Manifiesto en defensa del juego
En tiempos de meritocracia todo tiende a volverse estático. El deporte no está exento. En este marco la tecnología es una protagonista más. Según Juan Pablo Manente ningún deporte logró escapar de ella, a excepción del fútbol, quizás el juego más hermoso que el ser humano ha creado.
Este artículo simplemente es un intento de reivindicar la picardía, ese recurso artístico, espontáneo, que embellece al fútbol. Sin duda es parte del juego, de la danza de la pelota dentro del campo, de ese instante de inspiración que hace que un número diez toque la número cinco con la mano y la lleve a acariciar la red. Tal vez una agarrada de camiseta por lo bajo, o por qué no adelantarse medio metro en el momento de atajar un penal. Quieren condicionar el juego, y frente a ese escenario, es imperioso manifestarse en contra.
El capitalismo todo lo convierte en mercancía, y eso implicó, entre otras cosas, que el fútbol se “profesionalizara” y que el único objetivo sea el de la ganancia. Desde hace unas décadas el neoliberalismo acentuó más la competencia entre los equipos, pero también entre los jugadores. Y cuando hay crisis la FIFA no tiene problema en desaparecer clubes, fomentar una campaña contra los “hinchas violentos”, o producir falsas estadísticas en donde un puñado de burgueses que nunca tocó una pelota define quienes son los “mejores” y los “peores”.
Las ganancias multimillonarias que acumulan los empresarios; los partidos –y hasta torneos- arreglados por intereses económicos y políticos; la represión policial contra los hinchas bajo la excusa de que “hay que terminar con las Barras Bravas” (barras que incluso tienen íntima relación con la casta política, la burocracia sindical y la dirigencia. El ejemplo más crudo fue el asesinato de Mariano Ferreyra); son el producto de una sociedad regida por el capital y al que poco le importa el arte que pueden expresar cuarenta y cuatro piernas en el campo de juego. Sin ir más lejos, en el último Mundial de fútbol la FIFA recaudó más de 5 mil millones de dólares por derechos televisivos, marketing, derechos de hospitalidad y licencias asociadas al torneo. Esto sin tener en cuenta las causas por lavado de dinero, evasión de impuestos y corrupción que la Federación Internacional del Fútbol tiene sobre sus espaldas desde al año pasado, y que también le caben a la AFA.
Sin embargo la pelota sigue rodando, son millones los que cada domingo están dispuestos a ir a un estadio a disfrutar del espectáculo, de hacer una previa, de mirarse a los ojos y defender con pasión al equipo del que se es hincha, de experimentar el ritual del cántico, colgar una bandera sobre el alambrado, sentir plena felicidad por la victoria, y hasta entrar en una infinita tristeza porque pasados los noventa minutos no queda otra que aceptar la derrota. En ese marco es donde el juego despliega su esencia: la pasión humana.
Y ese entusiasmo también es el que se muestra hace más de dos años en los torneos de fútbol que se organizan en Madygraf. En donde han participado cientos de trabajadores, jóvenes y mujeres, no sólo para disfrutar del juego o de una tarde soleada, sino también en apoyo de la gráfica de zona norte que produce sin patrón y que se encuentra bajo control obrero.
El fútbol como arte
En el cuento “El Viejo y el árbol”, el escritor rosarino, Roberto Fontanarrosa, compara al fútbol con el arte. Del relato se desprende que el teatro es una expresión artística que los jugadores repiten hasta el cansancio, claro que hay malos y buenos actores (así como en el cine están los Sebastián Estebanez y los Robert De Niro). Simular una falta requiere de técnica: saltar en el aire, rozando la pierna del rival, revolcarse sobre el césped y gritar de dolor no es una tarea fácil de concretar, el mínimo error puede llevar a la expulsión y dejar al equipo con uno menos. Pero si la puesta en escena es representada con elegancia es posible tener un tiro libre cerca del área -o hasta un penal-, y quedar a un paso de anotar el preciado gol. La picardía hace al Fútbol como la mentira hace al Truco.
Si la tecnología finalmente aterriza en las canchas, la picardía se verá seriamente afectada. Incluso aquélla también puede inducir al error, tal fue el caso de la liga italiana, donde se está probando el “Ojo de Halcón”. En el partido entre la Sampodoria y el Genoa en octubre de este año, el aparato diseñado para “evitar errores” dio un gol válido cuando no lo era. En la misma línea hace unos días en la semifinal del Mundial de Clubes –entre el Atlético Nacional y el Kashima Antlers – el árbitro cobró un penal al ver por televisión la polémica jugada dos minutos después de que sucediese.
Lejos de la burocracia que coerciona al juego, se encuentra el barrio. Es ahí donde la pelota se mueve con libertad y las controversias se resuelven entre los protagonistas, a veces con diálogo, y otras no. Lo cierto es que en el picado se palpa la naturaleza del juego, no importa si los arcos se fabrican con un par de buzos o piedras que hacen las veces de palos, o si la línea lateral es el cordón de la vereda, lo que vale allí es hacer un gol, sortear al rival con un amague maradoniano, o simplemente beber entre amigos un trago de cerveza una vez finalizado el partido.
Por Juan Pablo Manente para La Izquierda Diario