Comedores, merenderos y otros espacios comunitarios son sostenidos mayoritariamente por mujeres, quienes dedican a este trabajo entre 5,5 y 7 horas diarias, sin recibir un salario a cambio. El dato surge de un informe técnico, realizado recientemente por la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC, que abarcó 51 espacios sociocomunitarios de la ciudad de Córdoba y da cuenta del enorme valor social de esta tarea para la sostenibilidad de la vida en los barrios donde funcionan. El reconocimiento de los cuidados como un derecho humano fue planteado durante la última conferencia regional de la ONU, realizada en noviembre en Argentina.
Comedores, merenderos y ollas populares no solo atienden la alimentación de las personas, particularmente de infancias y ancianidades. También llevan adelante una diversidad de actividades y servicios que resultan esenciales para la comunidad en la que funcionan. Dan apoyo escolar y actividades de formación, producen y venden alimentos y servicios, acompañan en situaciones de violencia de género, hacen promoción de la salud y funcionan, además, como roperos y huertas comunitarias.
¿Quiénes hacen este trabajo? Mujeres, en la mayoría de los casos (del 87 al 92%), quienes históricamente no han recibido ninguna remuneración a cambio. Ellas ocupan diariamente en estas tareas 5,5 horas en promedio, que se extienden a 7 en el caso de las trabajadoras de referencia en esos espacios. Casi la mitad de los comedores (47%) funciona en las propias casas de familia de estas mujeres, compartiendo también el baño y la cocina, solapando lo público y lo privado, “comunalizando” la propia existencia.
El estudio busca reconocer y caracterizar las condiciones de trabajo desarrolladas en estos espacios comunitarios, e incluyó 150 encuestas realizadas a personas que llevan a cabo tareas en 51 comedores y merenderos de diversas zonas de la ciudad de Córdoba, vinculados a organizaciones de distinto tipo. Las encuestas indagan sobre cuestiones tales como qué prestaciones alimentarias brindan, cuántas horas diarias se destinan a este trabajo, bajo qué condiciones o cómo se distribuyen los roles según el género.
“Es una actividad fuertemente feminizada e incluye un conjunto de tareas que permiten reconocerla como un trabajo. Son rutinarias, persistentes y estables en el tiempo. Muchas de las mujeres que trabajan allí lo hacen desde hace entre cinco y siete años en promedio, con más antigüedad incluso que en sus empleos en relación de dependencia, en los casos en los que los tienen”, explica Karina Tomatis, coordinadora general del estudio del cual se desprenden los resultados e investigadora y docente de la UNC.
La especialista remarca, además, que el conjunto de datos obtenidos permiten reconocerlo como un trabajo que requiere un alto nivel de organización y disciplina, debido a que la prestación de la comida implica la coordinación de recursos y la gestión del tiempo para poder responder a la demanda diaria de alimentos, y atender una complejidad de necesidades que permiten la reproducción de la vida comunitaria en esos barrios.
“Las mujeres hacen este trabajo varios días a la semana, durante muchas horas, las cuales podrían ser equivalentes a una ocupación remunerada. Por ello, constituye un trabajo y no simplemente una actividad que se hace cuando se puede y voluntariamente”, argumenta la investigadora.
En efecto, los datos demuestran que ellas destinan tres días a la semana a este trabajo (equivalentes a 15 horas semanales) y cuatro jornadas en el caso de quienes son referencia en esos espacios (31 horas semanales), las cuales, además, realizan tareas por fuera de sus horarios habituales en el 84% de los casos. Es, asimismo, un trabajo que implica agotamiento psíquico y exposición a “situaciones emocionalmente desgastantes”, según expresa el 40% de las encuestadas.
¿Por qué la sostienen, pese a las condiciones en que realizan esta tarea? Entre las motivaciones que llevan a estas mujeres a trabajar en estos espacios sociocomunitarios, predomina la preocupación por lo que sucede en los barrios y el interés de ayudar a resolver los problemas de su comunidad. Así, las moviliza el interés, el gusto y la posibilidad de alejarse de sus problemas personales (73%), y la consideración de estas tareas como su trabajo (36%).
También a escala nacional
El trabajo sociocomunitario forma parte de la economía popular, vinculada al mercado laboral informal e integrada mayormente por mujeres. Según el Registro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular (ReNaTEP 2022), ellas representan el 57% de las personas inscriptas, con una fuerte participación en todos los rubros no calificados (trabajo doméstico, tareas de servicio, trabajo voluntario y otros). Del total de inscripciones, la rama de servicios sociocomunitarios concentra el 29%, con predominio de comedores y merenderos comunitarios (63,5% de la rama). Los resultados también constatan que el trabajo en comedores y merenderos se encuentra feminizado (casi el 63% son mujeres), una segregación que se repite en otras ramas de la economía popular, como servicios de limpieza (88%), cuidados (89%) o cocina (73%).
