La comunidad como obstáculo
Por Ricardo Peterlin para La tinta
“Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de lucro para los ricos,
a la libertad de morirse de hambre para los obreros”.
V.I. Lenin
Este año parece ser un período de grandes debates encubiertos en las coyunturas políticas más cotidianas. En medio del imperio de las “fake news”, y una cantidad de información basura que circula, se hace muy difícil poder vislumbrar qué hay detrás de ese peligroso “sentido común” que pretende guiar la opinión pública. Sin embargo, los múltiples debates abiertos ligados a las formas estratégicas de afrontar la pandemia encierran, en ciertas palabras claves, conceptos que han sido motivo de grandes disputas teóricas y políticas durante siglos. Nuevas limitaciones a la compra de dólares, extensión de la cuarentena, impuesto a las grandes fortunas y demás discusiones despiertan el enojo de ciertos sectores de la población, algunos muy minoritarios, defendiendo sus intereses, otros mucho más numerosos, defendiendo intereses ajenos influidos por la ideología dominante.
Cuántas veces escuchamos por parte de diversos sectores que estamos en medio de una dictadura que está terminando con la libertad de los individuos. Esa es la palabra que resuena e interpela en el presente, pero: ¿Qué entendemos por libertad? ¿Existe un solo concepto de libertad?
La idea en cuestión fue una de las grandes proclamas que guiaron a la modernidad, a todas las revoluciones y los debates por la organización de lo social. Desde nuestro punto de vista, este es un término polisémico, que encierra diferentes concepciones. Según desde tal o cual punto de vista, la “libertad” así entendida, sin nombre ni apellido, pude significar cosas muy distintas.
Orígenes del debate: el concepto de “libertad negativa”
Uno de los principales pensadores de la filosofía clásica alemana del siglo XVIII sentó las bases de una ontología social que llega hasta nuestros días. Se trata de Gottfriend Leibniz, un pensador de gran importancia que, entre otras obras, publicó “Monadología”, un trabajo donde el concepto de “mónada” toma una importancia central en todo su análisis de la sociedad y el ser humano. En griego, “monos” o “monadós” significa “unidad”. Para Leibniz, el término “mónada” es el carozo central para explicar la base de todo lo existente, es central a la hora de comprender lo social. Las “mónadas” forman sujetos independientes, que no interactúan ni se relacionan entre sí, sino que cada una descansa en sí misma. Esta identificación como entes independientes sin relación con las demás fue sintetizado con la expresión “las mónadas no tienen ventanas”, es decir, no tienen puntos de conexión, cada una constituye un universo propio, autosuficiente y diferenciado de las demás. El sistema lógico-conceptual leibniziano no concibe a la sociedad como un conjunto de relaciones sociales entre los diferentes sujetos y grupos sociales, sino como “sustancias individuales” sin comunicación ni conexión entre sí, donde existe una “armonía preestablecida” por Dios, que hace que el conjunto funcione de manera armónica constituyendo un orden social basado en el aislamiento y la atomización de cada sustancia.
Si bien Leibniz está realizando un ejercicio de pensar la totalidad social en un grado de abstracción complejo, creemos que su concepto de “mónada” como aporte fundamental en el plano de la filosofía constituye uno de los principales fundamentos que va a constituir el concepto de libertad negativa, tema central de este artículo.
En el plano del pensamiento político, uno de los primeros e imprescindibles pensadores de la filosofía política moderna -hablamos de Thomas Hobbes- realizó un análisis muy agudo de la relación entre los individuos y, fundamentalmente, del individuo con el Estado, ilustrando a este último con la metáfora de “Leviatán”.
