, más colectiva y más audaz. Que no escuche con esquemas ni aprisione los estruendos. Para que volvamos a decirnos y a creer ―como en los 90, cuando yo tenía la edad de mis estudiantes― que lo necesario siempre es posible y que lo imposible solo tarda un poco más.

*Por María Liliana Córdoba para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque para La tinta.

*Doctora en Ciencias Sociales y docente en la UNC.

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Palabras claves: Ley de Financiamiento Universitario, Marcha Federal, universidad

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