De yuyos y rituales, pasar agosto
“Hay que pasar agosto”, reza el dicho popular. Y resulta que agosto es clave para algunxs que, pasado este mes, parecen asegurar un año más de vida o haber terminado un ciclo, dentro de un calendario natural y personal que nos invita a experimentar el tiempo y el espacio desde otras perspectivas.
Por Redacción La tinta
Hay quienes dicen que agosto trae las pestes y el bicherío con sus vientos y sequedad, y que sólo quienes estén fuertes podrán pasarlo. Otrxs advierten que, después de agosto, comienza un nuevo ciclo, nuevos proyectos, sobre todo, en la producción de alimentos. Atravesar este mes significa “cerrar algo” para que comience “algo nuevo”. Cuando llega la primavera, los huevos, que estuvieron todo el invierno en el calor de los nidos, se rompen. Las flores comienzan a abrirse y todo reverdece, como si se despertara de nuevo. Así pasó otro agosto.
Los vientos del mes y la popular tormenta de Santa Rosa se dice que traen pestes, pero también barren y limpian llevándose los vestigios del invierno, las oscuridades, las enfermedades y traen la luz y el calor para el hemisferio sur.
Empezamos agosto, tempranito, en ayunas con tres sorbitos de caña con ruda. Ninguna evidencia o certeza científica hay en relación al origen de este ritual. Algunxs atribuyen el origen a los pueblos guaraníes que reconocieron las propiedades sanadoras de la ruda y comenzaron a consumirla. No es una planta autóctona de nuestro continente, así que seguramente fue introducida tras la colonización, pero el uso de las plantas como medicina y en rituales sí es una práctica originaria y ancestral. También sabemos que la ciencia no abarca todo y que sus explicaciones sólo son necesarias para algunxs. Se trata entonces de un saber popular, un conocimiento que queda en cada unx valorar, reconocer y practicar como un acto de libertad.
La ruda, por sus propiedades medicinales, es limpiadora de parásitos, digestiva, mejora la circulación, el funcionamiento del hígado y los ciclos menstruales. Cuando una planta se macera con alcohol por lo menos 21 días, entrega sus principios activos al líquido y, cuando lo tomamos, estamos recibiendo en nuestro cuerpo todas esas propiedades sanadoras.
¡Caramba! Me colgué y ya pasó el 1° y no tomé la caña con ruda. Tranquilx, nuestros pueblos no tenían calendarios gregorianos, se basaban en ciclos y momentos que aprendieron a reconocer a través de la experiencia. Podemos tomarla en todo el mes de agosto, hacerlo el 1° le da más potencia al ritual porque, como sabemos, cuando muchxs hacemos algo con la misma intención y al mismo tiempo, por más alejadxs que estemos, los resultados son ilimitados.
Medicinas de la Tierra: sí, es sobre otras hierbas
Las plantas están presentes en nuestra vida de diversas maneras, también en la vida de quienes confiesan: “A mí se me mueren hasta los cactus”. Descansar bajo la sombra de un árbol, trepar, jugar en una hamaca sujeta a una rama, tomarse un tecito o un café, comer una ensalada, compartir unos mates dulces con yuyos, prender un sahumerio, tomar alguna bebida espirituosa, construir una casa. En todas esas situaciones, está la presencia de las plantas y actúan medicinalmente.
Hay una forma de consumo consciente de las plantas que corresponde a un acto de “soberanía medicinal”, cuando decidimos usarlas para calmar dolencias, sanar enfermedades, limpiar nuestro cuerpo y mejorar nuestra salud. Se trata de un acto de soberanía y libertad: elegir cómo sanar, elegir la medicina que queremos, elegir creer o no en las propiedades de las plantas, elegir creer o no en lo que hacían y decían nuestrxs abuelxs y antepasadxs. Los reconocimientos, recolección y usos de las plantas como medicina vive en los pueblos y muchas veces celosamente guardianeado.
La decisión de otorgarle toda nuestra confianza a los yuyitos y a los procesos de curación natural que sanarán o calmarán nuestros dolores es, de alguna manera, un acto político. Por supuesto que la medicina de las plantas no se opone ni es contraria a la lucha por el acceso a los sistemas de salud, como un derecho. Pero también es un derecho elegir cómo sanar y tener todos los conocimientos y la información necesaria para eso.
Frente a nuestra nariz y bajo nuestras zapatillas
Podemos usar diferentes partes de las plantas: semillas, hojas, tallos, raíces, frutos y flores. Existen diversos modos de prepararlas como medicina teniendo en cuenta sus propiedades y lo que necesitamos sanar o aliviar. Se pueden hacer infusiones de la hierba que necesitemos, cremas y ungüentos, tinturas madre, aceites medicinales, rapé y sahúmos, compresas, etc. Si tenemos la posibilidad de recolectarlas, tenemos también la oportunidad de pedir permiso a la planta y agradecer a la Madre Tierra por ese ser que nos ayudará a recordar que, en realidad, nada nos pertenece.
