Quiénes se esconden detrás de la palabra mercado

Quiénes se esconden detrás de la palabra mercado
31 agosto, 2022 por Redacción La tinta

En medio de un estado de involución del pensamiento social racional, los medios hegemónicos de comunicación y economistas neoliberales personifican la palabra «mercado» con atributos de un dios al que hay que satisfacer, y, de ese modo, disimulan la coacción de grupos concentrados de poder en pos de mantener y acrecentar sus privilegios.

Por Ricardo Aronskind para Revista Plaza

Si miramos a la sociedad actual, supuestamente moderna y completamente atravesada por la ciencia y la tecnología, con un poco de distancia antropológica, no es muy diferente a las sociedades primitivas, en las que se ignoraba cuál era el origen de las fuerzas poderosas que incidían en las vidas y los destinos de los habitantes en aquellos tiempos remotos.

Antes, los eclipses, los terremotos, las erupciones volcánicas, los desbordes de los grandes ríos y las inundaciones eran fenómenos tan inexplicables que los hombres debían recurrir a los relatos mitológicos de los viejos sabios, los sacerdotes, los chamanes, los brujos, quienes estaban supuestamente “en contacto” con las fuerzas superiores –dioses, ídolos, fuerzas de la naturaleza, ancestros-, y, por lo tanto, podían interceder para que las cosas volvieran a su cauce o, al menos, se pudiera contar con una explicación de la furia de los elementos, para buscar la forma de apaciguarlos mediante rezos, plegarias, sacrificios de animales o humanos, o autoflagelaciones.

Es sorprendente ver que mientras hoy contamos con numerosas y satisfactorias explicaciones sobre las causas de los fenómenos naturales, los ciudadanos comunes no están en condiciones de entender por qué ocurren los fenómenos sociales, especialmente económicos, y, por lo tanto, tienen que pasar por los mismos padecimientos, incertezas y búsquedas imperiosas de explicaciones con la participación de “intermediarios” entre los fenómenos amenazantes y desconocidos, y los pobres mortales sometidos a sus inclemencias.

Al menos, esa es la vivencia de una parte no menor de la sociedad en la que vivimos. No se trata de un fenómeno local, sino global, producto de las transformaciones sufridas en el capitalismo en las últimas décadas. Pero que en nuestro país revista características de cierta espectacularidad que debemos remarcar, debido tanto a los fuertes vaivenes económicos sufridos en los últimos 50 años como por el progresivo control y monopolización de los medios de comunicación por sectores poderosos de la economía.

Una de las palabras más representativas de la involución del pensamiento social racional, y su transformación en un sistema de creencias, emociones y supersticiones, es la palabra mercado.

Esta palabra tiene su origen en la antigüedad y representaba el lugar físico en el que artesanos y productores de diversos bienes, con alguna regularidad anual, se encontraban para intercambiar sus productos, eventualmente trocar y, con el tiempo, realizar intercambios con moneda.

El término cobró creciente abstracción a medida que estos mercados locales se fueron interconectando y transformando a lo largo de siglos en grandes flujos de intercambio, ya no entre regiones lejanas, sino entre países y continentes. Por otra parte, gracias a las innovaciones tecnológicas, se pudieron realizar transacciones abstractas, ya no solo de bienes físicos, sino de servicios y del bien abstracto por excelencia, el dinero. Fue precisamente el descomunal desarrollo del mercado financiero, con una variedad impresionante de activos abstractos, supuestamente representativos de riqueza, lo que presenciamos desde los años 80 del siglo pasado, bajo la denominación de “globalización”.

El liberalismo clásico entendió hace dos siglos y medio que el mercado era la mejor forma de organización para garantizar el más alto grado posible de bienestar. Adam Smith, el padre fundador de esta corriente, pensaba al mercado como un espacio económico en el que concurrían tantos oferentes y tantos demandantes de bienes como para que nadie pudiera ejercer una influencia dominante sobre los demás. Esa concurrencia obligaría a todos, como si se tratara de una “mano invisible”, a comportarse correctamente, producir a precios razonables y no explotar al prójimo.

Tan importante era la competencia para Adam Smith que proponía que el Estado, que debía ser pequeño según su criterio, tuviera poderes suficientes para destruir a los monopolios. La teoría sobre los mercados de ese pensador tenía sentido en su época, ya que no había una alta concentración de la producción y, por lo tanto, en la realidad existían, efectivamente, cientos de productores y miles de consumidores, que conformaban un mecanismo colectivo de disciplinamiento, con efectos positivos para todos los actores.

