Omar Nicolás Barbieri: un testimonio que ayudará en varios juicios, no importa el tiempo transcurrido
El ex oficial del Ejército, quien pidió la baja en 1989, hizo una larga declaración testimonial ante el juez Rafecas.
Por Oscar Taffetani para Télam
“No quiero llevarme esto a la tumba, tengo 67 años, no me lo quiero llevar. Yo quiero resarcir al teniente primero Barbieri, que lo puteé los años 89, 90, 91, 92 y cuando estaba en Formosa, y apenas nos alcanzaba la plata para vivir. Porque el Ejército no me dio nada. Hay oficiales del Ejército con sentencia firme y que siguen cobrando un sueldo, como el coronel Locito que habla pavadas en la radio de Corrientes…”.
El pasado 6 de abril, con una larga testimonial vía Zoom, que luego fue revisada y ratificada el día 8 de este mes, Omar Locito declaró ante el juez federal Daniel Rafecas y respondió a las preguntas de las querellas y la defensa, en una audiencia de la que también participó la Fiscalía Federal Nro. 6.
“El aporte de Barbieri adquiere importancia para la tramitación de las causas en las que están involucrados los integrantes del Regimiento de Mercedes (RI6), los represores del centro clandestino El Vesubio y los responsables del Regimiento 3 de La Tablada”, resume para Télam el abogado de una de las querellas, Pablo Llonto.
El hecho que terminó de enfrentar al teniente Barbieri con su propia institución ocurrió un sábado 3 de septiembre de 1983, poco antes de que la Argentina volviera por vía de las urnas a la democracia y la Constitución. En el Casino de Oficiales del Regimiento de Infantería 3 de La Tablada, un oficial a cargo de la Enfermería le confió que debía desalojar toda un área de esa dependencia porque iban a depositar allí “documentación secreta” relacionada con el LRD (hoy CCD) Vesubio.
Barbieri, que en ausencia del jefe de la unidad estaba a cargo del RI-3, decidió esperar a que se retiraran del regimiento el camión y los tres Ford Falcon utilizados para el traslado para ir personalmente a la Enfermería, en el límite del predio, verificar la naturaleza de los documentos secretos y quedarse con una muestra del material.
El intento fue frustrado –según su relato- por el mayor Luis Alberto Sánchez, subordinado de él a cargo de Inteligencia y Operaciones, y por cuatro civiles que lo acompañaban, quienes, luego de forcejear y de golpearlo hasta desmayarlo, lo condujeron “a una habitación muy chica con un baño sucio a un costadito”, pequeño centro clandestino que no pudo localizar en el cuartel cuando lo visitó tiempo después.
En ese espacio oculto, atado y amordazado, fue interrogado y torturado por hombres que ocultaban su rostro con pasamontañas. “Ellos querían saber qué organización estaba conmigo –relató Barbieri-, no se daban cuenta de que la patriada me la mandé solo”.
En los interrogatorios, Barbieri creyó reconocer algunas voces, de oficiales del RI-3 con los que había tenido contacto o relación. Finalmente, tras prometer que guardaría silencio para evitar que le pasara algo a su familia, fue liberado y apareció en el Casino de Oficiales, tres días después.
Los intentos de Barbieri por confrontar con el mayor Sánchez o por denunciar lo que había pasado se toparon siempre con el muro de temor y silencio de sus camaradas o con las renovadas amenazas de sus verdugos. “No me mataron porque era 1983 y estábamos a dos meses de las elecciones”, declaró ante el juez.
A partir de ese momento y hasta la baja en 1989, Barbieri sufrió la discriminación y marginamiento de la institución militar y las de sus propios compañeros. No tenía destino ni tarea y comisiones que le daban eran una forma de castigo (semanas durmiendo en carpa y soportando rigores en un campo de instrucción, por ejemplo, con la Argentina ya en democracia).
Como saldo concreto de su declaración ante el juez, quedan los nombres y apellidos de oficiales involucrados en la represión ilegal y también una descripción del modus operandi de los grupos de tareas del Ejército en los peores años de la dictadura.
“Yo puedo decir lo que vi. Al teniente coronel Rojas Alcorta, portando una ametralladora corta; al mayor Fernández Bustos; al mayor Santos Aurelio Muñoz; al capitán Antonio Sampieri; al teniente primero odontólogo Sostaric; al teniente primero Serapio del Río; al teniente primero Alberto Francisco Bustos; al teniente Durán; al teniente Luis López; al teniente Cabrera Rojo; al teniente Sebastián Oreozabala y al subteniente Martín Sánchez Zinny”, afirma Barbieri en un pasaje de la declaración.
Agreguemos que, según el testimonio, los nombrados fueron vistos con bigotes y barbas, y con armas no reglamentarias, vestidos de civil y apareciendo o desapareciendo del cuartel en horas extrañas, con permiso de la superioridad.
Había sobrenombres comunes, que podían oírse en el Casino de Oficiales y en los momentos de descanso: “Tití” Durán, el “Oso” López, el “Vasco” Oreozabala, “Pantera”, “Fresco y Batata”, etcétera.