Hoy, podemos encontrar plantas originarias de cualquier parte del mundo en la dietética de la esquina. Sin embargo, existen algunas que son parte del paisaje urbano y rural cotidiano. Habitan baldíos y veredas. Son esas que nadie ha sembrado ni cuida y que, prejuiciosamente, a veces son llamadas “malezas”. Invisibilizadas y víctimas de nuestras pisadas apuradas, crecen y se desarrollan en lugares que podríamos catalogar como inhóspitos. Se trata de plantas que, si nos detenemos en nuestra marcha, podemos ver creciendo en las veredas o al lado de las zanjas, entre escombros y ruinas. Hay quienes las llaman silvestres o cosmopolitas por estar presentes en todas partes del mundo, por su capacidad de adaptarse a cualquier terreno y condiciones.
Nos aportan la medicina que nos hace tan fuertes como ellas, quizás permitiéndonos también sortear los inhóspitos territorios que habitamos física, mental y emocionalmente en nuestro cotidiano andar. Son un montón. Aquí, van tres que seguro han visto por ahí.
Diente de León
Se la puede reconocer por sus hojas verdes oscuras y dentadas que crecen en la base del tallo, bien a ras del suelo. Tiene una hermosa flor amarilla y produce lo que conocemos popularmente como “los panaderos”, esos con los que jugamos a pedir deseos y soplar.
Tomada en decocción, hirviendo por 10 minutos dos puñados de sus hojas secas por taza de agua y bebiéndola después de que esté tibia, puede ayudarnos en infecciones urinarias, limpieza de la sangre, colesterol y ácido úrico, para la tensión arterial y el funcionamiento del hígado. Se puede consumir sus hojas frescas y crudas en ensaladas antes de que florezca. Las raíces se pueden comer hervidas o tostadas y molidas para hacer un café. Y si saboreamos una bebida espirituosa como medicina para el alma, también se puede elaborar un rico vino con sus flores, su nombre es Vino del Estío.
Cerraja
Es muy parecida al Diente de León, pero se diferencia en que sus hojas crecen alrededor de un tallo que se eleva sobre el suelo y suelen tener más de una flor. Este yuyito habitante de los baldíos, campos y calles puede ayudarnos cuando tenemos anemia pues aporta hierro, magnesio y potasio, si bebemos infusiones de sus hojas secas un par de veces al día.
Al igual que el Diente del León, ayudará también en el buen funcionamiento de los riñones y el hígado. En decocciones, ayuda en afecciones respiratorias calmando la tos. Algunxs utilizan el látex, ese juguito blanco y pegajoso que sale de sus hojas y tallos al quebrarlos como laxante si lo beben. También se puede comer cruda en ensaladas si aún no floreció y se la puede usar como si fuera acelga, es decir, hervida, si ya ha florecido.
Llantén
Esta es una planta que muchxs llaman la “sanalotodo”, pues tiene muchísimas propiedades y se consumen medicinalmente todas sus partes de distinta manera. Se la puede reconocer por sus hojas que crecen al ras del suelo en lugares generalmente húmedos y por sus nervaduras paralelas, de número impar. Cuando florece, se eleva una espiga desde el centro donde se desarrollan sus semillas.
La podemos usar como cicatrizante interno cuando tenemos gastritis, ya que calma el dolor y la acidez. Una hojita en el agua para el mate ayudará a la digestión. Si machacamos sus hojas, podemos usarla en las picaduras de insectos y heridas para ayudar a cicatrizar, desinfectar y desinflamar. Sus semillas son conocidas como psyllium y ayudan a regular los intestinos y son poderosas como laxante.
Estos yuyitos que tan presentes están en nuestras vidas y que pasamos desapercibidos tienen propiedades que pueden ayudarnos a mejorar nuestra salud. Son considerados superalimentos y, al no ser manipulados para que tengan hojas más grandes o crezcan más rápido, conservan sus propiedades tal como son y así las entregan. Cada quien irá encontrando las plantas que le hacen bien y sus formas de usarlas. No todos los cuerpos reaccionan de igual manera. Seguramente en charlas con otrxs, encontremos otros yuyos y formas de tomarlos, todas válidas si han resultado sanadoras. Lo importante es volver a tomar las riendas de nuestras formas de sanar, recuperar nuestro poder de decidir sobre nuestros cuerpos cuando estamos enfermxs. Seguro que no serán los mismos tiempos que el de las pastillas o las inyecciones, tendremos que invertir tiempo y energías en nosotrxs mismxs y es parte de nuestra soberanía. El mundo capitalista nos quiere productivxs todo el tiempo y no hay tiempo para enfermarse, hay que recuperarse lo más rápido posible, aun a costa de calmar solo los síntomas. Pues bien, sanar con plantas lleva otros tiempos que, si los tomamos, le estaremos ganando a esos tiempos capitalistas.
Yuyitos para la memoria, para dormir mejor, relajarnos, fortalecernos, limpiarnos, calmar dolores, para todo y como sea. Todxs podemos encontrar nuestra medicina, experimentar y decidir cómo sanar y qué caminos seguir. Lo que necesitamos para sanar nuestros cuerpos físicos, mentales, espirituales y emocionales viene de la Tierra. Aun las pastillas, las inyecciones y los jarabes se hacen con plantas. Decidamos conscientemente, con la información adecuada y con la seguridad necesaria, de qué manera entrarán las plantas a nuestros cuerpos.
*Por Redacción La tinta. Ilustraciones: Martha Analógica.