Las mujeres y las disidencias del Yape están de aniversario
Se cumplió el primer aniversario de la Casa de las Mujeres y Disidencias del barrio Yapeyú de la ciudad de Córdoba. Este espacio, que es parte de la trama de organización popular de La Garganta Poderosa, nació para el acompañamiento y contención a personas que sufren distintos tipos de violencias de género. Sostenido por mujeres y disidencias del barrio, en tiempos de pandemia, siguen luchando y construyendo redes de solidaridad.
Por Redacción La tinta
Desde hace ya varios años, La Poderosa desembarcó en la ciudad de Córdoba, esta organización social que contiene 114 asambleas villeras, se radicó en los barrios de Yapeyú y Los Cortaderos. “El Yape” como se lo conoce en Córdoba, se ubica en la zona este de la ciudad, entre el Río Suquía y la histórica Barranca Yaco.
El lunes 14 de septiembre celebraron el primer año de La Casa y en ese marco, conversamos con Susana Záccaro, una de las integrantes de la Casa y del Frente de Géneros en Córdoba. Susana nos cuenta que en 2015 se reunían con un grupo de mujeres que eran parte de la cooperativa textil, al principio eran pocas, y luego se fueron sumando más. Hablaban de los problemas que cada una tenía, rotaban de casa en casa las reuniones, generando un espacio para contenerse y acompañarse, pero muchas veces surgían problemáticas que no podían resolver. El grupo fue creciendo y decidieron armar el Frente de Géneros. Empezaron a conversar sobre la necesidad de tener un espacio propio para abordar con más intimidad las problemáticas.
“Para nosotras, las mujeres y las disidencias, no es fácil hablar de las violencias que vivimos, cuando estamos en lugares donde circula mucha gente, ni paradas en una esquina. A partir de las necesidades y violencias que fuimos descubriendo que teníamos en común, se dio forma al espacio propio donde no solo hacemos una ronda y catarsis, sino que buscamos y construimos otras formas y alternativas para salir de las violencias juntes”, explica.
La casa tiene varios ejes de trabajo: educación con espacios de alfabetización para mujeres adultas; trabajo, con la intención de generar una fuente laboral a partir de manualidades y artesanías; recreación, como un espacio donde se liberan de sus ocupaciones, entendiendo el ocio y disfrute como un derecho; salud, donde articulan con el Centro de Salud del barrio. Actualmente están en desarrollo dos más, que por el contexto no pudieron avanzar, uno es el espacio de las disidencias, que no fue fácil cuenta Susana: “Es difícil hablar y abordar el tema dentro de un barrio, porque las personas de la disidencia son las más vulneradas y violentadas, más que las mujeres”. Por último, el eje Derechos Humanos, que estaría conformado por un equipo de profesionales -trabajadora social, abogada y psicóloga- para hacer acompañamientos.
En marzo la pandemia transformó todas las condiciones de vida y de trabajo, también de organización. Susana dice que se las ingenian para seguir adelante, mantienen la comunicación con las vecinas que atraviesan situaciones de violencia y están atentas a otras necesidades y vulneraciones, o si es necesario acompañar a menores. Sobre todo están tejiendo redes para hacer llegar un plato de comida, una bolsa de mercadería o ropa, “tratamos de apoyar las necesidades que van surgiendo, nos la vamos rebuscando para estar”.
En este momento, realizan formaciones en salud y conformaron una comisión al respecto, organizando una posta sanitaria en una casa del barrio, concientizando sobre COVID-19, midiendo la presión y entregando preservativos, además de estar atentas en la escucha de las necesidades. Despliegan estrategias en el territorio con la trama comunitaria que han aprendido en el ejercicio diario de ayudarse para sobrevivir. Además, disputan políticamente al Estado, para que esté presente en el barrio, ya que reconocen que uno de los principales problemas que enfrentan, es la falta de llegada de políticas públicas y recursos en materia de género.
“Estamos, por un lado, acompañando y por otro lado, peleando constantemente para poder ver resultados,es una situación muy desgastante. Quienes acompañamos estamos más expuestas en este contexto, sabemos que el trabajo se tiene que hacer y sostener, pero son muchos los frentes para atender las cuestiones de urgencia desde las violencias de género, el comedor, el merendero, el ropero comunitario. Nosotras sabemos que si nos encerramos, habría mucha menos atención, porque el Estado no está presente. No nos interesa pelearnos con el Estado, queremos sentarnos a discutir y trabajar en conjunto”, afirma Susana.
Tuvieron reuniones con autoridades del Ministerio de la Mujer de la Provincia, para presentar lo que vienen desarrollando desde el territorio, demandan que el Estado se haga cargo del trabajo que realizan comunitariamente, sin ingresos y a pulmón. “Es importante que las mujeres que quieren salir del círculo de la violencia puedan tener una ayuda económica, sino se hace muy difícil que lo puedan concretar. También son necesarios recursos para el sostenimiento de la casa, por ejemplo, para la formación de las vecinas necesitamos netbooks, computadoras, conectividad, lo mismo que para hacer trámites”, ejemplifica la entrevistada.
Muchas de ellas perdieron el trabajo en medio de la pandemia, sostienen su propia realidad y la de la vecina, “la que acompaña, ahora también está sin un plato de comida en la mesa, es difícil afrontarlo y salir adelante. La urgencia y la gravedad de lo que pasa nos une, nosotras que vivimos situaciones de violencia de género y somos sobrevivientes, aprendimos que no podemos mirar para otro lado y no podemos rendirnos ni bajar los brazos”, expresa con claridad Susana, y nos devuelve el sentido de potencia de la organización comunitaria, que por estos días, se nos escapa.
Actualmente, llevan con convicción la bandera del feminismo villero, desde abajo y con fuerza, para transformar el sistema patriarcal, pero nos cuentan que cuando arrancaron hace un par de años, les costaba identificarse como feministas. “De alguna manera fuimos marginadas, olvidadas y silenciadas por ser de barrios empobrecidos, de las villas. Nos costó estar dentro del feminismo, de ese que leíamos como de cierta clase, con las mujeres que iban a la facultad, que daban cátedras. Nosotras no encajábamos ahí. No nos dimos cuenta quizás, que también éramos feministas y que hacíamos un montón de cosas. Ahí empezamos a pararnos desde nuestro lugar y construir nuestro feminismo, que nace desde el territorio, del barro. Y entonces, ahora, quizás no hay mucha diferencia con otras mujeres de otras clase social”, explica.
Finalizamos la charla, y Susana remarca: “Cada vez que abrimos un comedor, lo lamentamos, porque sabemos que es porque hay necesidad. Si hay más casas de mujeres y disidencias, es porque la violencia sigue. Pero hasta combatirla de raíz, es importante que en cada barrio, en cada provincia existan estos espacios, ojalá contagiemos esta fuerza popular y comunitaria”.
*Por Redacción La tinta.
Siguen tejiendo redes sororas y solidarias para construir puntos de acceso a la conectividad tan necesaria en este contexto, necesitan dispositivos como notebooks, tablets y computadoras. También convocan a psicólogas, trabajadoras sociales y abogadas para construir espacios de asesoramiento y asistencia profesional. Son muchas las necesidades, quienes quieran colaborar, se pueden comunicar al siguiente contacto: 3513066175.