“Gran Chaco”, una mirada sobre un genocidio sin armas
El Gran Chaco Americano es una región de más de 600 mil kilómetros cuadrados que incluye partes del norte de Argentina, Bolivia, Paraguay y el sur de Brasil. Se trata de un vasto ecosistema en el que conviven numerosos grupos étnicos como los Wichí, Qom y comunidades guaraníes. La agroindustria se instaló a gran escala en busca de sacar provecho de la rápida expansión de la demanda mundial de soja. Lucas Van Esso decidió plasmar esta realidad silenciada por los negociados en su documental “Gran Chaco”.
Este documental revela la relación de los pueblos originarios con la naturaleza y los problemas causados por la deforestación debido al avance de la frontera agrícola. ¿Cuál es la situación de los pueblos originarios de esta región? ¿Hay preservación del ecosistema natural? ¿Cuál es el conflicto social ambiental que se desencadena, además, devastando a la cultura?
La corteza de un árbol en un bosque seco. Una mujer wichi produciendo artesanías de palo santo o quebracho. Familias recolectando miel. Enormes topadoras arrasando el bosque. Silencio. Son escenas que encadenadas podrían remitir a aquella idea del cine ruso de 1920 sobre el montaje de atracciones en el cual se desarrollan mecanismos para producir choques emotivos en el espectador en un orden adecuado, de manera tal que se pueda hacer perceptible una conclusión final.
Pero en “Gran Chaco” no hay simbolismos sino imágenes de gran calidad fotográfica que retratan con simpleza y naturalidad el día a día de las comunidades originarias que habitan la segunda región boscosa más grande del continente luego del Amazonas, principalmente la comunidad wichí “El Traslado”. No hay estímulos de acción emotiva y psicológica específicamente planificados, sino que se exponen de una manera cruda los lazos que los pueblos originarios establecen con ese patrimonio natural que posee una diversidad particular y constituye un escenario diferente para la actividad productiva. Se podría pensar que tampoco hay una intervención alevosa del director en la puesta en escena que transforme cada elemento de la película en algo afín a un discurso porque pareciera que la problemática se evidencia sola en cada plano y no hace falta agregar más nada: el reemplazo de la vegetación originaria por la vegetación adaptada, en este caso los cultivos, persiste y se agudiza constituyéndose como una amenaza para la flora y fauna de la región y también para aquellos habitantes de ese ecosistema, quienes precisan de esa biodiversidad particular para llevar adelante esas formas de vida olvidadas por la cultura occidental.
Sin embargo, hay algo en común con el montaje de atracciones y es que se genera una idea que engloba cada imagen y testimonio, una propuesta, la de cuestionar el concepto de desarrollo. A partir de ahí, se abren diversos interrogantes que surgen a lo largo de poco más de una hora en la producción independiente dirigida por Lucas Van Esso: ¿El Gran Chaco está condenado a elegir entre miseria o monocultivo? ¿Pueden emplearse otras alternativas para la producción que no impliquen una alteración de ese ecosistema y que integren a los pueblos originarios? ¿Es el monocultivo un condicionamiento a un sistema de explotación y dominación que tiene como rehenes a las comunidades indígenas?
“Gran Chaco” cuenta también con testimonios de los actores afectados por la problemática del desmonte y de profesionales e investigadores inmersos en el área. La mayoría remite a la información dura en relación a los impactos en la naturaleza y los efectos adversos en los componentes del suelo, como así también la falta de un monitoreo preciso para la aplicación de la Ley de preservación de bosques nativos y la complicidad entre las grandes compañías y los gobiernos provinciales.
La película, que fue premiada en varios festivales, incluyendo una mención especial al mejor documental nacional en el 16° Festival Internacional de Derechos Humanos, se subió a su página oficial el pasado 12 de octubre en una especie de reestreno especial, como una forma de abordar los conflictos que atraviesan los pueblos originarios en la actualidad.
¿Cómo fue la experiencia de haber realizado el documental principalmente a partir de haber pasado tiempo con las comunidades que habitan esa región?
