Afectividad Ambiental: habitar la trama de la vida. Entrevista con Omar Giraldo

Afectividad Ambiental: habitar la trama de la vida. Entrevista con Omar Giraldo
2 octubre, 2023 por Redacción La tinta

Por Huerquen, comunicación en colectivo

“Cualquier revolución que quiera ir hasta las entrañas de la destrucción planetaria deberá ser ante todo una revolución ético-política y estético-poética que reincorpore la potencia del cuerpo y que ponga en primer plano la sensibilidad, los sentimientos, las emociones, la estética y la empatía. Sin el campo afectivo, no podremos entender estos tiempos de grave peligro ni los profundos problemas de sentido del habitar contemporáneo”, así de contundente comienza el prefacio de Afectividad Ambiental (Universidad Veracruzana, noviembre de 2020) de Omar Felipe Giraldo e Ingrid Toro, quienes, como parte de toda una corriente, vienen elaborando novedosas categorías y conceptos a partir de fuentes y praxis diversas, hacia una ética ambiental que nos permita abordar precisamente el problema ambiental desde registros afectivos y sensibles.

Omar Giraldo es doctor en Ciencias Agrarias y profesor de la Escuela Nacional de Estudios Superiores de la UNAM; hace pocas semanas, visitó Argentina compartiendo estas reflexiones en distintas provincias y Fabio Primo pudo entrevistarlo para Huerquen.

¿Cuáles son los nuevos aportes de la perspectiva afectivo-estético ambiental?

Omar Giraldo: Lo primero que sería importante enunciar es que esta matriz de pensamiento surge con la escuela de Patricia Noguera y el grupo de pensamiento ambiental del cual somos deudoras Ingrid Toro y yo, por quien estamos profundamente interpelados. Esta perspectiva se propone pensar la crisis civilizatoria, la crisis ambiental en otros registros. Estos otros registros implican pensar desde la corporalidad. Esa corporalidad te lleva a indagar por los sentidos, los sentires, los sentimientos, por la sensibilidad. Por supuesto, en conjunción con el pensamiento. No como esferas separadas, sino amalgamadas –que lo son–, ya que no hay forma de hacer estas divisiones entre lo racional y lo afectivo como si fueran dos reinos. A partir de esta perspectiva, podríamos rastrear hasta Spinoza para pensar el cuerpo y su complejidad.

—Mientras te escuchaba, recordé esa frase que dice “nadie sabe lo que puede un cuerpo”…

OG: Claro, lo que puede el cuerpo depende de su capacidad. Esa capacidad, pues, no sabemos hasta dónde puede llegar. En realidad, puede llegar a hacer cosas absolutamente impensadas. En el saber chamánico, por ejemplo, este es un saber que explora las capacidades del cuerpo hacia niveles donde occidente jamás pensaría. Que es la capacidad de involucrarse con los poderes mismos de la Tierra. No es un transmundo, no es un afuera o ir a un más allá. Al contrario, es involucrarse con los poderes mismos de la Tierra para incluso hacer transfiguraciones, realizar acciones con las potencias del territorio, ayudarse con plantas de poder y todo lo que eso incluye. Este es solo un ejemplo de lo que puede el cuerpo. El cuerpo lo puede todo por el hecho de ser el universo mismo, está compuesto de este y tiene toda su potencialidad. Cuando planteamos que no sabemos lo que puede un cuerpo es que es literal, no sabemos reconocernos como cuerpo, como emergencia del universo.

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—En su libro, hablan mucho de intercorporalidad: no solo lo que puede un cuerpo, sino lo que pueden los cuerpos entre sí, en el tejido de la vida. Hay un potencial enorme ahí.

OG: Esa es la otra apuesta. Esta consiste en pensar a partir de las tramas, en urdimbres e interdependencias. Esto es algo que valdría la pena discutir. La epistemología ambiental ha sido mucho más afecta a pensar los vínculos en díadas, incluso Augusto Ángel Maya lo hace. Es pensar dialécticamente como cuando se separa sociedad y cultura de ecosistema, o cuando Enrique Leff piensa en lo real y lo simbólico. Cada uno, por supuesto, con sus contornos y especificidades. Lo que estamos planteando con Ingrid implica pensar en multiplicidades, que es una apuesta que tomamos de Giles Deleuze y Felix Guattari, entre tantas otras fuentes. Esto que sostenemos requiere de un esfuerzo muy grande, ya que habría que pensar el poder en la trama misma de la vida sin llegar a una totalización biologizante. A esta multiplicidad, hay que sumarle la inconsciencia, el poder, una deconstrucción ontológica del capital. Muchas veces lo que pasa es que se apela a esa idea de que todos formamos parte de un todo orgánico, que todos somos uno y hacemos un monismo totalizante que nos despolitiza. Entonces, la apuesta es cómo hacer un pensar que no parta de díadas, que no totalice y que mantenga las distinciones propias de lo humano, que en el contexto tradicional se llama cultura. Aquí, la idea consiste en pensar la cultura no como un ámbito ajeno a otro dominio, que se llamaría naturaleza, sino ubicar lo simbólico en la trama misma como una semiósfera. Eso es un reto muy grande que en nuestro libro quedó apenas enunciado. Lo planteamos a partir del concepto de cuerpo simbólico-biótico. No somos solo uno o lo otro, somos en esta trama. Yo creo que todavía está todo por hacerse en esta clave.

