Cordobazo, feminismos, ¿y después…?
El tiempo de la memoria es el presente. Un tiempo y un espacio que ya no es, pero que sigue siendo. Hace 55 años, un 29 de mayo, la ciudad de Córdoba se despertó revuelta. El Cordobazo se reactualiza cada año y, en este nuevo aniversario, muchas voces hablarán con lo que tiene de pasado y de actualidad aquel levantamiento obrero-estudiantil.
Por Ana Noguera para La tinta*
La llamada “caza de brujas”,
hace siglos o ayer nomás,
ejecutó a decenas de miles de
mujeres acusadas de practicar la brujería,
la adivinación, la magia, el sexo, la política.
Desde Salem hasta Juana de Arco,
de la Pasionaria a Evita y las “Locas de la Plaza”.
La lista es interminable.
Una astilla de madera
con una cabecita roja que se frota prende una chispa.
Fuegos inquietos que no se apagan.
Vivimos en una ciudad que supo arder,
¿arderá también la memoria?
Han pasado muchos años desde que comencé a investigar sobre la militancia de las mujeres en los agitados años setenta. Desde el inicio, me interesó indagar no solo el cómo había sido, sino también recuperar historias invisibilizadas por los relatos hegemónicos. Dos premisas centrales guiaban esa búsqueda: por un lado, la pregunta por la estrecha vinculación entre memoria y género; quién recuerda, cómo lo hace y las narrativas construidas en torno al pasado, donde no debe soslayarse el carácter sexuado de esas experiencias. Por otro lado, qué nos puede decir ese pasado sobre nuestro presente.
Hoy, mientras intento escribir algo sobre su participación en los acontecimientos, vienen a mi memoria, como una secuencia fotográfica en tiempo real o el dedo índice haciendo scroll en Instagram, distintos momentos vividos muy recientemente. Calurosos y agitados debates sobre el presente, pero también sobre el pasado reciente, en los diferentes espacios que transito como docente; las calles y sus manifestaciones diversas y heterogéneas; conversaciones con colegas y amigxs. Momentos, escenarios, circunstancias totalmente diferentes, pero que, en un ejercicio de imaginación, entrelazo y anudo con la intención de volver a reflexionar sobre el género, las memorias, el pasado-presente, el hacer político.
Y en ese entrevero, me permito plantear un interrogante que hace mucho tiempo me da vueltas por la cabeza: ¿por qué los movimientos feministas y disidentes deberían mirar el Cordobazo? O, para ser más específica, ¿por qué lxs jóvenes, desde su cotidianeidad de luchas y disputas políticas presentes, entre las que se encuentra la agenda sexo-genérica, deberían mirar lo acontecido en ese pasado cercano?
La movilización de mayo de 1969 se convirtió en uno de los emblemas de las protestas obrero-estudiantiles de fines de los años sesenta. Muchas manifestaciones, huelgas y conflictos obreros del período tuvieron una participación mayoritariamente masculina. También fue así en el Cordobazo. Sin embargo, esta innegable masividad masculina no alcanza para explicar la ausencia de las mujeres en las fotografías, tanto real como metafórica. Imágenes reveladas ―y veladas― que, de alguna manera, describen solo una pequeña parte de ese paisaje de revuelta urbana, dejando fuera de foco a muchas protagonistas. Porque efectivamente sabemos que estuvieron. Que atravesaron las calles, que armaron barricadas, que tuvieron miedo, que colaboraron, que lo vieron desde las veredas atraídas, casi hipnóticamente, por lo que pasaba, que les cambió la vida.
Hay algunas premisas de las cuales tenemos certezas. Sabemos que, siguiendo “el aire de los tiempos”, una significativa cantidad de mujeres fueron activas luchadoras de la época. Si bien su presencia en el espacio público reconoce una larga trayectoria en nuestro país, durante los sesenta y setenta, irrumpieron en la lucha política de manera masiva.
