No sos vos: son los datos (parte III)
Por Walter Alini para La tinta
En capítulos anteriores de esta novela, a partir de una frase de The Economist del año 2017, que decía: «El recurso más valioso del mundo no es más el petróleo, sino los datos», intentamos establecer algunos conceptos básicos para entender de qué hablamos cuando hablamos de Ciencia de Datos y de Machine Learning o Inteligencia Artificial, entre otros conceptos, y en acercar cómo las organizaciones toman decisiones y hacen negocios con estos datos.
Si no leíste la parte I y la parte II, no pasa nada, siempre habrá tiempo. Y considero más importante tu atención en esta (última) parte III, en la que voy a intentar acercar dónde están los principales puntos de preocupación o conflicto sobre el almacén y uso de los datos. Vamos a eso.
Errare digitalis est. Errare normalis est.
Tanto a los programas como a los negocios los hacen personas. Y, en estos casos, las variables de error y malicia son tan grandes como la magnitud de la información que manejan.
En primer lugar, porque no existe un programa libre de errores. O quizá sí, pero nunca se lo ha visto. Los programadores, aunque no parezca, somos seres humanos (?). Con sentimientos, con pareja, con mascota, con días buenos y malos, con rápidas y lentas conexiones a internet, y, en muchos casos, con Crocs con corderito.
Considerando las mejores intenciones, las mejores ideas, los mejores procesos, les mejores profesionales, las mejores planificaciones, los tiempos de implementación más sensatos, las mejores prácticas de la industria, probadas y por probar, a los programas los hacen seres humanos. Y por lo tanto, el error es propio e inevitable.
Siendo un poco más realistas, pero todavía dentro del plano de las buenas intenciones, las empresas se esfuerzan por sacar más y mejores productos, ampliar mercados, ofrecer alternativas. Y, como en la TV, el tiempo en el mercado es tirano. Los equipos de trabajo tienen cargas distintas de presión, de agenda, de necesidades, de stress, de ambición, de ganas. La probabilidad de error es sensiblemente más grande que 0.
Si sacamos la parte de las buenas intenciones, saltamos fácilmente de la empatía al pánico.
La información se filtra desde que la información es información. No hace falta que nos metamos en la historia de la información digital. El riesgo de filtrado existe. Ese secreto que tenías que guardar por ahí se te escapa mientras dormís o después de 2 fernets, o por un robo involuntario de un diario íntimo, un distanciamiento con tu hermane o porque es lo único que aprendió el loro que tenés hace 12 años.
¿Pero cómo se puede filtrar la información digital? Bueno, algún permiso de acceso mal puesto, algún error en alguna de las tantas capas de software de las que se componen los sistemas, por desconocimiento, por distracción, por negligencia, por lo que sea. Pasa. Y creo que pasa mucho más a menudo de lo que tenemos la posibilidad de enterarnos si estamos atentos. De todas formas, el problema no es necesariamente que se filtre nuestra información, sino que se filtre información que no queremos que lo haga bajo ningún concepto. Un ejemplo claro es nuestra información de tarjeta de crédito, pero, en lo personal, mi necesidad de elegir mi intimidad me hace pensar que cualquier dato que se filtre puede entrar dentro del rango “bajo ningún concepto”.
De muestra un par de botones
Hay tanta información sensible que se filtra que, en 2006, Julian Assange desarrolló un sitio para publicar informes y documentación preservando el anonimato de las fuentes: WikiLeaks, que tiene una historia que merece contarse aparte.
De la misma forma que las empresas hacen esfuerzos para que compremos productos y servicios, alrededor de 2016, se conoció que la empresa Cambridge Analytica también intentó hacer esfuerzos (de perfilamiento y personalización de información, sobre todo), a través de Facebook, para que votemos por determinados candidatos a elecciones. No quedó claro si Facebook cedió información o si la empresa la adquirió por métodos poco claros. Lo que sí pareciera haber quedado claro es que nadie tiene las manos lo suficientemente limpias para no ser agente de transmisión de negocios turbios.
En 2013, los 3.000 millones de usuarios de Yahoo! se vieron afectados por filtración de información: nombres, teléfonos, contraseñas, direcciones de e-mails secundarias, etc. Todo, todito a parar en manos de personas o intereses que no esperábamos. Ah, una cosa más: esta filtración se conoció recién en 2017.
Ejemplos e historias increíbles sobran. De las que vieron la luz e, indudablemente, de las que no también.
Atención: Zona de derrumbe de privacidad
En 2016, la Unión Europea aprobó un Reglamento General de Protección de Datos, más conocido como GDPR (del inglés General Data Protection Regulation), que se empezó a exigir a partir de 2018, por el cual toda empresa que maneje información de residentes en la comunidad europea debe cumplir con determinadas exigencias.
Entre muchas otras cosas, regula y diferencia a los datos “personales”, datos “sensibles” y datos “no sensibles” de diferentes formas. Esto es, entra todo: desde números de documentos hasta direcciones IPs. Y mete un poco de marco legal para que esto no sea un lío o, al menos, lo sea con reglas un poco más claras: consentimiento del uso concreto de los datos, cifrado, tiempos de retención, etc.
Brasil aprobó una ley similar en agosto de 2018, por la cual garantiza el “derecho al olvido”: la posibilidad de solicitar la eliminación permanente de cualquier dato regulado que esté guardado. En Argentina, tenemos la Ley 25.326 aprobada en 2000, inaplicable y con bastante olor a naftalina para las problemáticas de 2020.
Así y todo, le damos al “Acepto los términos y condiciones” con una velocidad que el tiempo que tardamos en hacerlo no serviría ni para leer el nombre del archivo de los mismos. Es un problema de regulación, pero también lo es de entendimiento y de conciencia. Y es, creo yo, lo más importante para empoderarnos: conocer, interesarnos, curiosear y, al menos, tocar de oído.
Que el viento que sopla no sea el de nuestros derechos ninguneados por terceros a los que solo impulsa el deseo económico, la ambición de negocios y de mercado. Debemos reconstruir y replantearnos nuestras propias definiciones de privacidad, pilar fundamental para el desarrollo de las personas. Y un derecho no solo individual, sino también colectivo.
Un derecho tuyo, para que lo protejas y exijas protección.
Y un derecho nuestro: intentemos empujar para el mismo lado.
*Por Walter Alini para La tinta. Imagen de portada: Juan Pablo Bellini.