La idea de hacer “Gran Chaco” surgió en un viaje que hice cuando estaba haciendo una pasantía en la Facultad de Agronomía. Yo estudiaba Diseño de imagen y sonido en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), y en esa pasantía me pidieron si podía ir a cubrir una serie de capacitaciones sobre el uso del GPS para delimitar tierras y para ver cómo estaba la situación en diferentes zonas. Eramos un grupo de estudiantes de ciencias ambientales y agrónomos. Cuando llegamos allá, nos dividimos en tres grupos: algunos fueron a zonas donde el desmonte ya había ocurrido, otros fueron donde estaba ocurriendo y a mí me tocó ir a la parte donde no había habido desmonte. Eso me permitió conocer algo de lo que no tenía ni idea y establecer contacto con comunidades originarias con dialectos propios a las que les costaba comunicarse con nosotros. Cuando me enteré de todo eso y vi cómo venía la mano, sentía que con los días que había estado ahí y con las tomas que tenía, el material que había filmado me quedaba muy corto y toda esa temática merecía algo más elaborado, más serio. Me generó un cambio que en principio provocó toda esa iniciativa y todas las decisiones que tomaba en mi vida iban empujando a que la película se hiciera. Después el hecho de pasar tiempo allá, ya de por sí tiene un cambio pequeño que es bajar las revoluciones adecuándose a sus modos de vida. No fue llegar, poner las cámaras y filmar sino que llevó todo un tiempo para conocer y generar un vínculo con las personas con las cuales iba a desarrollar lo que me proponía filmar, que en este caso terminó siendo la comunidad de El Traslado. Me pareció más interesante mostrar las cosas que están en juego, que se pueden perder más que las que ya se han perdido en un montón de lugares ante el avance del desmonte. Si bien se muestran desmontes en la película, yo quería valorizar lo que todavía está.
Al principio cuando volví estaba a destiempo con la ciudad, fue raro. Fueron tres viajes de aproximadamente 15 días, nunca pudimos estar mucho tiempo allá. Porque además fue una película independiente y los fondos estaban limitados.
¿Cómo fue el proceso de selección de los entrevistados, desde los testimonios de las distintas comunidades hasta los profesionales en el tema?
En el caso de las comunidades, algunas organizaciones no gubernamentales que están trabajando con ellos en el campo y ayudándolos con el reclamo de sus tierras, a que consigan los DNI, conseguir alimentos y ropa, nos fueron guiando. Cuando fuimos estableciendo los vínculos y planteando lo que buscábamos, en el proceso de rodaje o de pre-producción recibimos mucho entusiasmo y aprobación de estas personas para que el proyecto se realice y ellas nos condujeron hacia “El Traslado”. Después también hablamos con gente del Parque Nacional Aguaragüe en Bolivia que nos presentó algunos testimonios que están sobre el final.
La parte académica, menos el caso de Pérez Esquivel y Emiliano Ezcurra, que integra el Banco de bosques, está conformada por egresados de la Facultad de agronomía que son top ten en el mundo en lo que están opinando y en ese sentido el productor de la película, que forma parte de la Facultad, los conocía y confiaba en lo que podían aportar.
Hay un miembro de la comunidad wichí cuyo testimonio plantea una preocupación acerca del futuro de la juventud. ¿Cómo viste a los niños y jóvenes que se encuentran en el Gran Chaco?
Los vi siendo eje de dos culturas muy fuertes, porque por un lado tienen todo esto que son, sus tierras y sus costumbres, pero tampoco pueden estar aislados de lo que ocurre porque, indefectiblemente, tienen encuentros y se mezclan. Los vi complicados en el sentido de que tienen que asistir a las escuelas donde, en muchos casos, no hay profesores bilingües. Esta situación los aleja un poco de todo lo que es su cultura. En general, las escuelas rurales, al no tener toda la atención que deberían tener, se vienen un poco a menos. Por eso, creo que lo principal sería un marco educativo serio. Yo he conocido docentes rurales a los que hay que hacerles un monumento por las condiciones en las que hacen su trabajo y, claramente, está en ellos cómo quieren trabajar y qué energía le quieren poner. Hubo docentes que nos ayudaron, sobre todo dos chicas, que nos dieron una mano después de una tormenta que destruyó nuestro campamento y nos quedamos sin electricidad. Entonces, nos abrieron la puerta de la escuela, dormimos ahí, nos hicieron comida y si no hubiera sido por ellas, gran parte de lo que está en la película no podía haber sido filmado. Todas las mañanas veíamos el trabajo que hacían con los chicos antes de irnos a filmar: recibirlos, que desayunen, enseñar en un contexto donde no hay tanto orden sino que los chicos están en diferentes edades y aulas. Yo los veo complicados en el sentido de que no está muy claro ni determinado como debería ser la educación en estos casos.
