Sobrevivientes somos todes
Probablemente estés terminando el año con un cansancio atroz y, aunque estás relativamente tranquilx, te sentís un poco desconectadx de tus seres queridos, un poco apáticx en general, sin saber muy bien por qué, y no hay muchos momentos memorables para el balance de fin de año. No nos olvidemos de que estamos en recta de llegada, el momento en que el carrito aminora la marcha para que nos podamos bajar de esta montaña rusa que fue el 2024. A contrapelo de la amnesia generalizada que predomina en la época (y si bien fingir demencia a veces es muy necesario), en esta nota, intentaremos inscribir el cansancio y ciertas secuelas afectivas y vinculares en el marco de un año que fue extremadamente turbulento y comprimido. ¿Cómo logramos sobrevivir este 2024?
Por Camila Monsó y Fernanda Auat para La tinta
¿Cómo logramos sobrevivir este 2024? Entre las respuestas más populares: el encuentro con otrxs, la familia elegida, la militancia, desinstalar Instagram, tomar ansiolíticos, una historia de amor. La respuesta que casi nadie dejó de mencionar: lxs amigxs.
Estamos en un tiempo de malestares difíciles de surfear porque se están reconfigurando los modos más habituales que teníamos de tratarlos o de registrarlos. ¿Cómo comprender nuestros malestares si todo transcurre a tanta velocidad? ¿Cómo encontrarnos entre tanta fragmentación? En la primera parte de la nota, recordamos las adversidades del año y sus efectos (¡soporten!); en la segunda, avanzamos con algunas claves de lectura; y, finalmente, compartimos algunas respuestas ante el malestar y las buenas noticias: sobrevivimos.
¿Esto es real?
Para quienes temían los resultados electorales que efectivamente sucedieron, una sensación común de la primera parte del año fue una intermitencia entre negar lo que estaba pasando y un despertar traumático a lo que podía ser una catástrofe social. Todo se había vuelto completamente incierto: poder pagar el alquiler, acceder a la salud pública o privada, ir a la universidad, contar con políticas de género, conservar el puesto de trabajo, llegar a fin de mes. Se proponían transformaciones legales e institucionales imposibles de dimensionar, a la velocidad del arrasamiento.
Aunque ahora nos parezca lejano, fueron meses donde muchas personas experimentaron una sensación apocalíptica de que todo iba a vaciarse o destruirse. La impotencia de estar asistiendo a la crónica de una catástrofe anunciada, sin saber qué hacer, con quiénes contar, dónde hacer pie. Teníamos insomnio, intensa ansiedad, angustia; y no es para menos cuando tambalean las referencias. ¿Por qué nadie está reaccionando? ¿Por qué no explota todo? Había una sensación latente de que algo tenía que pasar, pero no pasaba.
Las narrativas imperantes tampoco ayudaban a encontrar nuevas apoyaturas desde las cuales orientarse para sostener algún proyecto. Proliferaban fake news, imágenes de IA, posteos de trolls, likes de bots. Circulaban dos versiones completamente irreconciliables de lo que estaba sucediendo y eso generó en muchxs una sensación de irrealidad. Además de la impresión de estar asistiendo a una escenificación nacional de un delirio personal. Una versión exacerbada de la posverdad, donde la realidad supera al meme.
Por supuesto que hubo también muchas personas esperanzadas y optimistas en este primer momento ―en nuestra provincia, la mayoría―, pero las consecuencias vinculares de la polarización política fueron generalizadas y casi nadie quedó exentx de distanciamientos, dolorosas decepciones, sensación de extrañeza con vínculos muy cercanos. A su vez, rápidamente, se experimentaron modificaciones en las condiciones materiales: más horas de trabajo y menos posibilidades de contratar servicios (desde pedir comida hecha hasta trasladarse en taxi), menos tiempo libre para encontrarse con otrxs. Si el capitalismo empuja de cierto modo a la manía, a la aceleración de un consumo que permitiría ignorar nuestra falta o vulnerabilidad constitutivo, el capitalismo sin consumo (por la crisis) empuja a cierta melancolía, a una profunda desvitalización.
Inflación del yo y fragmentación social
Es importante inscribir los denominados “asuntos de salud mental” no sólo en este recorte temporal del 2024, sino, de modo más amplio, como un significante prioritario de la época, porque la época misma es, en cierto modo, un problema de salud mental: hay una constatable fragilización de los sujetos contemporáneos, de lo cual atestigua el aumento en el consumo de psicofármacos, de suicidios, de cuadros depresivos, de los índices de violencia, trastornos del sueño, adicciones en general. A lo que podemos sumar este año una drástica disminución de encuentros sexuales. El deseo está apagado o, quizás, ¿demasiado iluminado?
La psicoanalista chilena, Constanza Michelson, en su libro Capitalismo del yo y ciudades sin deseo, propone recuperar un poco la opacidad frente al exceso de iluminación racional, a la exigencia de transparencia, de etiquetas, de clasificaciones. Sentencia: “Hicimos la luz, pero perdimos la noche”. En el mismo libro, aborda varias de las cuestiones antes mencionadas desde un eje de análisis que resulta bastante orientador: el discurso capitalista produce demasiado “yo”. Padecemos entonces o estamos enfermos de demasiado “yo”, de esa parte nuestra que cree que decide a voluntad y que cree en la transparencia propia y de lxs otrxs. Un yo que, en el capitalismo, cree poder autogestionar las emociones, los vínculos, la vida, como si fuéramos una pequeña empresa. Incluso, como si fuéramos una máquina. Si la promesa de las máquinas era poder disponer de más tiempo libre para otras cosas, paradójicamente, nos encontramos con la situación de que nos tratamos a nosotrxs mismxs como electrodomésticos.
