Diálogos feministas desde Córdoba: Mara Nazar
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué debería hacer el movimiento feminista? ¿Cuáles son los desafíos hoy? Entre la preocupación y la inquietud, tenemos una necesidad clara: escuchar a quienes hace décadas luchan por los sueños colectivos. Esta vez, entrevistamos a Mara Nazar, activista feminista, psicóloga y co-coordinadora del Centro de Formación Feminista en CISCSA – Ciudades Feministas.
Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta
“Nunca estuve sola, siempre lo hice con otras”, dice Mara cuando terminamos la entrevista, a modo de síntesis. Organizarse con esas otras fue para ella, y para muchas mujeres, salir del aislamiento. En el contexto actual, no duda de que encontrarnos y escucharnos es clave. Reunirnos, estar en la calle, visibilizarnos, hacer narrativas que inviten a la repregunta sobre los futuros posibles.
Desde chica supo que sería psicóloga, una singularidad en una familia de músicos. «‘Nada humano me es ajeno’… La empatía de esa frase me resuena en mi memoria afectiva. Eran tiempos de mucho debate político y filosófico. Apenas salí de la secundaria, empecé los estudios de psicología, pero se fue enrareciendo el ámbito universitario, era el comienzo de la dictadura y, como Julieta de Romeo, me fui atrás de un amor romántico, el complejo de ‘luna’: poder brillar porque vas atrás de un sol». Vivió en pareja muchos años, fue madre, se divorció y retomó su formación académica, primero en la Universidad de Buenos Aires, después en la de Córdoba.
«Trabajando con Maite Rodigou, conocí el feminismo como movimiento, con sus consignas, su rebeldía y eso me cambió la visión del mundo, modificó mi posicionamiento político y mi hacer profesional», narra.
—¿Qué fue lo primero que te convocó del feminismo?
—Vengo de una generación muy protagonista, con sus errores y sus avances, entendí que por ser mujer se me había asignado un rol y un lugar, ese condicionamiento me había obstaculizado para lograr mis proyectos, me había alejado de mis deseos. Cuando pude rediseñar lo pendiente en mi historia, emergió mi antiguo deseo de estudiar. Para mí, era prácticamente una estrategia de emancipación, por eso nunca la abandoné, el poder conocer debates sobre los derechos que nos faltan. Me fortalecía participar de los Encuentros Nacionales de Mujeres, la marcha al finalizar el encuentro, en la calle y con nuestras consignas, nuestra forma de habitar las ciudades fue revelador. Siempre intuí que tener la información para entender lo que estaba pasando daba poder, por eso siempre he sido una gran lectora y hoy me apasiona el registro audiovisual de entrevistas a protagonistas de acciones transformadoras. He desarrollado una gran escucha para conversar con otres, me apasionan los encuentros para pensar entre todas. Dejar de ver obstáculos para ver problemas hace más fácil encontrar respuestas.
—¿Qué cambios identificás en las formas de organización y las reivindicaciones?
—Desde finales del 2001 en adelante, las consignas fueron cambiando de acuerdo a los momentos, la Campaña de despenalización del aborto, al principio, nombraba la práctica asociada al derecho a decidir sobre nuestro cuerpo; luego, se buscaron evidencias para conocer cómo afectaba la vida de las mujeres. Empezamos a hablar de la interrupción voluntaria del embarazo, tratábamos de instalar el tema con actores clave, aunque éramos pocas frente a la Catedral. Un año, vinieron compañeras del Uruguay que habían presentado la ley en su Congreso y nos compartían las estrategias. Empezó el periplo de dar información a las comisiones de Salud en Diputados. Difundíamos y asociábamos las muertes por abortos clandestinos a las violencias que viven las mujeres. Eso permitió que la sociedad se sensibilizara y tomara el tema masivamente. Las vigilias alrededor del Congreso cada vez que se presentaba la Ley eran un caldo de cultivo de alianzas y aprendizajes. La Marea Verde, los grupos Ni Una Menos, el himno feminista ‘Un violador en tu camino’ que daba la vuelta al mundo… «Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía, el violador eras tú, son los pacos (policías), los jueces, el Estado, el presidente, el Estado opresor es un macho violador»… todavía me eriza la piel. Fueron épocas que nos fortalecieron mucho, pero nadie dijo que iba a ser fácil, mover privilegios y cambiar lo cultural no va a ser ni lineal ni sencillo.
