Instrucciones para producir un desierto

Instrucciones para producir un desierto
4 enero, 2021 por Redacción La tinta

Durante 2020, los incendios provocaron la muerte masiva de animales. Los alcances del sacrificio todavía no son calculables, aunque lo que sabemos sobre el planeta preanuncia un descalabro: no se pueden sacar tantas cartas y pretender que el castillo de naipes no se desmorone. Imágenes federales del año en que ni el virus más letal del siglo pudo frenar la voracidad extractiva.

Por Natalia Gelós para Revista Crisis 

Es un aguará guazú pero ahí, al lado de esas rejas, parece un fantasma. No sabemos cuánto corrió pero está cansado y se detuvo: tres de sus largas patas tiesas y una doblada, como si pidiera alivio, las orejas hacia adelante, el cogote y la espalda arqueados. Está deshidratado. Golpeado por el calor. Podría ser un cuento de Horacio Quiroga, alguno de esos dramas que viven los bichos en sus ficciones, pero la escena ocurre en el Chaco mientras transcurre octubre de 2020. Quiroga escribió sobre estos lobos de crin, sí, en uno de sus cuentos –¿qué no escribió de esta zona de verde afiebrado?– y puso: “No hay en toda la selva sudamericana un animal más arisco, huraño y ligero para correr. Tiene la particularidad de caminar moviendo al mismo tiempo las patas del mismo lado, como lo hace también la jirafa”. A ella sí la conocemos, a la jirafa. Forma parte de la educación natural de las primeras bibliotecas de la niñez: león, hipopótamo, cebra ¿Y qué sabemos del aguará guazú? De este en particular, el del shopping chaqueño, podemos decir que huía del fuego, que fue llevado a una reserva hasta que pueda volver a la libertad, aunque a esta altura no sabemos bien qué significará eso para él ni para los seiscientos de su especie que resisten en Argentina. No lo sabemos tampoco para el resto de los animales que tuvieron, por así decirlo, algo de suerte y escaparon de los incendios que avanzaron feroces como, aseguran muchos, hacía años que no pasaba. 1.080.846 hectáreas quemadas desde el 1 de enero al 15 de noviembre de acuerdo a los datos del Sistema Nacional del Fuego ¿Qué significará todo esto que ahora es tierra arrasada? ¿Qué fichas de dominó empezarán a chocarse por la falta abrupta de ambientes completos?

Machetazo de negocios

El 2020 fue un golpe de guadaña a la biodiversidad: la palabra ecocidio se volvió hashtag; Chaco y trece provincias ardieron —y arden— en simultáneo; y si había animales que sobrevivían a las llamas, los esperaban los cazadores para aprovechar la boleada. Y perros, y postes electrificados, y todo eso que aparece como garra cuando se abandona el terreno conocido.

—¿Importa el número?— pregunta desde Corrientes, Martín Kowalewski, antropólogo, primatólogo, investigador del Conicet en la reserva San Cayetano, donde se perdió lo que él llama una isla ambiental. A eso va con su pregunta. Hace años que trabaja en esa zona y estudia a los monos carayá. Fue él quien compartió en las redes sociales imágenes de algunos de ellos quemados en el suelo, en posición fetal. Más allá del impacto personal que eso le produce —conocía cada grupo, las dinámicas, sus comportamientos—, hace una lectura general: “Es difícil saber cuántos animales se mueren porque tendrías que saber cuántos hay. Depende de que haya una investigación y no es muy común. Los investigadores trabajan en áreas más protegidas, donde hay menos impacto del agronegocio. San Cayetano es una reserva de 80 hectáreas, y el 90% se perdió”. Muchos murieron: víboras, culebras, yacarés. Y cuenta escenas de monos muertos en la huida: “Mucho no se sabe. Si pudieras recrear la unidad de conservación de la noche a la mañana, tampoco hay animales que puedan volver. Cuando destruís un ecosistema, destruís lo que ves y lo que no ves. Por más que restaures, no necesariamente todo volverá a ser igual”. En agosto, ya habían sufrido el arañazo del fuego. En octubre, las llamas dejaron un mantón ceniciento como todo paisaje.

Lejos de aquellos primeros días de la pandemia cuando otábamos en posteos del tipo “La naturaleza se abre camino” con fotos de medusas en los canales de Venecia, la realidad nacional no trajo imágenes oníricas ni paraísos terrenales. “Cuando empezó la cuarentena estricta en Argentina se hablaba de lo mal que usamos los recursos naturales —dice Kowalewski—. Empezó la discusión. Y se desvió para el lado de los contagios. Ese desvío está pensado. Y en abril declararon el desmonte y la minería como actividades esenciales. Aunque entendíamos que es una pandemia causada por eso, no solo no paró sino que destruyeron todo. No le quiero hacer el juego a la derecha porque cuando ellos estuvieron hicieron peor. Obviamente el Estado está ausente pero entiendo que no hay un poder real a veces. El poder real está en otro lado. Cuando bajás la biodiversidad, homogeneizás, aumentás la probabilidad de saltos zoonóticos. Ahora nos enteramos porque se transformó en un virus de transmisión aérea y mató mucha gente. Pero venía pasando, con variedades de patógenos que no tenían esta contagiosidad”. Salto zoonótico es el brinco que da un virus desde un animal a un humano. Se produce en lo que llaman interfase, cuando lo silvestre y la civilización se cruzan.