No es el caso del capitalismo actual. En este, se ha verificado un gigantesco proceso de concentración de la producción y ha dejado de operar, en mercados muy relevantes, el principio de la competencia. Hoy, un grupo de pocas empresas pueden ponerse de acuerdo en cuestiones de interés común y aprovecharse en forma impune de los consumidores o de otras empresas que no estén tan organizadas.

La palabra “mercado”, que tenía el prestigio de designar un mecanismo que promovía las mejoras en las prácticas productivas al tiempo que tendía a bajar al máximo los precios para conquistar a los consumidores, fue vaciada de contenido y resignificada para encubrir la realidad de un capitalismo que se transformó profundamente, avanzando hacia la oligopolización y la monopolización.

Una pequeña ayuda de mis amigos

Dos cómplices ha tenido este vaciamiento y resignificación de la palabra mercado.

Por un lado, no hubiera sido posible sin la complicidad de la propia academia, atravesada por ideologías e intereses que poca relación guardan con la ciencia, y que, por lo tanto, prefiere ignorar los profundos cambios productivos, tecnológicos, culturales y comunicacionales ocurridos en el sistema para mantener la ficción de que vivimos en 1750.

Los otros cómplices del vaciamiento son los grandes medios de comunicación, que también atravesaron un proceso de concentración y de interconexión con otras formaciones empresarias, lo que los llevó, por sus propios intereses, a participar en la difusión ideológica de los sectores dominantes y, por lo tanto, colaborar con la mistificación de la palabra mercado.

Cuando hoy se leen en la prensa expresiones tales como que “los mercados rechazaron tal medida del gobierno”, lo que debería estar escrito es “un grupo de grandes empresarios rechazó tal medida del gobierno”.

En los golpes “de mercado” que hemos sufrido en Argentina, siempre ha sido un grupo reducido de grandes empresas el que protagonizó los episodios y no “los mercados” en su sentido histórico. Los mercados, en su sentido antiguo, eran impersonales. Los “mercados”, en el capitalismo actual, tienen nombre y apellido, aunque se busque su anonimato.

Grandes exportadores que dejan de vender sus productos, grupos de bancos y otros actores que compran dólares para que suban más, empresas formadoras de precios que remarcan arbitrariamente sus productos o dejan de suministrarlos, y la importantísima contribución de los medios concentrados de comunicación, asociados y voceros de dichas corporaciones, que justifican y naturalizan estos movimientos, y condicionan psicológicamente a la población con mensajes de pánico.

El poder se ha concentrado en el capitalismo contemporáneo en el sector privado, no en el Estado. La globalización, en el mundo periférico, ha debilitado los Estados y promovido la extranjerización de las economías, volcando el poder hacia sectores privados transnacionalizados. Pero sí sigue insistiendo en que eso es “economía de mercado”, cuando es economía concentrada y monopolizada, sin capacidades estatales suficientes para neutralizar los abusos de los grandes actores económicos hacia la sociedad.

El sacrificio de siempre

Volviendo al ejemplo de las sociedades primitivas, se encuentran inquietantes paralelismos.

La sociedad actual sigue sin entender las fuerzas poderosas que les generan penurias; como no controla esas fuerzas, tiene que recurrir al saber de quienes se presentan “en contacto” con las altas esferas: en la actualidad, los economistas neoliberales y los periodistas neoliberales, protagonistas privilegiados de la formación de la opinión pública. Estos chamanes modernos, en realidad, voceros de las corporaciones, le “explican” a la sociedad por qué las fuerzas del mercado están embravecidas. Las explicaciones son como las de la antigüedad: la gente se ha portado mal y ha votado mal, los gobiernos no escuchan los “consejos” de los mercados, los mercados no están satisfechos con lo que obtienen, los mercados se enojan con la sociedad que no sigue el rumbo correcto, según los chamanes neoliberales que representan la voz de los mercados.

Esta gran representación termina, en frecuentes ocasiones, con la recomendación -en pleno siglo XXI- de que, para aplacar a los mercados, se debe realizar algún sacrificio humano, que, por supuesto, lo debe hacer la gente del común, los débiles, los pobres.

Es triste observar la inutilidad tanto de las fórmulas del pasado como de las del presente para aplacar males que no se entienden. Tan estúpido y bárbaro era sacrificar jóvenes doncellas por parte de los brujos para evitar un eclipse solar como sacrificar hoy a las mayorías populares por las tropelías que realizaron ciertas minorías económicas y los gobiernos que las representaron.

*Por Ricardo Aronskind para Revista Plaza / Imagen de portada: Mariano Grassi.

Palabras claves: Medios de comunicación, mercado

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