CONICET, humanidades y falacias
Los trabajadores del CONICET se encuentran en situación de incertidumbre y preocupación ante el panorama del próximo año. Hay trascendidos no oficializados que preveen que el organismo funcione con la misma partida presupuestaria asignada durante el 2023. Mientras se aguarda algún comunicado oficial, hoy habrá asambleas y convocatorias a marchas en distintos puntos del país.
Por Federico Uanini para La tinta
Seguramente han visto noticias vinculadas al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y cómo este año ha sido un punto de ataque por diversos motivos. Pero, por estos días, el tema que preocupa son las posibles medidas de desfinanciación del organismo por parte del gobierno de Milei. Esto surge de lo trascendido en el primer encuentro que tuvieron investigadores con Daniel Salamone, quien será el nuevo nombre a cargo. Se informó que replicará el presupuesto 2023 y que no habrá aumento ni de becas o de salarios, así como tampoco nuevos ingresos. Esto significaría dinero disponible para pagos hasta junio, con una inflación que podría marcar 60 puntos sólo en los primeros dos meses del año. Si bien no hay anuncios oficiales, todo indica seguir el principio de “No hay plata” con el que está gobernando esta nueva gestión.
En X, red social por excelencia para bots e indignaciones varias, circula el argumento que reza: “Si CONICET sirve para algo, seguro encontrará financiación privada”. Esta crítica, que se repite cada vez que la ultraderecha se encuentra en los gobiernos (no sólo de Argentina, sino del mundo) esconde una afirmación tramposa que debemos desarmar para exhibir el por qué son necesarias las ciencias tanto sociales como naturales.
Para entenderlo, vamos a analizar juntos el argumento del cual se parte para estigmatizar y justificar este ataque al conocimiento. Seguro escuchaste a nuestro actual presidente hablar sobre el término “falacia”. Con esa palabra, la lógica intenta definir un argumento que, a simple vista, parece bien hecho, pero que en realidad no cumple criterios básicos de racionabilidad. Por ejemplo, decir que algo es verdadero porque todos lo dicen es un tipo de falacia conocida como “apelación al pueblo”: la verdad de un enunciado no está dada por la cantidad de personas que lo afirman, sino, por ejemplo, con que pueda corresponderse con un estado de cosas en el mundo. Hay varios tipos de falacias, una de ellas es la conocida como “pregunta compleja”. Esta forma de razonamiento suele manifestarse en preguntas o afirmaciones tramposas que, si uno decide contestar, acepta con ello ideas escondidas en esos dichos sin darse cuenta. El ejemplo clásico es el siguiente: un fiscal te interroga preguntándote si hace mucho tiempo que vos no consumís drogas y supongamos que si se demuestra que alguna vez, no importa cuándo, consumiste algún tipo de estupefaciente, automáticamente aceptás tu culpabilidad en un crimen. Si se acepta la pregunta del fiscal, esta puede ser respondida de dos maneras: con un sí o con un no. Ambas respuestas presuponen algo: que aceptes responder esa pregunta implica que admitís un consumo de droga en algún momento de tu vida. Decir que hace mucho no consumís da cuenta de que efectivamente consumías y afirmar lo contrario, ni hablar. Este tipo de falacia es la misma que se da en las críticas a CONICET: responder aquella supuesta crítica de inutilidad exhibiendo cómo la ciencia sí sirve a los privados es partir de una base donde el conocimiento científico sólo tiene sentido como existencia si da ganancia a un par de multimillonarios y deja de ser así entendido como un elemento fundamental para la soberanía del país.
Pensar cómo aceptamos una crítica y qué decimos al responder forma parte de disciplinas como la filosofía, que integra las humanidades o las ciencias sociales (en este caso, no las vamos a distinguir), las mismas que supuestamente son criticadas porque “no revisten utilidad”. Pero vemos que, al analizar el argumento con que esgrimen desfinanciar la ciencia, ya se revela algo: aceptar la premisa donde las ciencias deben servir a privados es aceptar que las mismas tienen que estar siempre en vínculo con las empresas y nunca con su país. Por supuesto que CONICET y la ciencia argentina tienen convenios con privados, pero ese no es el único sentido de la ciencia. Podemos preguntarnos, entonces, por qué se quiere llevar la discusión a un terreno donde, sí o sí, el conocimiento debe postrarse al mercado. Si nosotros como científicos contestamos en términos de ganancias, corremos el riesgo de caer frente a la falacia de la pregunta compleja: no podremos nunca salir de la ciencia como mercancía para pocos. Así como la pregunta del fiscal puede no aceptarse a causa de ser una falacia, así también es falso este embate de señalar falta de utilidad en las ciencias: no debemos entregar el debate y pensar que sólo la ciencia sirve por su vínculo con el dinero, sino partir de una base donde el conocimiento forma parte de la soberanía de un país que no puede ni debe negociarse.