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(Imagen: La tinta)

¿Podemos cuidar lo que no conocemos? Argentina es uno de los países con mayor biodiversidad en el mundo. También es uno de los diez con mayor pérdida neta de bosque desde 2000 a 2015. Entre 2007 y 2018 el mayor daño fue en la región del Gran Chaco: Santiago, Salta, Chaco, Formosa. Son datos del informe La deforestación de nuestros bosques nativos de la Asociación para la Promoción de la Cultura y el Desarrollo. En esas zonas viven corzuelas, pecaríes, yurumíes. Pero más allá de volver a las láminas escolares para conocer sus formas, sus colores, sus modos de alimentación, más allá de reaprender palabras como bioma, ecosistema, pantanal, yunga, es preciso entender el hilo invisible que une todas las fichas. Al tapir, por ejemplo, lo llaman el arquitecto de la selva porque lleva semillas de acá para allá. Es un mamífero grande, el más grande de Sudamérica (las vacas, los caballos no son de acá, llegaron con la Conquista) y es herbívoro. Los pájaros hacen lo mismo: hacen circular las semillas, o sirven de alimento a otros predadores, y todo forma una orquesta que arma un equilibrio que no se ve pero es crucial.

En 1860, Henry David Thoreau leía un discurso ante una sociedad agrícola de Concord. Les hablaba a los dueños de los campos, les decía que ni ellos conocían los recovecos de las tierras que poseían y los invitaba a mirar el bosque, observar eso que la naturaleza tenía para enseñar, su lógica. Advertía, oh casualidad, sobre el monocultivo. El discurso se llama La sucesión de los bosques. Cuando se habla de la mano invisible del agronegocio por estos días, de una mano que limpia sus propias huellas, se habla por ejemplo de quemas que se inician para darle luego más vigor a las pasturas de las que comerán las vacas. En octubre, hubo un momento en el que catorce provincias estaban en llamas. Todavía puede verse la mancha roja en el mapa de la NASA. Hasta el momento hay denuncias, investigaciones, imputados, pero no hay culpables identificados.

Especies en fuga

El Delta del Paraná es un humedal que funciona como uno de los pulmones del planeta. Está en nuestra mesopotamia y es uno de los más grandes del mundo. Con el tiempo su paisaje se ha transformado. Una muestra: el partido de Tigre y el río que por ahí corre se llaman así por los yaguaretés que supieron habitar la zona. Ahora, quedan unos doscientos de esa especie y del Tigre desaparecieron hace años. César Massi es naturalista y forma parte de la Asociación Ecologistas de Santa Fe. Cuando se hicieron exposiciones por la Ley de Humedales habló y dijo que los de este año, que ardieron como nunca, fueron los incendios más anunciados de la historia. Se especializa en plantas y suele andar con botas de goma en la zona, estudiándolas, mientras ve a los visitantes en malla disfrutar como si fuera la Bristol. Con los fuegos de octubre y noviembre se quemó el 70% del humedal habitado, dice, y si quedan pocos focos es porque tampoco queda nada por quemar. “La sequía era espantosa –cuenta desde Rosario–. Había mucho material in amable. Vegetación seca en la laguna agrietada, nada de cursos de agua que funcionaran como corta fuego.

La avanzada ganadera pela montes, y la regeneración está comprometida. Las vacas son animales introducidos y desplazaron al ciervo de los pantanos. Esos bichos fueron retrocediendo. Compiten en alimentos con otros herbívoros: lagartos, tortugas, carpinchos. No se puede pensar esta zona como si fuera la pampa”. La Ley de Humedales permitiría protección de este ambiente y recursos para hacerlo. Las resistencias más fuertes están, dicen quienes saben, en la comisión de agricultura. La esperanza es que no se saltee hasta marzo porque sin ley podría pasar lo mismo que este año en el que el calor y la sequía lo agravaron todo.

A la cuestión de agronegocio se le suma un modo de vincularse con la naturaleza. En épocas de crisis, la caza aumenta. Todo se empasta, todo suma al alboroto. Desde el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible dicen que no hay una estadística de animales muertos. ¿Necesitamos el número? ¿Qué hay de lo que no vemos? Insectos, huevos, sapos, arañas. En lo que va del año dos leyes empezaron a marchar y tuvieron su media sanción: la del Fuego, que limita el uso privado de tierras incendiadas, y la Yolanda, que establece la capacitación obligatoria en ambiente para funcionarios públicos.

