“Estar en una relación” o sobre cómo el capitalismo se nos metió en la cama
Por Colectivo La Tiramos Afuera (LTA) para La tinta
Solemos pensar que disputar de alguna manera la lógica del capitalismo en los vínculos tiene que ver con cuestionar la exclusividad y la idea de que le otre es una propiedad privada. Si bien se vienen dando múltiples discusiones para cascotear esas nociones (los miles de matices que nos propone pensar el poliamor), lo cierto es que la idea de qué implica estar en relación con otre tiene muchas aristas que se vinculan con nuestra subjetividad capitalista. Dice Stengers que el capitalismo es un sistema brujo sin brujos. Captura y capturamos en acciones cotidianas sin ser conscientes de esas operaciones.
Si entendemos que nuestro modo de vivir el mundo está necesariamente atravesado por la lógica capitalista, lo que es sentido como deseo, por tanto, tampoco escapa a esa lógica. ¿Cómo desandar subjetivamente la cosificación de le otre o de una relación como mercancía?
Recurrimos a nuestro querido y viejo brujo para que nos siga dando pistas para pensar. Marx plantea que la mercancía es la forma elemental del capitalismo y que la operación de fetichización sobre la mercancía tiene lugar al quedar hechizados por los modos de producción capitalista que no nos permiten dilucidar las condiciones de explotación y extractivismo que las hacen posibles. Las mercancías se despliegan frente a nosotrxs y, como tal embrujo eficaz, no somxs capaces de leer qué fuerzas las hacen posibles, salvo que cultivemos una posición que las torne visibles.
Él plantea que, bajo este sistema, las relaciones sociales están subordinadas al principio de trabajo abstracto y a la producción generalizada de la mercancía, cuestiones que marcan los territorios posibles de lo relacional. En este sentido, la tarea será ver qué es posible de fugarse y de revolucionar en esas lógicas.
Capturadxs por el capitalismo
Las mercancías encierran una doble significación. Si bien llegan al mundo como objetos materiales, cosas concretas con valor de uso con las cuales las personas tienen una relación directa, estas se presentan como mercancía cuando se produce una abstracción de esas condiciones materiales y se tornan intercambiables en tanto adquieren un valor de cambio.
Marx explica que cuando los objetos tienen un valor de cambio idéntico (cuando podemos decir que estamos “un kilo y dos pancitos”), no existe disparidad ni posibilidad de distinguirlas. Allí encontramos, entonces, la diferencia principal: como valores de uso, las mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio, al contrario, sólo se distinguen por la cantidad. Este aspecto los vuelve intercambiables al evaporar los elementos materiales y las formas más singulares y concretas que le dan existencia.
Esta breve referencia nos permite pensar en las relaciones, situaciones o problemáticas que, por ser más del orden de los afectos, del deseo o de lo intersubjetivo, creemos, se escapan de estas lógicas mercantiles. Pensamos el valor de uso como eso más sensitivo en los vínculos, lo que ocurre allí.
¿Qué ocurre cuando el valor de cambio captura el modo de vincularnos, cuando una relación empieza a tener valor de cambio y se despega de lo más concreto/ sensitivo? ¿Qué plusvalía se juega ahí?
Sabemos de las violencias que desencadena la operación de registrar a le otre como un objeto que debe ser propio. ¿Pero en qué otras situaciones más cotidianas estas capturas se expresan? ¿En cuántas dinámicas podrían ser conjuradas?
Quizás si estar en pareja es una mercancía bien valorada: ¿Quién gana en sostener una pareja que «no funciona», pero con quien puedo tener hijes, por ejemplo? ¿Cuánto esfuerzo hacemos en mantener relaciones familiares o de pareja que, aunque a veces elevan hasta el hartazgo angustias y desazones, sostenemos porque son las reconocidas como las “verdaderamente importantes”? ¿Será que cotizan en el mundo de las relaciones? ¿Quién es suministro de quién? ¿Qué proporciona esta relación? ¿Sostener ese estándar a cualquier costo? Allí, el plus capitalista.