Sin embargo, esos no eran los nombres de la clandestinidad, los nombres de esa segunda vida y esa doble personalidad que tenían los represores en los denominados LRD (Lugares de Reunión de Detenidos), que en rigor eran Centros Clandestinos de Detención. No. Esa información le era vedada al subteniente y luego teniente Barbieri, porque no era confiable. “En los memorandos -cuenta- decía ‘excepto el subteniente Omar Nicolás Barbieri’”.
El Casino era el lugar en donde los dos mundos se juntaban, sin perder el recelo el uno del otro. Y Omar Barbieri fue testigo de aquello, porque vio a varios de sus compañeros de carrera hacer los dos papeles: el de militar profesional y el de represor ilegal.
En una ocasión, uno le dijo que “habían hecho un mosquito”. Eso quería decir que habían asaltado un camión que transportaba automóviles Ford nuevos, con destino a una concesionaria, y que se habían apropiado de varios Falcon, no necesariamente “verdes”, para usar en los operativos.
El CEMIDA, reivindicado
Distintos pasajes de la declaración del ex teniente Barbieri permiten esbozar un perfil ideológico y político, que nos ayuda a entender su decisión de presentarse tardíamente ante la Justicia y contribuir no sólo a la ampliación y profundización de juicios en curso, sino también –como deseo- a la recuperación de la ética y la moral sanmartinianas en el Ejército Argentino.
“Me gustaría rendirle honores a un gran maestro mío, el coronel Horacio Ballester. Espero que algún día lo asciendan post-mortem. Él fue fundador del CEMIDA (Centro de Militares por la Democracia Argentina), donde también estuvo Osvaldo de María, mi suegro”, expresa Barbieri en su testimonio.
Un poco antes, Barbieri explica cuál era su ideal democrático al abrazar la carrera militar: “Yo entré en el año 1972 en el Colegio Militar, pero después viví la época peronista (se refiere al tercer período del peronismo, en el que hubo un acercamiento al ‘modelo peruano’ de Velazco Alvarado). Egresé de un Ejército que intentaba ser nacional y popular. Esta gente le tenía asco al peronismo, pero asco. No solamente al peronismo, a todo lo que pueda significar democracia o intención de democracia”.
Sin embargo, en su declaración, Barbieri critica el comportamiento de dos jefes del Ejército que se acercaron al modelo peruanista, como el general César Milani e incluso como Martín Balza: “Milani tendría que tener conocimiento (sic). Fue de Inteligencia y jefe del Estado Mayor. No solamente Milani. También indico que tendría que tener conocimiento el general Balza, que fue jefe del Estado Mayor. Y todos los jefes del Estado Mayor tendrían que tener conocimiento de muchas cosas que pasaron a lo largo de todo este tiempo”.
La recuperación de la ética sanmartiniana, en un Ejército devastado por la doctrina de seguridad interior que llevó a consumar un genocidio, tuvo protagonistas desde el mismo otoño de la dictadura, cuando la Comisión Rattenbach investigó la conducta de la oficialidad durante la guerra de Malvinas. Integrar el CEMIDA significó para oficiales tan diversos como Juan Jaime Cesio, Luis César Perlinger, Federico Mittelbach o como el citado Ballester, arrestos, sanciones y órdenes de ostracismo, dictadas por la jerarquía.
Es para destacar el caso del capitán José Luis D’Andrea Mohr, quien no sólo prestó su colaboración y testimonio en los primeros juicios por delitos de lesa humanidad, sino que publicó sus propias investigaciones sobre crímenes como el robo de bebés o la desaparición de 129 soldados conscriptos durante la dictadura.
Sin embargo, los oficiales del Ejército que fundaron y apuntalaron en sus primeros tiempos el CEMIDA, quienes vieron con tristeza la impunidad consagrada en los 90, a partir de las leyes del perdón y de los indultos, no llegaron a ver el renacer del proceso de Justicia, que los argentinos vivimos a partir de 2006. Por eso, es muy importante la decisión que tomó a esta altura de su vida el ex teniente Barbieri.
Así como son importantes (y lo han demostrado con su participación en el juicio “Campo de Mayo / Vuelos de la Muerte”) los testimonios de los ex conscriptos que decidieron hacer su aporte al proceso de Memoria, Verdad, Justicia y, con ello, a la consolidación de la democracia argentina.
Queda, para otra vez, el tema de los archivos de la dictadura y la información sobre el destino final de muchos desaparecidos, así como sobre bebés apropiados, algo sobre lo que el ex teniente Barbieri también pudo aportar datos, en especial, sobre las fichas y planillas que alcanzó a ver cuando se encontró con “documentos secretos” de El Vesubio.
Los juicios de lesa humanidad son un enorme trabajo en progreso, a los que siguen sumándose día tras día los aportes de ciudadanos conscientes, sean civiles o militares, que entienden que allí se juega el futuro de la todavía joven democracia argentina.
*Por Oscar Taffetani para Télam / Imagen de portada: A/D.