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(Imagen: La tinta)

Al azotazo de las llamas respondieron bomberos voluntarios, asociaciones proteccionistas y gente de las comunidades cercanas a cada foco, que ayudaron con alimento y agua para las especies que pudieron escapar. En Córdoba, Veterinarios contra el fuego es un grupo de exalumnos, docentes y veterinarios de la Universidad que ayudan en estos casos. Allá estuvo en especial voraz la situación. Con las donaciones recibidas activaron tres fases: botiquines para los bomberos, para atender a los animales lastimados; alimentos para los que se quedaron sin pasto, y asesoramiento para la reestructuración. En lo que va de año se quemaron alrededor de 330.000 hectáreas cordobesas. En la zona de Punilla, donde hay monte y sierra, el fuego llegó hasta una reserva de monos carayá, un lugar en el que el silencio se rompe con el aullido potente de esos animales y en el que hay en el camino manzanos y frutillas silvestres. Se trata de comunidades de monos que fueron cazados en su hábitat, el litoral, y fueron rescatados ahí, donde aprenden a volver a ser salvajes. En esta se salvaron. Increíblemente, el fuego quedó solo en los troncos y ellos se resguardaron en la copa de los árboles.

María Ahumada es veterinaria y cuenta situaciones similares a las del resto del país: “Hay que considerar esto como la tragedia ambiental que ha sido. Los animales han enfrentado el fuego otras veces pero esta vez por la rapidez muchos murieron quemados y aquellos que, escapándose del fuego y de la falta de alimento, han ido a lugares donde viven personas, se enfrentan al segundo desafío: perros, gatos, que muchas veces terminan lastimándolos. Zorros, dos pumas cachorros deshidratados, y las aves en época reproductiva. Sabemos que quienes los entrampan, la tienen más fácil con agua y alimento en tiempos de animales hambreados. Yo creo que de acá a un año vamos a ver incluso abandonos de campo, nuevos compradores o nuevos usos. Creo que es una situación difícil de predecir ahora”.

Nadie se salva solo

La tortuga y el yacaré podría ser otro cuento de Quiroga o una leyenda wichí. Ahí, en el monte, está todo: la historia, la comida, la cultura. Aunque se achique como charco contraído por el calor, todavía algo queda. La tortuga y el yacaré fueron dos cuerpos secos en otra de las fotos que vimos. De fondo, palos muertos de pie. Árboles chamuscados en el Paraje Techat 1, cerca de Miraflores, en Chaco. Andrea Vargas compartió las imágenes. Es periodista, en Radio Los Ángeles, y cuenta que fueron los integrantes de la guardia wichí los que ayudaron a apagar el fuego. “Son comunes los incendios –dice desde allá, en una de las habituales tardes de calor–. Algunos se denuncian, pero es difícil encontrar rastros entre las cenizas. Y es difícil denunciar porque son todos vecinos. Este año, más allá de los primeros verdes de la primavera, las lluvias no llegaban. Fueron ocho meses de falta”. Cualquier llama era boca hambrienta enseguida. Algarrobos, mistoles, más adentro, árboles más altos como quebracho colorado, con su madera tan codiciada, y plantas bajas y pencas en otros lugares. Hubo fuegos en parajes como Techart, Cuatro de Febrero, San Antonio. Unas 500 hectáreas en total solo ahí, entre vientos fuertes, 43 grados y la cachetada que deja el imprevisto. “Se quemaba mucho y morían así tantos animalitos silvestres y ganado mayor y menor porque la gente de aquí se dedica a la ganadería. Son comunidades criollas y qom y wichí, familias de muy pocos recursos que de un rato para otro vieron cómo el fuego arrasó con todo su sacrificio de años”, cierra Andrea.

María Eugenia Suárez es etnobióloga y conoce toda esa región como la palma de su mano. Aunque su oficina está en Ciudad Universitaria, en Buenos Aires, hace años que viaja para estudiar los vínculos entre botánica y cultura. En ese cruce entran los animales que interactúan con el ambiente. Una carrera en el monte chaqueño, acompañando a gente de la zona que le enseñaba el secreto de las plantas. Así armó el vademecum wichí, en el que hay sabiduría medicinal pero también ancestral, vinculada a una cultura que le pelea al olvido. Ella dice: “¿Qué se pierde? Lo primero que surge cuando se piensa en incendio forestal es la pérdida de biodiversidad. Seguramente se ven los animales, las plantas, cómo se devasta eso y lo menos evidente es que se pierde diversidad biocultural. Para conocer algo es necesario palparlo, olerlo, todos los sentidos que se te ocurran. No basta solo con la teoría. A los conocimientos asociados va a ser muy difícil adquirirlos. La devastación es muy rápida, la recuperación es muy lenta y los mayores se van yendo”. Ahora el paisaje es similar en todos lados, un territorio negruzco con árboles negros como fósforos usados. “Justo en medio de la pandemia, que aparezcan incendios de esta magnitud es una muestra clara de la devastación y las motivaciones que hay detrás”, dice Suárez.