El yo en apariencia completo no necesita de lxs otrxs más que para oponerse: refuerza la lógica de la competencia y el éxito individual. El yo no hace lazo, porque es necesario reconocerse en falta para interesarse por otrx, para hacer lugar a lo diferente. De allí que leemos un efecto de fragmentación social, producto de la exacerbación del yo en este contexto.
A la polarización política y la precarización económica que dificulta la posibilidad de encontrarse con otrxs, las lógicas individualistas y competitivas, la coagulación de identidades que repelen las diferencias, se les suma el desencuentro por la particularización de los consumos, generado por las tecnologías digitales (nuestro particular algoritmo). Hay tanta producción y circulación de contenido audiovisual de toda índole, a la vez que el repliegue de muchas personas a la vida online por sobre la presencialidad, incluso, tanta diversificación de redes sociales, que se terminan generando soledades programadas. Ni hablar del desencuentro generacional, al cual la aceleración de las transformaciones le imprime características específicas. ¿Cómo reinventar el encuentro?
Lo dimos todo
¿Qué pudimos hacer con todo esto y qué cosas funcionaron frente al malestar? En la primera parte del año, algunos alivios provisorios vinieron de la mano de no suponer el peor escenario posible, no anticiparse a lo que aún no había sucedido. También, entender que no era posible narrar todo el tiempo la catástrofe y que era necesario dosificar la información y ―superar la culpa de― conectar con otras cosas: con el placer, con la diversión, al menos, con la pausa. Una actitud indolente al estilo de Montaigne: no tanto para hacer que las cosas “nos resbalen”, sino para poder tomar la distancia necesaria para actuar.
En las conversaciones con amigxs, en las lecturas críticas, en la militancia, en el diván de unx psicoanalista, tratar el malestar tenía que ver con pausar la urgencia para dar lugar al análisis, a poner las cosas en perspectiva, a imaginar salidas posibles. ¿Cómo narrar(nos) lo que está sucediendo para que no nos deje en un estado de parálisis y angustia? O, en palabras de Sarah Schulman: ¿cómo nombrar el daño para que no produzca más daño?
Muchas veces, un trasfondo emocional propio ―de ruina, de abandono, de soledad, de sin salida― encuentra en la realidad social elementos propicios para “activarse”. Localizar eso suele aliviar, porque nos devuelve la dimensión de las cosas. Entendernos partícipes activos de la polarización política ha sido clave para muchxs. Es decir, entender que el rechazo y la exclusión de quien piensa diferente sólo genera que la diferencia retorne de modo aún más exacerbado, mientras que ir más allá de las grandes etiquetas que identifican al otrx (neoliberalismo mediante) nos permite encontrarnos con alguien que es más sensible de lo que suponemos y con el que casi siempre podemos encontrar lo común.
Quienes, a pesar del cansancio, pudieron conservar espacios colectivos donde encontrarse y pensar lo que estaba sucediendo, ponerle humor a las desgracias, contener el desánimo, por lo general, transitaron mejor las adversidades que se fueron presentando. “Llego a casa tan cansada que me resulta casi imposible volver a salir para llegar a la reunión, pero me recuerdo a mí misma que, si logro llegar, eso que pasa ahí me da un shock de vida”, contaba una mujer que participó en las reuniones preparativas para la marcha por la salud mental. En el encuentro presencial con lxs otrxs, pasan cosas que no siempre advertimos, pero que crean las condiciones para que se produzca una chispa de entusiasmo, para que el deseo ocurra.
Sobrevivientes somos todxs
Creer que somos infelices porque no podemos comprar, viajar, tener todo lo que vemos que otrxs son capaces de consumir es entramparnos en la impotencia de imaginación a la que nos confronta el neoliberalismo. Las narrativas que circulan tienen cada vez más un carácter individualista y voluntarista ―al modelo de la gestión― para pensar los malestares. La retórica de la autoestima se convierte en la salida prêt-à-porter para cualquier cuestión que surja en terreno intersubjetivo. El malestar no sólo está en las condiciones materiales de existencia, sino también en los modos de subjetivarlo e imaginar las salidas posibles.
Tendremos entonces que resituar el lugar de la palabra en medio de la invasión de imágenes, para desactivar la paranoia e ir al encuentro con otrxs, y darle así oxígeno a la existencia. Construir narrativas que nos permitan orientarnos en un mundo vertiginoso que parece desintegrarse, inventar una nueva lengua común que, lejos de aislarnos o enfrentarnos, rehabilite los lazos.
*Por Camila Monsó y Fernanda Auat para La tinta / Imagen de portada: Fabián Marelli.
*Integrantes de Topos, equipo de Psicología. Parte del artículo toma de insumo reflexiones colectivas en el marco de un taller realizado a fines de octubre de 2024 llamado “Sobrevivientes somos todes”.