Crónica de un abrazo feminista al rewe de la Lof Lafken Winkul Mapu
Por Laura Litvinoff para La tinta
Luego del acto de cierre del 36º Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries, las mujeres de la comunidad Winkul Mapu convocaron a un abrazo colectivo a su territorio, la Lof Lafken Winkul Mapu, ubicada sobre el Lago Mascardi, allí donde en 2017 habían asesinado a Rafael Nahuel por la espalda y allí donde también hace un año se llevó a cabo otro brutal desalojo que concluyó con la detención de siete mujeres mapuche y la destrucción de sus casas y del rewe, el espacio ceremonial sagrado de la comunidad.
La invitación me interpelaba directamente: desde Buenos Aires había seguido la detención de estas mujeres, había logrado entrevistar a cuatro de ellas y, unos meses después, viajé a Bariloche para visitarlas personalmente en la casa donde permanecieron en prisión más de ocho meses. Ese mismo día, junto con la machi Betiana Colhuan, mantuvimos una larga conversación que me permitió conocerlas en profundidad. Ahora, gracias a esta convocatoria, iba a poder entender la historia completa al poder llegar hasta el territorio.
“Les esperamos en la Ruta 40, frente a Diarco, para iniciar la caravana”, decía la invitación y hacia allí fui. Cuando llegué, me sorprendí por la cantidad de gente. El día estaba hermoso; el sol pegaba directo, pero no hacía demasiado calor y la presencia de la naturaleza, de las montañas imponentes con sus picos nevados alrededor de la ruta, generaba una sensación agradable, de cierta calma y plenitud. Las mujeres mapuche se ocuparon de organizar la logística bastante rápido y pronto salimos con los autos en una larga fila hacia el territorio.
Antes de llegar, nos cruzamos con cinco o seis gendarmes que estaban haciendo controles en la ruta. La presencia de la policía cerca de la lof no es algo casual: desde que ocurrió el último desalojo, la zona pasó a estar constantemente militarizada. Los demás autos pasaron el control sin problema, pero el coche en el que yo iba, tal vez porque no era muy nuevo, fue demorado por unos minutos. Nos revisaron y luego nos dejaron continuar.
Estacionamos al costado de la ruta, cerca de la entrada de la lof y de la orilla de un enorme lago que hoy es conocido como lago Mascardi. La primera en hablar fue la machi Betiana. Se paró delante del grupo con su cultrún (un instrumento sagrado) y mientras a su lado un niño mapuche sostenía una foto de Rafita en sus manos, dijo: “Hoy estamos nuevamente en este territorio, en donde asesinaron a Rafael Nahuel, hirieron a dos lagmien más y nos atropellaron, gasearon a nuestros niños y nos golpearon. Estamos acá para que conozcan cuál es nuestra demanda y lo que nos da fuerza y vida. También llegamos con un objetivo: abrazar al espacio, a la lof y a la comunidad, donde hoy vive y habita el rewe, nuestro espacio ceremonial sagrado”.
Y concluyó: “Estamos contra la represión, los Estados extractivistas y los proyectos capitalistas que lo único que quieren es contaminar y matar nuestra tierra. Todavía hay vida en este lugar y por eso estamos luchando; exigimos que se cumpla el acuerdo firmado el primero de junio y se devuelva el territorio a la comunidad. Luchamos para que ninguna lagmien, ningún pichikeche tenga que pasar atropellos ni ser asesinado, pero sabemos que esta lucha no termina acá porque las represiones van a seguir. Por eso, es importante que nos acompañen y nos apoyen, mantenernos firmes ante la discriminación y el hostigamiento de los Estados y de todas aquellas personas que aún hoy siguen teniendo un accionar racista y genocida”.
Seguido a esto, comenzó la ceremonia. Escoltada por varios integrantes de la comunidad que golpeaban sus palines contra el suelo y cantaban, la machi se dispuso a hacer sonar su cultrún y a caminar hacia la entrada del territorio. Una lagmien nos indicó que formemos una fila detrás de ellxs y que lxs sigamos. Las wiphalas flameaban con el viento y, mientras los autos seguían pasando a toda velocidad, la música que producía la unión de todos los instrumentos, la danza ceremonial y los cantos generaban un clima místico, casi hipnótico.
