Juicio Diedrichs-Herrera, día 3: testigos de los casos Soulier y Arias revelaron extorsiones y complicidades
Tía y sobrino, Julia y Sebastián Soulier relataron las desapariciones y torturas sufridas por su familia, también despojada de sus bienes. Livia Cuello de Arias y su hijo Jorge revelaron que el abogado justicialista Julio César Aráoz les pidió delatar a otros militantes a cambio de información sobre el paradero de Miguel Ángel Arias, secuestrado y aún desaparecido.
Por Alexis Oliva para Qué Portal de contenidos
Los primeros testimonios del juicio “Diedrichs – Herrera” se centraron en los casos de Miguel Ángel Arias (19 años), secuestrado y desaparecido el 29 de junio de 1976, Luis Roberto Soulier y el matrimonio de Juan Carlos Soulier y Adriana Díaz Ríos, secuestrados y desaparecidos entre el 15 y el 16 de agosto del 76, junto con su bebé de cinco meses. Tanto Luis como Juan Carlos y Adriana permanecen desaparecidos, pero su hijo Sebastián fue devuelto a la familia al día siguiente en condiciones que fundamentan la aplicación de las figuras de “secuestro y tormentos agravados” en perjuicio de una víctima de pocos meses de vida.
Con 44 años, como testigo y querellante particular en el 12° juicio de lesa humanidad en Córdoba, Sebastián Soulier contó que “un grupo de personas encapuchadas y armadas” lo entregó “envuelto en una colcha” en la casa de su abuela Yolanda, donde lo recibió su tía Julia Soulier: “Por lo que mi familia cuenta, me devuelven en un estado bastante malo, todo orinado, llagado y en estado de shock. Dicen que no podía llorar y que, después de un tiempo y de bañarme, recién pude emitir llanto. Por el relato de otra tía, prima de mi madre, sé también que, cuando lloraba, me ahogaba. Sé que me devolvieron con los pies lastimados”.
Torturas a un bebé
Al iniciarse la audiencia, Julia Soulier había relatado que le entregaron el bebé como si fuera “un paquete”, estaba “en shock, no cerraba los ojos y tenía un estado de rigidez en el cuerpo”. Sus pies estaban morados, lo que atribuyeron al frío, pero luego comprobaron que “había sido fuertemente golpeado”. “Sebastián fue secuestrado, llevado a un centro clandestino de detención y torturado física y psíquicamente durante 24 horas”, denunció.
Al momento del secuestro de sus hermanos y cuñada, Julia tenía 15 años, vivía en la casa de sus padres y cursaba la secundaria en el colegio parroquial Nuestra Señora de Loreto, en barrio Los Naranjos, donde su hermano Luis era preceptor y su novio, Miguel Ángel “Coqui” Arias, egresado de la promoción 1975. Desde poco después del golpe del 24 de marzo, los represores rondaban la escuela y la casa de los Soulier fue tres veces allanada en busca de Luis y Juan Carlos, que vivían con sus respectivas esposas e hijos pequeños en un departamento. También compartían la militancia en las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL). 22 de Agosto. Su padre, Luis Freddi Soulier, no logró convencerlos para irse del país, pero sí de mudarse, por su propia seguridad y la de su familia, amenazada y golpeada en cada incursión de los represores (de uno de esos allanamientos, Julia Soulier reconoció a los ex policías y actuales acusados Miguel Angel “Gato” Gómez y Calixto Luis “Chato” Flores).
Sin embargo, en ese nuevo domicilio de barrio Villa Páez, fueron secuestrados el domingo 15 de agosto Juan Carlos, Adriana y Sebastián. Juan Carlos trabajaba como electricista en una empresa constructora con su padre, quien, al día siguiente, notó su ausencia y fue a buscarlo. Los represores, que habían permanecido al acecho en la casa, “lo agarraron y lo tiraron al piso”. “Mi papá sintió movimiento de armas y pensó ‘ahora me matan’”, narró la testigo, pero se lo llevaron detenido al Departamento de Informaciones D2.
Por el testimonio de una vecina, pudieron saber que, horas más tarde, Luis corrió la misma suerte. En el D2, Freddi Soulier fue interrogado sobre el paradero de sus hijos, que, según la instrucción de la causa, estaban prisioneros en el mismo lugar y luego fueron vistos en el campo de La Perla.
