No sabía qué ponerme y me puse feliz
¿Querés ser feliz y no sabés cómo hacer? En esta nota, te voy a mostrar cómo las redes sociales –a través de influencers y autoayuda– invitan a ignorar el contexto social, político y económico para que logres, por fin, alcanzar la felicidad, porque eso: depende de vos.
Por Emilia Gatica para La tinta
En pleno aislamiento social, preventivo y obligatorio –al comienzo de la pandemia–, tuve que dejar la residencia en la que vivía en la ciudad de Córdoba y volver a la casa de mi familia. Convivir con mis hermanes, mamá y papá, otra vez, fue una experiencia hermosa al principio. Después de un mes, me aburrí y, casi como una consecuencia, comencé a usar más mis redes sociales. Un día, mientras scrolleaba, me topé con cuentas que ayudaban a organizarte. Decidí ordenar mis actividades diarias para sacarme el aburrimiento de encima. Leí varias cuentas que me ayudaron a organizarme y a mi algoritmo de Instagram le empezaron a pasar cositas…
A las semanas, ya había leído muchísimas experiencias de muchísimas personas que, como yo, habían ordenado sus actividades y tenían una rutina diaria. Para mi desgracia, no pude seguir al pie de la letra todo lo que tenía que hacer para ser feliz durante la cuarentena porque, lamentablemente, tenía que trabajar y ocuparme de algunas cuestiones del cuidado del hogar, aun así, di todo (lo que pude). Sin embargo, la felicidad no llegó y empecé a sospechar. ¿Por qué, si le estoy mandando mensajes positivos al universo, no veo los cambios? ¿El universo me tendrá bloqueada? ¿Mi energía está mal, estaré vibrando bajo? No cerraba por ningún lado, las personas que compartían sus experiencias estaban muy contentas y yo no tanto…
En el ejercicio de lidiar con el aislamiento, creo que muches de nosotres quisimos aprender a ser felices. Así es como me empezó a llamar la atención el modo en que líderes de opinión, mejor conocides como influencers, reproducen discursos provenientes de las narrativas de autoayuda.
Según el Informe Global Digital 2022 realizado por We are social y Hootsuite, desde la pandemia, se intensificó el uso de las redes sociales: en 2020, el 49% de la población mundial utilizaba redes, mientras que, en 2022, ese porcentaje subió 9 puntos y alcanzaba al 58% de la población. Solemos pensar que en las redes sociales solamente se reproduce o repite todo eso que escuchamos en la calle, en la tele, en las series y así sucesivamente. Pero (spoiler alert) no. El uso de redes creció y hay ciertos discursos emergentes que migran a la “vida real”. Me refiero específicamente a los discursos de autoayuda, que, en general, no solo se vinculan con la ayuda que me doy a mí misme, sino que constituye un proceso aplicado voluntariamente y, además, insinúa que no debe esperarse nada de les otres… ¿Individualismo contemporáneo? ¿Omnipotencia del ego?
Ver esta publicación en Instagram
Este tipo de discursos sugieren un yo fuerte, pleno y lleno de recursos, causa y remedio de todos los males. Sujeto soberano de sí. Resistir a todo y a cualquier precio, la respuesta está en nosotres mismes. Es nuestra responsabilidad ocuparnos de los procesos que desencadenan una crisis y entonces no será necesario pedir ayuda ni a nuestres amigues, familiares o algune profesional de la salud.
En las redes sociales, se utilizan estrategias discursivas y significaciones propias de la literatura de autoayuda. Y aunque nunca me gustó lo que promueve la autoayuda, pensé que tener una “mayor autonomía” me haría bien, estaba dispuesta a hacerme cargo, a tomar las riendas de mi vida. “Me olvidé” de lo que me rodeaba, me abstraje con el objetivo de mejorar mi calidad de vida. Durante un mes, compré la promesa de felicidad que me vendían les influencers, debo confesar que nunca les creí del todo (¿por eso habré fracasado en la búsqueda del tesoro?).
Los discursos puestos en circulación en redes sociales funcionan como tecnologías que actúan sobre las subjetividades contemporáneas, las cuales, según el sociólogo Samuel Binkley, se articulan con la “racionalidad neoliberal de gobierno” predominante en el capitalismo global contemporáneo. Esto significa que las narrativas de autoayuda, coincidiendo con la irrupción de los discursos felicitarios, se vuelven centrales para comprender las transformaciones culturales contemporáneas con relación a la construcción de discursos en redes sociales digitales y a la construcción de subjetividades influenciadas por estos mismos discursos.
