La máquina de desaparecer no se detiene: hay que destruirla
A partir de la aparición del cuerpo de Luciano Arruga, el documentalista Patricio Escobar empezó a investigar sobre los desaparecidos en democracia. Sin darse cuenta, se llenó de datos y nombres. Todos chicos de barrios pobres. Hizo un gran cartel en la pared, empezó a escribir edades, lugares, fuerzas, jueces, recortes de diarios. Y ahí advirtió cómo funciona este sistema al que el Estado siempre vuelve: hoy, con la desaparición de Facundo Astudillo.
Por Patricio Escobar para Revista Cítrica
Lo estudiamos en el colegio, leemos libros, vemos películas, informes de TV, acompañamos a las Madres, a Abuelas, a HIJOS y a sobrevivientes. La última dictadura cívico-militar y eclesiástica fue sangrienta: asesinaban, robaban bebés y desaparecían personas. “Ni muerto ni vivo… está desaparecido”, decía el dictador Videla. Enerva ver cómo reconocen las desapariciones los milicos. Lo asumimos como sociedad, hay 30 mil desaparecidos durante un “gobierno” que no tenía legisladores ni justicia. Aún buscamos y queremos saber dónde están.
Bien: desaparición forzada en dictadura, lo vamos digiriendo. ¿Pero puede existir desaparición forzada en democracia? ¿Desaparecidos durante “gobiernos” que tienen legisladores, leyes y justicia? ¡Sí! Y queremos saber dónde están. Tampoco hay registros oficiales, porque claro, sería el mismo Estado auto incriminándose. No importa quién gobierne, todos los presidentes desde 1983 hasta ahora tienen varios desaparecidos sobre sus espaldas.
La aparición de Luciano Arruga como NN en el cementerio de la Chacarita luego de que sus familiares, amigos y organizaciones de Derechos Humanos lo estuvieran buscando durante cinco años me provocó la misma indignación que leer el 27 de junio de 2002, en la tapa de Clarín, “La crisis causó 2 nuevas muertes”. Ese día, el día que apareció Luciano, decidí hacer una película que exponga al Estado “democrático” como responsable de las desapariciones forzadas. La película, Antón Pirulero, se estrenó en 2018.
Luciano me llevó a Iván Torres, desaparecido en Comodoro Rivadavia (2003); a Miguel Bru, desaparecido en La Plata (1993); a Franco Casco, desaparecido en Rosario (2014). Empecé a trabajar e investigar los casos. En una marcha por Luciano me enteré del caso de Andrés Núñez, desaparecido en La Plata (1990). Cuanto más avanzaba, más desaparecidos había. En una charla de café con Julián Froidevaux, ex subsecretario de DD.HH. de Entre Ríos, me contaba del caso Elías Gorosito, desaparecido en Paraná en 2002, y de repente se le mezclaron los datos: “No, perdoná, eso es de otros desaparecidos en Paraná: Gómez y Basualdo, desaparecidos en el 94”. ¡Hay desaparecidos en democracia por todos lados! Y eso no lo estudiamos en el colegio ni lo vemos en películas.
Estaba repleto de casos, datos, información de abogados, de los familiares que pelean años por llegar a encontrar el cuerpo de sus ser querido. Hice un gran cartel en la pared, empecé a poner los casos, causas, edades, lugares, fuerzas represivas responsables, jueces, fiscales, métodos de búsqueda, recortes de diarios. Y por primera vez visualicé la Máquina: estaba frente a mí.
Todos chicos de barrios marginados, vulnerables. Por lo general la policía de esos barrios los usan como mano de obra esclava para robar o transar drogas. Si se niegan padecen un “verdugueo” constante, usan la excusa de averiguación de antecedentes o faltas y contravenciones para meterlos en las comisarías y molerlos a palos. Otras veces, directamente van a la casas y se los llevan. Una vez desaparecidos, se modifican los libros de actas. La “Justicia” –en los primeros días, que son cruciales– investiga con los mismos policías implicados en la desaparición. Entonces plantan testigos falsos, modifican y limpian evidencias. Los testigos que aseguran haberlos visto por última vez en un patrullero o comisaría, son perseguidos o mueren de formas dudosas.
La principal línea de investigación de los jueces y fiscales es la versión de la policía; la otra, que proviene de las familias, queda desestimada. Rechazan Hábeas Corpus. Se niegan a declarar la causa como desaparición forzada. Investigan a los familiares. Si el caso toma estado público, los medios hegemónicos de comunicación instalan versiones falsas que apuntan a que las víctimas están con vida.
Ahí estaba la Máquina de desaparecer personas en democracia. Porque puede parecer una cadena de ineptitudes, pero eso sólo dejaría tranquilo al más ingenuo. Si analizamos los datos y observamos la historia argentina comprendemos que, en ciertos casos o circunstancias, la Máquina de desaparecer personas se pone en marcha y es sistemática. A veces tiene fallas, o nos pueden hacer pensar que tiene fallas, y de repente escupe un cuerpo, lo hace aparecer. Pero estos cuerpos que aparecen no son más que la confirmación de lo bien y aceitada que funciona.
¿Entonces? En cualquier momento este Estado “democrático” se chupa a otro, pensé. Mientras estábamos realizando la post producción de la película desapareció Santiago Maldonado, y caminaba por las paredes porque veía día a día cómo funcionaba la Máquina y cómo se repetía lo de Luciano, lo de Ivan, lo de Franco, Elias, Daniel… Hasta escuché a periodistas de trayectoria decir que era el primer desaparecido en democracia, y poniendo en duda el término “desaparición forzada en democracia”.
La Máquina nunca se detiene. Hace poco pasó en Tucumán con Luis Espinoza y ahora en el sur de la provincia de Buenos Aires con Facundo Astudillo Castro.
¿Cómo la detenemos? No lo sé. No puedo esperar nada del Estado que legaliza sus fuerzas represivas y, teniendo los medios jurídicos y políticos, no resuelve nada. Hacer la película me llevó a estar junto a los familiares, verlos luchar, resistir y exigir. A pesar de ser perseguidos e intimidados constantemente por la policía, ellos siguen adelante. A veces les hacen sonar la sirena a la noche, a veces les ponen los autos a la par mientras caminan por la calle, a veces reciben llamadas anónimas diciendo dónde puede estar el cuerpo, a veces los detienen y los golpean; pero siguen. No están solos, se organizaron, aprendieron a luchar en la bronca y la desesperación de buscar a sus hijos desaparecidos. Esa red es la que debemos fortalecer. Porque es probable que sea el palo para meter en medio de los engranajes de la Máquina. Y así, destruirla.
*Por Patricio Escobar para Revista Cítrica / Imagen de portada: Revista Cítrica.