Extorsión y despojo
A la mañana siguiente de que usaran su propia camioneta para devolver a su nieto, Freddi Soulier recuperó la libertad con la esperanza de que sus hijos y nuera estuvieran con vida. “Ese fue el principio de otra etapa de esta historia: la extorsión que los militares le hicieron a mi familia durante mucho tiempo –relató Soulier–. Los primeros cheques que firmó fue para que le trajeran noticias de mis hermanos y cuñada. Después, mi papá los presionó. Le dijeron que estaban en un lugar donde estaban siendo reformados y ese dinero era para que estuvieran bien. No sé decir cuánto dinero, pero vaciaron la cuenta, también vendió cuatro terrenos en Icho Cruz y cuatro departamentos”. Cuando los recursos de la familia se terminaron, le advirtieron que “lo pensara bien y tuviera en cuenta que todavía le quedaba una hija en libertad”. “Quedamos atrapados en el terror”, recordó Julia, hoy directora el Espacio para la Memoria de La Perla, el lugar donde fueron asesinados sus familiares.
A su turno, Sebastián amplió el testimonio de la saña y el daño adicional producido a su familia: “Más allá del traslado a un centro de detención, secuestro, tortura y demás, también nos robaron. De esa casa donde vivíamos, no quedó absolutamente nada. Lo único que conservo es esa colcha con la que me devolvieron, que cada tanto la uso para arropar a mis hijas”. También recordó a sus abuelos “ensimismados y tristes, con una carga muy grande” y la desesperación de “una búsqueda que no tuvo resultado”.
Su propio camino a la verdad comenzó a los diez años, cuando un primo de su padre le contó lo ocurrido. “Y mi exigencia de justicia empezó con H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio)”, la organización que, desde mediados de los 90 y en vigencia de los indultos y leyes de impunidad, recogió las enseñanzas de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, para “ser perseverantes, no bajar los brazos, militar sonriendo y exigir al Estado que ocupe el lugar que tenía que ocupar”.
Hoy, aquellos pies maltratados ganan altura y libertad en su trabajo como guía de montaña, y caminan las marchas de cada 24 de Marzo, que son “una batalla ganada, no por nosotros, sino por la sociedad que hizo suyo ese reclamo”. Con la misma visión crítica, pero esperanzada que afloró a lo largo del relato, antes de finalizar su testimonio, Sebastián Soulier dijo: “Los juicios llegan tarde. Hay imputados muertos, imputados que durante muchos años gozaron de libertad y de beneficios porque los juicios no se realizaban. Hay familiares muertos, mis cuatro abuelos se murieron porque el Estado nunca les dio justicia por sus hijos. Y así todo, llegando tarde, creo que reparan. Yo siento que no fue en vano lo que hicieron, me sirve a mí, a mis hijas, a mis tíos y mis primos, y a los compañeros de militancia”.
Secuestro en la noche
A la 1:30 del 29 de junio de 1976, un grupo de represores irrumpió en la casa de la familia Arias-Cuello en pasaje General Díaz 68, en barrio Balcarce. Jorge Arias tenía 12 años y compartía el dormitorio con su hermano mayor, Miguel Ángel. “Me despierto sobresaltado, veo gente que entra, pregunto quién era y me pegan en la cabeza con algo pesado –creo que fue una linterna–, y me dicen ‘seguí durmiendo’. Trato de mirar, siento que despiertan a mi hermano, él también preguntando quién era, y le dicen ‘cámbiate que nos vamos’”, relató al atestiguar por teleconferencia el miércoles 23.
En la casa, también estaban sus padres, Ángel Armando Arias, suboficial de la Fuerza Aérea retirado, y su esposa María Livia “Beba” Cuello, que, despertados y amenazados con armas de fuego, fueron testigos del secuestro de su hijo. Jorge describió a uno de los captores como “medio gordito, petizo y rubio”, a quien, años después, viendo retratos de represores, pudo identificar como Raúl Pedro Telleldín, por entonces jefe del D2.