Desde sus propios relatos, acontecimientos como el Cordobazo constituyeron verdaderas rupturas en sus experiencias personales y políticas. El ciclo de protestas que tiñó estas décadas, sumado a ciertos desplazamientos del modelo de domesticidad que las imaginaba casi exclusivamente como madres y esposas, ejercieron una enorme influencia, sobre todo, en las más jóvenes: la posibilidad de pensarse en otro lugar al que tuvieron sus madres y abuelas, dando paso a nuevas formas de concebir el trabajo/profesión, la pareja, la familia, la maternidad, el cuerpo. Con este horizonte, comenzaron a participar y se comprometieron activa y corajudamente en una gran diversidad de espacios y organizaciones políticas, sociales, sindicales, religiosas, armadas, barriales.
La participación de las estudiantes en el Cordobazo debe ser destacada. Fueron tiempos en que cada vez más mujeres se incorporaron a la educación superior, asistiendo a un proceso de creciente feminización de la matrícula universitaria. Tanto es así que un observador de los sucesos de mayo de 1969, el sociólogo Juan Carlos Agulla, sostenía que, si bien las mujeres no representaban una gran cantidad, las mismas actuaron a la par de sus compañeros varones. Y que su presencia inauguraba la aparición de la militancia femenina en la vida social y política de la ciudad.
Por su parte, las trabajadoras experimentaron un creciente aumento y sostenida permanencia en el mercado de trabajo, lo que coincidió con su progresiva incorporación y participación en sindicatos y agrupaciones. Como Ana María Medina, conocida como Nené, era delegada bancaria y, durante las jornadas del 29 de mayo, recorrió las calles durante gran parte del día con una bandera argentina, acción que quedó retratada en un conocido fotograma.
Tras los sucesos, «la chica de la bandera» fue la única mujer juzgada bajo el cargo de ‘incitación a la rebelión’ por un Consejo de Guerra y declarada culpable. Estuvo durante un año con prisión domiciliaria, «beneficio» que le otorgaron por ser madre de tres pequeñas niñas. O Sara Astiazarán, Sarita, fundadora del Sindicato de Empleadas de Casas de Familia (SinPeCaF) y la única que participó como secretaria general de gremios en el plenario previo al Cordobazo, donde su voto fue decisivo para acordar la convocatoria al paro activo de aquel 29 y 30 de mayo.
Como Nené y Sarita, algunas se convirtieron en delegadas gremiales y, al igual que los varones, enarbolaron las banderas de lo que se conoció como clasismo, proponiendo la defensa de los intereses de la clase trabajadora en contra de la patronal, el Estado y las dirigencias sindicales burocráticas. Pero también impulsaron reivindicaciones específicamente vinculadas a “problemáticas femeninas” y reclamos concretos ante la persistencia de diferenciaciones laborales históricas en relación a los varones. Entre ellos, la exigencia de “igual salario por igual trabajo”, el respeto a las leyes de protección a la maternidad e infancia (conforme a la Ley n.° 11.317, que paradójicamente databa de principio de siglo), mejores condiciones laborales y de salubridad, guarderías en los lugares de trabajo, entre otras.
Ser mujer, madre, estudiante, trabajadora e, incluso, compañera militante siguió siendo una combinatoria conflictiva en estos tiempos revueltos no solo porque difícilmente llegaban a las direcciones de los centros de estudiantes, sindicatos u organizaciones que integraban, sino que muchas veces no podían participar de igual manera que los varones, ya que muchas tenían más carga social y familiar; además, no siempre contaban con el apoyo de sus maridos (obreros o trabajadores e, incluso, militantes) para sumarse a la militancia política, actividad que algunos de ellos consideraban masculina.
Los testimonios coinciden en que, a pesar de las posibles tensiones y contradicciones, y la multiplicidad de situaciones, las mujeres le pusieron el cuerpo. Trabajaron, se organizaron, activaron las luchas del periodo y se comprometieron políticamente, cada una desde su lugar y con sus posibilidades, intentando articular (como aún hoy lo hacemos) las causas emancipatorias de la clase con las luchas por la igualdad de derechos entre los sexos.
