Estallido social: la pregunta
Por Leandro Barttolotta e Ignacio Gago*
Son los primeros años del gobierno de Cambiemos. Tienen lugar los tarifazos y la pregunta circula (siempre resonando con fuerza dentro del círculo rojo y del círculo político ampliado). Mientras se efectúan los aumentos en los servicios y, por ejemplo, las oficinas comerciales de Edesur muestran vallas y hasta presencia de gendarmes para prevenir el descontento, en una sucursal de un Rapipago o un Pago Fácil, una empleada comenta perpleja que la gente la recontra putea, moviendo las facturas en la mano como abanicos o apoyándolas en el plástico para que las vean: “Explicame por qué tengo que pagar esto, eh”. Como si ellas fueran el ministro de energía o el presidente.
Son los primeros días luego del anuncio del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO), a principios de 2020, y nos preguntan si el conurbano bonaerense va a aguantar, porque lo más probable es que se pudra todo. “Puede estallar todo, eh”. Mientras surgen esas preocupaciones, registramos y pensamos cómo se intensifican los interiores (las fábricas domésticas no pararon nunca).
Son los primeros días luego de la llegada a la Casa Rosada de La Libertad Avanza y así. La misma pregunta, una y otra vez. Un colmo sin efecto cómico.
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Algunas muecas de frustración o de asombro en cada ocasión en que se lanzó la pregunta por el estallido social son similares a las de quien se queda colgado observando al cielo, o al piso, un cohete que no hizo ruido ni luces.
Qué pasó. Qué falló. Por qué no explotó.
Un spoiler que sabotea cualquier técnica publicitaria y de marketing para invitar a la lectura de un libro llamado Implosión: es una investigación que no responde a la pregunta “¿por qué no hay estallido social en Argentina?”. Es más, podríamos agregar, son apuntes de una investigación en curso para, de forma involuntaria, desmontar de manera sutil y artesanal las condiciones de enunciación y los imaginarios políticos (o el sistema de expectativas político) de los que surge ese interrogante.
La pregunta o la serie de preguntas sobre el estallido es un fantasmático árbol tupido que viene tapando, desde hace al menos diez años, la necesidad de investigar en profundidad el bosque complejo, variado y heterogéneo en sus especies, de las formas de vida de las mayorías populares.
Durante estos meses, impulsada a la superficie por el ajuste que pasó de su fase de guerra contra las vidas populares a su etapa criminal (de un ajuste de las formas de vida a un ajuste contra las vidas biológicas: alimentos, medicamentos), surge al fin la olvidada sociedad. Si durante años el régimen de obviedad intenta explicar lo-que-está-pasando-o-va-a-pasar desde la economía o desde los análisis políticos, ahora sí, parece, es el momento de responder esa misma pregunta, pero ya con un diagnóstico rotundo: la Sociedad soporta. La Sociedad, así con mayúscula y como un personaje más, aparece en el teatro de las reflexiones políticas: enojada, indignada, paciente, resignada, desinteresada, esperanzada, etc. Emerge a la superficie pública la Sociedad, pero lo hace en forma de gráficos de colores, figuras geométricas, barras que suben y bajan, círculos con diferentes porcentajes que van oscilando. La Sociedad vista en oleadas que, de acuerdo a la semana, pueden traer o no de nuevo la pregunta por el estallido (o pueden oscilar entre la pregunta por el estallido y la afirmación del éxito de la gestión presidencial, y, entonces, la primera se silencia hasta la nueva semana o el próximo mes, y los nuevos gráficos).
Es el imperio de la encuestología que también acompaña a la profecía: va a venir o no va a venir (el estallido). Aguanta o no aguanta (Milei o la Sociedad). Fragmentos de panelismo clipeado, redes sociales, algoritmos, editoriales más o menos extensas. Y, de nuevo, a mirar las encuestas. Una coyuntura política escroleada y una sociedad diagnosticada a las apuradas y con la intención de comprender todo a golpe de vista.
