Más allá de la violencia patologizante de la derecha mediática y la autocomplacencia del progresismo psi

Más allá de la violencia patologizante de la derecha mediática y la autocomplacencia del progresismo psi
12 abril, 2023 por Redacción La tinta

Es insoportable el ruido entre el neurofascismo de Canosa-Di Marco y el alfonsinismo psíquico de muchxs profesionales de la salud mental. Una encerrona entre la violencia patologizante de las primeras y el progresismo autocomplaciente de lxs segundxs, cuyos gritos no dejan escuchar otras voces y perspectivas. “Adicción”, “intentos de suicidio”, “anorexia”, “bipolaridad”, dice la derecha mediática desde sus cloacas televisivas. Como activista en salud mental, repudio enérgicamente los dichos de Viviana Canosa y Laura Di Marco sobre Florencia Kirchner y CFK.

Por Emi Exposto para La tinta

Al fascismo no se le discute, se lo combate. Son nuestros enemigos. Las periodistas Canosa y Di Marco no enuncian sólo opiniones personales, sino que expresan intereses colectivos y formas de vida antagónicos a los nuestros. Ahora bien, lo que no deja de sorprenderme es la posición de muchxs profesionales de la salud mental. Que se entienda: digo muchxs y no todxs, muchxs y no ningunx. Psicólogxs, psiquiatras, psicoanalistas con “buenas intenciones” que opinan en redes sociales, publican cartas y comunicados colectivos en diarios, dan entrevistas en radios y canales de televisión. Y un largo etcétera. Les leo y escucho: ¿están fingiendo demencia?

El problema político que quiero señalar es que muchxs profesionales que hoy hablan contra los diagnósticos injustificados y las interpretaciones unilaterales del malestar, contra la patologización y el estigma, contra la discriminación y el prejuicio, etc., son aquellxs que, en sus consultorios, reuniones entre colegas, hospitales, artículos y libros, redes sociales y cátedras universitarias, reproducen los mismos mecanismos cuerdistas y capacitistas que denuncian.

No soy anti-psi. Las luchas en salud mental a nivel nacional e internacional nos otorgan un archivo de “futuros perdidos” de movimientos radicales de trabajadorxs comprometidxs con el cambio social y la transformación de las subjetividades, como, por ejemplo, la antipsiquiatría, el psicoanálisis de izquierdas, el movimiento antimanicomial, entre otros. Estas memorias reverberan en una multiplicidad de iniciativas que abren posibilidades concretas aquí y ahora. Iniciativas comunitarias y populares, institucionales y artísticas, individuales o grupales. Estas son llevadas a cabo por comunicadorxs, terapeutas, trabajadorxs sociales, psicopedagogxs, artistas, investigadorxs, militantes, entre otros agentes que configuran alternativas reales para otra salud.

Por otro lado, existe un acumulado histórico de acciones directas contra la violencia psicológica y la opresión psiquiátrica, las cuales han sido construidas desde el punto de vista de los movimientos de supervivientes, pacientes y ex usuarixs del sistema sanitario. Estas luchas radicales se actualizan en los llamados activismos en primera persona, que hoy resurgen en todo el mundo.


Borrando de un plumazo esta historicidad y ante los dichos de Canosa y Di Marco sobre Florencia y Cristina Fernández de Kirchner (CFK), cierto progresismo psi esgrime argumentos bienintencionados legitimados por saberes disciplinares, justificando su propiedad privada y pública en el abordaje de los “problemas de salud mental”.


Lo mismo de siempre: nos hacen delegar nuestros estados de ánimo en la tecnocrapsia; y, en el mismo acto, escamotean su propia injerencia cotidiana y convivencia en la reproducción del sistema manicomial y psiquiátrico, el poder terapéutico y farmacéutico, que hoy dicen cuestionar. Por añadidura, tratan la cuestión como si fuera el problema de una persona individual o una familia.  El progresismo psi despolitiza el malestar. O bien se lo regala a la derecha o bien nos condena a la vergüenza, el silencio o la revictimización, mediante criterios normativos de cura y guiones de bienestar muy difíciles de satisfacer. 

Neutraliza toda resistencia que puede elaborarse a partir del dolor. Desconecta la vulnerabilidad y la fragilidad social de la desigualdad emocional y la diversidad psicosocial. Pero la salud mental no es un tema privado. La “anorexia”, las “adicciones”, la “depresión”, la “ansiedad” o los “intentos de suicidio” son problemas políticos. Individuales y colectivos. ¿Qué dice nuestra salud mental de nuestros modos de habitar la ciudad, el planeta, el trabajo, el cuerpo?