En el libro, ustedes hablan de “pensar situadamente”, del aquí y ahora. Para quienes somos de Argentina, estos conceptos nos remiten al pensamiento de Gunther Rodolfo Kusch, de los primeros en intentar comprender las culturas originarias. ¿Cómo se vincula un pensamiento ambiental con la idea de pensar situadamente?

OG: Rodolfo Kusch es un pionero de este pensar desde la tierra. Es uno de los grandes referentes del pensamiento latinoamericano en muchos sentidos. Él hace una apuesta a pensar desde el territorio, desde el lugar, desde el aquí y de pensar no el “ser”, sino el “estar”. Es pensar en las estancias. Es toda una ontología del pensar aquí nomás. Eso es un pensar desde el lugar que en otras tradiciones también pueden verse esfuerzos similares. Si hablamos de Japón, tenemos la Escuela de Kioto de Kitaro Nishida y tantos que han tratado de pensar desde un lugar. Lo impensado ha sido que no pensamos desde ningún lugar, sino que pensamos siempre situadamente y eso implica, por supuesto, toda otra forma de pensar. Sin embargo, nosotros no bebemos tanto de ahí, a pesar de que lo reconocemos y nos parece que es un referente fundamental… De hecho, durante este viaje, pude adquirir las obras completas de Kusch en la Quebrada de Humahuaca –porque además de leer a Kusch, es muy interesante ver lo que fue su espacio de trabajo y conocer a sus alumnos-, con Ingrid hemos tomado más elementos de la tradición fenomenológica. Esta tradición ha sido muy insistente en la necesidad de partir desde el cuerpo y dejar claro que no existe ningún saber descontextualizado, un saber que no implique la participación de quien está en el territorio. Esta tradición es realmente muy, muy rica y nosotros, en Afectividad Ambiental, bebemos mucho de esa fuente para desplegar este concepto que son los “saberes ambientales de los pueblos”. Tomar este concepto en clave fenomenológica nos permite entender por qué los pueblos saben lo que saben, conocen lo que conocen y descubren lo que descubren. Es precisamente por estar en contacto en un territorio a través de sus propios sentidos, por medio de su propia exploración de los componentes del lugar. Esto es resultado de una larga historia que incluye ancestralidades, que influye tanto en el conocimiento colectivo como en conocimiento biográfico individual de las personas que van construyendo nuevos saberes y, a partir de esto, construir esta noción de un saber ambiental. La idea de saberes ambientales no es de ninguna manera nueva, sino sumarle el aspecto afectivo. Saber cómo los pueblos conocen efectivamente el lugar y que, a partir de esto, podamos ser informados para construir una ética, que es lo que le interesa finalmente al libro. Hablamos de una ética lugarizada, una ética territorializada, lo que es un saber-estando y, en ese sentido, sería una clave muy kuschiana.

—En este mismo sentido y muy ligada a la idea de afectividad, es la praxis de la agroecología, que es un elemento emergente fuerte dentro del campo ambiental y que crece. ¿Qué vínculos posibles estás viendo?

OG: Respecto de la teorización de la agroecología, es que principalmente ha sido realizada por agrónomos. Eso tiene un sesgo productivista. Es un sesgo que está impregnado de una racionalidad económica sobre rendimiento y productividad. Cuando llegué a la parte académica de la agroecología, la verdad que me impresionó mucho. Me preguntaba cómo puede ser posible que estemos hablando de una cosa tan importante y que la estemos enunciando en estos términos. Ahí fue cuando comprendí –hace como 10 años– que era necesario tomar a la agroecología desde otro lugar de enunciación, que fuera más cercano y que tuviera unas formas de hablar más próximas a lo que hacen los pueblos. Lo que hacen los pueblos no tiene nada que ver con lo que dicen los agrónomos, no solo como una agronomía ecologizada, sino que incluye otro saber. En ese sentido, ¿cómo es posible enunciar la agroecología como una afectividad ambiental? Que no sea solamente una forma de hablar bonita, sino que además está sintonizado con lo que hacen los pueblos, desde ese arraigo, desde ese pensar ambiental de la agroecología. Es necesario que esto le permita a los pueblos no solamente nombrarse distintos, sino también ir construyendo un proyecto colectivo. Nuestra idea es pensarlo en registro mucho más profundo y muy diferente al que suele hacer la agronomía en su versión académica.