Lo que siguió solo unos pocos años después del mayo cordobés es conocido. El proceso de reconocimiento y aceptación respecto a la legitimidad de la participación política de las mujeres en los diversos espacios estaba dando un paso más y esto generó incomodidad y brutalidad. El aniquilamiento por parte del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” del “proyecto revolucionario clasista” arrasó también con los significativos cambios sociales que experimentaron las mujeres, aún dentro de su gran heterogeneidad.
¿Cómo no observar en los dispositivos pedagógicos del terror generizado una construcción específica para «identificar» la otredad femenina, aquella que se alejaba de los límites de los modelos de mujer deseados y aceptados?
Para el poder cívico-militar, muchas de ellas representaban una anormalidad, una monstruosidad que debía ser eliminada socialmente. Algunas estimaciones señalan que, en el período 1974-1983, el 30% del total de represaliados fueron mujeres, siendo destinatarias de un especial ensañamiento o “doble castigo”: por su condición de mujer y de militante política.
Este breve recorrido nos invita a mirar más de cerca algunos momentos de nuestro pasado reciente donde las mujeres dejaron su marca, su impronta. Ahora vuelvo al inicio. Si el tiempo de la memoria es el presente, el mismo acto de recordar es un ejercicio político atravesado por las luchas actuales. Y así como, en los noventa, nuestra generación ―lxs hijxs de la inmediata posdictadura― cantaba(mos): “Somos de la gloriosa juventud argentina, la que hizo el Cordobazo…”, hoy, lxs jóvenes gritan con fuerza en las calles: “Somos lxs hijxs y nietxs de las brujas que no pudieron quemar”, estableciendo una genealogía diferente con ese pasado.
¿Qué se recuerda y para qué? ¿Cómo repensar el problema de la transmisión de las luchas colectivas y sus memorias? No considero que deba haber respuestas unívocas a estas preguntas. Sin dudas, los feminismos y los movimientos de la diversidad sexual ―representados en la demanda de lxs 30.400 detenidxs-desaparecidxs― necesitan mirar hacia atrás buscando ligaduras, hilos rojos, que ayuden a establecer un continuum entre aquellas luchas y las actuales. Pensemos entonces en “tiempos de la memoria”: una memoria vivida del Cordobazo y de lo sucedido en años posteriores, experiencias relatadas en primera persona por sus protagonistas, “las brujas”. Y una memoria de larga duración, memoria transmitida de generación en generación, perceptible y reconocible, aunque muchas veces se encuentre soterrada.
El heterogéneo movimiento de mujeres/femenino/feminista/diverso es, en la actualidad, uno de los colectivos socio-políticos más convocantes, activos y disruptivos de la sociedad argentina. Y así como permanentemente (re)construyen su identidad política, hoy también sería interesante poder nutrirse de la Historia (o, mejor dicho, de las Ciencias Sociales) para cimentar esos puentes que les permitan reforzar los lazos entre pasado y presente. No supone mirar con la nostalgia de “todo tiempo pasado fue mejor”, sino que será tarea de lxs jóvenes exhumar estas memorias, (re)apropiarse de ellas, darle nuevos contenidos, significados, nuevos sentidos, hacerle otras preguntas desde otros lugares. Como sintetiza una pintada en la puerta de una escuela en la ciudad de Buenos Aires: “Apropiémonos, lxs pibes, de ese pasado que nos pertenece y reciclémoslo como se nos dé la gana, lo mejor que podamos”.
Un llamado a la acción, un hacer político incómodo. Y una expresión de deseo personal: que lo hagan como quieran, como puedan, pero que siempre sirva para permitirnos imaginar un futuro más igualitario. Queda hecha la invitación.
*Por Ana Noguera para La tinta / Docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (UNC). Autora del libro “Revoltosas y Revolucionarias. Mujeres y militancia en la Córdoba setentista” (Editorial UNC, 2019).
**Este artículo se realizó en el marco de la alianza rumbo a los 55 años del Córdoba junto al Centro de Investigaciones de Filosofía y Humanidades María Saleme de Burnichon y su Área de Historia, la Facultad de Filosofía y Humanidades y el Instituto de Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.