Esther Díaz, nuestra intelectual del sexo
Cuando el discurso hegemónico le regala a la juventud todos los privilegios de una vida sexual, Esther Díaz viene a recordarnos que un cuerpo es mucho más que los años que carga, que no tienen por qué ser un determinante en el deseo, y lo hace de la manera amorosa, pensando y abriendo sus recetas de manera muy generosa para quienes gusten adentrarse en los terrenos de la carne.
Por Noe Gall para La tinta
Pasó Esther Díaz por Córdoba. Filósofa, epistemóloga y escritora, que le disputa al tiempo las narrativas sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Presentó una vez más su documental Mujer Nómade y tuve el privilegio y la excusa perfecta para conversar con ella sobre diversos tópicos. Nos damos cita en el bar del hotel donde está parando, la tarde está pesada de humedad y calor, ambas necesitamos azúcar, pasta frola para ella, gaseosa para mí.
—El título de tu libro “El himen como obstáculo epistemológico” me ha parecido siempre muy llamativo, porque es verdad, en las narraciones sexuales de las personas que tenemos o tuvimos himen, y sobre todo las que tuvimos formación cristiana, era un imaginario invisible al cual cuidar, sostener, resguardar. ¿Se puede pensar también en el orgasmo como un obstáculo epistémico a la hora de habitar una sexualidad más placentera, en el sentido del orgasmo como fin de toda práctica sexual?
—Eso es muy patriarcal, las mujeres no tenemos la sexualidad concentrada en un solo órgano como los hombres. En general, el hombre goza con un órgano que hace otras cosas, que orina, pero las mujeres tenemos un órgano que es solamente para el placer, el clítoris no tiene otra finalidad más que el placer, por eso, en algunas culturas, realizan la ablación a las mujeres, para que no disfruten, no gocen. Somos las únicas dentro de la especie que tenemos esa posibilidad, es muy significativo.
—¿No te parece muy determinante en las narraciones sexuales de las personas con pene, que fueron socializadas como varones, estar persiguiendo una erección plena, que tiene una temporalidad muy escueta en la historia vital de los cuerpos? ¿Cómo será la sexualidad de las personas con penes cuando la erección ya no es una opción si no han llegado a experimentar otras prácticas sexuales?
—Ahora se distorsionó todo con el viagra, pero los que se niegan a tomar viagra empiezan a desarrollar una sensibilidad más propia del cuerpo de la mujer, empiezan a disfrutar con otras cosas. Hay hombres muy mayores que pagan a una trabajadora sexual solo para verla o tocarla. Cuando eran jóvenes, difícilmente lo hubiesen hecho porque la única finalidad era la eyaculación, el orgasmo. En cambio, nosotras podemos orgasmear con cualquier parte del cuerpo, yo digo que tenemos un clítoris expandido, dadas las condiciones de posibilidad como para calentarse y poder llegar al orgasmo; lo podés tener, pero con las partes más insólitas, hasta haciéndote masajes en los párpados, es una cosa impensable para los hombres, a no ser algunos que desarrollan esa sensibilidad cuando dejan el viagra, pero eso les fue negado. En el discurso varonil, el clítoris desaparece, nunca escucho que aparezca la palabra clítoris. Lo que ellos no pueden disfrutar no existe.
—Y la sensibilidad de este clítoris expandido, ¿cómo se adquiere?
—Yo lo he logrado con mucho psicoanálisis y no por tratar ese tema específicamente, sino por ir liberándome de otras ataduras que nos han puesto en esta cultura machista. Al machismo no solo lo ejercen los hombres, las mujeres también podemos serlo. En nuestra cultura, quienes criamos a los hijos somos las mujeres y ya mi mamá nos decía claramente: «Los varones pueden ir a jugar a la pelota y ustedes tienen que ayudarme a secar los platos». Mirá si eso no es machismo, ¡por supuesto que lo heredaron!
—Llegó la pastafrola y la bebida dulce y fría. ¿Cuál es la mirada de Esther Díaz sobre el placer y el goce?