Un ejemplo característico es el coaching, ¿te suena, no? Este ejercicio se ha vuelto habitual en una gran variedad de discursos y especialistas con capacidad de incidir en la vida económica, política y cultural de las sociedades contemporáneas. Además, cuenta con diversidad de clientes y se ofrece como servicio que propone soluciones a todos los órdenes de la vida, brindando herramientas para transformarse a sí mismes. Les influencers muchas veces aparecen como coachers, o sea, como personas capacitadas especialmente que guían y ejercitan a un grupo de personas que tendrían, por sí mismas, el potencial para encontrar sus propias soluciones.
Sí, ya sabemos. Las narrativas de autoayuda encarnan todas –sí, todas– las representaciones sociales que convienen a la reproducción social de ciertos patrones, que se relacionan de forma directa con el famoso y popular “sentido común”. Entonces, ¿por qué seguimos consumiendo esta mierda? ¿Por qué el interés por los discursos de autoayuda no desaparece? Quizá tenga que ver con su capacidad por recrear sentido en consonancia con el programa emocional del neoliberalismo que es productivo, íntimo y multidimensional. Cuando me aburrí de no ver ninguna mejora, me puse a ver cómo se daba la circulación de estos discursos en Instagram y cómo era (y sigue siendo) tan efectiva.
La autoayuda no solo es un género literario, sino que, además, busca darnos la solución a las dificultades que experimentamos en relación con el mundo, pero entendiendo esos desajustes como problemas de nosotres con une misme. Es fundamental visibilizar que el poder generativo del lenguaje, una vez puesto al servicio de la realización del modo de vida que incentivan estos discursos, se convierte en un dispositivo normativo de control y disciplina.
El papel de les influencers es generar confianza en su público y ofrecerles herramientas con el objetivo de que cada subjetividad asuma la tarea de dominarse. Cuentan su experiencia, no exenta de malestares, pero que han logrado superar. Su “autenticidad y experiencia” les vuelve confiables y expertes en el tema, y esto es un componente fundamental para conectar y empatizar con sus seguidores, quienes se sienten identificades, comprendides y motivades para superarse. Un aspecto a destacar es que muches influencers aparecen como “personas comunes” que lograron alcanzar la felicidad y el éxito, y ese es el cimiento de la construcción tanto de sus narrativas como de su perfil de líder de opinión.
Los discursos de les influencers circulan en Instagram a modo de contenido plausible de ser aprendido, a tal punto que les seguidores ponen en práctica estos discursos y toman estas narrativas como referentes. Entonces, les influencers no solo son líderes de opinión, sino que también son narradores que cuentan sus prácticas de vida ante sus seguidores que, generalmente, les validan.
La retórica de la autoayuda construye un discurso donde el ser individual y singular puede lograr el éxito y la felicidad con solo proponérselo, hay una celebración del yo que es ampliamente reconocida en Instagram. Está bien y es lógico, todes queremos alcanzar la felicidad, pero, ¿a costa de qué? ¿Vamos a consumir y reproducir cualquier porquería que nos prometa felicidad? ¿De qué felicidad estamos hablando? Es preocupante el modo en que la autoayuda se vincula con un horizonte mayor que incluye a un ideal que se actualiza permanentemente y, aunque no sepamos con certeza qué es la felicidad, la autoayuda nos retiene con un aura mágica e ilumina el camino a recorrer para encontrarla.
Como explica la teórica feminista, Sara Ahmed, en los discursos de las culturas terapéuticas centrados en la positividad, la palabra “felicidad” funciona como un performativo feliz, en el sentido de que, al decirla o al traducirla a dominios no discursivos, se cree que es posible crearla y vivenciarla. De forma tal que “la felicidad pasa a ser no solo aquello que se desea alcanzar, sino también un modo de aumentar al máximo las posibilidades de alcanzar aquello que se desea”.
Por suerte, terminó la pandemia. Sigo trabajando más de lo que me gustaría, me ocurrieron un montón de desgracias (y seguramente sigan pasando), claramente es mi responsabilidad o no estoy manifestando lo suficientemente bien. Además, como dicen por ahí, “si sucede, conviene”, ¿no? Cuando quiera ser feliz, pero cuando lo quiera de verdad, lo seré… porque soy la capitana de mi destino, soy la dueña de mi felicidad.
*Por Emilia Gatica para La tinta / Imagen de portada: A/D.
(*) Este artículo fue realizado en el marco del taller «Ciencia en todos lados», brindado por el medio La tinta, en articulación con el Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichon (CIFFyH), la Secretaría de Extensión de FFyH (UNC) y el Instituto de Humanidades (IDH).