Si bien Hobbes es considerado por cierto liberalismo como un absolutista por su concepción de Estado-Leviatán, es decir, ente que todo lo regula y sin el cual es imposible el orden social, el concepto de libertad individual en Hobbes fue central. Su concepción del individuo está basada en el egoísmo y en la persecución de fines particulares en donde el resto de los individuos solo son una herramienta para alcanzar ciertas metas. Si los demás no obran de esta manera, se convierten en obstáculos. Para Hobbes, esta concepción individual y egoísta del ser humano por naturaleza constituye un peligro para el conjunto de la comunidad y la incapacidad de coexistencia, a menos de que exista un poder que regule los diferentes intereses contrapuestos, evitando una “guerra de todos contra todos”. ¿Cómo define Hobbes, entonces, a la libertad individual? Como “ausencia de obstáculo u oposición”, muy influido seguramente por Galileo Galilei y su principio de inercia de los cuerpos. Soy libre en la medida que nada ni nadie se me oponga, el otro/a es una amenaza.
En el caso de Hobbes, no existe una “armonía preestablecida” por Dios, como afirmaba Leibniz, sino que esta armonía es dada por un ente superior “neutral” (concepción burguesa del Estado moderno), constituido y organizado por seres de carne y hueso. Esta armonía no es natural, sino que es una necesidad producto del carácter “irreversible” del egoísmo humano y su instinto de conservación. Si bien Hobbes presenta una mirada más realista de lo social, mantiene una visión negativa de la libertad, entendiendo a los individuos que conforman una comunidad como obstáculos para el desarrollo del proyecto de vida del ser humano individual. La necesidad del Estado como forma de regular intereses contrapuestos va a tener como finalidad última proteger la propiedad privada como núcleo fundamental del goce de la libertad.
Otro pensador clave en la ciencia política considerado como uno de los padres de la teoría “iusnaturalista” (derechos naturales) fue John Locke. Si bien Locke continuó con muchos de los conceptos de Hobbes, criticó la concepción del individuo y la comunidad como una “guerra de todos contra todos”. Por el contrario, afirmó que la armonía social está dada naturalmente a través de los derechos y deberes naturales que tienen todos los individuos. Los derechos naturales son derechos innatos e inviolables que tienen todos los seres humanos por el simple hecho de haber nacido. Si bien Locke también concibe al individuo como un ser motivado por el egoísmo, afirma que la legitimidad de su individualismo radica en los “derechos naturales” que los demás deben respetar y cada uno respetar el de los otros: “Mis derechos terminan cuando comienzan los derechos de los demás”. Ese viejo refrán “popular” está muy influenciado por la ideología liberal imprimiendo en el “sentido común” (tan criticado por Gramsci por su carácter reaccionario) la idea del otro como una amenaza a mis derechos. La construcción de un Estado y su división de poderes no aparece para evitar el conflicto social, sino, simplemente, para administrar e instrumentar los “derechos naturales” de los hombres, en otras palabras, establecer por ley lo que es justo y moral desde la propia “naturaleza humana”. El “derecho natural” que más desarrolla Locke es el de propiedad, entendida como la capacidad de todo ser humano de obtener sus medios de subsistencia a través de la naturaleza. Es en torno a la protección de la propiedad privada como Locke se aproxima al concepto de libertad. La libertad se alcanza en tanto y en cuanto se respeten mis derechos naturales, el individuo crea su cerco donde los demás no deben interferir, el otro/a se sitúa del otro lado del cerco, cada individuo protege sus derechos y delimita su terreno, la libertad se asimila a la propiedad.
Sería bueno poder interpelar en nuestra actualidad a quienes siguen sosteniendo está mirada “iusnaturalista” indagando sobre por qué, si la propiedad privada es un “derecho natural”, existen millones de personas que nacen sin absolutamente nada, ni siquiera los medios más elementales de subsistencia, y personas que nacen con riquezas imposibles de calcular, confundiendo la desigualdad de origen con la falta de “mérito” o con una simple “desgracia natural”, como afirma otro famoso refrán: “Siempre hubo ricos y pobres” .
