Córdoba: la anti Nación
¿Somos antipopulistas en Córdoba?, se pregunta la autora. Algunas reflexiones sobre ese orgullo cordobés anti gobierno central que dice: «Somos mejores que el resto».
Por Valeria Brusco para La tinta
El mes previo a las elecciones, subió la tensión en Córdoba y se vivió un ensalzamiento de un ‘sub nacionalismo’ esencial mediterráneo que refuerza una historia oficial de alta alcurnia. En encuestas de Córdoba, ese orgullo cordobés anti gobierno central dice que «somos mejores que el resto».
Pregunto a amigo/as y colegas en el congreso de ciencia política 2021 en Rosario, ¿por qué hay provincianos y provincianas que se sienten mejores que el resto de sus connacionales, que desprecian la pertenencia a una nación porque ‘sostenemos a los vagos’, sobre todo cuando el conurbano cordobés tiene un nivel de pobreza muy superior al promedio nacional? ¿Somos antipopulistas en Córdoba igual que en Mendoza, pero diferentes de Santa Fe? A Corrientes y Jujuy con gobernadores Pro, se sumaron en esta última elección más provincias con mayorías votando en contra del Frente de Todos (FDT).
Neuquén tiene un fuerte discurso anti gobierno nacional desde siempre, desde su Movimiento Popular Neuquino (MPN), como cuenta María Esperanza Casullo. Sin embargo, excluyo a las provincias patagónicas que posiblemente encuentran el modo de construir identidad en sus jóvenes territorios.
El de las/os cordobeses es un antipopulismo generado en una rancia historia y aumentado con el cultivo de esa tradición por la dupla gobernante desde 1999. Fueron primero el asentamiento de la Iglesia y sus familias criollo aristocráticas, de curas y profesores, luego una corriente de inmigrantes del mérito y el esfuerzo, después trabajadores fabriles y estudiantes universitarios/as caminando por reformas populares para terminar en las rancias aristocracias apoyando golpes y comandos. Campos de concentración, el epítome.
Santa Fe es, en cambio, inmigración europea y de otros lados, puerto en la ciudad más poblada con comercio de todo -incluso de amores y estimulantes-, con la porosidad del intercambio que ofrece el río y sin el asentamiento de familias tradicionales españolas y criollas conservadoras.
Santa Fe es Rosario con 20 años de gobiernos progresistas que solo recientemente vira a la derecha. El peronismo en el gobierno provincial no se diferencia mucho del sosía cordobés. Y sin embargo, la reacción virulenta contra el gobierno nacional no es propia de la ‘santafesinidad’. ¿O sí?
Podríamos inspeccionar la justificación de la actitud de ‘orgullo (sub)nacional cordobés’ en la distribución de recursos. Si Córdoba hubiera recibido menos recursos que Buenos Aires, habría un punto a favor. Pero estudiando la historia de la distribución, aprendemos que la corrección del fondo del conurbano y posteriores correcciones -con libros y congresos estudiando el tema- sirven para matizar este punto.
Como criterio clasificatorio de provincias y de sus razones para el antipopulismo, el grado de dependencia fiscal reduce el grupo de provincias: solo podrían ser autonomistas las diversificadas y con capacidad de cobrar impuestos. Ya habíamos quitado las patagónicas, ahora sacamos a Corrientes. Si esto es así, ¿qué dicen las y los santafesinos sobre el gobierno central y el lugar de Santa Fe en el país? Una colega me dice: «Somos felices así, estamos bien, estamos contentos y no prevalece el deseo de autonomía».
Córdoba va a la cabeza de la idea contraria a la solidaridad, la base de la formación de los Estados modernos del siglo diecinueve. Y el cultivo de tal idea genera efectos en sus ciudadanos/as: ¿cómo voy a pensar que un programa de internet para barrios alejados o una ruta, o créditos de vivienda que vienen de Nación, son convenientes y valorables si escucho hace años -pero ahora a los gritos-que la nación se dedica a expoliarnos?
