«Estar en el mundo como lectores es construir una manera de estar rebelde»
El ejercicio de pensar el mundo e interpretar los signos de época es algo que Amador Fernández-Savater hace y muy bien. De visita en Córdoba para dar un taller, conversamos acerca de algunas de sus principales reflexiones sobre la potencia de habitar el mundo como lectores, como una salida a un presente saturado de guiones, protocolos, algoritmos y discursos catastróficos que nos desconectan. Leer como un espacio donde hay sujeto como contracara a los espacios cotidianos deshabitados.
Por Agustina Beltrán Peirotti para La tinta
Amador Fernández-Savater vive en España, es activista político e investigador independiente. Piensa, lee, escribe, conversa, edita y hace “filosofía pirata”, como él mismo define: algo que parece tener ánimo de provocar pensamientos y preguntas. Coordina talleres de pensamiento, dicta conferencias, escribe semanalmente la columna La visión en el oído en el medio autogestivo CTXT y es activo en redes sociales. Está de visita en Córdoba para dar el curso “Las potencias emancipadoras de la lectura (habitar el mundo como lectores: atención, crítica, imaginación)”, organizado por Emosido Engañado -grupito de estudios- y Escuela Obvia. El curso que dictará pone en escena el ser lectores como una posición en el mundo y como una forma de rebeldía.
En 2020, publicó Habitar y gobernar. Inspiraciones para una nueva concepción política, y, en 2021, La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español, un ensayo sobre eficacia política. El año pasado, participó semanalmente del podcast Después del fin, un espacio de conversación y “deriva” en el programa conducido por Dante Leguizamón, Otra vuelta de tuerca, en Radio Universidad 580, de Córdoba.
Últimamente, viene reflexionando sobre el fenómeno que se conoce como la “gran dimisión o la gran renuncia”, que se ha visto más en el Norte global, en China -donde se conoce como el movimiento de los tumbados- y que está apareciendo en Europa, con fuerza en Italia y un poco en España. Es la gente que, después de la pandemia, no retomó su trabajo, gente que decidió que no iba a entregar más la vida al trabajo. Fernández-Savater lo plantea en términos de abandono y como un corte muy potente para lo que ha supuesto, en los últimos decenios, la cultura del trabajo en los países del Norte y la identificación entre una vida lograda y el trabajo. Lo que sucede, dice, es un fenómeno misterioso y difícil de localizar e interpretar. Pareciera que el período pandémico no fue simplemente un intervalo tras el cual íbamos a retomar la vida de antes, sino que también funcionó, para mucha gente, como un momento de repriorización de la vida y preguntarnos: ¿qué vida se quiere vivir?
En diálogo con La tinta, dice al respecto: “Hay un dar la espalda al mercado, a la política y a los medios de comunicación -que atraviesan la vida con pasiones tristes de las que no queremos hacernos cargo-. Sin embargo, este fenómeno, a diferencia de otros éxodos del pasado -la contracultura de los años sesenta, por ejemplo-, no tiene ningún horizonte utópico, no se expresa con claridad por otro mundo posible. Es, más bien, un pequeño movimiento en dar la espalda, que es ambivalente, que no es puramente positivo. La búsqueda y la experimentación de otras relaciones sociales puede caer del lado del apagón libidinal, la apatía y cierta depresión, o caer del lado de la fuga, de los lugares donde la energía del deseo estaba capturada hasta ahora: la competitividad, el consumo, el éxito, la autorrealización, etc.”.
—¿De qué se trata la idea de “habitar el mundo como lectorxs”?
—Habitar el mundo como lectores podría ser una manera de deserción, de declinar la ambivalencia de la retirada, del abandono como fenómeno difuso de algunas de las tendencias de la sociedad de hoy. Estar en el mundo como lectores sería construir -desde esa retirada- una resistencia subjetiva al presente. Tiene mucho que ver con lo que hemos vivido en la pandemia, cuando, en un momento de vacío obligado -al menos para mucha gente que se vio forzada a un parón y confinamiento-, fue un momento propicio para la lectura -y lo prueban indicadores de ventas de libros-. Leer se convirtió en una manera de habitar el vacío, más interesante -a mi juicio- que consumir las formas más industrializadas del ocio. Leer como recogimiento activo, como una salida, siempre relativa, de una cierta saturación del presente, que siempre está lleno, repleto, extendido, colmado.
Nos enfrentamos, siempre, a condiciones de saturación. Estamos llenos de signos que buscan la captura de la atención: noticias, imágenes, espectáculos que buscan hechizar, captar, seducir, gobernar, devorar nuestra atención y dirigirla hacia un polo único. Estamos llenos de guiones, protocolos y algoritmos, es decir, automatismos que organizan la vida sin nosotrxs. Que supuestamente nos la hacen más fácil y la organizan, dejándonos fuera. Estamos llenos de estereotipos, imágenes cliché, miméticas. Contra esta saturación que hoy produce mucho malestar, leer, en primer lugar, sería un acto de interrupción, abrir un tiempo y espacio propio, en el cual hacemos inmersión en lo que nos propone algún autorx y depositamos nuestra atención en un lugar de nuestro deseo y elección.
Frente a los espacios sin sujeto, guionados, protocolizados o algoritmizados, la lectura en casi todas sus variantes exige una actividad del sujeto, nos obliga a encadenar línea tras línea, activar la imaginación, la memoria para comprender lo que estamos leyendo y completarlo, porque al libro lo completa la lectura de cada quien, que es tan personal como cada quien lee.