—Por empezar, cuando yo digo goce, no lo digo en un sentido psicoanalítico. Para Lacan, el goce es la muerte y en principio le doy un poco de razón, porque, cuando uno está muy caliente, lo que quiere es más, más, pero llega un momento, te lo digo porque yo he hecho el amor a 5.000 metros de altura en Perú y creí morir, pero a pesar de que me faltaba el oxígeno, no me importaba, después de eso era la muerte: «Me voy a sacar de encima esa calentura». Lo dijo más lindo Freud: “Más allá del placer, la muerte”. Los franceses le dicen la petite mort al orgasmo. La diferencia está entre la palabra placer y goce, el goce es la muerte y el placer es disfrutar, pero en la vida cotidiana tenemos que utilizar goce como lo utiliza todo el mundo, como sinónimo de placer, porque el patriarcado lo necesita para seguir siendo poderoso, justamente para que gocemos lo menos posible, porque cuando uno goza más… ¡ojo los hedonistas!
Al psicoanalizarte, te vas deconstruyendo y, al desconstruirte, vas dejando lugares donde ves hasta qué punto te estuvieron dominando con valores que ni siquiera son de nuestras clases sociales, son valores que nos hacen bajar las clases poderosas para dominarnos mejor. Es interesante pensar al psicoanálisis como herramienta instrumental, el ejercicio autorreflexivo de pensarse a sí mismo, cómo abre espacio para poder ver lo que los discursos han hecho en función del capital.
—¿Te considerás una intelectual?
—Sí, me paso de 10 a 12 horas por día leyendo, investigando, escribiendo, con la cabeza puesta ahí. ¿Cómo no me voy a considerar una intelectual? Incluso hay muchos profesores de filosofía que no son intelectuales, aprenden su clase, van, la dan y punto. Jubilarme fue un bajón terrible y eso que la estiré hasta los 75 años, ¡y porque me obligaron! Ser intelectual no es más ni menos que ser un obrero del pensamiento.
—Sos una intelectual del sexo y, en tus columnas en los diferentes medios, hacés un análisis de la realidad desde la sexualidad, ¿en qué momento empezó esa mirada?
—Cuando se me despertó el deseo sexual -que era bastante joven-, a pesar de eso, me mantuve virgen -con mucho sufrimiento-. Mientras iba en el tren a capital, miraba y pensaba: «Esa persona que está ahí, ¿también pensará todo el día en coger como yo?». Y me di cuenta de que sí. Lo que pasa es que se tapa o a veces se sublima, conozco mujeres de 45 años que dicen: “Yo cerré el negocio”, y ese negocio lo cerró antes el patriarcado, porque para la mirada patriarcal ya no sos deseable. A los hombres les gustan las minas jóvenes, con las pieles frescas y entonces ha implantado, porque tiene el poder, que las únicas mujeres deseables son las que tienen determinado físico, piel y edad.
Foucault se pregunta: ¿por qué Occidente gastó tanta energía en culpabilizar el sexo? No tenemos una respuesta, es cierto que para el cristianismo existe la gula, pero una persona gorda no era echada de una iglesia, en cambio, una persona con fama de prostituta era echada de una iglesia y, en algunos lugares, todavía. La promiscuidad se sigue pagando caro. El tema con la sexualidad justamente es que es el lugar del goce, del placer y el que quiere dominar no quiere que la sociedad goce. Políticamente, se ve hoy en los libertarios, lo que quisieran es que se muera toda la población pobre, no les interesa, lo dijo la mina del FMI, hay demasiados viejos, aparte como si ella fuera una nena… los viejos que molestan son los que no tenemos plata.
—¿Te considerás feminista?
—¡Sí, por supuesto!
—¿Cómo ves esta cuarta ola?
—Me parece maravilloso, pero ha sido captado por el poder y los feminismos de derecha se están haciendo fuertes. Empoderate como mujer, pero individualista. En nuestros feminismos, consideramos que no puede haber justicia para las mujeres si no la hay también para otres discriminades del mundo, entonces, si siguen explotando a trabajadores aunque tengan pene y se asuma como tal, va ser un problema del feminismo. El nacimiento del movimiento Me too surgió de las empleadas de la cadena Fox, que le hizo ganar a Trump las elecciones, hasta que sufrieron violencia y empezaron a denunciar, está bien, pero si empezamos a hilar finito y nos encontramos con estos personajes que dicen: “Empodérate como mujer sin pensar en las demás”, es individualismo llevado a la última esencia.