La pregunta, a lo largo de estos años –y eso intuyen quienes ya no la quieren ni escuchar–, fue cambiando de tono en muchos y muchas que lidian a nivel cotidiano con los efectos más concretos del ajuste. También, en el último tiempo, se escucha, aunque con una frecuencia menor, a quienes quieren correr la misma pregunta (que nunca se modifica) hacia un pasado inmediato en el cual ya habría explotado todo y, entonces, es una época post-estallido. Es un interrogante, el del estallido por venir, que encadena el futuro al pasado: es una pregunta retro-futurista. Encadena lo que vendrá a lo que fue y, en ese enganchado, se devora el presente, no la actualidad del régimen de obviedad, el presente profundo en el que las mayorías populares vienen mutando desde hace años (La sociedad ajustada, 2019). La crisis de representación es, antes, una crisis de percepción de esas transformaciones.
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Si el estallido, decimos, viene con un catálogo de imágenes o representaciones muy fijadas en el imaginario político (su espectacularidad, su desborde en las calles, sus masivas protestas frente al Palacio), su grilla de inteligibilidad es ineficaz para leer una infinidad de escenas que suceden en la cotidianidad de un barrio, de una institución, de un viaje en transporte público, de un cuerpo. La noción de implosión social surge tratando de comprender lo que llamamos estallidos hacia adentro; un adentro siempre insondable (siempre hay un trasfondo más) y más como lógica o concepto que como geolocalización: las implosiones sociales no son necesariamente espacializables.
Si las implosiones sociales son conflictividades sociales silenciosas (para cierta escucha política) es porque parecen tragarse a sí mismas y no emanar muchos signos o señales al ambiente: no son estruendosas, no llaman rápidamente a un escenario de tensión social reconocible. Implosiones sociales, entonces, para nombrar lo que no ingresa en esa serie de representaciones y códigos tan instalados. Una palabra-contraseña para ingresar a una investigación de la precariedad con acento argentino. No una investigación de la precarización de las vidas, los cuerpos, las instituciones: una investigación de las vidas, los cuerpos, las instituciones sumergidas en la precariedad argentina.
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Pero no se trata de reemplazar la idea de estallido por la de implosión ni de pensar que la implosión prepara el estallido, o es lo que sucede mientras o porque no hay estallido. Tampoco buscamos invitar a un juego en el que sus reglas sean acomodar eventos o acontecimientos, en una especie de cuadro de doble entrada, de acuerdo a si sean implosiones o estallidos (por ejemplo, si sucede en interiores, es implosión; si pasa en la calle, es estallido). No es esa la división.
La invitación es a un desplazamiento perceptivo. Hay implosión social y hay o puede haber estallido. El estallido, los conflictos sociales (incluso, los que aturdan) pensándolos desde la “teoría” de la implosión y desde lo social implosionando. Otra manera de decirlo: pensar lo que está sucediendo hace años o lo que puede suceder (en Argentina, con su pulsión a realizar homenajes históricos y reversiones de viejos covers, negar la posibilidad de estallidos es absurdo) desde las profundas mutaciones de los lazos sociales en la precariedad. Puede o no ocurrir un estallido, con certeza, eso conjetural ocurrirá sobre lo social implosionando permanentemente y sobre una sociedad ajustada y con la precariedad no investigada como campo de juego y paisaje de fondo.
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Además de pasar de la reciente, funcionalista y sobre-encuestada representación de la Sociedad a la investigación de lo social implosionando en la precariedad, nos parece que hay que hacer un segundo pasaje: el de la pregunta, que también se realiza con gesto fruncido recriminador y dedo agitado acusador “al pueblo resignado y que soporta” (movileros que le pegan con el micrófono en la cabeza a “votantes arrepentidos”), hacia una investigación que, reponiendo la realidad efectiva y afectiva de las mayorías populares, pueda sumergirse en sus miles de disputas cotidianas. Escuchar las fuerzas y violencias inquietantes plegadas en esa forma de lo social en la precariedad. Esos susurros, silencios y murmullos, antes de que se hagan letales o difíciles de revertir en estadísticas brutales: aumento de la tasa social de suicidios, de consumos problemáticos, desbordes, colapsos en salud mental, violencias sueltas, terror anímico profundo y largos etcéteras.