Después, está el tema del trabajo también, es decir, si se van a tener que ir a buscar trabajos a otros lados, si lo encontrarán o no, es toda una incertidumbre donde también se empieza a cuestionar la posibilidad de vivir en armonía con el monte porque me parece que se les generan inquietudes a los chicos que ya no las van a poder resolver permaneciendo ahí.
¿Notaste una disyuntiva entre habitantes nativos que plantean “es nuestra supervivencia o su producción” y quienes creen que no se trata de polarizar sino que es posible integrarse a ese proceso de alguna manera alternativa?
En general, las comunidades que yo conocí estarían siempre dispuestas a producir un desarrollo en conjunto que sea alternativo y todas estas quieren evitar que destruyan sus tierras. Ellos tienen sus pertenencias ahí, sus cementerios, sus ancestros. Es como que vengan acá y empiecen a destruir y arrasar todos los edificios, las iglesias, las universidades. No conozco casos en los que las comunidades estén de acuerdo en que eso suceda como si ellos pudieran recibir alguna ganancia de desmontar, producir y demás sino que apuntan a alternativas que son bastante interesantes y que se sabe que existen.
¿Qué opinás con respecto a la idea que desarrolla el Decano de la Facultad de Agronomía en el documental acerca de que hay una demonización de la producción de la soja?
Entiendo que no es lo mismo estar produciendo soja en Buenos Aires que estar produciendo soja en el Gran Chaco. No es lo mismo producir soja todo el tiempo que hacer rotación de cultivos. Pero eso está más relacionado a lo que es el tema de protección de suelos y no tanto a lo que es el ser humano. El problema que veo es pasar de lo que es un bosque a un monocultivo, porque para eso hay que destruir todo el monte y plantar, después podés hacer lo que quieras, pero ya pasaste por encima de un ecosistema. A mí no me interesan cuáles son los pormenores de la demonización de un productor sojero, sino detenerme en la posibilidad de producir en las zonas del país que ameritan uno u otro tipo de producción. En el norte se pueden hacer un montón de cosas que están buenas y que funcionan porque dejan el bosque en pie: sistemas silvopastoriles en los que en vez de pasar dos topadoras con cadenas durante un mes, se pasa una mucho más pequeña, se van pelando los estratos más inferiores y a partir de ahí se planta pastizal, pero los árboles de gran porte se conservan. Ahí podés hacer ganadería, por ejemplo. Más interesante aun me parece hacer turismo rural, la caza, la recolección de miel, la producción de maderas certificadas, artesanías, tratar de impulsar un marketing o algo para que todo eso se difunda y se venda y las comunidades estarían dispuestas a formar parte de ese proceso.
¿En qué cuestiones te focalizaste para abordar de una manera distinta un concepto tan cuestionado desde hace años como el del desarrollo o progreso?
Ese es el fin subyacente de la película, adónde apuntamos con lo que denominamos progreso. Creo que en los últimos años ha habido un avance muy fuerte de otra concepción de la producción. Cuando éramos chicos, nuestros padres o abuelos no conocían mucho o escuchaban muchas veces la palabra sustentabilidad o producciones orgánicas y no se replanteaban cómo era su alimentación. Me parece que eso está cambiando de a poco y que hay que aprovechar ese contexto para traer de nuevo esa pregunta a la mesa: cómo queremos desarrollarnos, hacia dónde apuntamos como sociedad, las decisiones que tomamos personalmente, y cuáles tomamos como profesionales. Mi punto de vista está en la película y claramente no pienso que el desarrollo sea destruir algo en pos de sacarle un rendimiento económico superlativo, sino dejar esa ambición de lado. No del todo porque sigue siendo el sustento de vida principal para muchas personas, pero no aspirar a tener el sueño americano de poseer todo, sino apuntar a estar en armonía con uno y con el contexto social.
¿Cuál es el balance que hacés de la Ley de ordenamiento territorial de los bosques nativos sancionada en el 2007 y que, contemplada en la Ley Nacional de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los bosques, apuntaba a fortalecer su conservación?
Significó un avance, pero debería ser revisada, debería ser subvencionada para que pueda ser regularizada. Si bien dicen que no se puede desmontar acá o allá, tampoco hay un control para corroborar las violaciones. De a poco sí, pero varias personas con las que hablé me comentaron que hay casos en donde solo hay disponibles dos o tres camionetas para verificar esto en un territorio inmenso, por lo tanto no hay un control riguroso. Por otro lado, la ley especifica que los bosques que se encuentran en la categoría de color rojo, no deben transformarse; los de categoría amarilla son bosques de mediano valor de conservación y la verde, son bosques que pueden transformarse parcialmente. Y la realidad es que hay lobby para modificar los colores: las mismas grandes compañías presionan o tienen acuerdos con los gobiernos provinciales para pasar a otras categorías aquellas regiones pintadas de rojo y poder desmontar.