En 1997, Vandana Shiva y María Mies publicaron un trabajo que hoy mantiene reverberancia: Ecofeminismo se llamó y entre otras cosas, pensaba el vínculo entre capitalismo, explotación de los recursos y patriarcado y decía: “Las reformas económicas basadas en la idea del crecimiento ilimitado en un mundo limitado solo se pueden mantener si los poderosos se apropian de los recursos de los vulnerables. La apropiación de recursos, esencial para el “crecimiento” crea una cultura de la violación —violación de la Tierra, de las economías locales autosuficientes, de las mujeres. Este “crecimiento” solo puede ser “inclusivo” si incluye cada vez a más gente en su círculo de violencia”. La discusión empieza a abrirse y se vuelve más rica cuando trasciende las fronteras el ambientalismo y el universo oenegés y charlas TED ¿Quién más levantará ese guante? “Estamos como perdidos. Entendés lo que pasa: el lobby, el agronegocio. Entendés que es difícil y tenés que apelar a un cambio colectivo a nivel sociedad. No lo logramos. Hablo de la sociedad de consumo, eh —dice Kowalewski—. Si realmente querés hacer un cambio en la biodiversidad, no puede haber un sistema en el que no haya justicia social. Si no hay una distribución igual de recursos, tampoco podés empezar a hablar igual de conservación. Porque, ¿qué es conservación? ¿Poner un parque en el medio de un montón de gente que está cazando para comer? El otro día un colega lo comparó con lo que pasó en África: ponés un parque natural, vienen los blancos a pasear y si entrás a cazar te pegan un tiro. Claro, quienes quedaron afuera después entran, matan monos, no entienden el proceso, no participan de las ganancias. Los dejaste afuera de la conservación. Tenés que incluir. No podés pensar un mundo así. Es complejo pero es político”.

Los fuegos desatados y el modo de producción y de explotación de los recursos son globales. Pasó y pasa en Brasil, Paraguay, Australia, Bolivia. En todo el mundo se habla de que el 90 % de los fuegos son intencionales. Un vínculo vampírico con el planeta que ¿hasta cuándo podrá aguantar? Un comunicado de la Unión de Trabajadores de la Tierra resume: “No podemos atribuir las causas únicamente a la falta de lluvia o la crudeza de la sequía, sino que estamos frente a un fenómeno estructural que viene de la mano de la mala planificación urbana, la proliferación de basurales a cielo abierto, la especulación inmobiliaria, el desmonte ilegal, el agronegocio y el extractivismo”.

En Yellowstone, Estados Unidos, durante setenta años los lobos fueron corridos de la zona. Por “salvajes”, los echaron de su propio territorio. Desde su partida, las cosas habían cambiado. Alejados ellos, los predadores, los ciervos habían aumentado su población, se habían desparramado por el terreno y la hierba había empezado a escasear. El paisaje había mutado en un colchón reseco. Hasta que volvieron, reintroducidos, y los ciervos comenzaron a cambiar sus prácticas, a rondar por otras zonas, para evitarlos, y el pasto volvió a crecer y otras especies volvieron, en busca de ese alimento que durante tantos años había faltado. En algunas regiones, los árboles crecieron tres veces más alto en pocos años. Los lobos también fueron un límite para los coyotes, y eso atrajo a los conejos, los ratones, que a su vez llamaron la atención de más águilas, más zorros, y volvieron los osos y otros animales que se alimentaban de las frutas silvestres que antes habían dejado de crecer. Todo volvió a recuperar su curso, hasta los ríos, que ahora corrían por una tierra recuperada, renacida. Fue en 1995 y se toma como un caso emblemático de reinserción. Ahí puede verse ese encadenamiento invisible.

Los investigadores argentinos señalan algo: en materia natural nada se puede prever. ¿Qué hacer ante la tierra arrasada? ¿Se la ayuda, se la deja sanar? En 1803, el naturalista Alexander von Humboldt descubría maravillado Sudamérica, sus especies, su frondosidad. Veía, también, cómo los monjes saqueaban de las costas los huevos de las tortugas y cómo la pesca de ostras agotaba sus bancos. Apuntaba en su diario que todo era una reacción en cadena. “Todo es —escribió— interacción y reciprocidad”.

*Por Natalia Gelós para Revista Crisis / Imagen de portada: Sofía López Mañán.

Palabras claves: argentina, extractivismo, incendios forestales, Ley de Humedales

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