Furia travesti: el diccionario vivo de Marlene Wayar

Furia travesti: el diccionario vivo de Marlene Wayar
24 diciembre, 2021 por Redacción La tinta

La activista editó su libro Furia Travesti. Diccionario de la T a la T donde parte de su propia biografía para trazar un recorrido por las violencias, las luchas y las conquistas de la comunidad travesti trans.

Por Agencia PRESENTES

“¿Quieren saber qué es ser travesti?”, pregunta Marlene Wayar, pensadora y referente fundamental del activismo trans y travesti latinoamericano, en la primera entrada de su libro Furia Travesti. Diccionario de la T a la T (Paidós, 2021), versión aumentada y corregida de Diccionario travesti de la T a la T publicado por primera vez en 2019.

A lo largo de la obra, “Travesti” será una palabra imposible de definir. Un punto de partida para preguntarnos sobre la historia, la fuerza, la fragilidad, la lucha y el amor.

Si el diccionario clásico, como lo conocemos, es un lugar seguro, expone Camila Sosa Villada en el prólogo a esta edición, el diccionario de Marlene es todo lo contrario. “Es un terreno inseguro donde todo lo sabido se refuta o al menos se pone en duda”, escribe Camila.

Esto se debe a que no encontraremos, en este diccionario, una definición absoluta de ninguna de las palabras que contiene. Incluso el método para armar las descripciones de estos conceptos será diferente. Para poder definir, Marlene recurre a recuerdos, a comentarios al pasar, a su propia biografía y a la biografía colectiva de antiguas y nuevas amigas. Y es que, como propone Liliana Viola en el epílogo, este diccionario, de algún modo, no le pertenece solo a Marlene.

Sus ensayos de definiciones, sus preguntas abiertas, sus pensamientos que son más colectivos que individuales, “se vienen gestando desde las primeras luchas travas del siglo pasado para llegar hasta hoy, cuando la identidad de género es ley y cuando el reclamo de trabajo y dignidad humana atraviesa generaciones e identidades”.

—¿Qué significa, para vos, ser una travesti en Latinoamérica hoy?

Significa una lucha permanente por no ser la opción más pobre. Que la sociedad no nos eleve con ánimo de pinkwashing porque piensan que caemos bien a todo el mundo y que nunca vamos a decir algo que incomode. Significa seguir reivindicando la palabra travesti, seguir exigiendo a este mundo que nos piense desde nuestra mirada.

Es un lugar de síntesis porque no puedo decir que sea de representación. Somos una comunidad tan pobre, sin instituciones propias, que si nos erguimos por algo no es porque nuestras compañeras nos hayan votado y llevado hasta ahí.

La idea de ser una síntesis tiene que ver con tener en la cabeza esa polifonía de voces que son las compañeras que ya no están, las que vienen y les niñes que nos exigen responsabilidad respecto del mundo que vamos a dejarles.

Es una síntesis sumamente extraña. No creo tener la capacidad para expresarlo y para tener una respuesta cerrada. Eso lo van a poder ver otras generaciones, que verán lo que ha significado ser travesti en esta época. Veremos, también, si seguimos existiendo o si somos las últimas.

—¿Cómo debe ser, para vos, un intento de diccionario que rompa con el diccionario clásico?

—No me parece mal la idea de diccionario clásico, pero sí considero que hay que hacer un trabajo permanente que lo convierta en una herramienta viva. Es decir, que podamos hacer uso del lenguaje, que nos guíe el diccionario como herramienta, para eliminar los ruidos en la comunicación.

En algunas situaciones es necesario hablar de manera concreta y dejar de usar metáforas fallidas que en algunos ámbitos se vuelven sumamente inoperantes y contrarias a los derechos de las personas.

Este diccionario persigue el otro objetivo que es adueñarnos del mismo lenguaje. O quizás, el de reivindicar el derecho que tenemos a crear ese lenguaje en una mesa de diálogo político al que nunca hemos sido invitadas.

Es el poder de definir por nosotras y darles a conocer qué entendemos por muchos de los términos que vimos bastardeados, empobrecidos por el mismo uso. Pensemos, por ejemplo, en la palabra mamá, una palabra rota por las hijas, por el feminismo y también por nosotras que podemos romperla, aumentarla y profundizarla.