Mientras desarrollaba la investigación para hacer la película supe que dinero que estaba destinado para hacer funcionar esa ley, fue derivado para sostener el programa de Fútbol Para Todos, entonces ahí ya te das cuenta cuáles son las prioridades de las personas que elegimos para que nos representen y cómo dejamos que siga pasando.
La película interpela a productores, consumidores, habitantes nativos del bosque y gobernantes. ¿De qué manera trataste de que el tema no quede en la mera indignación del espectador?
Hay dos cuestiones ahí: la película en sí era mi manera de haberme enterado que sucedía eso y poder plasmarlo. Me excede un poco el control del efecto que pudo haber tenido en el público, no hice trabajo de campo y sé que hay otras personas que decidieron encarar profesiones y disciplinas que realmente pueden generar cambios significativos. Yo no estudié ciencias políticas ni ocupo ningún cargo, pero cuando hice esta película me di cuenta de qué tipo de discurso me interesaba construir teniendo en cuenta cada una de estas cosas, porque si yo hubiera hecho mucho hincapié en las posibles salidas que tiene el conflicto me parecía que plantear una resolución era contraproducente. A mí me interesaba que se generaran sentimientos encontrados, que se generara una incomodidad en el espectador y se comprometieran en hacer algo al respecto. La idea es que el documental te dé una noción nueva de la situación que por ahí desconocías y no te quedes en la butaca con la idea de que todo está resuelto, sino que te vayas de la sala pensando qué podés hacer para modificar eso.
Además, se trata de establecer una alerta. No porque esté pasando en el Gran Chaco, no te va a afectar. Es nuestra cultura, son nuestros territorios y se generan cambios climáticos: inundaciones como la de Entre Ríos a principio de año que fue causada por los desmontes. Todo ese cauce que de agua que hizo estragos se originó ahí y fue un exceso porque no hubo arboles que lo devolvieran a la atmósfera.
¿Hay otras problemáticas en la zona que te hayan inquietado y generado la posibilidad de hacer otro documental similar?
Estoy llevando adelante una nueva película, pero en este caso es en Salta. A través de los rodajes de “Gran Chaco”, nos fuimos enterando que una de las problemáticas en la zona era el acceso al agua. No tienen redes cloacales y usan letrina, tienen que hacer pozos y esos pozos tienen valores superiores a los que pueden afrontar. Hay un grupo que a través de diferentes donaciones de ONG’s van consiguiendo materiales de a poco y hacen pozos y una vez que los hacen, hay que ver cuántos metros tienen que profundizar para sacar el agua dulce y hay que poner una bomba y un filtro para neutralizar. Si bien surgió a raíz de “Gran Chaco”, no podría decir que es una continuidad o una segunda parte, pero tiene que ver. El enfoque es diferente, en este caso la idea es no hacer entrevistas a académicos sino que la voz la tengan únicamente las comunidades originarias. De hecho todos los testimonios que tenemos por ahora están en wichi y tengo que encontrar un buen traductor porque en el caso de “Gran chaco” era una parte mínima la que había que traducir.
¿Se generaron aportes interesantes en las proyecciones y los debates posteriores?
Siempre me dio la sensación de que la película estaba cumpliendo con lo que me había propuesto. En varios momentos, los notás que están inquietos, se mueven en las butacas, están incómodos, exclaman su descontento cuando ven el avance de las topadoras y luego hay una intención de discutir. Cada espectador siempre tiene un punto de vista distinto y una propuesta para intentar solucionar las cosas y una minoría que cree que ciertas cuestiones deben mantenerse así. Está bueno que la gente no quiera levantarse e irse sino quedarse para realizar su aporte y eso significó una satisfacción.
Haber hecho la película es un poco “derrocar a Roca”. En un momento de mucha introspección, no podía pensar en otra cosa que no sea la película, dormía poco y me acostaba recordando eso que vi y llegué a pensar que esto que está ocurriendo era un genocidio sin fusiles, están exterminando comunidades originarias en el norte como ya ha ocurrido en otras épocas, en este caso arrasando con sus tierras, su cultura y modificando sus costumbres a partir de la eliminación de una biodiversidad con la que ellos han vivido siempre.
*Por Andrea Florencia Leal publicado en ANRed