La campaña política de 2021 ha puesto estas preguntas sobre la mesa. Una derivación de este típico fenómeno político de oposición con el gobierno central en países federales es su capacidad de moldear comportamientos políticos en ciudadanos/as que ven interferida la información sobre las políticas públicas y que, por lo tanto, no pueden hacer sus cálculos de preferencias.
Este enmascaramiento informativo oculta que sus enunciadores poseen escasas propuestas alternativas y, por tanto, desarrollan lo que sí pueden hacer: cultivar el odio, la violencia, el enfrentamiento.
Con esta actitud del gobierno provincial, Córdoba se integró por oposición a la discusión nacional. Schiaretti no puede ser reelegido. Su único camino parece ser subir el tono.
Asistimos al fin de una época. En lugar de «la patria es el otro», para los/as cordobeses el otro es el gobierno nacional que no es la patria.
Porteñas/os, neuquino/as, bonaerenses quieren entender por qué Córdoba parece querer independizarse. Hace falta recordarles que las gestas cordobesas fueron excepcionales, no solo por sus impactos, sino por la coherencia con sus bases sociales. La reforma del 18 y el Cordobazo impactaron en el orden tradicional hacia mejores sociedades, pero fueron momentos únicos.
La constante es la historia de una sociedad conservadora, que se asienta en las familias católicas y de aspiración aristocrática y el orgullo quizás inmigrante por los frutos del esfuerzo. Herencia y mérito combinadas disponen el sustrato que luego abonan medios de comunicación concentrados como La Voz del Interior y Radio Mitre (de Clarín) y Cadena 3, y que conducen dos dirigentes, DLS y Schiaretti, a lo largo de veinte años en el PJ provincial.
Esa sintonía entre medios, pauta y discurso peronista «de acá» hacen el resultado que hubo este 15 de noviembre: mayorías contundentes de la derecha conservadora y concentrada de la ciudad de Córdoba. El candidato ganador, Juez, proviene del peronismo y de versiones progresistas, pero es compañero de fórmula de la hermana de un arzobispo, dueños de una importante empresa constructora. Convergen en esa opción electoral las distintas expresiones del conservadurismo, hasta inclusive, las ultraderechas de variada gama eclesial.
La pregunta es qué es primero, el huevo o la gallina. Líderes- agencia- o procesos políticos -estructura social-. Y claro que la dirigencia cumple un rol en la historia. No sería lo mismo el Cordobazo sin Tosco. ¿Puede haber otros líderes con esa traducción de la cuestión social?
Schiaretti, dicen algunos, quisiera, pero sabe que no puede hablar de otra manera a esta sociedad. Se resigna a obedecer y alimentar esa fuerza telúrica. Un gobernador que no puede conducir a su electorado hacia puertos más solidarios se limita a expresar la vocación conservadora que le garantiza la estabilidad. Agencia que expresa la estructura.
Este año, eso se complicó porque no hay reelección para el gobernador, tampoco compañero de tándem y, para peor, en su amistad con Cambiemos, alimentó una fuerza que le disputa cuerpo a cuerpo el voto conservador. ¿Cuál será, dada esta situación, la apuesta del poder mediático? ¿A quién apoyar estos dos años?
Muchas preguntas se plantearon este domingo, pero una que concierne a la democracia: la de la violencia política. El discurso del gobernador y de sus socios en el discurso anti Nación creció en violencia. Esto, sabemos, no contribuye a la república, a la libertad, al consenso ni a la mar en coche. Nadie sale beneficiado/a de sociedades con líderes que alientan violencia.
*Por Valeria Brusco para La tinta / Imagen de portada: MEDIONEGRO.
*Valeria Brusco, docente e investigadora de la Universidad Católica de Córdoba y de la Universidad Nacional de Córdoba, integrante @RedPolitólogas #NoSinMujeres. valeriabrusco71@unc.edu.ar