Las ciencias que calientan el mundo
Seguro has leído que el presidente también está en contra del llamado “cambio climático”. Con esta palabra, la comunidad científica intenta definir un proceso atmosférico donde los cambios radicales de temperatura y fenómenos climáticos son causados por la mano del ser humano. Tornados que ocurren en zonas donde antes nunca hubo, seguido de temperaturas invernales en pleno diciembre, son entendidos por la comunidad científica como cambios muy irregulares que se dan en el clima motivado por la forma en cómo, por ejemplo, explotamos la naturaleza.
Javier Milei expresó en varias oportunidades que el clima cambió a lo largo de la historia y tiene razón, pero se equivoca en las causas del cambio que nos afecta hoy. La transformación tan apresurada del clima se explica por cómo dañamos, por ejemplo, el ambiente por el uso de combustibles fósiles, es decir, por la forma en cómo entendemos y ejercitamos la economía.
¿Qué sucede con las ciencias que afirman este fenómeno de cambio climático? ¿Tampoco son “útiles”? La mayoría de ellas son ciencias naturales que suelen estar excluidas de la crítica de “no servir” con que se ataca a las ciencias sociales, pues son la cabeza detrás de medicamentos o maquinarias que nos mejoran un poco la vida. ¿Por qué el presidente y su sector critican el cambio climático si este es sostenido por las “ciencias útiles”? Redoble de tambores: las ciencias sociales nos ayudan a contestar esto también.
Hace tiempo, en nuestro planeta, se está compartiendo de forma sutil, pero poderosa, un pensamiento: toda idea que critique la forma en cómo usamos los recursos naturales o cómo la economía capitalista está destruyendo el mundo es considerada como falsa. Toda ciencia, natural o social, que afirme algo tendiente a poner en consideración cómo se reparten los recursos y de quién es la riqueza en el mundo es atacada, no por una comunidad científica, sino por un conjunto de personajes que tienen medios de comunicación, economistas y periodistas que salen en su defensa. Sin ir más lejos, por ejemplo, en los 90 en EE. UU., comenzó a circular la idea de perdonar impuestos a los ricos porque, de hacerlo, dirigirían ese dinero a obras y creación de trabajo (¿te suena esa idea a veces denominada “liberación de fuerzas productivas”?). Se defendió esta idea a capa y espada, pero, al final, el resultado era cantado: cada dólar de impuesto perdonado no se volvió obra o trabajo, fue fugado a paraísos fiscales (puedes consultar trabajos científicos al respecto que analizan este fenómeno puntual). Una idea que beneficiaba sólo a los ricos terminó, ¡qué casualidad!, beneficiando sólo a los ricos.
Lo que está de fondo en la negación del cambio climático y la crítica al conocimiento de estos tiempos es una perspectiva ideológica que defiende a toda costa una sola forma de entender la economía como neoliberalismo, incluso haciendo trizas la verdad. Lo que llamamos “verdad”, motivo de debate en las ciencias, queda oculto para esta gente si pone en cuestión la forma en cómo la economía entiende y explota el mundo actual. Esta idea también se materializa en los apoyos a la quita de derechos actuales: te van a presentar que quitarte el derecho a huelga, por ejemplo, en realidad, defiende tus intereses. Resultará como la quita de impuestos a los ricos: ¿a quién beneficia que no te puedas quejar de maltratos laborales?
El ataque no es contra las ciencias, sean estas naturales o sociales: el ataque parece ser contra todo comentario, más aún si es con fundamentos científicos, que afirme razones para exponer que estamos destruyendo el mundo y nos estamos matando entre nosotros en el camino. Poner en cuestión el estado de cosas, tarea por excelencia de las ciencias naturales y sociales, motiva el terror de quienes tienen, como dijo María Elena Walsh, “la sartén por el mango y el mango también”: si criticamos el estado de cosas, tal vez alguno se anime a cambiarlo. El enfoque crítico de las ciencias en su conjunto sirve más allá del rédito económico: su uso principal es que están en un estrecho vínculo con la soberanía económica y política de un país, y forman parte fundamental de la creación de tu autonomía como ciudadano libre.
Las ciencias te ejercitan en la crítica, te entrenan en el arte de saber discutir con argumentos para construir una mejor democracia, contribuyen al entendimiento de enfermedades y analizan el cambio climático para tomar decisiones políticas y económicas al respecto. El conocimiento construye una mejor política y, por tanto, una mejor Argentina. Desfinanciar la ciencia, la investigación y la educación en nuestro país va más allá de la situación trágica de dejar sin trabajo a cientos de investigadores y becarios formados: es parte fundamental de un gobierno y una postura política que, en lugar de ciudadanos, quiere borregos y, en lugar de una Patria, ve recursos (naturales o de conocimiento) que vender a los países del norte.
Defender la ciencia, sea esta natural o social, es defender nuestro derecho, nuestra soberanía y nuestra libertad porque, como bien dijo un argentino que cruzó los Andes, “las bibliotecas son más poderosas que nuestros ejércitos para sostener la independencia”.
*Por Federico Uanini para La tinta / Imagen de portada: Diego Martínez.