La lectura es una forma de interrupción de la saturación, de resistencia y deserción. Estar en el mundo como lectores es construir una manera de estar rebelde -a pesar de su supuesto aislamiento y quietud- que tiene una multitud de efectos.
—Has escrito y pensado sobre el avance de la representación y la abstracción como parte de los fenómenos que atraviesan la vida cotidiana y los vínculos en las redes sociales y en la lógica de los likes. También sobre el tiempo, su aceleración o la sensación de que va más rápido, la distracción y el prestar atención. ¿Qué lugar pensás que tiene la lectura en ese marco? ¿Hay mayor presencia, hay más “cuerpo” o posibilidad de detención en el acto de leer? En caso de que así fuera, ¿qué cuerpo hay en la lectura?
—La pensadora por excelencia “de la atención” es la filósofa francesa Simone Weil, quien distingue en un texto precioso, dirigido a unas profesoras de un colegio para chicas de la época, que le piden un consejo sobre la escuela. Ella dice: “La escuela solo tiene que enseñar una cosa, con los contenidos más diversos, y es una experiencia, la de poner atención”. Y atender no es exactamente atención, concentración o fuerza de voluntad, un disciplinamiento u obligación. Sino que la autora lo plantea como un goce y alegría. Atendemos lo que deseamos y el principal problema -por tanto, de la educación y aprendizaje- es activar el deseo.
Atender como sinónimo de esperar. Ejercitar la atención es una manera de aprender a esperar nada en concreto. Esperar, precisamente lo desconocido, algo que tiene que pasar de antemano y que no está previsto en las formas de saturación del presente. El primer momento de la atención, dice Weil, es pasivo, es un abrir un espacio en una situación, interrumpir el aquí-ahora, interrumpir todo aquello que, de alguna manera, nos impide estar en la situación, porque ya están gobernándola sin nosotrxs. Se está refiriendo, muy concretamente, a las situaciones de aprendizaje donde el principal obstáculo es el saber. Atender y saber son casi antónimos. El saber tiene que pasar a un segundo plano para que pueda activarse la atención y pueda aparecer algo que no estaba previsto de antemano. El segundo momento de la atención sería más activo y positivo: es responder a la situación con una palabra, un gesto, con algo de nuestra presencia. Atender es una forma de la presencia, estar presentes e implicados en la situación aunque no sepamos a dónde se dirige. Tenemos que inventar algo propio y atender es una manera de sostener ese no saber, para orientarnos en una situación que no está del todo controlada, gobernada y saturada.
¿Tiene cuerpo el lector? Podría pensarse que no, porque está quieto, no está en movimiento. Sin embargo, es una inmovilidad muy activa, una espera muy agitada, está al acecho, en el presente. Cuando leemos, activamos la imaginación, la memoria, la razón para comprender.
La lectura, en ciertos momentos, nos propone que la razón es sensibilidad. Para comprender, hay que desbordar un concepto reducido de razón, porque la razón que nos propone la lectura es más amplia de la meramente instrumental o de cálculo, es una razón que reúne lo que nuestra tradición muchas veces separa, que es la sensibilidad y la capacidad de entender, de hacer enlaces afectivos con lo que estamos leyendo. Es una manera de reunir lo escindido y una manera de estar en el mundo de otra forma.
—Por último y en relación al podcast Después del fin, de Radio Universidad: ¿qué querés decir cuando planteás que “el fin del mundo ya fue”?
—El fin del mundo ya fue es una consigna que está en un artículo que escribí, una discusión en torno a la cuestión del cambio climático, de la crisis energética en relación con la guerra de Ucrania, pero en un marco más general y con historicidad. Dentro de las posturas en juego, estaba el discurso del colapsismo -del que me distancio-, que se regodea de una catástrofe que viene, que produce cierta tristeza, pesadumbre y que viene a moralizar, a decir lo que hay que hacer según esa catástrofe que viene.
¿Y si pensamos que la catástrofe ya fue y que lo catastrófico es una manera de estar en el mundo? De estar desconectadxs de las cosas, del entorno, de la relación con el mundo natural, con la naturaleza externa e interna, con la trama de la vida. Y que el desafío, más que seguir regodeándonos en todo, es empezar a hacernos cargo y a inventar otros modos de vida. La simple repetición de diagnósticos apocalípticos sobre el futuro, por mucha razón que tengan, mueven muy poco.
Pienso que puede ser más interesante una acción más positiva con respecto al deseo de vivir de otra manera y cómo podemos inventarlo colectivamente, porque es un asunto que supera la individualidad. Inventar otros modos de habitar el mundo, en lugar de desconectarnos de él, es todo un ejercicio de experimentación sin garantías, de aprendizaje colectivo, que lleva tiempo y que es vacilante, con mil fracasos, pero más interesante que simplemente el regodeo en la catástrofe inevitable, la cual supone una especie de punto cero a partir del cual todo recomienza. Es una manera de desplazar la atención de una catástrofe que ya viene, sobre la que advertimos, con la que amenazamos y que deseamos secretamente como solución a problemas con los que no sabemos qué hacer.
La catástrofe es también una manera de estar no estando en el mundo y, por tanto, de lo que se trata es de aprender a salir de ella, para lo cual no nos vale tanto la moralina de lo que debe hacerse, sino el aprendizaje concreto en colectivo de cómo podemos estar de otra manera desde el deseo y no simplemente desde el deber ser de algún mandato, ni siquiera apocalíptico.
*Por Agustina Beltrán Peirotti para La tinta / Foto de portada: A/D.