Podemos pensarlo también en las relaciones con amigxs. Abrir ese libro de contabilidad entre deberes y haberes que se arma cuando decimos “somos amigxs». ¿Qué pasa cuando se mide, se calcula ese “amor” y pasamos a tener “relaciones bancarias”? ¿Cuál es mi beneficio? ¿Qué pierdo? No hay relación, sino, más bien, mercancías de afectos que se tienen o se pierden.
Hay una “vinculación” entre el amor y la incondicionalidad que hace que esa deuda sea eterna, como si el cálculo de cuánto damos o cuánto demandamos tuviera como base la incondicionalidad, no importa qué sucede en el lazo concretamente: “Sos mi amiga, si yo te acompañé en esa, tenés que estar en esta”, “Si nos juntamos, ¿cómo no le vamos a avisar a tal? Se va a embolar”, “Yo ya te invité varias veces, ahora te toca a vos”. Un juego de relaciones calculadas, que sostienen muchas veces un hacer sin deseo para que le otre no se embole, y terminamos moviéndonos al ritmo del mercado.
¿Qué pasa cuando no podemos escapar de lógicas que se aplican a distintos amores? ¿Cómo se fuga de ese deber y haber eterno? ¿Cómo se rompe el pacto invisible de incondicionalidad?
Solo se es fiel a las intensidades, diría Amador. En el campo de juego, tenemos que estar dispuestxs a traicionar ese pacto que funda las relaciones bancarias.
«No estoy dispuestx a soportar cualquiera porque sos mi amiga/familia/pareja”. No hago cosas por vos, sino porque me encuentro en esa relación, por las ganas, por lo que nos genera el encuentro. No hay deuda ni casilleros para llenar. No tenemos deberes ni obligaciones.
¿Eso quiere decir que le otre no me importa? ¿Que se cayó la responsabilidad afectiva? ¿Que soy individualista?
El capitalismo corta y estratifica. Tendremos que volver a preguntarnos qué implica estar en una relación.
Pensar en otros modos de agarre
Sabemos de la importancia que tiene la experiencia práctica/concreta para el armado de otros modos posibles. En ese punto, nos volvemos a preguntar: ¿Qué define algo? ¿Cómo llegamos a nombrar esto o aquello?
Si entendemos que la posibilidad de decir es siempre relacional, entonces, ¿cómo se define una relación? ¿Cuándo decimos que estamos en eso? ¿Cuándo algo llega a tomar consistencia, forma, visibilidad? ¿Cuándo lo podemos nombrar?
Parecen preguntas obvias, pero nos introducen a un tejido sensible porque nos hacen pensar sobre qué de nuestra experiencia hace que algo encuentre posibilidad y, de alguna manera, volver a esa forma más directa y no tan mediada por el valor de cambio.
¿Será entonces que lo nombramos cuando estamos afectadxs, cuando es intenso, cuando ya pasó tiempo, cuando es frecuente? ¿Será por el anhelo de “tener” cierto tipo de relación? ¿Será que lo define lo que representa eso para otrxs?
Es interesante ir respondiendo estas preguntas porque, a veces, ese «más» intenso o «más» frecuente implicaría -desde el sentido común que compartimos- que algo importa más o vale más que otros vínculos, introduciéndonos de lleno a la lógica capitalista que propone todo un sistema de jerarquías afectivas y valoraciones que codifican los afectos dentro del mercado y nos separan casi sin percibirlo de ese registro más sensible, de eso que pasa cuando estamos en relación con alguien.
En el último libro de Stengers sobre Whitehead, se plantea que toda experiencia vale, sin jerarquías ni exclusiones, en la medida que revela un asidero posible en el mundo, un agarre, algo de lo que sostenerse.
Pensamos qué distinto sería acercarnos a las relaciones desde allí, desde ese asidero, desde ese posible que abre un agarre, que por más efímero, minoritario o extraoficial que sea, tendríamos en cuenta ese registro más sensitivo y experiencial del encuentro y no sólo las grandes nomenclaturas que hablan sobre ello.
