Entre la memoria y el olvido: la juventud en las vísperas del 24M


El 24 de marzo de 1976, en nuestro país, inauguró una de las etapas más oscuras y peligrosas de la historia moderna argentina. La última dictadura cívico-militar representa aún una herida abierta en la memoria colectiva y significó un consenso político en nuestra sociedad, hasta ahora, difícil de derribar. A casi 50 años del último golpe militar, la juventud argentina tiene un desafío: dejar la historia en el pasado o conmemorar para seguir diciendo Nunca Más.
Por Rocío Daghero para La tinta
El miércoles 12 de marzo, en medio de la brutal represión ordenada por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, un joven que acompañaba a su padre a la marcha de los jubilados fue detenido ilegalmente. Siendo trasladado en el móvil policial, escuchó a un agente decir: «Volvé, Videla». En vísperas del 24 de marzo, la violencia sigue preocupando y expresiones como estas encienden nuestras alarmas.
Un consenso en tensión
Durante décadas, el pueblo argentino consolidó el lema «Memoria, Verdad y Justicia» como pilar fundamental de su identidad política y democrática. El Nunca Más funcionó como columna vertebral de la interpretación histórica de la última dictadura militar y el consenso social estableció la noción de terrorismo de Estado. Junto a las políticas públicas en preservación de la memoria, el compromiso activo de la militancia social llevó a que hijes, abueles y padres se encuentren año a año en las calles, reclamando por les 30.000 desaparecides en dictadura. Así, no solo surgió una memoria colectiva fuerte y arraigada, sino que dicho acuerdo, implícitamente, pasó a formar parte de la identidad propia de la sociedad argentina, enarbolando las banderas de la democracia y los derechos humanos a nivel nacional e internacional.
Así lo parecía, al menos, hasta hace un tiempo. Hoy, vemos, con mayor constatación, que parte de la sociedad interpreta los hechos ocurridos en la década del 70 desde otra perspectiva. Dichos como “no son 30.000” o «el curro de los derechos humanos” se han vuelto moneda corriente entre los argentinos últimamente. Constantemente, se busca cuestionar la cifra de desaparecidos o se quieren instalar teorías (como la de «los dos demonios») con el fin de aludir al concepto de «guerra civil» y responsabilizar a ambas partes. Estos discursos negacionistas siempre estuvieron latentes y, con la llegada de La Libertad Avanza (LLA) al gobierno en diciembre de 2023, no solo se intensificaron, sino que el debate sobre la memoria histórica en Argentina tomó un giro inesperado. Pintadas de «no fueron 30.000», tweets sobre el Falcon verde y chistes violentos contra la política de memoria fueron solo algunos de los métodos que utilizó la juventud libertaria para desestimar el 24 de marzo durante el año pasado.

El ascenso de LLA trajo consigo una narrativa que cuestiona estos acuerdos, retomando discursos que minimizan o relativizan los crímenes de la dictadura. La gestión actual se nutre de una retórica antipolítica y del rechazo a la concepción tradicional del pasado reciente. Con diputados oficialistas visitando a genocidas condenados por crímenes de lesa humanidad y una vicepresidenta que busca revalorizar el rol de las fuerzas armadas, el gobierno de Javier Milei logra minimizar el accionar represivo de la dictadura y reabre debates que parecían saldados. Si bien considero que la deliberación política siempre es valorable, frente a un discurso violento y peligroso, me pregunto: ¿qué papel debemos cumplir les jóvenes en este contexto?
Jóvenes y memoria: la disputa por el pasado
Con el paso de los años, la distancia generacional entre les jóvenes y aquel periodo histórico se hace cada vez más evidente. Si bien las nuevas generaciones no tenemos recuerdos propios del terror dictatorial, muches de nosotres poseemos opiniones consolidadas sobre aquel oscuro pasado y elegimos cuestionar los discursos que buscan negarlo. De hecho, uno de los argumentos más utilizados por los adultos es decirnos: “Qué sabés vos si no lo viviste”. Esto resulta ridículo; si así fuera, no podría existir conocimiento alguno sobre el pasado entonces. Fue en primer año del secundario, durante un acto por el 24 de marzo, cuando escuché por primera vez hablar de terrorismo de Estado, gracias a una de mis compañeritas que subió al escenario a contar la historia de su abuela. Considero que hubo mucho silencio y, a pesar de que, hoy en día, el discurso negacionista abunda, gran parte de la juventud se identifica con la historia reciente del país y encuentra en ella la posibilidad de generar empatía, interés por el pasado o herramientas para el futuro.


El transcurso de los años no es el único factor que interviene en la desconexión de la juventud con esta etapa de la historia argentina. Cada vez más, nos topamos con jóvenes alejados de la política, la actual y la pasada, donde la indiferencia por el otro crece a pasos agigantados. Berbel Sánchez, en una nota del 2024, señala que “de estos sentimientos se nutre la extrema derecha (…) vemos crecer el mundo a la par que la desesperanza colectiva”. La apatía política y social, la desconfianza hacia las instituciones, los discursos de odio y un individualismo exacerbado han llevado a que muches jóvenes perciban el recuerdo de la dictadura como un tema lejano, sin incidencia en su presente.
Sin embargo, esta percepción no es uniforme y, mientras algunes se distancian del pasado, otres lo mantienen vivo en su memoria y acción política, influenciades por sus experiencias, entornos y trayectorias personales. El debate sobre la memoria, lejos de extinguirse, sigue siendo un campo de disputa central en la Argentina contemporánea. Si bien las nuevas generaciones enfrentamos discursos polarizantes que relativizan el terrorismo de Estado, también emergen con fuerza nuevas formas de resistencia. Últimamente, pudimos ver a artistas musicales, como Milo J, Lali Espósito o María Becerra, expresar su repudio al accionar del gobierno a través de la música, el arte y la protesta en redes sociales.
El desafío de recordar
¿Qué papel cumplimos les jóvenes en la escena política actual? La comodidad de no cuestionar la realidad e ignorar la distorsión de la memoria, consciente o inconscientemente, puede avalar estos discursos peligrosos que comienzan a calar hondo en el tejido social y a erosionar los consensos construidos a lo largo de décadas. Somos parte de una generación que, a menudo, parece desconectada de estos desafíos, sumida en la superficialidad. Frente a la indiferencia y la desinformación, el ejercicio de la memoria se manifiesta como un acto político fundamental, donde la participación y la deliberación colectiva permiten redefinir los consensos en disputa y reconstruir la noción de la política como una herramienta de transformación social.
*Por Rocío Daghero para La tinta / Imagen de portada: La tinta.