Sería imposible construir el concepto de “libertad negativa” sin remitirnos a la economía política clásica y sus “padres fundadores”. Adam Smith, en su libro “La riqueza de las naciones”, nos vuelve a hablar de una “armonía preestablecida”, en este caso, la llama “mano invisible”, haciendo alusión a los atributos que el mercado tiene para asignar correctamente los recursos; dejar actuar al libre juego de la oferta y la demanda es la condición básica para el correcto funcionamiento de una sociedad. El mercado se convierte en una especie de “panacea” donde cada individuo es libre de realizar sus transacciones persiguiendo fines egoístas, ya que siempre, por obra y gracia de “la mano invisible”, estos terminarán siendo beneficiosos para el conjunto. La libertad está asociada a la capacidad del individuo de actuar en el mercado, la comunidad se convierte en una suma de agentes económicos que realizan operaciones económicas-financieras, etc. Nuevamente, el ser humano se mueve por el interés individual. A diferencia de Hobbes, para Smith, ese interés individual no genera una “guerra de todos contra todos”, sino, por el contrario, asegura a través de la división el trabajo un buen funcionamiento social, por lo que el Estado debe intervenir lo menos posible. Este es el corazón de la economía política clásica y su noción de libertad.
Durante la segunda mitad del siglo XX, en plena guerra fría, una serie de pensadores e intelectuales arremetieron contra el socialismo y volvieron a introducir al liberalismo como el gran proyecto de desarrollo humano. En el plano de la economía, actualizaron las ideas del libre mercado después de varias décadas de hegemonía keynesiana. Algunos de los principales divulgadores fueron Milton Friedman, F. Von Hayek y L. Von Mises, furiosos anticomunistas, denunciaban la perdida de las “libertades individuales” en el socialismo real y el error de los planteos keynesianos de intervención estatal y regulación económica. En el plano de la ciencia, Karl Popper y su idea de “sociedad abierta” logró calar hondo en el discurso académico. Pero es en el plano de las ideas políticas donde nos vamos a detener analizando los conceptos de Isaiah Berlin, quien nos da una última caracterización del concepto de “libertad negativa”.
En su libro “Dos conceptos de libertad”, Berlin distingue entre la “libertad negativa” y “libertad positiva”, el término “negativa”, lejos de aludir a la negación de la libertad, para Berlin es todo lo contrario, es la afirmación de la libertad y la única posibilidad de autonomía para el individuo. La “libertad negativa” hace referencia a la ausencia de intervención y obstaculización a los actos que un individuo pretende realizar, la libertad se realiza cuando no hay coacción ni ejercicio de autoridad por parte de una fuerza exterior que interfiera, por lo general, se alude a la presencia del Estado y el gobierno. Desde la óptica de Berlin, no se debe resignar la “libertad individual” por alguna causa colectiva o externa, la libertad es la capacidad de que el individuo actúe como le parezca sin que nadie pueda impedírselo; si esto no ocurre, el individuo pierde parte de su libertad. El concepto de “libertad positiva” viene a complementar el término anterior vinculado a la racionalidad de las acciones humanas. Los actos que un individuo realiza deben estar mediados por la razón, según Berlin, la racionalidad de los mismos es lo que constituye su carácter beneficioso para el conjunto. En este caso, la “armonía preestablecida” no proviene de Dios ni de la “mano invisible”, sino de la “razón”. El ámbito público y el ámbito privado son dos esferas irreconciliables, el individuo y la comunidad, una problemática infranqueable, los individuos se convierten en consumidores y agentes que compiten en el mercado, la “libertad negativa”, el fundamento de la sociedad mercantil capitalista.