Este ejercicio de ruptura lleva siempre consigo una construcción. 

—Hablando de madres, en el libro explicás lo que es el maternaje travesti. ¿Podrías profundizar esta idea?

—Hay un maternaje estrictamente comunitario que tiene que ver con el ejercicio del maternaje respecto de las adultas hacia las más niñas.

Esta idea tiene su génesis en la propia sensación que llevamos todas las travestis de desamparo, de estar solas, de no saber cómo manejarnos en un mundo adulto y desconocido. Las adultas te van mostrando cómo es y cuáles fueron sus experiencias, qué les dio resultado y qué no.

Esto, lejos de ser siempre una imagen romántica, puede estar absolutamente desvirtuado porque somos personas que han mamado de este sistema, así que tenemos la misma impronta que cualquier otra maternidad.

Maternidades que, hasta con buenos fundamentos, pueden generar violencia, una golpiza porque llegaste borracha y estás desperdiciando tu tiempo, tu juventud, tu dinero. O al revés, que te pongan en mayor desprotección porque no sos nadie, porque “tenés que pagar derecho de piso y esta esquina es mía y yo tengo el arreglo con la policía o el hotel”, y ahí se pagan peajes. No es todo estrictamente romántico.

Pero también hay un maternaje mucho más concreto, podríamos evaluar que es materno-paternidad, como la de la inmensa mayoría que mantiene sobrinxs, hermanitxs más chiquitxs, a quienes mandan dinero, a quienes dan el ejemplo, otorgan gestos, regalos, posibilidades de educación. Nadie piensa que cuando una travesti existe, detrás hay una familia que depende de ella.

También sucede que esas madres, que tienen buenas intenciones, sufren de ignorancia, desesperación, miedo. Todo lo que te va introyectando esta sociedad respecto del éxito para subsistir. Y entonces no son ajenos a nuestra comunidad los discursos gordofóbicos que nos llevan a la bulimia y la anorexia.

Si una generación veía a las otras como monumento a la belleza y deseaba eso, pasado el tiempo nos pudieron decir el costo que tuvo esa belleza. Silicona inyectada, muertes, amputaciones, dolores. No poder poner esto en diálogo comunitariamente es un problema porque aparecen los discursos que miran juzgando de manera muy banal, quedándose en la superficie y sin profundizar en que estas madres ofrecen las herramientas que tienen.

No se puede dar lo que no tenés. O al revés, se romantiza y se piensa que todo es bello, y nos quedamos sin la posibilidad de una mirada crítica que permita problematizarnos y cuestionarnos para incorporar herramientas que nos fueron históricamente negadas.

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Marlene Wayar en 2020, fue nombrada doctora honoris causa por la Universidad Nacional de Rosario.

—¿Se puede hacer teoría desde la autobiografía?

—Radicalmente sí. Desde la biografía como un recorrido propio y personal, unida y enredada con otras biografías, y desde esa red de biografías como historia colectiva. Creo que el contexto, incluso con muy buenas intenciones, ha hecho que vayamos perdiendo nuestra historia. No le debemos a la heterosexualidad la Ley de Identidad de Género. La heterosexualidad la reconoce, pero esa ley es nuestra, como también son nuestras las críticas que tenemos a esa ley.

Y dentro de todo, nosotras estamos hablando del contexto argentino, que por suerte ha sido un contexto de firmeza y autonomía política respecto de lo foráneo. En el resto de Latinoamérica, los condicionamientos son mucho más grandes y los discursos son los que se imponen desde las academias europea y norteamericana, y desde los organismos internacionales. Ahí no se nos permite tener un pensamiento, construir nuestra historia y apropiarnos de los conocimientos.

Cuando hago teoría, puedo citar a Hannah Arendt y pararme desde la idea  de “lo paria”, pero para ponerla al lado de Lohana (Berkins) con las identidades cloacalizadas. Y de Cristina, una amiga anónima de mi infancia cordobesa que decía “me bañaron de oprobio, Marlene”.

Nunca voy a rechazar de plano cualquier cosa solo porque venga de la academia o de la teoría queer, sino que voy a preguntarme cómo las paso por mi propio cuerpo, por la biografía que somos, y eso es lo que creo que nos tienen que dejar hacer. Es lo que venimos reclamando cuando decimos que necesitamos un tiempo de paz.