En este presente electoral, que nos sorprende porque se ponen en riesgo derechos ganados, vuelvo a tomar algunas consignas: «El feminismo tiene el potencial de cambiar no solo la vida de las mujeres, sino la de todo aquel y aquella que busque claves para transformarla»; «Si tocan a una, respondemos todas»; «El hombre que ha renunciado a sus privilegios de sexo es un compañero de lucha y una mujer que sostiene el sexismo es una peligrosa amenaza para el feminismo».
—¿Qué te aportaron las psicoanalistas feministas?
—El feminismo en el psicoanálisis vino a hacer lo mismo que en otros espacios: cuestionar el pensamiento neutro de la ciencia que no mira quién lo dice y a quién está hablando, como si la sexualidad se estructurara en un ambiente aséptico. Las histéricas de Freud eran mujeres sensibles a las desigualdades que vivían, pero sin permiso a decir lo que les pasaba, por eso lo decían con los síntomas en el cuerpo y con grandes dudas e insatisfacciones que nadie quería escuchar. La envidia del pene en el psicoanálisis freudiano se refiere a la teoría de la reacción de una niña durante su desarrollo psicosexual a la conciencia de que ella no tiene un pene. Poniendo la mirada en lo que le falta a ella y no lo que le sobra a él. Luego, se puede pensar que el pene/falo se asocia a los privilegios del patriarcado, a los permisos y privilegios de los varones. Pero muchos analistas aún hoy hablan del goce de las mujeres que viven violencias, siguen mirando síntomas y no situaciones de abuso y desigualdad.
En mi formación, me llamaba la atención cómo las teorías interpretaban el placer o la sexualidad femenina, y fue en esa búsqueda de respuestas que me formé con psicoanalistas feministas como Mabel Burin, Irene Meller, Irene Friedman, Ana María Fernández, Débora Tajer, como así también con Esther Díaz, la maravillosa filósofa feminista que analiza la construcción del pensamiento, la epistemología y cómo la interpretación de síntomas de la medicina nos ponía en riesgo. Por ejemplo, los síntomas de estar atravesando un infarto, a las mujeres suele dolerles la zona del vientre y no en el pecho, esa lectura antropocéntrica hacía que los médicos en las guardias las mandaban a sus casas porque no lo asociaban a una situación de riesgo.
La diversidad es un enfoque que nos abre caminos. De pequeña, me atraían las rutas, el animarse a ser nómade, atreverse a la otredad, toda teoría explica una parte de la realidad y elige dejar afuera otros fenómenos, por eso la verdad es según lo que una elige destacar. El pensar con otres da herramientas, mecanismos, permite otro mundo posible, rompe con lo hegemónico.
Cambiar de lugar en análisis, como terapeuta, es una gran herramienta. Haciendo una analogía, imaginemos que una va a ver una obra de teatro y desde la butaca del espectador es testigo de un crimen en el escenario, entonces una se conmueve, se asusta y se entristece. Pero si podemos movernos a bambalinas, detrás de escena, reconocemos que es una situación con actores, que hay escenografías, utilería, es falso, hay papeles asignados, hay un guion que representar. Tuvimos que movernos para ver otras cosas. Algo así es el análisis, para dejar de interpretar siempre igual la novela de nuestra vida, el análisis nos invita a seguir buscando formas de interpretar las situaciones que a repetición nos angustian o nos paralizan por miedo. Si bien las teorías intentan explicar las estructuras que nos configuraron como sujetas deseantes, develar las situaciones socio-culturales en donde esas estructuras se armaron da muchas pistas para salir del sufrimiento, de la pasividad, de la naturalización, de lo familiar. De lo que nunca problematizábamos y que, por eso, sigue dando los mismos resultados.
—¿Cómo ves que estamos como movimiento transfeminista?
—Desde CISCSA, realizamos los Seminarios Taller Mujeres y Ciudades: (In)Justicias Territoriales, un espacio de encuentro, diálogo y construcción en clave feminista, que aborda el derecho de las mujeres a las ciudades y a los territorios, la planificación urbana desde el género y las experiencias territoriales de resistencia de organizaciones sociales y de mujeres. En los últimos de estos seminarios, han llegado compañeres para contarnos sus avances y se les percibía organizades y entusiasmades, relatando sus experiencias, aprendizajes y demandas.