¿Cuántas veces nos pasa que, más allá de tener redes afectivas familiares o de “toda la vida”, contamos para algunos acontecimientos importantes de la vida con alguien que abrió un posible para eso que vengo sintiendo/experimentando porque se acercó con otra sensibilidad para acompañar?
Una amiga/bruja nos decía alguna vez que quien mejor nos cuida es quien puede hacer con nuestra imposibilidad. Poder estar al lado, acompañar, armar con le otre que a veces puede menos, puede poco, puede distinto, no puede cosas que antes podía, etc. Ahora, ese que puede acompañar, ¿necesariamente es un hije? ¿Necesariamente es una pareja? ¿Necesariamente es mi “mejor amiga”?
Como este, podemos pensar miles de ejemplos: ¿Quién acompaña en la rendida de una última materia? ¿En la muerte de un ser querido? ¿En la experiencia con un chongo?
Pensar las relaciones desde ese asidero que se abre para alojar lo que allí pasa habilita a pensarnos en relaciones diferentes y singulares, y no sólo desde la vara rígida y capitalista que jerarquiza las relaciones en una escala de valores desde las más a las menos importantes.
Pensamos, ¿cuál es el costo de la lógica capitalista en nuestros cuerpos? Sin duda, el sufrimiento y aplanamiento de la vitalidad que traen aparejados son dos de los efectos más devastadores que encontramos.
Andamos por ahí formateadxs, sufriendo porque con alguien no se da todo lo que quiero, porque una relación no vale nada, porque quien debería acompañar no lo hace según su puesto en la jerarquía afectiva. ¿Cómo no vamos a querer todo con quien se supone tenemos que querer todo? ¿Cómo vamos a querer algo con quien se supone no tendríamos que querer nada?
A la vez, también es cierto que no da igual si hay encuentro o no. El otrx no es una propiedad privada, pero tampoco es “intercambiable”. Hay fuerzas que se mueven en cada relación que son únicas y mutables dentro de ellas. Hay tensiones que se juegan ahí y, si quizás logramos dejar de medir cuán poco o mucho se acerca o se aleja de la mercancía premium, podrían aparecer otros posibles, locales, situados, inmanentes y en movimiento.
Qué pasaría si abrimos lugar para relaciones/situaciones inútiles, esas que no “sirven” para nada (por lo que no contarán como trabajo), esas que no “valen” para nada (por lo que tampoco tendrán valor de cambio, porque no representan nada). Un mundo entero de otros posibles se abriría allí.
Creemos que es interesante abrirnos a la pluralidad de afectos y repensar qué implicaría estar en una relación. Sabemos que armarnos vida en distintos lugares nos cuida y que efectivamente vamos conectando/armando agarre en distintos momentos y por distintas cosas con les otres. También, que a veces se dan distintas intensidades con distintas personas y que eso no implica que sea mejor ni peor, sólo diferentes. Esas diferencias son algo a atender sensiblemente, registrar los efectos y las potencias de lo que se va armando y lo que se abre como posible. Creemos que eso es distinto a suponer la existencia de las relaciones de manera estática y total por vínculos de parentesco o amorosos fijos y eternos en los que damos por sentado qué debe ocurrir y qué debo hacer con ellos.
Pensamos que es necesario armar nuevos modos de pensar-nxs y de estar en el mundo más allá de la fórmula mercancía/dinero que nos tiene embrujadxs en estos procesos de producción manteniendo la ilusión que somos nosotrxs lxs que los comandamos.
Si bien querer hacer ahí de manera “consciente o voluntaria” es un poco en vano ya que, como sabemos, esta mediación/embrujo es idéntica a lo que se nos plantea como ley natural en lo social, creemos que es un acto concreto y micropolítico, pensar las propias estructuras, las relaciones más internas y armar desde allí esta escritura afectada.
La Tiramos Afuera en busca de nuevas formas que nos ayuden a armar relaciones como pasajes, como aperturas a nuevos mundos, fugas hacia otra parte.
*Por Colectivo La Tiramos Afuera (LTA) para La tinta.