Buscando a «los hijos de los ricos» en las aulas universitarias
En esta nota, la autora repasa algunas de las historias de sus estudiantes, un mapa de quienes pueblan las aulas de la universidad pública en Córdoba, que se aleja de todos los falsos relatos e ideas que instala el gobierno libertario.
Por Lucía Beltramino para La tinta*
¿Pan y circo? No, puro circo es lo que nos da el actual gobierno nacional. En uno de esos montajes, un acto para anunciar el cambio de nombre del Centro Cultural Kirchner, el presidente dijo: “Preferimos decir una verdad incómoda que una mentira confortable; la verdad incómoda es que la educación Argentina, la universidad pública nacional, hoy no le sirve a nadie más que a los hijos de la clase alta y los ricos, y la clase media alta, en un país donde la gran mayoría de los niños son pobres y no saben leer, escribir y realizar una operación matemática básica. El mito de la universidad gratuita se convierte en un subsidio de los pobres hacia los ricos, cuyos hijos son los únicos que llegan a la universidad con los recursos, la cultura y el tiempo como para poder estudiar. La universidad ha dejado de ser una herramienta de movilidad social para convertirse en un obstáculo para la misma”.
Al otro día de escuchar esta frase, tenía que dar clases, un trabajo práctico en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, yo, que no soy hija de ricxs, que soy primera generación universitaria en mi familia. Apenas pongo un pie en el aula, empiezo a mirar a mis estudiantes: juego, adivino, intento encontrar a lxs hijxs de lxs ricxs que están acá sentadxs.
A la primera que veo es a Romina, que entra agitada porque llega tarde. La clase comienza a las 14 h, pero se acerca y me dice: «Profe, no puedo venir antes porque, si no le hago la comida a mis hijos, no comen hasta la noche, que yo vuelvo». Conocí a Romina en el 2018, cuando empezó a estudiar en contexto de encierro; hoy hace malabares para seguir la carrera y, si todavía se sostiene en la universidad, es por su gratuidad, por el Boleto Educativo Gratuito, las becas de apuntes y el Jardín Deodoro (la institución de nivel inicial gratuita y pública para hijxs de estudiantes de grado de la UNC), es decir, un entramado de políticas públicas que permite que ella y muchxs otrxs estén acá.
En uno de los primeros bancos, Valentina tiene el rostro triste. Está con el guardapolvo puesto, es maestra suplente de primer grado. Cuando me acerco, me cuenta que le robaron el auto que se había comprado para ir a la escuela a trabajar y, de ahí, venir a la facultad, un auto que no tenía seguro: “Tenía 30 años, pero estaba impecable”, dice.
Marina hace un bollo el guardapolvo y lo guarda en una bolsa. Es docente de nivel inicial y este es su primer año en la facultad. Trabaja y tiene hijxs, por eso, hace pocas materias. Ella y su hermanx, que también fue mi alumnx, son lxs primerxs en sus familias en terminar el secundario.
Al día siguiente, vuelvo a dar clases, esta vez, un seminario que comienza a las 18 h y la mayoría son trabajadorxs, el horario permite que muchxs vengan a cursar. Ahí está Andrea, que es docente de nivel secundario y vive en Río Segundo; puede venir solo porque existe el Boleto Educativo (que hace poco estuvo en riesgo para el transporte interurbano) y, a veces, se duerme en clase. También cursa Noemí, profesora de lengua, que tiene hijxs y está atravesando una situación de violencia de género. Más atrás, Eugenia, que vive en Toledo, es personal de limpieza en una escuela por la mañana, tiene tres hijxs grandes “que ya se la arreglan solos” y, por eso, ahora puede estudiar. Podría seguir hablando sobre mis estudiantes universitarixs, cuyos nombres son ficticios para este texto, pero no así sus vidas. Cuando salimos de clase, a las 22 h, nos organizamos para irnos en grupos a las diferentes paradas de colectivos o nos dividimos en algunos autos que hay: es tarde, la mayoría somos mujeres y, en el marco de los recortes presupuestarios, se redujo el personal de seguridad en Ciudad Universitaria.
Para cada una de ellas, la universidad tiene que seguir siendo pública, gratuita, laica e inclusiva, y la defendemos porque es futuro, es posibilidad de ascenso social, es un espacio de cuidado, de encuentro, de relaciones, de aprendizajes científicos, políticos, sociales y culturales.
Se me viene a la cabeza la idea de “distancia de rescate”, que surge de la novela homónima de Samanta Schweblin. En la obra, Amanda ―una de las protagonistas― es madre de Nina y, a lo largo de las páginas, explica que un hilo invisible la une a su hija. Cuando ese hilo imaginario se tensa, es porque su hija no está cerca y puede haber un peligro inminente. La protagonista cree que hay una distancia que es prudente y permitiría que, ante un peligro, pueda rescatarla. Amanda cuenta que esto es algo heredado de su madre: «Te quiero cerca, me decía. Mantengamos la distancia de rescate… Tarde o temprano, algo malo va a suceder, decía mi madre, y cuando pase quiero tenerte cerca». Aunque este hilo une a dos personas, pienso que el hilo que hoy se está tensando en relación a las universidades nacionales es colectivo.
Sentimos un peligro inminente ante el riesgo de no poder rescatar la universidad, de no poder sostener a nuestrxs estudiantes y nuestros salarios, peligro que nos encuentra en asambleas, tomas, paros y marchas, no sin dificultades y diferencias, aunque sí en una misma lucha. En tiempos donde se recrudece la pobreza, la violencia, el individualismo, las luchas colectivas emergen como posibilidad, como signos, como gestos de humanidad, y la universidad como espacio público que aloja, acoge.
¿Sería un problema que lxs hijxs de lxs ricxs ocupen las aulas universitarias? Claro que no, les queremos acá, pero queremos seguir viendo llegar también a estudiantes en bicicleta, con el Boleto Educativo Gratuito, con guardapolvos, pintores e hijxs. Queremos que tengan becas de apuntes, becas Progresar, becas a las vocaciones científicas, becas de posgrado, que cuenten con un conjunto de políticas socioeducativas que les permitan sostenerse en la universidad pública para que sigamos aprendiendo juntxs.
El circo va a continuar, eso lo sabemos. Pero queremos pan: lo exigimos, porque está.
*Por Lucía Beltramino para La tinta / Imagen de portada: Tui Guedes.
*CONICET-FFyH-UNC.
*Voces en Educación es una columna institucional de la Escuela de Ciencias de la Educación (ECE) de la UNC, un espacio de comunicación pública de la ciencia del campo educativo local.