Pese a ser esenciales, estos cuidados comunitarios no tienen un valor monetario asignado y no son reconocidos como un trabajo formal. Tomatis precisa que, en los últimos años, y especialmente a partir de la pandemia, estas mujeres pudieron recibir una transferencia de ingresos por parte del Estado, a través de planes de asistencia social (Potenciar Trabajo Nación y Tarjeta Activa municipal). Pero destaca que sigue siendo una actividad históricamente no remunerada: “Si tenemos en cuenta la antigüedad de las trabajadoras en comedores y merenderos, vemos que mayormente no han tenido ninguna retribución económica por sus tareas. Además, los principales recursos económicos para su funcionamiento surgen del aporte o autogestión de las integrantes”.
A la vez, quienes trabajan en cuidados y perciben una remuneración por ello tienen las peores condiciones laborales y la mayoría son mujeres. En esta lista, se inscriben las personas que trabajan en casas particulares (97,7%) -de las cuales, no están registradas el 65,8% y el grueso se encuentra por debajo de la línea de pobreza, según datos del INDEC-, en enseñanza (72,8%) y en salud y servicios sociales (68%).
De acuerdo a la especialista de la UNC, las tareas de cuidado y reproducción de la vida comunitaria han sido enmarcadas a lo largo de la historia por fuera del mercado laboral. ¿El motivo? Porque prevalece la idea de que el trabajo realizado en estos espacios sociocomunitarios debe ser altruista y voluntario. Pero, sobre todo, porque las acciones domésticas y de cuidado que se llevan a cabo en comedores y merenderos son vistas como prolongaciones del ámbito familiar y privado, donde se espera socialmente que ellas limpien y ordenen, ayuden con la tarea escolar o preparen la comida.
La sociedad del cuidado fue el eje de la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y El Caribe, organizada por la CEPAL en coordinación con ONU Mujeres y realizada en noviembre en el país. Durante el Foro de apertura del encuentro, se exigió que los cuidados sean reconocidos como un derecho humano, que debe ser garantizado a través de políticas públicas y sistemas integrales de cuidado. Y también como una responsabilidad que debe ser compartida por todos los sectores de la sociedad: familias, comunidades, empresas y Estado.
Resolución comunitaria de los ciudadanos
Si bien el servicio de alimentación aparece como un eje central en los comedores y merenderos, el estudio identificó una preocupación por el bienestar general de niñas, niños y jóvenes. Así, el trabajo vinculado a lo alimentario forma parte de otras actividades comunitarias más amplias que se despliegan en el territorio -culturales, deportivas y recreativas- y que también son sostenidas por mujeres.
“El trabajo alimentario funciona como soporte de otras actividades que, en conjunto, generan una estructura popular muy importante, principalmente relacionada con el cuidado de personas. Son esos servicios adelgazados del Estado que no llegan a estos lugares. Frente a ello, las mujeres se organizan en los barrios para poder generar servicios en su territorio”.
Si bien estos espacios cobran impulso durante los momentos de crisis, como en la pandemia, luego, se transformaron para ocuparse de otras problemáticas, como el acompañamiento frente a violencias de género y la promoción de la salud, entre otras. Para ello, quienes estaban al frente de los comedores y merenderos, en los últimos años, recibieron formación del Estado para la gestión, derivación y, en algunos casos, el auxilio a mujeres que sufren violencia de género y son acogidas en estos espacios.
Este trabajo comunitario no remunerado y fuertemente feminizado se suma al empleo en relación de dependencia y al trabajo realizado en el hogar, y forma parte de la “triple jornada laboral” que deben enfrentar estas mujeres, de manera solapada y entrecruzada en el tiempo y el espacio.
Así, al indagar sobre las actividades laborales remuneradas de las encuestadas, se halló que el 54% de las trabajadoras tiene otro empleo (en su mayoría, changas y tareas autogestivas de manera informal), con una frecuencia mayor en quienes son referentes (62%), mientras que el 4% busca otro empleo. El resto trabaja exclusivamente en estos espacios.
“Estas trabajadoras articulan el rol de gestión comunitaria con el trabajo fuera y dentro de sus hogares, llevando adelante una multiplicidad de tareas de manera simultánea y con dedicación a tiempo completo, en lo que constituye una triple jornada laboral”, subraya María José Franco, codirectora del proyecto y docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC.
Finalmente, otra característica del trabajo de la economía popular que se desprende del estudio es la resolución comunitaria de los cuidados. La mitad de las mujeres que realizan tareas en esos espacios comunitarios no tienen otro trabajo en relación de dependencia, pero se vinculan con esos lugares, ya que allí desarrollan actividades que pueden sostener y les permiten recibir a sus hijos e hijas. De este modo, resuelven la cuestión de los cuidados. “Lo que muestran los registros de campo es que existe un marcado entrecruzamiento entre las tareas de cuidado familiar y las propias actividades laborales de los espacios comunitarios, que moldea las condiciones y ritmos del trabajo, y el modo en que se organiza el grupo”, cierra.
*Por Candela Ahumada para Redacción UNCiencia / Imagen de portada: UNCiencia.