—¿A qué te referís cuando hablás de “un tiempo de paz”?

—Nos ponen en guerra constantemente. Si somos abolicionistas o reglamentaristas, si nuestros cuerpos pueden defender el derecho al aborto o no, entre otras cuestiones. Y esto, en lugar de hacer un campo de paz para que tengamos la posibilidad de conversar, dialogar, meternos en nuestra historia y empezar a hurgar los conocimientos que hemos ido gestando para sobrevivir, en primera instancia, nos dificulta el diálogo y nos pone en su lugar ciertos discursos fáciles.

Nosotras venimos defendiendo la palabra travesti, pero no tiene por qué ser la única. Sabemos que no es la única. Si vamos a atender, para el diálogo, a consensos que propongan palabras, no sé si es operativo pensar que porque nosotras somos trans y entonces todo lo otro es cis.

—Hay cierta potencia en el concepto “adgénero” (ad, como proximidad) que parecería ofrecernos una alternativa al binarismo trans/cis, ¿podrías explicar un poco más este término?

—Este es un concepto que uso para alejarme de lo cis como lo que está “de este lado”, porque me parece incorrecto pensar, por más hegemonía que haya, que se pueda estar inmersxs por completo en un lado en particular. No pienso que haya un lado y otro. La humanidad es una sola.

En algún momento, yo estaba conviviendo con compañeras que tenían niñes y veía que elles crecían cómodes en el lugar de varón y de mujer. En esa comodidad, aún así, uno de los niños, Federico, dibujaba la bandera argentina y me ponía a mí en el lugar del sol porque decía que era la persona más inteligente que conocía.

Cómo puedo estar en confrontación con eso, más allá de que mi mamá, mi papá, mis hermanos o muchas de mis amigas feministas realicen prácticas heterosexuales.

No es intrínseca la heterosexualidad del odio. Cuando el odio no es una pedagogía de cuentagotas que se va haciendo, existe el abrazo. Tenemos el compromiso de mirar al futuro y la responsabilidad de construirles a los niños, las niñas, les niñes, un mundo para que no se tengan que montar en nuestras ruinas. No pretendo hacer conocimiento o hacer política desde mi mirada egocéntrica y de lo que necesito yo por las condiciones en las que he vivido.

A partir de las condiciones que he vivido, intento transformarlas por fuera del odio. Sospecho de términos como cisgénero o cissexo porque obturan el diálogo e invisibilizan otros ejes interseccionales en las diferencias y por eso propongo el de adgénero.

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Furia Travesti, diccionario de la T a la T es el último libro de Wayar.

—La teoría travesti es una teoría en construcción. ¿Qué queda por construir?

—Lo que nos falta es tomar distancia de las exigencias para separar qué es urgente y qué no. Urgente son el hambre, la intemperie y la soledad que han pasado las compañeras en la pandemia. Esas son cuestiones urgentes y necesitamos tener reacción rápida no solo para salir a exigir, por ejemplo, que la Justicia busque a Tehuel, sino para tener la autonomía y salir nosotras, nosotros, nosotres si la Justicia no lo hace.

Salvo eso, nada es tan urgente para no poder tomarnos el tiempo antes de repensar ciertas frases o propuestas armadas, vacías, generalizantes, que impiden ver qué necesitamos.

—¿Y qué es lo que necesitan?

—Necesitamos trabajo, pero en qué condiciones. Necesitamos el reconocimiento de nuestra identidad, pero cómo, cuándo, en qué sentido. Hay muchas posibilidades de caer en lugares cómodos. Somos un proceso.

Yo, por ejemplo, no quiero cambiar mi partida de nacimiento porque no le estoy pasando factura a mi papá y a mi mamá porque un médico les dijo “tuvieron un varoncito”. Elles me pusieron un nombre y no creo que hubiera ahí mala intención porque sus gestos durante toda mi infancia y adolescencia han sido de amor. Lo vieron así, esas eran sus herramientas y, cuando hice un planteamiento, fue escuchado.

