Elogio a las canas
En nuestros cabellos, también disputamos los mandatos estéticos, la tendencia «silver hair» creció en los últimos años. Algunas pusieron en escena la decisión, como acto político, de dejar de teñirse para que sus canas crezcan libremente. En esta nota, traemos retazos de historias de vida en las canas.
Por Redacción La tinta
El pelo gris se volvió «cool», quienes no tienen canas naturales se tiñen buscando un efecto parecido, al estilo Lady Gaga, Billie Eilish, Rihanna, Pink o Kelly Osbourne. En ficciones recientes, se crearon personajes de pelo color plata, como Daenerys Targaryen en “Game of Thrones” o la reina Elsa de la película Frozen, ambas desancladas de la edad y la vejez. El año pasado, el mercado estuvo muy atento leyendo algunas reivindicaciones y, así, L’Oréal nombró al gris como el color del año.
En paralelo, y por la imposibilidad de ir a la peluquería en cuarentena, muchas famosas empezaron a mostrar más naturalmente sus canas en sus redes. La tendencia crece, tipeás #silverhair, #canas, #greyhair, #grannyhair en Instagram y aparecen miles de publicaciones: fotos de todas las edades, estilos y mensajes. Lorraine Massey, creadora del método curly girl que congrega la movida conocida como el cowashing, recientemente publicó el libro Silver Hair: say Goodbye to the Dye and Let Your Natural Light Shine: A Handbook. También, desde la industria audiovisual, el documental Gray is the new blonde propone un recorrido histórico por la transformación estética sobre las canas en distintas edades, culturas y contextos socioeconómicos, historias de mujeres que ya no quieren teñirse las canas.
De diversas formas, mujeres, lesbianas, trans, travestis y no binaries están poniendo su pelo como protagonista para combatir las reglas de belleza hegemónica y el mercado. Por conciencia ecológica, como forma de narrar sus identidades en las inscripciones corporales, como disputas de sentido en sociedades que pretenden la juvenilización de la vida, de distintas maneras, un lenguaje estético comienza a correr algunos bordes delineados por mandatos históricos.
La contacté a Lili Simari para contarle que tenía pensado escribir sobre las canas, desde que la conozco, lleva su pelo plateado con mucha libertad y convicción. Me dijo en un mensaje que, si ponía «canas» en el buscador, «te salen imágenes de mujeres top ten que se dejaron las canas o sugerencias de cómo teñírtelas. El mensaje que encontrás tiene un amplio espectro: utilizá tal o cual producto para que las canas desaparezcan ya de tu cabeza, o desafía los estereotipos y sé una mujer natural y plena. En el medio, podés encontrar una gama de consejos tan variados como la paleta de colores de Frida Kahlo, pero todos dan por sentado que hablamos de las canas de mujeres de más de 40, que consumen productos, estilos, modelos, marcas, que están ocupadas y/o preocupadas en resolver un problema. Y la verdad es que las canas son la manera en que los pigmentos actúan en un cuerpo, según innumerables factores naturales y contextuales. ¿Pero decimos cuerpo, cuerpa, varón, mujer, natural, social, oscuro, claro? Y la verdad que sería bonito usar la variada paleta de Frida Kahlo también para pensar y sentir esto de las canas. Podríamos hablar de todes y no de mujeres solitas, una manera en la que todes elegimos una forma de estar y de ser, saliéndonos de los corrales de los estilos, las marcas o los modelos, todes les que queremos inventar, conservar, modificar, jugar”.
Todo pelo es político: las canas
En las actuales formas sociales, el paso del tiempo conlleva un valor negativo y una “eterna apariencia joven” es el imperativo y la óptica desde donde se regulan los cuerpos. El desprecio por las arrugas, las canas y la falta de tonicidad es claro y se traduce en motivo de preocupaciones y comentarios, las presiones de la estética pesan sobre nuestras corporalidades y también sobre cómo lucen nuestros cabellos. Las canas en las mujeres se asocian a la vejez, al descuido, a la falta de presencia y, sobre todo, a una estética no deseable. En contraposición, las canas en las masculinidades, las más hegemónicas, son leídas como signo de sabiduría, de madurez e, incluso, como un capital erótico.
¿Cuántas veces en tu vida alguien te hizo un comentario sobre cómo lucía el pelo? De alguna manera, el estado de tu pelo es un signo que muestra socialmente cómo está tu vida. Porque el mito de la belleza siempre está activo, aun cuando también se puso de moda el amor propio. En muchos portales, hablan del empoderamiento femenino a partir de las experiencias liberadoras que trajo el uso natural del cabello. Y la verdad es que esa idea es un poco engañosa o, al menos, podremos decir que no creemos que mágicamente acontecen los procesos de liberación de mandatos de belleza, que anidan oscura y obsesivamente en rincones de nuestras mentes y pieles. Creemos profundamente en las revoluciones que damos en distintos ámbitos, pero entendidas en lo complejo de la humanidad en la que vivimos.
“Para mí, dejarme las canas fue un gesto de autenticidad a mis 42 años y fue ir en contra de mucha gente que me decía que me hacía vieja. Tuve mucha resistencia del entorno, la familia. Era tal mi decisión que hoy veo las fotos teñida de morocha y me gustan más las canas. Hay gente que me ha parado en el aeropuerto, en todos lados, y que me preguntaban si me teñía. Me tocó militar y defender mis canas, después, mucha, mucha gente me dijo: ‘Tengo que reconocer que te quedaron bien’”.