El pensamiento crítico de los feminismos nos da una esperanza, hay intentos por hacer creer que en 40 años de democracia no hemos avanzado. Reconocemos que hay necesidades que han sido postergadas, sobre todo en los últimos años, pero el tirar todo a la basura nos debilita. Habrá que elegir nuevamente con quiénes queremos caminar a la par y no cruzarnos a la vereda del frente que nos violenta y nos obliga a olvidar nuestros avances.
Las encuestas muestran que el voto a Milei es mayoritariamente masculino y eso nos da una pista, porque pone en duda todos los puntos de nuestra agenda feminista. Esa es una clave para investigar a quién se le daría el poder de representarnos.
—Decías antes que “el hombre que ha renunciado a sus privilegios de sexo es un compañero de lucha” y que el voto Milei es fundamentalmente masculino. ¿Cómo ves la masculinidad hoy?
—Quizás sea algo generacional, pero, en mi rol terapéutico, he atendido a varones jóvenes sensibles que intentan salir de los lugares asignados. Se plantean salir de las prácticas de dominación, no resolver conflictos a través de la violencia, abandonar los acuerdos corporativos, como les pide Rita Segato. Intentan ser críticos y hacer rupturas. Pero son los que consultan porque ya no les sirven las viejas modalidades de resolver sus malestares en su cotidiano. Si son mandados por jueces o instituciones para dejar conductas tóxicas, no creo que esos dispositivos logren grandes cambios.
—¿Cuáles son los desafíos y los pendientes?
—Dentro del movimiento feminista, hay mucho para trabajar, eso es interesante. No ser portadoras de un pensamiento único, reconocer cómo fue dándose la institucionalización del feminismo, el crearse los estudios de la mujer en el campo académico, que en buena medida desplazaron a los grupos de autoconciencia, espacios no jerárquicos y autónomos que permitieron analizar las vidas cotidianas. ¡El feminismo popular que tanto conocimiento trajo al movimiento!
Si bien la sexualidad de las mujeres fue un catalizador fundamental para el movimiento feminista, pues permitió reconocer los cuerpos de las mujeres, defender el derecho a elegir, a ejercer más libremente su sexualidad, a acceder a métodos anticonceptivos seguros o al aborto, sostener el derecho a una vida libre de violencias… Lo cierto es que, de mucho de esto, solo hicieron uso las mujeres blancas con privilegios de clase. Las empobrecidas, incluyendo a las negras, siguieron en gran medida abocadas a abortos ilegales en precarias condiciones y en situaciones de abuso.
Igual con los imaginarios de belleza. Las feministas lograron cuestionar la belleza promovida por la industria de la moda y la obsesión que esta impone para que las mujeres asuman una determinada apariencia. Muchas feministas se bajaron de los tacones, dejaron el maquillaje, empezaron a usar pantalones y se sintieron más libres y cómodas con sus cuerpos. Sin embargo, en grupo, analizamos cómo el patriarcado capitalista ha sido capaz de volver a convencer sobre los estereotipos de la belleza a través de los medios de comunicación, asociándolos a los privilegios de “pertenecer” si cumplís con esas demandas.
Son tiempos de grandes alianzas, de invitar a las que ya estuvieron en las calles embanderadas con estas consignas y a las que nos miran, pero no les somos confiables. Hoy, tenemos que visibilizarnos y escucharnos, no tenemos que reunirnos adentro, tenemos que estar al acceso en las plazas, los consultorios, donde estemos y con el pañuelo verde todo el tiempo. El feminismo en la calle siempre, porque marchar con otras te saca del aislamiento. Es tiempo de hacer acuerdos, de construir un feminismo que cuestione las nociones de amor que se basan en la dominación y la coerción, que luche contra todas las formas de violencia y que invite a sumarse a todo el mundo que haga una política feminizada, con otras formas de resolver los conflictos, que no sea anulando al otre, para construir ese mundo que contenga millones de mundos. Todo un desafío y una gran esperanza.
*Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta / Imagen de portada: Anabella Antonelli.