Warmis puskanderas de Traslasierra: sé hilar, sé teñir, sé tejer

Warmis puskanderas de Traslasierra: sé hilar, sé teñir, sé tejer
16 mayo, 2022 por Soledad Sgarella

Del otro lado de las cumbres más altas de Córdoba, madejas hiladas a mano y teñidas con tintes naturales relucen a los pies de sus creadoras. Virginia, Angélica, Irma y Lourdes son mujeres de la comunidad boliviana que dan forma y color a vellones de lanas de oveja, manteniendo vivo el arte ancestral de hilar y tejer convertido en un oficio para vivir.

Por Soledad Sgarella para La tinta

“Verlas es cautivarse. Esos sutiles movimientos para abrir el vellón, retirar alguna impureza e ir alineando las fibras en una hebra; envolver con la hebra una mano y con la otra, hacer girar la puska para torsionar el hilo, mientras se lo afina delicadamente y se lo enrolla, en una coreografía exquisita que no tiene fin. Girar y girar, e ir dando el hilo, maravillosa tarea de las warmis puskanderas”. Con ese texto, casi poesía (o poesía, por qué no), las presentan en las redes de las Familias Productoras del Monte de Traslasierra.

Puska: del quechua, huso.
Khawa: del quechua, madeja.
Millma: del quechua, lana.

“Ahorita estamos trabajando juntas cuatro mujeres, mi tía Virginia y yo, que vivimos en Las Tapias; Angélica, que vive en Chuchiras, un pueblito cercano, y también Irma, que vive en Villa Dolores”, me cuenta Lourdes. “Somos mujeres hilanderas, warmis puskanderas en nuestra lengua quechua. Con Virginia, nos juntamos a hilar, vamos al monte a buscar las plantas para teñir y, muchas veces, teñimos juntas. Las otras dos compañeras, muchas veces, hilan en sus casas, porque este trabajo lo hacemos a toda hora: hilamos en cuanto momento del día podemos y, a veces hasta tarde en la noche, seguimos hilando. Y hay días que cada una necesita estar en su casa y hacer sus tareas, pero luego reunimos los hilos de todas para vender”, explican las hacedoras desde Traslasierra.


Las warmis puskanderas dicen que se entienden trabajando así, que las mujeres siempre hemos hilado en la casa, para hacer nuestras colchas y lo que necesitáramos para los hijos, para la familia. 


Lourdes detalla el proceso: lo primero es conseguir los vellones de ovejas, de la gente que cría, porque ellas no tienen animales propios. A veces compran y a veces les regalan la materia prima tal como la sacan de los animales. “Nosotras, entonces, elegimos la lana que es linda para hilar, la limpiamos y la preparamos para hilar a mano, como es nuestra forma, con la puska o el huso, como le dicen acá”.

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(Imagen: Warmis puskanderas)

Los colores son variados: naturales y también teñidos, usando plantas que crecen en esta zona, las forman un arcoiris de ocres, grises, verdes, rosados y amarillos. “Vamos al monte con las compañeras y con mis hijos, y traemos lágrimas del árbol o buscamos el suico, el romerillo, las moras, el algarrobo, la yerba de la piedra o la tuna amarilla y roja para teñir. Y para mí, es muy hermoso ver cómo con las plantas nosotras hacemos tantos colores y, cuando colgamos todos los hilos en la soga, se ve tan bonito. También tejemos prendas, chalecos, ponchos o al telar, podemos hacer caminos o colchas”, añade la artesana.

El oficio se aprende de generación en generación y Lourdes relata que lo aprendió de niña, que veía hilar a sus abuelas, a su mamá y a todas las vecinas mujeres. “Allá cerca de Sucre, en Bolivia, de donde soy yo, todas hilamos y tejemos. Allá hacen de todo, hacen aguayos que nosotras usamos para cargar a nuestros hijos, también fajas y diferentes prendas. Es muy tradicional hacer colchas para el frío, ponchos para los hombres, para los hermanos. Muchas veces, mi mamá tejía bolsas, que se llaman costales, para conservar las papas o el maíz, y entonces, allá, sabemos cuánto entra en ese costal, si una arroba o un quintal. Es decir, lo medimos con el costal, si no tenemos balanza”. La anécdota de la warmi puskandera suma color al relato: “Cuando era chica, con mi hermana, sacábamos a escondidas lana de mi mamá o de mi abuela, porque ellas no querían que desperdiciáramos, para aprender a hilar. Nos fabricamos una puska con lo que encontramos y, viendo cómo hacían ellas, de a poquito, hilamos nosotras también. Cuando mi mamá nos descubrió, nos dijo: ‘¿Esto hicieron ustedes?’. Y nos felicitó y después hizo unas colchas con nuestro hilo. Así aprendimos allá”.

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(Imagen: Warmis puskanderas)

Lourdes dice que, cuando se vino a estas tierras, tenía miedo o vergüenza de su quehacer, de sus saberes, pero que cuando le regalaron lana, poco a poco se fue animando y ahora trabaja de esto, que le encanta su oficio y que, al ver los hilos y sus colores, siente que le ayudan a vivir.


“Es muchísimo trabajo, pero yo lo sé hacer y lo puedo hacer, sin descuidar a mis hijos y a mi casa, y puedo tener mi ingreso, que es por mi trabajo. Antes, algunas personas me decían: ‘De qué vas a vivir si no sabés hacer nada’. Pero sí sé hilar, sé teñir, sé tejer. Yo me siento mejor, más fuerte con este trabajo, y cuando las personas me felicitan y dicen que son hermosas mis lanas, yo me siento feliz”, comparte la artesana en diálogo con La tinta.


Hilar y tejer es mucho más que usar la puska. Las producciones textiles de las warmis son, en sí mismas, tradición y arte vivo, son historia e identidad. Son manifestación cultural y son patrimonio inmaterial de Latinoamérica.

Pero, sobre todo, el oficio de las puskanderas es el reflejo más claro de un trabajo que dignifica.

Para información y compras, al WhatsApp +549 3544 636682.

*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Warmis puskanderas.

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