En 1990, Naomi Wolf escribió que “la mujer opulenta, educada y liberada del primer mundo puede disfrutar de libertades que, en otros tiempos, fueron inaccesibles para las mujeres; sin embargo, no se sienten tan libres como quisieran. Y ya no pueden evitar que esta sensación de falta de libertad emerja a la conciencia como un problema que tiene que ver con asuntos aparentemente frívolos, con cosas que no deberían importar. Muchas se avergüenzan de admitir que preocupaciones tan triviales como la apariencia física, el cuerpo, el rostro, el cabello y la ropa tienen tanta importancia. Pero, a pesar de la vergüenza, el complejo de culpa y la negación, más mujeres sospechan que no es tanto que estén neuróticas y solas, sino, más bien, que algo más importante está en juego, algo que tiene que ver con la relación entre liberación femenina y belleza femenina. Mientras más obstáculos materiales y legales son superados por las mujeres, más nos pesan imágenes de belleza inflexibles y crueles”.
“El mito de la belleza”, para esta autora, es la versión moderna de un reflejo social vigente desde la revolución industrial. Cuando las mujeres libraron la batalla contra la mística de la feminidad encriptada en la domesticidad y la maternidad, aquello que Betty Friedan llamó “el malestar que no tiene nombre”; el control social se trasladó también al mandato de belleza, en un contragolpe del sistema, una maquinaria que funciona sin descanso.
Lili Gattino lleva, hace unos años, el pelo totalmente canoso y afirma que, de la sensación de libertad, ya no hay vuelta atrás. Es interesante escucharla narrar el proceso de dejar de teñirse, “mis primeras canas aparecieron a los 22 años. Al principio, fue fácil deshacerme de ellas; sólo con un tirón, desaparecían. Rebeldes ellas, volvían a nacer y a marcar su presencia en mi cabello. Fui aceptando esas primeras canas y, cuando ya eran una cantidad que no pasaban desapercibidas y ante comentarios como: ‘teñítelas, te envejece’, empecé a probar tinturas. Al comienzo, fueron menos agresivas, sin el ‘oxidante’, pero cuando las canas tomaron posesión de gran parte del territorio de mi cabellera, decidí acceder a la tintura ‘verdadera’, la oficial y no seudo-tinturas. Tenía 35 años. A partir de ese día, comenzó una ‘carrera’ sin vuelta atrás. El teñido se repetía mes a mes, o cada 2 meses, primero, buscando colores parecidos al ‘original’ para que no sepan que me teñía. Otras tantas veces experimentando colores más claros, más rojos, más oscuros, más violetas, acompañados por pelo corto, con mechas, pelo largo, rebajado, pero sintiendo el peso de no poder parar con esa ‘obligación’ de cubrir las canas. Cada vez con lapsos de tiempo más cortos, se mostraban blancas y apareciendo desde la raíz, dando lucha a su exterminio, a su no visibilización, a su identidad escondida. Ellas permanecían auténticas, con el brillo y la sedosidad de lo natural, mientras que el pelo con color iba tornándose cada vez más en un pelo opaco, duro, muriéndose de a poco ante la invasión tóxica de los químicos, sus poros estaban anulados, obturados, desesperanzados de vida. Tomar la decisión de dejar la tintura fue producto del cansancio de ese ‘deber’ que cada 20 días me atormentaba (era muy fuerte la presencia del blanco en el rojo). Pero no fue de un día para el otro. Fue largo el camino hasta llegar a decidirme”.
A la par de que el mercado crea nuevos estándares a seguir, se politiza la idea única y estandarizada de belleza, y nuevas historias comienzan a circular sobre pelos “no hegemónicos” o formas más sanas y ecológicas de auto cuidado.
“Dejarme las canas fue uno de los actos de amor propio más grandes que he hecho, dejé de gastar dinero y tiempo, ensañándome todos los meses con esos químicos tan nocivos. Y, sobre todo, fue empezar a cuestionarme a quién le quería mostrar qué, quién me pedía qué. Muchos cuestionamientos de por qué estaba eligiendo teñirme, así fue que, hace un par de años, me dejé las canas, me encanta encontrarme con canas y me encanta que, después, un montón de mujeres de la familia y de vecinos y desconocidas empezaron a hacer lo mismo”.
Hacer comunidad
Grupos de Facebook y cuentas de Instagram alientan a vivir con el pelo al natural, tanto con rulos como con canas y generan comunidades para acompañarse. Entre posteo y likes, muestran con fotos las transiciones, se apoyan, cuentan sus dudas, pasan tips, se dan ánimo. “Orgullosa de mis canas”, “Sí, son canas”, “Yo me atrevo a lucir mis canas”, son algunos de los nombres de los grupos. Participan de todas las edades, porque las canas no te aparecen cuando empezás a “hacerte vieja”, las canas aparecen en distintos momentos de la vida, aunque representan un fantasma de la vejez. Estas iniciativas son el recordatorio de que la salida es colectiva y para desmontar estos hilos más o menos visibles que nos moldean.
“Blancas nieve, o grises cenizas, o crema manteca, o beige arena; pintadas de amarillo, azul, violeta, verde, marrón; o combinadas mitad canas, mitad pintadas. A mí me gustan mucho las canas, verlas en las cabezas de todes, me gustan porque iluminan, muestran, dicen, cuentan, juegan, sorprenden. Son honestas, aparecen y ya está, son lo que son y lo que van siendo, me gustan porque aparecen de repente o de a poco, y, sobre todo, me gustan porque las siento rebeldes, revolucionarias, provocadoras. En un mundo que siempre te persigue con las apariencias, el consumo, la juventud eterna, la belleza empaquetada, la delgadez extrema, las canas con un mechón rosa en el medio pueden ser una linda manera de decir: soltate de las amarras, vamos a sentir algo nuevo. Odio este sistema del orto que me encasilla. Todavía creo que podemos hacerlo mejor. Y que vivan las canas de todes”, concluye el mensaje de Lili Simari.
*Por Redacción La tinta / Imagen de portada: Natalia Roca.