Los ecos del debate
Nuestros “liberales” actuales no son para nada originales, son un reciclaje de viejos conceptos que fueron transitando la historia de las ideas y buscan volver a instalarse en el imaginario social con nuevas estrategias semánticas y discursivas. Tras el fracaso del macrismo, la derecha argentina está dando un vuelco hacia planteos más radicales, inspirados en personajes como Javier Milei, José Luis Espert o Miguel Boggiano, entre otros. Tenemos varias opciones, reírnos de estos personajes y sus seguidores, minimizarlos (como hicieron en Brasil con Bolsonaro) o, por el contrario, comenzar a entender por dónde está pasando gran parte del humor social que se expresa en las numerosas marchas que realizó la derecha en lo que va de este año. Sin darle más importancia de la que realmente tienen las figuras individuales, de lo que se trata es de librar una batalla de ideas contra quienes quieren imponer un modelo neoliberal en Latinoamérica. No nos confundamos, la “libertad” que estos grupos pregonan está basada en una mirada patronal, anti popular y anti democrática. Se arrogan el derecho de calcular una cierta cantidad de muertos con los que lamentablemente debe contar el país en el contexto pandémico actual para que sus empresas sigan funcionando y maximizando ganancias. Buscan instalar un proyecto de corte radical de los lazos sociales, de los espacios públicos y de los recursos que el Estado brinda para transferir ingresos y redistribuir riqueza. Endiosan al mercado como lugar donde el individuo se desarrolla plenamente, caracterizando como dictadura a un gobierno que restringe la salida de dólares, en un país que, desde hace décadas, está siendo desguazado por la fuga de capitales.
Desde nuestro punto de vista, el “liberalismo” no solo no es el ideario donde radica el verdadero concepto de “libertad”, sino que, por el contrario, es incompatible con la libertad y con la democracia, como alguna vez le escribió André Gunder Frank a su ex profesor Milton Friedman, su proyecto económico se implementó en nuestro continente de la mano de Videla y Pinochet, hizo falta varios genocidios y varias bombas como las de Nagasaki e Hiroshima para que el mercado capitalista se proclame vencedor, logrando expandir su concepción del mundo hasta el último rincón del planeta tierra.
Un modelo basado en el egoísmo y la competencia irreductiblemente arroja a millones de personas a la pobreza y la exclusión, existen “ganadores” y “perdedores”, existen quienes entienden las reglas y quienes quedan excluidos. El hombre, como lobo del hombre, naturaliza la explotación y cuida su parcela tratando de subsistir sin que nadie interfiera en su esfera privada. El concepto de “libertad” se reduce a mera “necesidad”.
Si pudiéramos retomar el pensamiento de J.J. Rousseau, encontraríamos una visión distinta de la comunidad, no como obstáculo, sino como potenciación de todas nuestras individualidades, el hombre se realiza conjunto con los demás, el otro no es una amenaza, sino una condición sine qua non para mi libertad. La libertad se construye en torno a la comunidad y al bienestar de todos los miembros de la sociedad. Es por eso que el francés insistía en el pueblo como sede del poder, como soberano, y condenaba los actos mezquinos movilizados por el egoísmo como perjudiciales para el conjunto.
Por último, Karl Marx nos brinda un concepto mucho más rico de libertad, entendiendo a esta como el fin de la “alienación” humana, como el fin de la explotación del hombre por el hombre, la reconciliación del individuo con su esencia humana y, por ende, su reconciliación con el género humano y la naturaleza. Esta visión, muy presente en sus escritos juveniles, pero desarrollada a lo largo de toda su obra, sitúa la libertad más allá de la necesidad; el hombre se realiza plenamente cuando deja de ser esclavo de necesidades animales (beber, comer, fornicar, etc.) y se realiza plenamente como ser humano (también existe una mirada posible sobre Nietzsche y el superhombre en este sentido) en armonía con el resto de la comunidad.
El debate es urgente, se vienen tiempos turbulentos luego de la irrupción de la COVID-19. O militamos un proyecto de liberación social y construimos una estrategia para la conquista del poder (que es mucho más que la llegada al gobierno), o nuestros enemigos lo harán imponiendo su proyecto sin importar las consecuencias económicas, sociales, culturales y ambientales que este tenga. Retomar los grandes debates en esta nueva perspectiva sigue siendo una tarea fundamental en la construcción de un nuevo mundo posible.
*Por Ricardo Peterlin para La tinta. Imagen: Ámbito Financiero.