Yo me identifico como Marlene, pero no desconozco el nombre que me intentaron poner con el cariño con el que intentaron ponerlo en ese momento y con el cariño que implicó dejarlo archivado después. Esa es la historia travesti. Si no, pasamos a ser experiencias efímeras en donde esos documentos no cuentan nuestra historia. Así no vamos a romper el binarismo, las posibilidades de que los varones y las niñas se piensen con total autonomía, o se piensen con un rol netamente sumiso o dominante, cuando se trata de prácticas sistematizadas que no son autónomas y que siempre ubica a unos cuerpos en el lugar de la sumisión.

Nos cuesta muchísimo salir de esos lugares y empoderarnos, por decirlo de algún modo. Esas matrices están marcadas a fuego en nosotras. Debemos hacernos preguntas más allá de la corrección política.

—En algún punto, hay que hacer las paces con el sistema (o hacer la revolución, que no pareciera que esté cerca). En este sentido, ¿qué posibilidades otorga trabajando en una institución como el Palais de Glace desde tu trayectoria en el activismo travesti?

—Por suerte, permite mucho y permite poco. El Palais de Glace es un organismo descentralizado y no se mueve en las políticas generales, por las que todo el mundo se pelea internamente en toda gestión para ver quién tiene el presupuesto más grande.

A la vez, es un lugar muy interesante porque precisamente es donde el Estado guarda su patrimonio cultural.

Tiene ese relato que hasta ahora ha sido súper elitista, racista y demás, en donde determinados cuerpos no estamos y otros cuerpos siempre estamos como objeto de estudio, o con una visión estética romantizada, pero nunca como creadoras y creadores.

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En el último concurso que se organizó y cuyo patrimonio nos pertenece, que es el 8M, por primera vez una persona travesti ganó el premio entre les concursantes, de forma anónima y por evaluación de la obra. Se van abriendo posibilidades en el campo de la educación, donde históricamente el museo se limitó a la muestra, a la exhibición.

Permite virar hacia nuevas acciones para convertir el espacio museal en un espacio de educación informal en donde intentaremos que les jóvenes, les niñes, lo sientan como un lugar al que recurrir.

En principio, un espacio en donde puedan venir a reunirse, ocupar su tiempo y estar con la plena seguridad de que no hay un mundo adulto que les vaya a violentar, sino que les va a abrir la puerta para que lo recorran desde sus propias lógicas.

No tenemos todas las respuestas, pero tenemos las formas de buscar esas respuestas y de pensarlas en conjunto.

Es eso, estar en lo chiquito y que se pueda tener un impacto grande porque todavía no es un territorio tironeado por los intereses de la política general. No ser tan miradas nos permite eso, invitar a nuevos cuerpos a que indaguen sobre qué es el arte y, si les interesa comunicar desde ahí, que lo puedan hacer.

—Entonces, ¿cómo se hacen las paces?

—Aprendiendo a transitar el dolor. Resistiendo a lo inmediato, que es lo evasivo. Esta sociedad, antes de seguir haciendo leyes de cupo con tendencias a la incorporación de la comunidad travesti-trans, tiene que ser puesta en juicio sobre el genocidio que se configuró para con nosotras y el resto de las disidencias.

Tiene que escuchar los relatos, guardar las memorias, hacer institutos de memoria, hacernos monumentos, gestar una cultura que trabaje permanentemente e íntimamente con la educación para recordar quiénes fuimos y qué hicimos de manera concreta.

A partir de ahí, y solo a partir de ahí, vamos a poder resguardar las conquistas que fuimos haciendo: escuelas inclusivas, centros de salud inclusivos que piensen en la salud trans como salud integral, compleja, como la de cualquier otro ser humano.

Y que la forma de abordarnos cuando tenemos un pie quebrado, cuando se nos caen los dientes o nos falla el hígado, implique una manera de acercarse que sea humana, respetuosa, sin cara de horror y desprecio.

Tenemos, por ejemplo, una familia que no es sanguínea, pero con la que podríamos compartir la obra social, y esa familia no está reconocida. Podríamos preguntarnos cómo hacer para legalizar y legitimar a la amistad como un vínculo de dependencia tan válido y en equidad como el matrimonio, la maternidad, la hermandad.

Por qué nuestra forma de relación primera y más valiosa no tiene una categoría legal y legítima. De lo contrario, la salud o cualquier otro ámbito se vuelve una cajita muy pequeña, inaccesible, llena de privilegios. 

*Por Agencia PRESENTES.

Palabras claves: LGBTIQ, Marlene Wayar

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