El gatillo y los discursos del odio
Por Lucas Crisafulli para La tinta
Para comenzar este texto, elijo tres escenas de la modernidad ocurridas en diferente tiempo y lugar.
Primera escena
En el diario chileno El Progreso, perteneciente a la familia Vial Formas, Domingo Faustino Sarmiento escribió una nota el 27 de setiembre de 1844, en la cual podía leerse:
“Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.
Esta nota fue replicada en ediciones posteriores del diario.
Entre 1879 y 1885, el gobierno nacional llevó adelante lo que se conoció como la Conquista del Desierto, que no fue otra cosa que una campaña militar en la que despojó a los pueblos ranqueles, mapuche, pampa y tehuelche de sus tierras, produciendo la matanza de aproximadamente 14 mil personas. También obligaron a separar a hombres y mujeres para evitar la descendencia de los pueblos indígenas, y miles de mujeres y niños fueron esclavizados en el servicio doméstico de las familias porteñas acomodadas.
Segunda escena
El 24 de noviembre de 1938, se publica, en el diario alemán Das Schwarze Korps, una nota que contiene el siguiente párrafo:
“El pueblo alemán no tiene ganas de tolerar en su territorio a centenares de miles de criminales que solo mediante el crimen quieren asegurar su existencia, ¡sino también ejercer todavía la venganza! Menos aún tenemos ganas de soportar a estos centenares de miles de judíos depravados, una guarida de bolchevismos y un refugio para el desecho criminal que, mediante un proceso natural de eliminación, se extienda a nuestro propio pueblo
(…)
Si tal evolución se produjese, nos encontraríamos frente a la dura necesidad de exterminar los bajos fondos de la misma manera que tenemos la costumbre de exterminar a los criminales en nuestro Estado: mediante el fuego y la espada. El resultado será la desaparición efectiva y definitiva del judaísmo en Alemania, su destrucción total”.
Se estima en 6 millones la cantidad de personas asesinadas en el Holocausto por ser judíos, gays, gitanos o con alguna discapacidad.
Tercera escena
Entre 1993 y 1994, la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas (Radio Télévision Libre des Mille Collines) de Ruanda transmitía sin cesar mensajes de odio contra el pueblo tutsi. Incluso, emitía mensajes de odio contra aquellos hutus moderados que planteaban la reconciliación con el otro grupo étnico. Los programas de radio transmitidos desde Kigali cerraban con la frase: «Las tumbas están solo a medio llenar», llamando así a los hutus a matar a los tutsi.
El resultado fue casi un millón de personas muertas, la mayoría pertenecientes a los tutsi, pero también asesinaron a hutus moderados.
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Elegí tres escenas modernas sucedidas en tres continentes diferentes y separadas por más de cincuenta años entre sí. Hay un hilo de historia que las hilvana: las grandes masacres de la historia moderna de la humanidad fueron precedidas por un discurso del odio inoculado a la población a través de los medios de comunicación. Si el discurso tiene cierta pregnancia social, logra colonizar la subjetividad y se obtiene así la complicidad de gran parte de la población. Esa complicidad puede ser activa, como en el caso de Ruando en la que hutus salieron a asesinar a machetazos a los tutsi; o también puede existir una complicidad pasiva, que consiste en una sociedad que mira para otro lado, que murmura “algo habrán hecho” y que luego se victimiza diciendo que desconocía lo que estaba sucediendo.
No existe genocidio sin primero el triunfo del discurso del odio, el cual es utilizado como un dispositivo político para congregar voluntades.
Por más que se intente patologizar, ninguno de los tres escenarios puede ser leído como la acción individual de un loco suelto. Al igual que el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, las prácticas del odio deben ser leídas como el corrimiento de un límite más que proponen y accionan los discursos del odio.
Así como el feminismo nos permitió leer los femicidios no como hechos aislados de personas enfermas, sino como la punta del iceberg de una estructura patriarcal, debemos ahora correrle el velo a aquellos discursos que minimizan el atentado a Cristina Fernández de Kirchner y proponen leerlo como la acción individual de un fanático antiperonista. Fernando André Sabag Montiel fue quien se animó a jalar dos veces del gatillo a escasos centímetros de la cara de Cristina, pero la acción tiene otros responsables y esto es más allá de la responsabilidad jurídico-penal que les corresponde a los partícipes. Existen otros actores que construyeron a ese fanático; otros discursos transmidos sobre lo prohibido y lo permitido que lo habilitaron; otras escenas que animaron e instigaron a quien apretó el gatillo.
El atentado contra Cristina forma parte de una larga historia de antipopulismo en Argentina con vasos comunicantes con el “Aluvión zoológico” del diputado radical Ernesto Sanmartino para referirse a los manifestantes del 17 de octubre de 1945; con el “Viva el cáncer” con el que se festejaba la muerte de Eva Perón; con los 18 años de proscripción del peronismo y la prohibición de cantar la marcha; con los asesinatos de José León Suárez; con la desaparición de Felipe Vallese.
El odio no es un simple sentimiento individual, sino, más bien, un dispositivo político que su lenta, pero profunda inoculación garantiza el triunfo de un sentido común en la que un conjunto de personas por diversas características, se erigen en sujetos matables. En otras palabras, el discurso del odio garantiza que socialmente se acepte que quienes hayan sido construidos como enemigos puedan ser eliminados sin mayor consecuencia, sin responsabilidad para quien los elimina y, de esa manera, posibilita las grandes masacres.
Los sujetos matables podrán ser indígenas, como en el discurso de Sarmiento; judíos, como en la Alemania nazi; tutsi, como en Ruanda, o peronistas/kirchneristas, como en los actuales discursos.
Para quienes les pareció exagerado declarar feriado, traigo una frase de Paul Preciado que invita a la reflexión: “Cuando socialmente no percibes la violencia es porque la ejerces”.
Que la vitalidad que generó la marcha y el repudio al atentado no se marchite y se transforme en política, una política contra los discursos del odio que amplifique un Nunca más para siempre.
*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque para La tinta.