—Te he escuchado decir: “Se tendría que producir un devenir animal de los feminismos”. ¿Qué querés decir con eso?
—Devenir animal es un tecnicismo de Delleuze. ¿Cómo sería un devenir animal de los feminismos? Devenir animal es sacarse de encima el machismo, un hombre nunca deviene animal, a no ser que se vaya haciendo mujer, no transicionando, sino en el sentido de que vaya dejando sus privilegios, en general, no solo en cuestión de género. El animal no tiene códigos morales, disfruta de la vida, sufre lo que hay que sufrir y punto. ¿Te acordás de la película Atracción fatal? La mina se pasa toda la noche prendiendo y apagando el velador porque el tipo se fue con su esposa de nuevo, bueno, esa mina es lo contrario de devenir animal, está totalmente humanizada, como nos humanizó el patriarcado. Devenir animal sería que no me importe, la pase bien con él, ¡macanudo! Se terminó… Devenir animal es sacarse eso de encima. Otro ejemplo que lo da Nietzsche, el camello no solamente se deja cargar, sino que se arrodilla para que lo carguen más todavía, obviamente está domesticado, devenir animal es que el camello empiece a sacudirse, soltarse y que sea un animal libre como los otros. Devenir animal es ser libre como el animal. ¿Cómo hago para no ser tan humano? En contra del humanismo, que es otra bestialidad, porque el humanismo es que somos todos iguales, pero los que somos varones, heterosexuales y blancos. El humanismo son unos señores blancos con dinero y poder que decidieron que ellos eran humanos.
—Hablemos del documental que venís a presentar a Córdoba: “Mujer nómade”. ¿Cómo fue poner el cuerpo? ¿Actuar?
—Otra cosa que nos enseñaron es a tapar el cuerpo. Yo he llegado a conocer mujeres cuando era jovencita, en la época que fui católica, que tenían en el camisón -como en la Edad Media- un agujero para tener relaciones. También conocí monjas que no conocían su propio cuerpo, tenían que bañarse con el camisón puesto. ¿Por qué lo que haga una persona entre las sábanas tiene que ver con su profesión, con su manera de desarrollarse o con lo que va a ser? Lo repito siempre porque creo que hay que seguir haciéndolo, a las feministas muy jovencitas que ven estos movimientos que hay ahora y se ponen muy contentas, sí, está bien, chicas, nos estamos visibilizando, pero ojo, todavía no tenemos el poder.
El asunto es: demostrar que tenemos un cuerpo, que tenemos posibilidad de gozar y que tenemos los mismos derechos que ellos, para mí no fue fácil mostrar una teta en la película. «¿Hacés un desnudo? ¡Sí, y me la chupa un chongo que no sabés! A eso le llamo poner el cuerpo, en mi casa me decían que no tenía que mostrarme y es hasta el día de hoy que me da no sé qué por ponerme escotes, el miedo al qué dirán, y yo caí en eso porque fui criada en esa cultura. A mi libro, El himen como un obstáculo epistémico, lo publiqué después de que me jubilé de la UBA, porque no me atreví a hacerlo mientras estaba ahí. Y para mi sorpresa, cuando empezó a salir en todos los diarios sobre ese libro, hasta mis enemigos políticos me saludaron, desde ese día, me trataron con mucho respeto después de ese libro. Es que una mujer empoderada, una mujer que dice lo que desea, que habla de sexo, es una mujer que se le tiene respeto y se le tiene miedo. ¡Viste! Y yo lo comprobé por poner el cuerpo frente a la cámara. Y yo que había llegado al techo de mi vida, como me habían jubilado, se me habían muerto mis dos hijos, no tenía por qué vivir y llega Farina, me propone esta película y me di cuenta de que no había techo. Después de la película, hicimos un videoclip con los Miranda. Juntas las dos, son dos chicas que se enamoran, con Javiera Mena.
Quisiera que este discurso fuera esperanzador y entusiasmante para quienes consideran que cerraron el negocio. No, querida, el negocio, mientras estás viva, ¡no se cierra! Entran pocos clientes… pero tenelo abierto por las dudas.
*Por Noe Gall para La tinta / Imagen de portada: Sebastián Freire.