Apenas se llevaron a Miguel Ángel, su padre intentó recurrir a la Policía y su hijo menor lo acompañó al Comando Radioeléctrico: “Ahí nos encontramos con un grupo de policías que estaban comiendo asado, tomando vino, bailando y escuchando música. Era muy triste porque se burlaban de la desesperación que tenía mi papá. Tampoco le daban una respuesta, que ya iban a mandar un móvil… nada. Ni le tomaron la declaración. Volvimos a mi casa, todos estábamos asustados y no sabíamos de qué se trataba”.
El listado y el intermediario
Así comenzó una larga, dolorosa y, finalmente, infructuosa búsqueda, en la que Arias intentaba averiguar en ámbitos militares mientras su esposa viajaba al Ministerio del Interior en Buenos Aires y también recurría a autoridades eclesiales, como el entonces Arzobispo de Córdoba y presidente del Episcopado, Raúl Francisco Primatesta. Al declarar en la audiencia, María Livia “Beba” Arias recordó una entrevista con el párroco de Los Naranjos y representante legal de la escuela de la que egresó su hijo, el ya fallecido sacerdote tercermundista Carlos Ponce de León: “Me contó que Primatesta le había pedido el listado de los alumnos del Loreto, no para nada malo, sino para cuidarlos de algo que les pudiera pasar. ‘Yo pienso que me mintió’, me dijo el padre”.
Como parte de la búsqueda de su hijo, Beba Arias relató que, a través de un familiar de su marido, se contactaron con el abogado y dirigente justicialista, Julio César “Chiche” Aráoz, quien se ofreció como intermediario para averiguar el paradero de su hijo desaparecido. En una de las reuniones que mantuvieron hacia fines de agosto del 76, quien años después sería Ministro de Salud y Acción Social, e Interventor de Tucumán del menemismo, se jactó de conocer el destino de los hermanos Soulier y la entrega del bebé a la familia. “Fue mi amigo Vergez a devolverlo porque tenía miedo de que mataran al chiquito”, citó la testigo. El capitán Héctor Pedro Vergez era entonces jefe operativo del campo de concentración y exterminio de La Perla y es hoy uno de los 18 acusados de este juicio.
Acto seguido, reveló: “Él (Aráoz) nos hizo una propuesta, a mi marido y a mí, de que nombráramos cinco chicos y, entonces, íbamos a saber algo de mi hijo. No sé si fueron diez o quince días, y nos llamó de nuevo y nos preguntó qué habíamos pensado. Yo le dije que quería mirar a mi hijo a la cara”. Durante esos encuentros, su hijo menor los esperaba en el auto. En la audiencia, Jorge Arias recordó: “Encima los amenazó, diciendo: ‘No se olviden que ustedes tienen otros dos hijos, uno que está en la universidad siguiendo la carrera de Agronomía –efectivamente, mi otro hermano estaba en Agronomía– y su hijo más chico’”.
A pesar del tiempo transcurrido y del aviso de Beba Arias al tribunal –“He perdido mucho la memoria”–, su relato coincide con el que brindó ante la Justicia en septiembre de 2013, cuando H.I.J.O.S. denunció a Aráoz como presunto “partícipe” de la desaparición de Miguel Ángel Arias. También coincide con un testimonio anterior publicado por la revista El Sur en mayo de 2011 (En el nombre del hijo, El Sur, N° 64). En representación de la familia Arias, los abogados Claudio Orosz y Lyllan Luque solicitaron al tribunal que remita a la Fiscalía de Instrucción lo relatado para que se investigue la posible comisión de delitos.
A sus 91 años, con anteojos, el pañuelo blanco de las Madres y Abuelas, y esforzándose por escuchar y ser escuchada, Beba Arias confió al tribunal que, durante mucho tiempo, pensó que su hijo estaba vivo: “Quisiera saber dónde está, para llevarle un rezo, un ave María, y dejar este tormento que he tenido. Yo cada vez estoy más dolorida, más triste, porque veo que mi vida se acaba y jamás voy a saber lo que pasó con mi hijo. Ojalá Dios los bendiga a ustedes y puedan saber qué pasó con mi hijo”.
Cuando la jueza Carolina Prado le anunció que estaba liberada, dijo:
—Perdónenme, porque hay cosas que a los 90 me pesan cada día más.
—No… se la ve muy guapa.
*Por Alexis Oliva para Qué Portal de contenidos / Imagen de portada: José Ferrer.