En tu paso por Argentina, seguramente han surgido conversaciones sobre pedagogía y educación. ¿Cómo pensar una praxis educativa de afectividad ambiental con los y las jóvenes?

OG: Hay dos escalas en la respuesta. La primera sería más bien pragmática y tiene que ver con los maestros que están intentando hacer una praxis diferente. En ese sentido, nuestro libro no fue pensado para los educadores ambientales, pero sí sabemos que resonó muchísimo entre ellos. Afectividad Ambiental no es un libro que hable de didáctica ni de cuestiones pedagógicas, pero ha tenido recepción entre los docentes porque es un libro que está en la búsqueda de otra manera de pensarsentir lo ambiental. Eso implica elaborar un lenguaje que no es el del desarrollo sostenible o los lenguajes prestados antropocéntricos, pues lo que se busca es enunciar lo ambiental de una manera poética, a distancia de las ideas de servicios ambientales, de recursos naturales. Nosotros entendemos que repensar lo ambiental implica repensar por completo nuestro puesto en el cosmos, que no es un lugar privilegiado, sino que es un estar entre los demás cuerpos y, por eso, estamos entre todas las demás criaturas de la Tierra. Esto implica pensarse en hilo, en hebras, en tejidos y no en posiciones piramidales, que es lo que ocurre, ¿no? Un docente o maestro en su propia práctica, que puede ser la poesía, un huerto, una canción o cualquiera de las estrategias pedagógicas que tome, tiene que ir elaborando un pensar ambiental para ir nutriendo una ética ambiental, sensible y afectiva. Esa es una apuesta en la que no hay soluciones mágicas, tendremos que buscar las estrategias para poder hacerlo.

En otra escala de la respuesta, nosotros pensamos que sería fundamental un proceso para una ambientalización de la educación, como decía Augusto Ángel Maya. ¿Qué implica ello? Que la educación ambiental no tiene que estar reducida solo a un espacio como algo que sea una carga más para el docente, sino que pensamos en una transformación de los contenidos y de las formas mismas del aprendizaje, para que el saber sea del tipo que nos permita reincorporarse a la trama de la vida y a la tierra. Eso implicaría ya no pensar una asignatura de lo ambiental, sino una transformación mucho más vasta y completa. A esto hay que situarlo en un contexto donde el sistema educativo es nuestro peor aliado. A pesar de los maestros valiosos que están tratando de hacer algo diferente, el sistema es el kinder del capital. Entonces, tenemos dos opciones: o reformamos este sistema o de plano lo apagamos. Hay quienes piensan que esto es irreformable, ya que es una institución creada para reproducir la metafísica occidental desde sus cimientos en el siglo XVI. Este fue un proyecto que busca iniciar a las personas para hacerlas aptas para esta sociedad capitalista. En ese sentido, sería irreformable. Pero también es importante entender que, en este momento, hay muy poco movimiento tendiente a hacer una tabula rasa de este proyecto educativo actual y, por tanto, pensamos que una alternativa sería una reforma radical de este sistema, que implicaría transformaciones muy de otro canal, que vemos muy lejana, pero que sin una transformación política del contenido educativo es muy difícil. Es una transformación que debe ir desde la primera infancia hasta los grados superiores. Todo el recorrido lo que hace es desconectar a las personas de todo lo que las rodea, a distinguirse y pensarse en un lugar privilegiado de dominación y dominio, pues no son los espacios donde aprendemos a habitar, a coexistir con todos los seres de la tierra. Si la respuesta fuese la segunda opción, la educación debería ser una aliada y no una enemiga como lo es hoy.

Argentina, julio de 2023.

Además de esta entrevista, el trabajo de Omar e Ingrid con Afectividad Ambiental dispararon acciones que también queremos compartir, como la gráfica de la.lorafa o la hermosa edición de Venteveo Editorial.

*Por Huerquen, comunicación en colectivo / Imagen de portada: Venteveo Editorial.

Palabras claves: agroecología, ambiente, literatura

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