Cuando llegamos a la entrada, pidieron que nos tomáramos de la mano para dar inicio al abrazo simbólico. La fila de personas resultó ser larguísima: había autoridades espirituales, mujeres de comunidades originarias, feministas del Abya Yala, luchadoras territoriales de distintos países del continente. Y entre toda la gente, lo que más me llamó la atención fue la presencia de Aurora, una mujer originaria del norte, integrante del Malón de la Paz, que luego de su paso por Buenos Aires había viajado al Encuentro Plurinacional y ahora también se sumaba a participar de la ceremonia mapuche. Ella se ubicó al lado de María Nahuel, tía de Rafael y madre de la machi Betiana, y cuando las dos se tomaron de la mano, me pareció tener la certeza de que en ese lazo, en ese gesto tan pequeño y tan enorme, se podía sintetizar la potencia infinita de una misma lucha milenaria y colectiva.
Fuimos subiendo a la lof por un camino que conducía a un verdadero bosque nativo. Armamos una ronda a la sombra de un coihue y las mujeres juntaron algunas ramas para hacer un fuego. Cuando la llama empezó a cobrar fuerza, la machi se paró frente a la ronda y contó en detalle cómo vivían en el territorio hasta el momento en que ocurrieron los violentos desalojos: el de 2017, cuando uno de los tiros de la Prefectura Naval asesinó a Rafael Nahuel, el joven mapuche de 22 años que defendió con su vida la lof ancestral. Y el de 2022, cuando las mujeres mapuche fueron golpeadas y reprimidas con sus hijxs en los brazos.
Reunidas frente a la fogata, las mujeres de las distintas comunidades fueron una a una tomando la palabra mientras iban compartiendo sus ofrendas “con mucho newen” a todas las personas presentes. Lolita Chávez, activista por los derechos de las mujeres del Consejo de Pueblos Maya K’ich, líder indígena guatemalteca que está amenazada de muerte en su país por luchar por los derechos de su comunidad, ofreció cacao en polvo y contó sobre su pueblo y sobre el avance de la derecha en su territorio. Adriana Guzmán, referente del feminismo comunitario en Bolivia, repartió hojas de coca y semillas a todxs, y pidió que sean plantadas en nuestros lugares con intenciones políticas.
Un rato después, María Nahuel tomó la palabra para recordar que estamos en un momento en el que las acciones son mucho más importantes que las palabras y Aurora y Marita, mujeres originarias que integran el Malón de la Paz, también hablaron para alertar sobre la gravísima situación que se está viviendo en Jujuy con las comunidades indígenas, y luego cantaron una copla en defensa del agua y de la vida que enseguida despertó aplausos, coros y expresiones de fuerza y aliento en los distintos idiomas originarios.
Para concluir la jornada, María Nahuel nos invitó a las periodistas y a las fotógrafas que estábamos allí a hacer un recorrido por la lof para dar testimonio del estado en el que habían quedado las rucas y el rewe luego del último desalojo. Subiendo por el camino de tierra, guiadas por la mujer, fuimos recorriendo cada espacio de la comunidad y registrando todo lo que veíamos.
La belleza del paisaje y la naturaleza del lugar formaban un fuerte contraste con los restos de las casas completamente destruidas; y entre los escombros y las maderas rotas, resultaba impactante encontrarse con restos de ropa y juguetes de niñxs. “Ellos antes corrían libres por acá”, dijo María mientras nos mostraba cada espacio y explicaba que el Estado aún no cumplió con el acuerdo firmado el primero de junio en el que se había comprometido a reconstruir las rucas y a restituir el rewe a la comunidad.
La mujer también nos contó sobre Jésica Bonnefoi, la lagmien que se encontraba en clandestinidad luego del desalojo y que hoy continúa injustamente detenida: “Ella es madre de cinco niños y es una luchadora como nosotras, pero el Estado una vez más nos condena por defender nuestra propia tierra, nuestra propia mapu, y no entiende que nosotros no somos usurpadores, sino que somos parte de ella”.
Antes de volver con el resto de la gente, María nos contó que Rafita ya tenía elegido uno de esos lugares para hacer su casa, su ruca, pero que eso no pudo ser porque a él “lo mataron junto a su sueño”. Y luego de hacer una pausa, nos miró con los ojos llorosos y nos dijo: “Ojalá un día todo esto se termine; ojalá un día podamos unir todas las partes y reconstruir la comunidad que siempre fuimos, para que ningún otro lagmien sea perseguido y para que todos los pichis puedan, de una vez por todas, volver a crecer libres en esta tierra”.
*Por Laura Litvinoff para La tinta / Imagen de portada: Alejandra Bartoliche.