Estamos colapsadxs. Desbordadxs. Hartxs.  Nuestros aparatos psíquicos penden de un hilo, entre tanto trabajo precario y sin fin, alquileres imposibles y precios por las nubes, exigencias y decepción política, caos urbano y desastre climático, injusticias y deterioro estructural. Los malestares afectivos y sociales son diferenciales y desiguales, en la medida en que están atravesados por factores de género, racialización, clase, edad, etc. 

¿Qué significa que la salud mental es un problema subjetivo y estructural? Revisemos algunas estadísticas que dan cuenta de este hecho. Por ejemplo, para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión será la principal causa mundial de discapacidad social en 2030. 800 mil personas se suicidan por año. Es la segunda causa de fallecimiento en jóvenes entre 15 y 29 años, después de los accidentes de tránsito. En los últimos 45 años, las tasas de suicidio aumentaron un 60% a nivel mundial. De acuerdo a las Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la Nación, en Argentina, se producen más de 3 mil suicidios por año. Según datos de la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA), entre un 10 y un 15% de la población argentina tiene algún “trastorno alimentario”. Nuestro país es el segundo en cantidad de casos en esta materia, después de Japón. En la Argentina, entre el 12% y el 15% de adolescentes padecen de anorexia o bulimia, siendo el 90% de las personas afectadas mujeres y el 10% varones. No hace falta revisar las cifras de “consumos problemáticos”, “déficit de atención” o “ansiedades”. Ya las sabemos, las vivimos a diario, en carne propia. No estoy en contra del uso de fármacos, pero, ¿cuántos antidepresivos o ansiolíticos consumimos para soportar una normalidad que nos enferma? ¿Qué pasaría con nuestras saturaciones y disfrutes, con nuestros ocios, roturas y desgastes si se prohíben el consumo de alcohol, de drogas, cigarrillos?

La crisis de la salud mental es muy profunda. Echa sus raíces en la matriz estructural de las relaciones sociales dominantes. Todxs vivimos los síntomas de estas causas sistémicas: cansancios, insomnios, estrés, pánicos, angustias, burnout. Nuestros malestares psíquicos, emocionales y somáticos también son una respuesta ante injusticias sociales. Son un límite ante relaciones concretas que se pueden tornar invivibles, ya que nadie puede adaptarse sin síntomas a una sociedad cada vez más inviable. No hay nada excepcional en estas afecciones, son tan íntimas como comunes; dependen tanto de trayectorias singulares de vida como también de factores estructurales, desigualdades sistémicas y dificultades compartidas. Nuestros malestares, quejas, rebeldías, placeres insumisos o desesperaciones expresan un desacuerdo, descontento, inconformidad o insatisfacción con el estado de cosas.

En este sentido, la emergencia de la salud física y mental se ensambla con la emergencia alimentaria, habitacional, económica y climática en el marco de una crisis de la reproducción social, profundizada con la pandemia. No obstante, el abordaje de la crisis anímica no puede reducirse a la lucha salarial del sector sanitario o la expansión de redes terapéuticas y profesionales psi en los barrios. Todas estas medidas son muy necesarias, fundamentales e imprescindibles para una salud inclusiva e integral; pero insuficientes quizás para vetar la creciente mercantilización de nuestra vida y la profundización de los determinantes que precarizan nuestra salud (explotación, opresiones, extractivismo, exclusión, individualismo, etc.). Las fuerzas emancipatorias necesitamos poner la salud mental en la agenda política de los desafíos estratégicos de nuestro tiempo.

La crisis histórica de la salud mental es producto de una sociedad que nos rompe, nos genera daño, nos duele. Es efecto de formas de vida socialmente injustas, ecológicamente insostenibles y emocionalmente insoportables.


“No era depresión, era capitalismo”, dijo la revuelta chilena y nos legó un enigma estratégico para las políticas transformadoras en salud mental; tanto a nivel subjetivo y en los modos de vida como a nivel público, comunitario y en las estructuras materiales. Esa frase, sorprendente por su luminosidad y contundencia callejera, condensa un misterio que no llegamos a desentrañar.


¿Significa que, con la superación del capitalismo patriarcal y colonial, se solucionarán nuestros malestares? No lo sé. Sin embargo, ofrece un punto de partida para imaginar y ensayar alternativas de contra-salud, más allá de la violencia patologizante del enemigo y la complacencia de cierto progresismo psi. Para finalizar, quisiera mandarle un abrazo a Florencia y a la comunidad de sintomáticxs.

Por Emi Exposto para La tinta.

Palabras claves: Florencia Kirchner, Medios de comunicación, Salud Mental, Viviana Canosa

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