Que se suelten las invocaciones a pueblos imaginarios y se investiguen las vidas populares concretas. No percibimos, en nuestra investigación, quietud, resignación, pasividad y paciencia. Por el contrario, percibimos mayorías populares hipermovilizadas y cansadas (el reverso oscuro de esa aceleración sobre fondo de precariedad), ocupación permanente de la cabeza y del cuerpo. Incluso, si crece la desocupación, no lo hace la ociosidad; no hay ociosidad forzada, pero sí hipermovilización forzada. Si, como decíamos hace algunos años, las vidas laburantes registradas y empobrecidas eran empujadas al sobreendeudamiento y a la búsqueda de otros rebusques para completar los días que le sobraban al mes, ahora, ese movimiento se intensifica a niveles insoportables: toda una sociedad en movimiento buscando, aumentando o haciendo rendir el dinero. Percibimos corrientes de intranquilidad e impaciencia ambiguas. No se sabe qué puede salir de una sociedad cansada. Sí sabemos lo que salió de una sociedad no investigada y de una orfandad política que creció tanto como la inflación en todos estos años.
Una hipótesis final. Hay un escenario que no se suele pensar mucho, si de conjeturas políticas se trata, y es el de una gobernabilidad que intensifica la belicosidad de lo social (plegada en lo social implosionando). Si, entre sus posibles, el gobierno mueve y mezcla en el aire –como un naipe que no descarta– un montaje de estallido social. Si busca un montaje final armado con las mismas representaciones del estallido. Y si, dadas ciertas encrucijadas económicas, aprietan el acelerador en las curvas y gritan un: que se pudra todo…
También en ese verosímil por acción u omisión (por una devaluación forzada o por cualquier movimiento de la alta política, etc.), lo que estalle será sobre una sociedad dramáticamente ajustada y precarizada. No suprimimos este escenario, porque desde el Palacio se suele arrojar una violencia efervescente a ese estado de lo social que venimos describiendo. Como si coquetearan, e imaginaran, que esa intranquilidad suelta, esa inquietud opaca, llegado el caso, puede intensificarse aún más con dosis de violencia que se arrojen desde “arriba”. Después de todo, las inquietudes, como las burbujas, siempre van hacia arriba y arrojarles efervescentes puede abrir la posibilidad de que se vuelquen y salten para cualquier lado, y que no sean fáciles de atajar por discursos políticos que no comprenden lo que buscan interpelar.
Pero, más allá de esta hipótesis, que problematiza “la espera” de que el presidente corte el cablecito equivocado de un artefacto que subestima, lo social implosionando demuestra que se puede tragar cualquier modo de gobernabilidad. Mientras tanto, entonces, como siempre, hay que investigar lo social y mapear, sobre todo, sus relieves, sus depresiones, sus diferentes, novedosas y extrañas geografías.
*Por Leandro Barttolotta e Ignacio Gago* / Imagen de portada: Eloísa Molina para La tinta.
*Leandro Barttolotta nació en Quilmes en 1983. Es sociólogo (UBA), profesor en nivel terciario y universitario (Universidad Nacional de Quilmes), formador docente en la Provincia de Buenos Aires y docente-tutor en educación a distancia (FLACSO). Como integrante del Colectivo Juguetes Perdidos, publicó los siguientes libros: “Por atrevidos. Politizaciones en la precariedad” (2011), “¿Quién lleva la gorra? Violencia, nuevos barrios y pibes silvestres” (2014), “La gorra coronada” (2017) y “La sociedad ajustada” (2019). Por editorial Sudestada, publicó “Okupas. Historia de una generación” (2022) y “Saldo negativo. Crónicas conurbanas” (2013-2023).
Ignacio Gago nació en 1983 y vive en La Paternal. Es sociólogo, docente y editor (editorial Tinta Limón). Integra el Colectivo Juguetes Perdidos, con el que ha publicado varios libros.
Ambos son investigadores y autores de “Implosión. La cuestión social en la precariedad” (Tinta Limón, 2023).